twelve.
BRIELLE MONROE.
La siguiente semana había transcurrido con mucha normalidad. No hubo drama, ni peleas, ni citas, y tampoco encuentros no deseados con gente extraña. Diría que me aburrí, pero mentiría, porque igual estuve ocupada haciendo maquetas para la universidad, cosa que me gustaba.
Mamá y Leo habían llegado de su luna de miel, bronceados y contentos, con un montón de anécdotas. Era como si se hubiesen olvidado por completo de que casi mueren al inicio del viaje, aunque, pensándolo bien, era mejor dejar esas cosas malas atrás.
Antes de que me diera cuenta, ya había llegado el viernes y estaba sentada en el fondo del salón durante la última clase de ese día: matemáticas.
Nash, que se sentaba a mi lado, me tenía enferma de los nervios. Tamborileaba con los dedos sobre la mesa, golpeaba mi silla con el pie a cada rato y jugaba con un lápiz, haciéndolo girar entre sus dedos. Eso sólo hacía que la ansiedad de que la clase terminara pronto me comiera por dentro.
—¡¿Quieres dejar de creerte baterista?! —le espeté cuando perdí la paciencia, susurrando para que la clase siguiera en sus cosas y en un intento de no llamar la atención del profesor.
—En realidad soy guitarrista —contestó él en voz baja, sin mirarme.
Rodé los ojos y estuve cerca de darle un puñetazo en el muslo con la intención de que dejara de patear mi silla, pero antes me agarró de la muñeca con fuerza. El dolor me hizo presionar los labios.
—Córtate las manos, rubia —susurró, dejando mi brazo de golpe sobre la mesa.
Resoplé con fuerza y escuché una pequeña risa de su parte cuando moví mi silla hacia un lado, queriendo apartarme de él.
Puse toda mi atención en la clase aprovechando que el insoportable se quedó quieto y callado. Sin embargo, diez minutos más tarde me distrajo el sonido de su celular. Nash se lo sacó del bolsillo, leyó el mensaje que le había llegado y me miró.
—¿Tienes planes mañana? —preguntó.
No pude evitar sorprenderme. Tampoco sé por qué sentí mis mejillas arder.
—¿Uh?
—¿Estás sordita? —Sonrió levemente, al parecer había notado el rubor en mi cara.
—Pienso dormir todo el día —contesté, volviendo a mirar al frente.
O pensaba salir a dar una vuelta con Leandro. Tampoco era como que le iba a responder bien a Nash.
—No me importa —repuso.
—Nash, lo de ahorcarte ya no me parece un chiste.
—¿Quieres ir a jugar bolos? —preguntó.
—¿Bolos?
—Con los otros cuatro infantes —contestó.
—¿Infantes? Tienen casi tu misma edad.
—Soy el mayor —contestó—. Pero ese no es el punto. ¿Vas o no?
—¿Tú vas? —inquirí.
—Sí.
Tocaron el timbre, así que me puse de pie rápidamente, cerrando mi libro de matemáticas.
—Entonces no —contesté.
—Genial, tampoco tenía ganas de verte la cara y arruinarme el fin de semana —repuso.
Lo ignoré mientras guardaba mis cosas y me colgaba el bolso al hombro. Él observaba cada uno de mis movimientos.
—¿Sabes? Si te voy a arruinar el fin de semana, la idea no me parece mala —murmuré, fingiendo estar pensativa—. Te veo en los bolos.
—Te veo en los bolos, rubia —contestó, sonriendo con sarcasmo.
𓍯 ࣪🔪 ᳝ ˑ ♡̷
El sábado amaneció bastante caluroso como para tratarse de Carmel. Era el primer día no extremadamente frío que vivía en ese pueblo. Cuando desperté, el sol se colaba por las cortinas de mi cuarto, iluminando justamente un baúl que había junto a mi librero.
Estiré un brazo y agarré mi celular del velador. Lo desbloqueé y vi un mensaje de un número desconocido. Pero, después de ver la foto de perfil, donde un chico de cabello castaño y ojos azules estaba con un cigarro entre los labios, comprobé que era de Jesse.
⌨︎
Desconocido:
Hola, preciosa. Aquí está la
ubi. Nos vemos a las siete,
pero si no tienes cómo llegar
dime y te paso a buscar.
Cuídate en el camino ;)
⌨︎
Dejé el celular de vuelta en la mesa y me levanté.
En la tarde, después de pasar casi todo el día en la piscina con mi hermanastro, me duché y cambié ropa. Me puse una minifalda tableada negra y un suéter color rojo escarlata. Algo lindo y cómodo al mismo tiempo. Aunque, como nunca había ido a jugar bolos, no sabía si estaba vestida de una forma adecuada.
—¿Vas a salir, cariño? —preguntó mi padrastro, cuando aparecí en la cocina en busca de un poco de agua.
—Sí —afirmé, sonriendo mientras le daba un sorbo a mi vaso—. Iré a jugar con unos... amigos. ¿Me puedes prestar un auto?
—Toma el que quieras. —Leo se encogió de hombros—. Pásala bien.
—Gracias —contesté, sonriéndole ampliamente y yendo en busca del precioso Ferrari rojo.
No me demoré mucho más de cinco minutos en llegar al lugar, que se encontraba en el centro del pueblo, rodeado de un montón de comercios más, por lo que las calles se encontraban un poco abarrotadas. Dejé el auto aparcado cerca de la entrada y me distraje al oír que el cielo emitía un trueno. Esa noche gritaba lluvia desquiciada.
Entré al local y tardé un poco en acostumbrarme a las luces fluorescentes que cambiaban constantemente entre el color rojo, azul y verde. Había unas mesas ubicadas junto a una larga barra y miré alrededor, un tanto desorientada, en busca de ese grupo compuesto por cinco chicos.
Me sobresalté al sentir unas manos posándose de golpe en mis hombros.
—¡Hola! —me saludó Isaac con energía—. Pensé que no ibas a venir, Bri.
—Yo también lo pensé —contesté en voz baja.
—¿Cómo has estado? Hace días que no te veo —preguntó, pasando un brazo por sobre mis hombros—. Ven, te llevo a nuestra mesa.
—Humm... Creo que bien —repuse, sonriendo—. ¿Y tú?
—También —contestó.
Llegamos a la mesa. Los chicos estaban sentados alrededor de un montón de comida rápida. Me preguntaba cómo eran capaces de comer tanto y tener un cuerpo atlético al mismo tiempo. Tal vez era parte de sus dietas para crear músculo.
Antes de que pudiera abrir la boca para saludar, Calvin arrastró su silla hacia atrás y se puso de pie, pasando por mi lado, no sin antes golpearme con el codo en el brazo.
Solté un gemido de dolor, acariciando la zona que el rubio acababa de golpear. ¿Qué le había hecho?
—¿Qué te dije? —le susurró Nash a Ryan.
—¡Hola! —me saludó Jesse, pareciendo más encantado con mi presencia de lo normal—. Creí que no vendrías.
—Ya me lo han dicho —contesté, mirando con el ceño fruncido el lugar a donde se había ido Calvin—. ¿Qué le pasa?
—Lo que pasa es que no sabe controlarse —respondió Nash con expresión de enfado.
—No le hagas caso —respondió Ryan, sonriéndome.
Asentí con la cabeza y tomé asiento en el espacio que había dejado Calvin, junto a Nash, que seguía mirando a la lejanía con el ceño fruncido.
—¿Quieres limonada? —me preguntó él, enseñándome su vaso. Asentí con la cabeza—. Compra.
—¿Puedes dejar de hacer eso? —pregunté. Nash dejó escapar una pequeña risa y me entregó el vaso. Sorprendida, lo recibí—. Gracias, ¿cuánto veneno le pusiste?
—Lo necesario para que mueras lentamente —contestó.
Sonreí y le di un gran sorbo.
—¿Quieres ir a jugar? —me preguntó Jesse.
—Sí, sí —respondí.
Sin embargo, Ryan fue el que se dio el tiempo de enseñarme, porque Jesse se estresó. Ya que nunca antes había jugado a los bolos, tuvieron que ayudarme a entender qué era lo que había que hacer. No tenía mucha lógica, simplemente había que botar todos los palitroques con el enorme bolo que estaba en mis manos y probablemente pesaba más que yo. Ignorando la cantidad de intentos fallidos que tuve en un principio, me salió excelentemente bien.
Calvin había vuelto a la mesa apenas me levanté, y había estado mirándome todo el rato con el ceño fruncido mientras yo me reía con Ryan. Por alguna razón me odiaba, lo podía notar en su mirada, y necesitaba saber el por qué.
—Ya, de verdad, ¿qué le pasa? —le pregunté por lo bajo a Ryan cuando no pude contenerme más.
—¿Al fideos? —inquirió. Asentí con la cabeza—. Digamos que hoy no está de buen humor.
—¿Alguna vez ha estado de buen humor? —pregunté con sarcasmo.
—Es que... Ya, está enojado contigo —soltó por fin.
—¿Qué hice de malo? —pregunté con indignación mientras agarraba una bola roja con ambas manos.
—Cree que mientes —contestó Isaac a mis espaldas.
—¿Mentir sobre qué? —Me di la vuelta para mirarlo.
—Sobre lo que le hizo el señor Knight a tu amiga —respondió él, haciendo una mueca—. Cree que estás loca.
—Loca su mami —repliqué—. ¿Ustedes le contaron ahora?
—Teníamos miedo —contestó Isaac, lanzando una bola directo a los palitroques, que fueron todos derribados—. Le contamos hoy y su reacción no fue muy buena.
—Con decirte que ya no tenemos puerta en el sótano —añadió Ryan por lo bajo.
—No quería que vinieras, pero lo obligamos a aceptarte —dijo Isaac, encogiéndose de hombros—. Eres la única valiente como para plantarle cara de verdad.
—Por Dios, qué intenso es —dije entre dientes, rodando los ojos.
—Lo que pasa es que tiene problemas de ira —repuso el rubio—. A veces le dan por un par de minutos, pero el resto del día está de muy mal humor igual.
—Pero ¿de verdad se enoja por lo que les conté sobre su padre? —pregunté.
Los chicos asintieron. Miré la mesa donde solo estaba sentado Calvin y dejé la bola que había tomado en su lugar.
—¿Qué vas a hacer? —Nash, que había permanecido silencioso hasta el momento, me bloqueó el paso con su cuerpo.
—Hacer que se enoje con ganas —contesté—. ¿Te apartas?
—No —replicó Nash—. Luego nosotros somos lo que...
—Guau... —murmuré, interrumpiéndolo—. Me sorprendes, carita de culo, no pensé que podías tenerle tanto miedo a Calvin. Estoy algo decepcionada...
—Cállate —me interrumpió él esta vez, inclinándose un poco a mi altura—. No vuelvas a insinuar que soy un cobarde, Brielle.
Me encogí de hombros, sonriéndole con dulzura fingida, y pasé por su lado para acercarme a la mesa, sentándome frente a Calvin.
—Nunca había jugado a esto, es divertido —le comenté, acomodándome el cabello detrás de los hombros.
—Súper —contestó Calvin, aunque evidentemente con ironía.
Fingí mirar alrededor con curiosidad y me quedé viendo cómo Isaac y Jesse peleaban por una bola azul. Me serví un poco de bebida en un vaso y le di un sorbo.
—Debe ser igual de divertido que mentir —soltó Calvin.
—Ya me decía que te estabas tardando —repuse, ocultando una sonrisa de satisfacción y apoyando la espalda en el respaldo de mi butaca—. Vamos, suelta lo que quieras decir.
—¿Cómo te atreves a inventar una mentira tan grande para difamar a mi padre? —preguntó con brusquedad, bajando la voz e inclinando un poco el cuerpo hacia delante para que nadie más lo oyera—. ¿Necesitas atención acaso?
—Primera etapa: negación —dije con calma, cruzando los brazos sobre mi pecho.
—Mi padre no es un violador.
—Creer eso refleja tu ignorancia.
—¡Mi padre era un gran hombre! —estalló, gritando, y llamando la atención de las personas que estaban en el lugar.
—Tu padre era un violador, Calvin —contesté, saboreando cada sílaba que salía de mi boca. Casi podía ver los hilos de humo saliendo de sus orejas.
—No.
—Sí —afirmé—. Deberías aprender a aceptar las cosas como son, aunque la verdad duela.
Calvin parecía un volcán a punto de hacer erupción. Me levanté de la mesa con lentitud.
—Me voy —dije, volviendo a mirar a los chicos. Ellos estaban en completo silencio, mirándose entre ellos.
—No te vayas —suplicó Jesse, acercándose rápidamente. Se veía bastante nervioso.
—Me voy, tengo cosas que hacer —mentí, con mis ojos fijos en los de Calvin, que echaban chispas—. Además, no quiero contagiarme con el mal humor de cierta persona. Adiós.
Me alejé del lugar, encaminándome hacia la salida. Pero antes de cruzar la puerta, Ryan me detuvo al agarrarme de la muñeca.
—Espera, quería darte esto. —Me entregó una caja negra con un listón rojo—. Es un regalo. Cada uno de nosotros tiene la suya distintiva. No lo abras aquí. Cuídate.
Asentí con la cabeza y le sonreí.
—Gracias, doctorcito.
Salí del local y me acerqué al auto para subirme. Ahí desenvolví cuidadosamente el regalo, tirando del listón.
Me asombré al ver que dentro había una pistola roja, bastante brillante. La tomé con cuidado. Pesaba, era real, incluso venía con un cartucho lleno de balas. Abrí la boca mientras la observaba, encantada. Me pregunté cómo es que Ryan eligió el color tan acertadamente, porque el rojo era mi favorito. Había una pequeña tarjetita blanca, cuyas palabras me hicieron reír.
«Las hadas me lo dieron para que pudiera matar, pero solo en emergencias»
Me permití admirar el obsequio durante unos segundos más, hasta que decidí irme pronto a casa. Conecté mi celular a la radio y puse mi playlist favorita, por lo que Cola de Lana del Rey comenzó a sonar en los parlantes.
Me sumergía en la oscura carretera cuando algo me inquietó.
—Come on, baby, let's ride. We can scape to the great sunshine... —Una voz gruesa cantaba en el asiento trasero y una respiración caliente chocaba contra mi nuca.
Detuve el auto en seco y giré la cabeza, pero entonces sentí un tacto frío en el cuello. Una pistola me apuntaba a la altura de la tráquea, sostenida por un chico con un pasamontañas.
—Hola, preciosa... Guau, de verdad eres más linda de lo que esperaba. —Sus ojos azules me miraban de una forma fría a través de los orificios de la tela que le cubría el rostro.
—¿Quién eres? —pregunté con brusquedad, respirando agitadamente.
—Te daré una pista. Mi apellido es Jones, y es un verdadero placer conocerte.
¿Qué ha pasado? ¿Será Jakob el encapuchado? ¿Será su hijo? ¿Será su hermano? ¿Será alguien que se apellida Jones pero no tiene nada que ver con él? ¿Qué le hará a Brielle? ¿Qué le hará Brielle? Averígüelo en el proximo episodio.
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