twenty six.

NASH BECKER.

Diez años atrás.

—¡¿Crees que no me doy cuenta de que te ves todos los fines de semana con ese imbécil?!

—¡Lo único que haces es trabajar, Roy!

—¡Trabajo para que mantengamos a nuestro hijo, y para mantenerte a ti, maldita sea! O dime, ¿te embarazaste de mí solo para quedarte con mi dinero?

—¿Qué?

Papá miró a mamá en silencio. Hubo una pausa, solo esperaba que no se dieran cuenta de que yo estaba llorando escondido detrás del sofá.

—Fuera de mi casa —ordenó papá con la voz temblorosa.

—¿Qué...?

—¡No quiero verte nunca más en mi puta vida, Alexa! ¡Fuera de mi casa!

—Bien —mamá suspiró—, bien. Pero me llevo al niño.

—No, a Nash lo vas a dejar aquí. No pienso beneficiarte con él.

—¡No puedes quitármelo...!

—¡Sí, sí puedo! —gritó papá—. Nuestro hijo es lo mejor que me ha pasado en la vida, no voy a dejar que te lo lleves.

—¡Te voy a denunciar! —replicó mamá.

—¿Y con qué dinero vas a contratar un abogado?

Mamá abrió la boca, pero volvió a cerrarla.

—No puedes hacerme esto.

—¿Y ahora te haces la víctima —preguntó papá con una risa sarcástica— cuando jugaste conmigo solo por mi dinero? Ve a pedirle algo a ese idiota de Gregory y luego hablamos.

Mamá no contestó y se dio la vuelta para irse escaleras arriba. Papá se dejó caer sentado en el sofá, pasándose las manos por el cabello.

—¿Papá? —pregunté—. ¿Por qué mi mami se va?

Al percatarse de mi presencia me miró y suspiró.

—Porque tu mamá no me ama, Nash —contestó—. Tu mamá solo ama el dinero.

Tomó mi cara entre sus manos y me secó las lágrimas con los pulgares.

—Tranquilo, Nashie, no pasa nada —dijo—. Escucha. Cuando seas mayor, no cometas mi mismo error, ¿sí?

𓍯 ࣪🔪 ᳝ ˑ ♡̷

Tres años después.

—¿Te gustaría ir al parque durante el fin de semana? —me preguntó Ryan.

Mi mejor amigo y yo vivíamos cerca, por lo que siempre volvíamos caminando juntos a casa después de la escuela. Habíamos pasado a comprar helados en el camino, como acostumbrábamos.

—Claro —contesté, dándole un mordisco a mi paleta de chocolate.

—Y con Calvin.

—Ah, no.

—Vamos —me animó—. Sé que se pueden llevar bien.

—Ni en mil años me voy a llevar bien con él, Ryan —repliqué, negando con la cabeza.

—¿Por qué?

—Tú no sabes cómo es él.

—Claro que lo sé, es mi amigo —contestó Ryan, sonriendo inocentemente—. Es simpático.

—Como digas, pero no saldré con él. Algún día te darás cuenta de lo falso que es.

No lo culpaba, pues Calvin, cuando estaba Ryan, se comportaba como un angelito, y si me molestaba solo me lanzaba indirectas, pero como Ryan tenía una mente tan inocente en ese entonces, no las entendía. Yo ya estaba harto de que Calvin me hiciera bullying. Él siempre se burlaba de mí y no me gustaba para nada. Frente a él fingía que no me importaba, pero, siempre que llegaba a mi casa, lloraba por sus burlas. No me gustaba mostrarme débil ante eso, pero de verdad me afectaba.

Llegué a mi hogar después de despedirme de Ryan. Mi casa era muy bonita, pero no me gustaba estar ahí. Desde que mis padres se separaron, el ambiente se había vuelto muy pesado a pesar de que solo éramos papá y yo.

Él estaba en el salón jugando videojuegos.

—Hola, mi gordito —me saludó sin mirarme.

Siempre me llamaba así, y si venía de su parte no me molestaba mucho, porque sabía que no lo decía con mala intención. Pero, como me encontraba con un humor horrible y me sentía demasiado mal, le contesté con brusquedad.

—No me digas así —gruñí.

—Es broma, hijito.

—Las bromas dejan de ser bromas cuando le molestan a alguien —repliqué.

Papá me miró con el ceño fruncido e ironizó:

—Veo que llegaste de buenas.

—Sí —contesté, cortante—. Déjame en paz.

Me encerré en mi cuarto, cerrando la puerta con todas mis fuerzas. Odiaba que me dijeran «gordo». Ya sabía que lo era, no había necesidad de recalcarlo.

Tenía diez años la primera vez que se burlaron de mí por mi cuerpo, y desde ese día no podía dejar de pensar en eso. Siempre fui mucho más grande que los niños de mi edad. En ese momento tenía doce años y medía casi un metro setenta, al mismo tiempo pesaba casi noventa kilos.

Me puse de pie frente al espejo. Lo que más odiaba en la vida era mi reflejo, y por eso tomé una decisión. Agarré una lata de pintura en aerosol y pinté todo el cristal de negro. Hice lo mismo con el espejo del baño. Mi idea era que de esa forma podía ignorar el hecho de que me aborrecía a mí mismo.

Al día siguiente, me quedé hasta tarde jugando básquetbol en la escuela con Ryan. Amaba mucho ese deporte y lo jugaba desde pequeño ya que a mi padre también le gustaba. Esa era una de las razones de mi gran estatura, además de la genética familiar.

—Eres bueno, el equipo de nuestra generación se pierde de ti —me dijo Ryan, agotado después de correr tanto.

Nos sentamos en el suelo en medio de la cancha de básquetbol para descansar.

—No se pierden de nada especial —repliqué, haciendo girar el balón entre mis dedos—. Ahora estoy un poco mareado.

—Es porque no hemos almorzado —repuso Ryan, sacando una bolsa de papas de su mochila—. ¿Quieres?

Lo miré en silencio. No sé qué pasó por mi cabeza en ese momento, pero una voz me dijo: «no lo hagas».

—No, gracias —respondí, forzando una sonrisa.

—¡Hola, Ryan! —Un chico rubio llegó junto a nosotros. El maldito Calvin—. Hola, gordito.

Respiré hondo y miré a un costado para ignorarlo.

—No seas así —le dijo Ryan, arrugando el entrecejo—. No es gracioso.

Calvin soltó una risita.

—Es una bromita —respondió, sentándose junto a mi amigo—. No sabía que tenías tantas pelotas de básquetbol, Ryan...

—¡No, Nash!

Esa fue la última vez que Calvin me molestó.

Me sacó por completo de mis casillas. Lo golpeé con todas mis fuerzas hasta que él quedó inconsciente y había un charco de sangre alrededor de su cuerpo. Ese día me llevaron a la comisaría después de que una ambulancia se llevara a Calvin, y confesé que no me importaba casi haberlo matado.

Ese día mi padre me buscó un psicólogo.

Ese día fue la última vez que comí en dos semanas seguidas.

𓍯 ࣪🔪 ᳝ ˑ ♡̷

Un año más tarde.

Pesaba cuarenta kilos pero, ¿a qué costo? Llevaba meses internado en un hospital y no podía salir de ahí hasta que pesara sesenta. Me costaba demasiado comer como para volver a subir veinte kilos de un tirón. Estaba cansado. Un montón de veces traté de acabar con mi vida, pero siempre me pillaban antes de lograrlo, así que dejé de intentarlo.

Ryan me iba a visitar todas las semanas. Me decía que Calvin no tenía el valor de mirarme a la cara porque se sentía culpable de haberme causado eso. Yo le decía que no importaba, que la única persona culpable era yo, solo yo.

El hermano pequeño de Calvin sí era simpático, Jesse, quien acompañaba a veces a Ryan a verme a pesar de que nunca hablamos tanto antes. Isaac, un chico rubio más menudito que todos nosotros, que era compañero de Jesse en la escuela, se les unía también.

Eran muy agradables, me hacían sentir bien.

—No creo que alguna vez pueda llevarme mal con la comida, es como el amor de mi vida —comentó Jesse un miércoles por la tarde—. Pero te entiendo, Nash... No, definitivamente no te entiendo, pero te apoyo...

Isaac le dio un codazo a Jesse, por lo que él se quedó en silencio.

—¿Dije algo malo? —susurró, preocupado.

—No, está bien. —Sonreí de una forma genuina y me acomodé en la cama para sentarme.

—¿Quieres que te acompañemos a comer? —preguntó Ryan.

—Sí —asentí con la cabeza—, por favor.

Con el tiempo me empecé a sentir mejor, todo gracias al apoyo que recibí. Bueno, también gracias a las sesiones con el psiquiatra, que era un tipo muy simpático y me recetaba unos antidepresivos que me relajaban y me ayudaban a no sobre pensar las cosas. Solo dormía, a veces me atacaban unos vacíos emocionales, pero no tan seguido. La nutricionista, que era una anciana muy amable, aunque muy amorosa para mi gusto, también me ayudó demasiado. Pero, según mi padre, mi abuelita y mis amigos, yo fui la persona que más me ayudó. Todo dependía de mí y mi capacidad de superar el problema.

Así fue como, poco antes de cumplir quince años, logré salir del hospital con el peso que se consideraba normal para mi edad y altura, más de uno ochenta en ese entonces.

Mi padre me abrazó con fuerza ese día, y se sintió bien, pues era como yo y le costaba demasiado expresar sus sentimientos ante las demás personas de buena forma. Esa vez me sentía tan feliz, que mi padre me llevó a comer helado y pude hacerlo sin remordimientos.

Seguí visitando a mi nutricionista, que me recomendó ejercitarme y tener una dieta que me hiciera sentir cómodo. Le hice caso de verdad, porque no quería volver a sufrir. Primero empecé comiendo cosas saludables y con el tiempo también incorporé grasas para convertirlas en músculo. Así fue como comencé a tomarme más en serio el básquetbol y a marcar mi cuerpo.

Claramente habían quedado huellas. Tenía estrías en las caderas y en la parte baja del abdomen. Además, en mis muñecas permanecían las cicatrices de las veces que intenté ponerle fin al sufrimiento. Fue por eso que le imploré a mi padre que me dejara tatuarme a pesar de mi temprana edad. Solo quería tapar el sufrimiento con algo que me gustara.

A los diecisiete podía decir que me sentía bien y estaba en mi momento de gloria. Era el capitán del equipo de básquetbol en la escuela, podía salir con cualquier chica que quisiera —aunque nunca lo hice, pues eso no me importaba—, mis amigos eran geniales, y mi padre y yo éramos completamente inseparables.

Pero lamentablemente nada dura para siempre.

Tenía dieciocho años y las cosas en mi vida estaban más tranquilas. Llevaba meses comiendo sin remordimientos y me sentía mejor. Tenía ganas de independizarme y dejar atrás la casa donde tanto había sufrido, aunque me doliera un poco dejar a mi padre con ello. Entonces, como llegó la oferta de ir a vivir con mis amigos, no dudé en tomarla. Después de todo, pasaba más tiempo ahí que en mi casa.

Calvin y yo, milagrosamente, nos llevábamos mejor a pesar de que éramos todo lo contrario. En ese momento me caía bien, no le tenía rencores. Pero jamás pensé que esa pequeña amistad iba a durar tan poco.

Mi abuela vivía en Midway, un pueblito en Georgia. Quería ir a visitarla por su cumpleaños porque nunca la veía, entonces partí hacia allá, solo. El viaje duró horas en el auto, y al día siguiente de su pequeña celebración me quedé en un hotel del centro de Roswell para descansar de tanto haber manejado.

Se había cortado la luz justo cuando quería ver un partido de básquetbol de mi equipo favorito, Los Angeles Lakers, en la televisión, tampoco tenía datos para verlo por mi celular, entonces salí a mi auto y encendí la radio para al menos escucharlo. Me quedé apoyado contra la puerta, hacía mucho calor como para estar dentro.

Me rasqué distraídamente la muñeca donde tenía una pulsera que me habían dado en el hotel para identificar mi tipo de servicio. Era una de esas pulseras que son de papel, pero un papel más duro que la mierda y costaba demasiado quitarlas.

Entonces, cuando alcé la mirada, lo vi. Usaba unos guantes gruesos, también tenía un traje extraño, como los que usan los médicos forenses, y una máscara negra le cubría el rostro. Su contextura era delgada, era alto y el cabello negro le caía a los lados de la cara.

Nunca me imaginé que esa persona acababa de poner fin a la vida del señor Knight.

Estaba de pie a unos cinco metros de mí, casi no podía percibir su figura, y estaba seguro de que esa persona tampoco podía verme del todo bien gracias a la oscuridad de la noche.

—¿Se te adelantó Halloween? —pregunté.

Ladeó un poco la cabeza y dio un paso hacia mi dirección. Fue pequeño, pero lo suficientemente largo como para que un haz de luz de la luna lo iluminara un poco. Vi las manchas de sangre en el traje blanco que usaba. Casi se me corta la respiración.

—¿Qué haces? —pregunté, viéndolo sacar un cuchillo ensangrentado de uno de sus bolsillos. Di un paso atrás, pero estaba la puerta de mi auto.

—Nada —contestó, su voz era muy diferente a lo que me imaginaba. Volvió a avanzar, pero tan poco que casi no lo noté—. No te haré daño... si no me delatas.

—¿Qué...? —murmuré.

—Mañana todos hablarán de que alguien murió en este hotel, y tú vas a olvidar que hablaste con su asesino, ¿sí?

Asesino...

No quiero tener que matar testigos —añadió.

—Juro que... no diré nada...

—No me mientas —siseó—. La patente de tu auto está en mi memoria ahora. No me demoraré en encontrarte.

Tragué saliva e intenté ocultar mi miedo.

—¿Por qué querrías dejarme vivir? —pregunté.

—Porque no creo que seas una mala persona —contestó.

Y se dio la vuelta, yéndose con el cuchillo ensangrentado goteando tras su figura. Suerte que tenía mis cosas en el auto, porque me fui de ahí inmediatamente, cagadísimo.

Llegué a casa y supe quién había sido la persona a la que asesinaron.

Las cosas se pusieron muy difíciles. Calvin nos pidió que lo ayudáramos a encontrar al asesino de su padre, pero como nadie quería meterse en esas cosas, él empleó las amenazas.

«Voy a hacer que pierdas tus estudios, Ryan»

«Te vas de mi casa, Isaac»

«Haré que termines en un internado, Jesse»

A mí no tenía con qué amenazarme, después de todo, sabía que yo tenía más poder que él. Pero me quedé igual, no por Calvin, sino por mis otros tres amigos. Ellos no tenían opción. Quería apoyarlos y estar con ellos si las cosas se ponían difíciles. Quería quedarme con Ryan, con Isaac y con Jess, igual como ellos lo hicieron conmigo cuando yo estaba muriendo en un hospital.

Después de que Calvin mató a Joshua Jones una noche después de la escuela, las cosas cambiaron mucho. Ese día yo también me volví parte de los que no tenían opción. Pese a que culpamos a otro hombre por la muerte de Joshua, Calvin me amenazó con mostrarme como cómplice ante la policía un día que discutí con él y estuve a punto de irme. Él tenía una grabación de las cámaras de la casa en la que yo arrastraba el cuerpo de ese chico por el patio.

De todas formas, poco tiempo después me convertí en un asesino. Y me di cuenta de que me provocaba satisfacción matar a las personas malas, a las personas que habían intentado dañar a los que me importaban.

¿Era posible acabar con la vida de cinco personas en menos de un mes? Pues sí, yo lo hice. El primero fue un hombre que trabajaba para Jones, el cual intentó matar a Isaac cuando él venía caminando de la escuela. Suerte que estuve cerca para él, mala suerte la de ese hombre, que terminó mutilado. El segundo y el tercero intentaron meterse con mi padre. El cuarto intentó matarme a mí y el quinto quiso matar a Jesse. No me molestaba limpiar el planeta de personas de mierda, aunque eso me convirtiera en una de ellas. Pero siempre he estado consciente de que nosotros teníamos la culpa de que ellos nos atacaran, o bueno, en realidad toda la culpa era de Calvin.

Con el tiempo la lista de personas a las que asesinaba iba creciendo. Quería llegar a Jakob, y para derribar al rey tenía que destruir a los peones primero, ¿no?

A la rubia la conocí solo un par de meses más tarde. De verdad que me caía mal, de verdad que no soportaba su maldito rostro perfecto. No sé cómo terminé volviéndome loco por ella, no entiendo qué fue lo que pasó, solo sé que me gustaba como nunca nadie me había gustado en toda mi vida.

Recuerdo lo que hablamos la primera vez en la que sentí que quería agarrarla, besarla con todas mis fuerzas y hacerla mía. Esa fue la noche en la que compartimos nuestras cosas mientras paseábamos junto al lago de la ciudad.

—Un mínimo error, y los que terminan muertos somos nosotros.

—Ese error no va a ocurrir. —Me mostró la estúpida sonrisa más linda que vi y me guiñó un ojo. Lo único que pude hacer ante eso, fue ponerme a gritar en mi cabeza.

Pero el error sí ocurrió. Lo supe cuando vi todas esas balas atravesando los vidrios de mi auto la noche de los bolos.

Todo se había ido a la mierda.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top