thirty two.

BRIELLE MONROE.

Ojalá pudiéramos saber cuándo será la última vez que veremos a alguien. Así podríamos estar preparados para el golpe, podríamos alcanzar a construir una fortaleza que nos ayude a llevar las cosas mejor. Podríamos pasar más tiempo con esa persona que ya no va a estar y demostrar mejor las cosas.

Esas palabras que me había dicho Isaac meses atrás no dejaban de rondar por mi cabeza. Con él disfruté, lo abracé todo lo que pude en los últimos días, pero nada de eso me estaba ayudando a llevar mejor las cosas. Lo quería demasiado, pues era como un hermano para mí.

Jesse y yo, manchados de sangre, miramos por la ventana cómo los policías dejaban a los chicos en la entrada del jardín y les encajaban nuevamente las pulseras y las tobilleras del arresto. Los uniformados se fueron. Suerte que no los dejaron en la puerta de la casa.

Ryan corrió hacia dentro y se quedó helado al vernos.

—Mierda... —susurró, pasándose las manos por la cabeza—. Mierda, Isaac...

—Hay que ayudarlo —dijo Jesse temblorosamente, acercándose a él con las palmas juntas—. Tienes que hacer algo, Ryan.

—No... No hay nada que...

—¡Claro que tiene que haber algo que hacer! —lo interrumpió Jesse, sollozando—. No puede morir, Ryan, no puede irse...

—¿Qué mierda? —Al cruzar la puerta, Calvin se quedó con la boca abierta—. ¿Qué mierda pasó aquí?

Jesse se cubrió la cara con las manos y comenzó a llorar desconsoladamente. Eso no me ayudó nada. Si yo me sentía horrible y creía que la presión en mi pecho iba a durar toda mi vida, él debía sentirse miles de veces peor. Ryan tomó aire y fue a abrazarlo.

—Joder —susurró Calvin—. Mierda, Isaac...

No podían creerlo, estaba segura de eso. Y por una parte, yo tampoco.

Las lágrimas resbalaban por mis mejillas mientras jalaba una de las cortinas de la casa y cubría el cuerpo de Isaac con delicadeza. Su cadáver ahí, frente a mí, solo hacía que me sintiera mucho más mal de lo que ya me sentía.

Tenía la esperanza de que Isaac se iba a levantar, me iba a sonreír y se iba a ofrecer a prepararme un café con leche, como lo había hecho todos los días que estuvimos encerrados ahí. Quería que se levantara y me llevara arrastrando al sótano para volver a cantar como lo estábamos haciendo hace menos de una hora.

Pero la verdad dolía. Y la primera etapa siempre, pero siempre, era la negación.

Calvin me ayudó a limpiar el desastre que había provocado al matar a Jakob mientras que Ryan se llevaba a Jesse en un intento de calmarlo y curar las heridas de su rostro. El piso lleno de sangre pronto volvió a ser ese mármol grisáceo, tan brillante como lo era hace algunas horas, como si no hubiese pasado nada ahí. Preparamos una fogata en el espacio del bosque que sí podíamos pisar, debido al radio de alejamiento de las bandas del arresto, y lanzamos su asqueroso cuerpo a las llamas.

—¿Tú lo hiciste? —me preguntó Calvin.

Me quité la blusa y la falda para lanzarlas al fuego. Él no se molestó en disimular la forma en la que miró mi cuerpo en ropa interior de arriba hacia abajo.

—Sí —contesté en voz baja—. Se lo merecía.

Calvin me entregó una toalla con la que me cubrí un poco.

—Deberías ducharte.

—No, fíjate que me iba a quedar así hasta la otra semana —ironicé, dándome la vuelta para volver a la casa—. Solo haz algo bien y ocúpate de que ese idiota se queme.

Esa noche no dormí absolutamente nada. Deseaba despertar a la mañana siguiente y ver a través de la ventana cómo Isaac aprendía nuevos trucos en su patineta, ir a pasear en el bosque con él y reírnos de algo sin ningún tipo de sentido. Ya lo extrañaba y me dolía mucho.

Y eso solo había empeorado todo. Los recuerdos de Nash también invadieron mi mente. Creía que ya lo había superado, pero me equivoqué completamente. Lo único que quería era desaparecer o dejar de sentir dolor. Había matado a Jakob con mis propias manos, había tomado venganza por mi cuenta, pero eso no me iba a traer de vuelta a ninguno. Ni a Isaac, ni a Nashie.

A la mañana siguiente hice un esfuerzo por levantarme y ducharme. Quería dejarme desfallecer mientras el agua hirviendo se deslizaba por mi cuerpo. La noche anterior había estado tan feliz con Isaac, nos habíamos divertido mucho y todo cambió tan drásticamente, que aún costaba creerlo.

Me vestí con ropa que me prestó Ryan y salí del cuarto de invitados —aunque ya parecía mi cuarto de verdad—, para ir a la habitación de Jesse. Necesitaba verlo y saber que estaba bien.

Toqué la puerta, me dijo que pasara y lo vi sentado en el marco de la ventana, fumando un cigarro mientras miraba el cielo nublado con sus ojos azules humedecidos. Era evidente que también acababa de salir de la ducha porque solo vestía unos pantalones grises, tenía el cabello mojado, despeinado, y su torso desnudo con gotas de agua.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, acercándome a él. Me sorprendió mi propia voz, tan débil y baja.

—Ojalá pudiera no sentir —contestó.

Me quedé en silencio, observándolo. El viento helado le agitaba un poco el cabello. Tenía los ojos más enrojecidos que de costumbre, la cara con las huellas de los golpes de la noche anterior y unas ojeras casi violetas. Claramente tampoco había podido dormir.

—Lo quería tanto —susurró—. Siempre fue la única persona que estuvo para mí en los momentos más horribles. Salvó mi vida más de dos veces. Él era el que me ayudaba cuando los ataques de pánico me atormentaban, era el que más se preocupaba por mí. Y me da rabia porque yo debí haber muerto, no él. No sabes cuánto deseo estar en su lugar, o haberme dado cuenta de que ese hijo de puta iba a dispararle, porque yo me hubiese cruzado. Me hubiese puesto la puta pistola en la cabeza por él... Maldita sea.

Se puso de pie, pasándose las manos por los ojos para secarse las lágrimas.

—Tal vez ahora está en un mejor lugar, Jess —dije en voz baja—. Él era muy bueno para este mundo.

—Lo sé —dijo, asintiendo con la cabeza—. Ya no sufrirá más. Y eso me calma, porque odiaba verlo pasar por todas las cosas que pasaba.

Asentí con la cabeza, quitándome las lágrimas del rostro con los dedos.

—¿Qué haremos con su cuerpo? —pregunté.

Jesse se pasó la muñeca por la nariz antes de responder.

—Siempre decía que le gustaría ser incinerado —contestó—. Y que lanzáramos las cenizas al lago. Pero, aquí encerrados, dudo que podamos.

—Mierda... —resoplé—. Y si los policías vienen y ven que...

—No pienses en eso, por favor —me interrumpió.

—Lo siento —murmuré.

—Quiero olvidar esto —dijo Jesse.

—Yo también. Desearía hacerlo —contesté.

Apoyé las manos en el marco de la ventana, mirando el cielo gris. Podía sentir los ojos de Jesse sobre mí. Nos quedamos un rato así, en silencio. Él le dio una calada al cigarro y expulsó el humo hacia arriba. Lo miré y seguía con sus orbes azules clavados en mí.

—Eres hermosa, Brielle —murmuró—. Pero eres como los demonios de esas leyendas raras. Aparentas ser un angelito, pero resultas ser todo lo contrario.

Ladeé la cabeza con confusión.

—¿Debería tomarme eso como...?

—Como nada. Solamente era una observación —aclaró, encogiéndose de hombros—. Nunca olvidaré cómo fue verte matar a Jakob.

—Nunca olvidaré cómo fue matarlo —respondí, volviendo a mirar el cielo.

Jesse sonrió levemente antes de agarrarme de la cintura y apegarme contra él para abrazarme. Me presionó entre sus brazos con tanta fuerza que apenas pude corresponderle.

—Te quiero —dijo.

—También te quiero —respondí, apoyando la mejilla en su pecho desnudo.

—No mientas, preciosa.

—Es cierto, te quiero.

—Pero no de la forma en que yo lo hago.

No respondí, porque percibí un golpeteo en el piso y me distrajo. Miré el suelo y me di cuenta de que la banda de metal que antes rodeaba mi muñeca estaba ahí tirada.

—Mira, Jess.

—¿Uh? —preguntó él, agachando la cabeza para verificar—. ¡Woah! Pero...

Agitó el brazo donde él tenía la banda de metal. Esta saltó por los aires hasta golpearme en el ojo.

—¡Au! —exclamé.

—Mierda, lo siento.

—No importa, está bien.

—Tenemos que decirle a... —Se quedó en silencio, la sonrisa se le borró del rostro y su mirada se oscureció en menos de un segundo—. A Ryan.

Pero no fue necesario ir a buscarlo. Ryan cruzó la puerta en ese mismo instante.

—¿A ustedes también se les desactivó la pulsera? —preguntó.

—Así es —respondí.

—¿Cómo que se les soltó la pulsera? —Calvin, que pasaba por fuera de la habitación con una taza de café, se quedó mirándonos con confusión.

—Se soltaron —contestó Ryan, enseñándole el aparato de metal, ahora descansando en la palma de su mano—. ¿Qué hay de tu tobillera?

—Sigue apretándome tanto que duele —contestó Calvin, frunciendo el ceño—. No entiendo.

—Tal vez nos liberaron, ¿no? —Jesse me miró con cierto entusiasmo.

—Supongo —asumí, encogiéndome de hombros.

—Esto no tiene sentido —dijo Calvin, profundamente confundido—. Los policías no mencionaron nada sobre que los soltarían.

—Bueno, al parecer se levantaron de buen humor —dije.

Como no había ninguna explicación para el hecho de que nos hubieran soltado —excepto a Calvin—, nadie dijo nada. Tal vez se trataba de una falla en el sistema de los policías y no se habían dado cuenta de que nos habían liberado.

Entonces, al día siguiente, hicimos el funeral de Isaac. Tal como él lo hubiese querido. Solo éramos Ryan, Jesse y yo, encapuchados, frente al lago del pueblo, viendo cómo las cenizas de nuestro amigo eran arrastradas por el agua.

En ese momento, mientras abrazaba a Ryan, comprendí que Isaac siempre iba a ser alguien importante en mi vida. Él, en mi corazón, iba a vivir por siempre.

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Esa misma tarde volví a casa con los ojos hinchados por culpa de haber llorado tanto. Quería estar con mi madre. Necesitaba un abrazo de ella, así que aproveché el hecho de que la pulsera me había soltado para volver. Los chicos me avisarían de inmediato si los policías hacían acto de presencia.

Toqué el timbre. Mamá me abrió la puerta y al verla rompí a llorar.

—Mi amor, ¿qué pasa? —susurró, tomando mi cara entre sus manos y cerrando la puerta con el pie.

—Isaac... Isaac murió, mamá.

Ella me miró en silencio, no podía entender la expresión que había en su rostro. Me aferré a su cintura, apoyando mi mejilla en su pecho. Pude escuchar su corazón latiendo con fuerza.

—Elle, cariño, tal vez no sea para nada un buen momento, pero... —balbuceó ella—. Necesito... Necesito mostrarte algo.

Me despegué un poco y la observé, confundida, mientras ella se acercaba a una pequeña mesa de centro que había en el vestíbulo. De ahí tomó una carpeta de color azul claro y me la entregó. Me sequé las lágrimas con los dedos antes de abrirla y tomar una hoja que había dentro.

Pude ver una tabla llena de números que no comprendí, pero al bajar un poco más, mi corazón se detuvo.

Sobre la base de estos datos y aplicando las leyes de la genética, la señora Brianna Crystal Monroe-Leggio ES LA MADRE BIOLÓGICA de Isaac Miller, cuyo nombre real es Isaac Hunter Monroe.

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