twenty seven.
BRIELLE MONROE.
Estaba demasiado furiosa. El dolor y la rabia se expandían por mi cuerpo como el mismo oxígeno que entraba por mi nariz. No podía creer lo que había pasado y me negaba a aceptar que Nash estaba muerto.
Calvin estacionó el auto afuera de la casa y me bajé, cerrando la puerta de un golpe y caminando hacia la entrada, murmurando un montón de cosas por lo bajo. Jesse, Isaac y Ryan estaban en la sala, inquietos. Al verme, me miraron con evidente confusión.
—¿Estás bien...? —preguntó Jesse.
—No —contesté en un tono más bajo de lo que esperaba.
Él se puso de pie y se me acercó.
—¿Qué pasa?
—Lo que pasa es que tu hermano es la peor persona que existe en este planeta, Jess —repliqué. Mi voz se quebraba, mis manos temblaban y las lágrimas resbalaban por mis mejillas—. Dejó a Nash. Lo dejó como si...
Calvin cruzó la puerta de la casa con el ceño fruncido, por lo visto bastante tenso.
—Bri... —intentó hablarme, pero antes le di un puñetazo en la cara con todas mis fuerzas.
Lo golpeé de nuevo y otra vez, empujando a Jesse, que intentaba alejarme de él. Pero Calvin se dejó, porque sabía que se lo merecía. Tenía ganas de matarlo a golpes por todo el dolor que estaba sintiendo por su culpa.
Isaac fue el que me agarró de los brazos y me alejó de Calvin, a quien miré con la vista nublada por las lágrimas. La nariz le sangraba y tenía un corte en la mejilla producto de mi anillo cortante. Pero no había muestras de dolor en su rostro.
—Tranquila —dijo Isaac, acariciando mi espalda—, cálmate y explícanos qué pasó.
Sin embargo, antes de que hablara, Ryan miró a Calvin con expresión seria.
—¿Qué pasó? —preguntó.
—Dejó que Nash... Pudimos ayudarlo —dije, tragando saliva con fuerza, intentando que mi voz sonara firme—. Pero él no quiso devolverse. Hubiésemos sido tres contra dos, pero lo dejó solo, como si no valiera nada.
—¿Qué? —Ryan miró a Calvin con sus ojos chispeando de furia—. ¿Es verdad?
—Si nos devolvíamos... —intentó justificarse.
—Si nos devolvíamos él estaría aquí, con nosotros, a salvo —lo interrumpí.
Hubo un silencio. Calvin se pasó las manos por debajo de la nariz para limpiarse la sangre.
—¿Qué hay del «nunca nos abandonamos»? —preguntó Isaac con el ceño fruncido—. Es una regla que tú mismo pusiste y fuiste el primero en romperla.
—Cállate, porque tú ni siquiera estuviste ahí —le espetó Calvin.
—Lo dice el que me obligó a irme —replicó Isaac con brusquedad—. Deja de contradecirte a ti mismo, idiota.
—Ellos son los menores, y los protegemos porque sabemos que Jakob quiere matarlos primero que a nosotros —añadió Ryan—. Porque te recuerdo que tú mataste a su hijo, Calvin. Lo mínimo que podrías hacer es hacerte cargo de la manera correcta y ayudarnos cuando nos metimos en un lío por tu culpa.
—¿¡Entonces para qué mierda aceptaron ayudarnos a Jesse y a mí a buscar al asesino de papá!? —preguntó Calvin elevando la voz.
—¡Porque nos amenazaste! —contestó Ryan con el mismo tono, y la voz se le quebró un poco—. ¡Nos amenazaste a todos!
—Y te recuerdo que a mí no me importa —le espetó Jesse—. No quiero saber quién fue.
—¿Qué? —Calvin pareció asombrarse mucho.
—No me importa que mi padre esté muerto —dijo Jesse.
Hubo un tenso silencio.
—Ya entiendo porqué nunca te quiso —respondió Calvin, mirando a su hermano con repugnancia.
—Y ya entiendo porqué eres una mierda —Jesse se le acercó un paso—, porque eres igual a él.
Calvin intentó abalanzarse sobre Jess para golpearlo, pero antes Ryan empujó al rubio por los hombros y lo alejó, pegándole un puñetazo. Me llevé las manos a la boca, porque nunca me hubiese imaginado a Ryan reaccionando de forma tan violenta.
—¡No puedes tener el descaro de enojarte! —le gritó—. ¡Dejaste morir a Nash!
Oír esas palabras en voz alta hizo que el alma se me cayera a los pies. Calvin se volvió a pasar el dorso de la mano por la nariz y se fue escaleras arriba, furioso. Oí el portazo que dio al llegar a su cuarto, y mucho más ruido, como si estuviese golpeando cosas en el piso de arriba.
Hubo un silencio. Ryan se pasó los nudillos por los ojos, al parecer también estaba llorando. Jess miraba el segundo piso con el ceño fruncido y Isaac tenía los ojos fijos en el suelo, un poco llorosos.
—Es mejor que suban —dijo Ryan, respirando con agitación—. Apagaré las luces de aquí y voy a guardar los autos.
Esa noche no dormí casi nada. No podía dejar de pensar en Nash, en los disparos, en todo lo que me había dicho en la tarde. Parecían recuerdos tan lejanos, siendo que habían pasado solo algunas horas. Solo hace un par de horas había llegado a mi casa con flores, nos habíamos besado bajo la lluvia en un parque, me había dicho que iríamos a pasar las fiestas de fin de año a California, y nunca pensé que eso jamás llegaría a pasar.
Nunca más estaría con Nash.
𓍯 ࣪🔪 ᳝ ˑ ♡̷
Me desperté alrededor de las siete de la mañana. Estuve dando vueltas en la cama de la habitación de invitados intentando dormir de nuevo, pero no pude, así que me levanté y me metí al baño. Dejé que el agua fría de la ducha me recorriera el cuerpo y se llevara consigo mis lágrimas, las cuales pronto se me acabaron, o al menos tenía esa sensación, porque llorar no iba a devolverme a Nash.
Me vestí y entonces escuché golpes en el piso de abajo. Me asusté. Dudaba que alguno de los chicos estuviera despierto tan temprano, así que me guardé la pistola en la pretina del pantalón y bajé las escaleras con cuidado. Me di cuenta de que los golpes venían de afuera, por lo que salí.
Pero no me encontré a alguien peligroso como pensaba. Solo era Isaac, que estaba sobre una patineta en el estacionamiento vacío de la casa. Suspiré con alivio y me acerqué a él con cuidado.
Se notaba que estaba enojado. Se deslizaba con rabia, estaba despeinado y tenía toda la camiseta mojada por la lluvia, tanto que se le apegaba al cuerpo. No se dio cuenta de mi presencia porque me daba la espalda. Quiso hacer un flip, pero cayó de pie tan fuerte sobre la patineta que esta se partió en dos. Di un respingo del susto cuando pateó una de las mitades, que fue a parar contra el tronco de un árbol.
—Maldita sea... —gruñó, dándose la vuelta.
Cuando me vio, sus expresiones faciales se relajaron. Bajó los hombros e inspiró una bocanada de aire.
—Oh... Hola, Bri. Creí..., creí que despertarías más tarde.
Me encogí de hombros.
—Tampoco dormí —contesté, y me sorprendió lo ronca que estaba mi voz.
Miré el suelo mojado por la tormenta del día anterior. Isaac se pasó las manos por el cabello y se acercó a mí.
—Lo siento mucho, Bri, de verdad. —Me envolvió en sus brazos con suavidad, y entonces sentí que me rompía.
Nash estaba muerto.
No fui consciente de cuánto tiempo estuve llorando en los brazos de Isaac, pero definitivamente era lo que necesitaba, un abrazo de verdad.
Él nos preparó unos vasos de café con leche y fuimos a dar un paseo por el bosque que rodeaba la casa.
—Siempre vengo aquí cuando quiero estar solo —me comentó mientras nos deteníamos junto a un tronco húmedo que se encontraba ubicado en el piso de forma horizontal—. Creo que nadie sabe de la existencia de este lugar.
Había comenzado a chispear un poco, pero no nos importó y nos sentamos sobre el tronco lleno de verde musgo. Me dolía la garganta de tanto haber llorado y seguramente tenía los ojos rojísimos.
—Bueno, Nash sabía —continuó, mirando el piso—. Siempre me venía a buscar aquí cuando yo desaparecía. Entonces me decía que yo era genial y que no debería enojarme por las cosas que decía Calvin de mí.
—¿Qué dice Calvin de ti? —pregunté.
—Cuando se enoja me dice que soy el más débil, que seguramente yo voy a arruinar todo, que voy a morir primero... —Suspiró prolongadamente. Presioné los ojos, pues ya estaba lo suficientemente enojada con Calvin como para matarlo con mis propias manos y Isaac solo le estaba echando leña al fuego que crecía en mi interior—. Lo siento, no debí mencionarlo...
—No importa. —Forcé una sonrisa—. Pero no tienes que hacerle caso a sus comentarios. Sabes que es un imbécil, y tú no. Eso debería ser suficiente para convencerte de que su opinión no cuenta ni un poquito.
Isaac sonrió. Nos quedamos en silencio por unos segundos. Le di un sorbo a mi café mientras oía el suave crujir de las hojas de los árboles con el viento y las gotas de lluvia repicando en el suelo.
—¿Querías a Nash? —no pude evitar preguntarle.
—Nash era como un hermano para mí, igual que Jess —contestó, dejando caer la cabeza en mi hombro—. Siempre lo apoyé y siempre me apoyó. Fue el único que supo que me gustaban los hombres y jamás me juzgó por eso.
Sonreí con tristeza. Casi podía escuchar a Nash decirle a Isaac:
«Me importa una mierda, sigues siendo mi amigo igual»
—Antes me llamaba «rubio» —dijo—. Hasta que llegaste tú. Supongo que dejé de ser el rubio más importante en su vida. —Solté una risita por lo bajo—. No, es cierto. Estaba pendiente de ti, al principio pensaba que solo le caías mal y que quería observarte de cerca para planear tu muerte, hasta que me di cuenta de que le gustabas porque estaba celoso de que Jess te coqueteara tanto... Lo siento, de nuevo.
Se incorporó para pasar un brazo por mis hombros al ver que de nuevo se me llenaban los ojos de lágrimas.
—No importa —contesté, negando con la cabeza—. Tampoco es como que quiera olvidarlo para siempre. Pero me da rabia, porque pude haber pasado mucho más tiempo con él antes de que esto pasara, pero no lo aproveché. No pude... no pude demostrarle cuánto lo quería.
Isaac me dio un beso en la frente.
—Estoy seguro de que lo sabía. Y también estoy seguro de que él también te quería.
Lo abracé con fuerza por el cuello, apoyando la mejilla en su hombro. Él también me abrazó. Estábamos ya empapados por la lluvia, pero no tenía nada de frío. Ese abrazo era muy caluroso.
—Ojalá pudiéramos saber cuándo será la última vez que veremos a alguien —murmuró él, acariciando mi cabello—. Así podríamos estar preparados para el golpe, podríamos alcanzar a construir una fortaleza que nos ayude a llevar las cosas mejor. Podríamos pasar más tiempo con esa persona que ya no va a estar y demostrar mejor las cosas... —Se quedó en silencio.
Hubo una pausa.
—Te quiero, Isaac —susurré.
—También te quiero, Bri. —Hizo una pausa—. Y creo que deberíamos volver a la casa si no queremos agarrar una neumonía.
—Tienes razón. —Solté una risita mientras me ponía de pie, secándome las lágrimas de las mejillas.
Caminamos en silencio por el sendero mojado hasta llegar a la casa. Ahora había un auto blanco aparcado en el estacionamiento. Al verlo, Isaac abrió la boca con asombro y corrió dentro de la casa.
En el salón, Jesse estaba acostado en un sofá con la cabeza en las piernas de una mujer de cabello negro y corto que le caía a ambos lados de la cara. Sus ojos castaños me miraron con confusión, pero luego centró su atención en Isaac y sonrió abiertamente.
—¡Mi niño! —exclamó—. ¿Cómo estás?
Él la abrazó con fuerza, sonriendo. Jesse se levantó y me acercó a la mujer.
—Ella es Brielle, mamá —me presentó—. Es una amiga.
—Hola —saludé con un poco de timidez.
—Hola, cariño —me saludó ella, poniéndose de pie y dándome un beso en la mejilla.
La verdad me imaginaba que ella era más pesada. Me sorprendió mucho que fuera tan cariñosa, y también me asombró que se viera muy saludable, feliz, como si la muerte de su marido no significara nada para ella.
—¿Eres nueva por aquí? —me preguntó.
—Hum, sí —contesté, forzando una sonrisa—. Vengo de Roswell. Me mudé hace un par de meses.
—¿Y cómo conociste a los niños?
—Larga historia —se apresuró a aclarar Jesse antes de que yo abriera la boca para contestar:
Me secuestraron mi primer día, pero todo bien.
—Bueno, vine porque me enteré de lo que pasó —dijo ella, mirando a los chicos con tristeza—. Roy me lo contó... No puedo creer que Nash... Dios mío, era tan joven, ¿qué fue lo que le pasó?
Las sonrisas se borraron del rostro de los chicos. Tragué saliva y me rasqué la nariz en un gesto de incomodidad, pues no quería volver a llorar frente a ellos.
—¿Podemos no hablar de eso, mamá? —preguntó Jess con voz cansada.
—Oh, claro, claro —afirmó ella de inmediato—. Lo lamento.
Ese día la madre de los chicos se quedó con nosotros. Yo no tenía ganas de volver a casa y aguantar todas las preguntas de mamá, Leo y Leandro, así que volví a quedarme ahí.
—Jess me había hablado mucho de ti —me comentó la señora Knight mientras se ponía un cigarro entre los labios y tomaba un encendedor.
Nos encontrábamos sentadas juntas en el balcón del segundo piso de la casa. La lluvia seguía cayendo, pero estábamos cubiertas por el techo. Los chicos ya se habían ido a dormir.
—¿De... verdad? —pregunté con confusión.
—Sí —contestó, expulsando el humo del cigarro hacia arriba—. Me dijo que eras muy bonita, pero no pensé que tanto. Te lo digo, eres preciosa.
—Gracias. —Sonreí, sintiendo mis mejillas arder un poco.
—¿Por qué te mudaste aquí? —preguntó.
—Mamá se casó con Leo Leggio, no sé si lo conoce —contesté, jugando distraídamente con mi cabello.
—¿De verdad? —inquirió con asombro—. Al fin.
—¿Qué cosa?
—Lo conozco hace tiempo, supongo que es la ventaja de que este pueblo sea pequeño —me explicó—. Desde que su anterior esposa murió de cáncer, entró en depresión y se negaba en conocer a alguien más. Qué bueno que tu madre lo salvó de eso.
—No sabía —musité.
—Ahora lo sabes —respondió—. ¿Te enteraste de lo que ocurrió con el policía que investigaba la muerte de Gregory?
Asentí con la cabeza, desviando la vista hacia un costado.
—Esto es tan extraño —comentó en voz baja—. Yo digo que mejor dejen de buscar. Ya ha pasado un año y ni dan con el asesino. Todos los policías que han estado en cabeza han salido perjudicados de alguna forma, y cada vez se pone más peligroso.
—¿Usted... no quiere justicia? —inquirí con cierto asombro.
—La justicia en este país es una mierda, cariño. Si atrapan al asesino, ¿qué le van a hacer? —preguntó, relamiendo sus labios mientras expulsaba el humo hacia arriba—. Seguramente le ponen cadena perpetua, pero luego lo sueltan a los diez años por buena conducta. —Rodó los ojos—. Y si te soy sincera, linda, tampoco es como que me importe mucho la muerte de Gregory.
Ladeé la cabeza con confusión. Ella sonrió mientras le daba una calada al cigarro y miraba los árboles del bosque.
—La policía es estúpida e investigan a puros hombres, ¿te das cuenta? —comentó—. ¿Quién dijo que una mujer no podía matar?
Abrí los ojos con asombro. Me pareció ver un brillo en sus ojos, y entonces mi cabeza caviló por un montón de cosas en un solo segundo.
¿Y si ella...?
—He oído que él era un... —aventuré, pero me interrumpió.
—¿Violador, machista, racista, sexista? —preguntó—. Sí. Lástima que cuando me di cuenta de cómo era de verdad, ya había caído en sus garras. Pero el karma es una perra, ¿no?
Sonreí levemente.
—El karma es una perra —repetí en voz baja, asintiendo.
Ella me miró y sonrió.
—Me caes bien, cariño. Es muy agradable hablar contigo —me dijo—. Pero te ves cansada, ¿te sientes mal?
—Sí, no he dormido bien después de... —Negué con la cabeza y me puse de pie—. Mejor iré a descansar. También es agradable hablar con usted, señora.
—Por favor, tutéame. Y dime Vanessa, no señora.
—Lo siento... Buenas noches, Nessa. —Le guiñé un ojo mientras entraba a la casa.
Ella soltó una risita, dejando caer las cenizas del cigarro en una botella de bebida. Cuando doblé el pasillo que llevaba al cuarto de invitados, vi a Calvin apoyado contra la pared, al parecer estaba esperando.
—Bri...
—No me hables, Calvin —dije, caminando rápidamente hacia la puerta de la habitación—. Te lo digo por tu puto bien.
—Por favor, Bri. —Me agarró de la muñeca, pero le di un manotazo para que me soltara.
Entonces le cerré la puerta en la cara con todas mis fuerzas, guardando en mi interior lo que sospechaba, pues no quería decirlo.
Calvin, creo que tu madre mató a tu padre.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top