thirty five.
RYAN FOSTER.
Cuando salí del sótano, no dije nada al ver a Calvin quedándose apoyado junto a la puerta para espiar a los chicos. De verdad ya estaba harto de la tensión que él creaba en el ambiente cada vez que se trataba de Brielle con otra persona que no fuera él.
De alguna forma, estaba seguro de que Calvin se estaba obsesionando y sería capaz de manipular a todo el mundo con tal de quedarse con ella. No quería pensar en aquello, pero, conociéndolo, no me sorprendería saber que había dejado morir a Nash solo por eso.
Recuerdo perfectamente una mañana en la que los escuché discutir hacía un tiempo.
«¿Te la follaste?»
«Hablas de ella como si fuera un objeto. Pero, si así fuera, no te lo diría»
«Muy bien, vas a jugar sucio»
Calvin estaba completamente enfermo, no había duda de eso.
Entré en la cocina y, mientras llenaba una olla con agua, miré por la puerta, directamente al punto donde había visto el cuerpo de Isaac poco menos de un mes atrás. Cada vez que lo recordaba me daban ganas de llorar y vomitar al mismo tiempo. Me afectaba mucho. A Isaac lo quería como a un hermano pequeño y me dolía su pérdida, ardía como el fuego, pero intentaba mantenerme fuerte por si Jesse o Bri necesitaban un hombro en el que llorar. No minimizaba su dolor en comparación con el mío.
Puse a hervir el agua y me apoyé contra la isla de la cocina, viendo el bosque por la ventana y cómo la luz naranja del atardecer comenzaba a abrazar el cielo.
—¿Ryan? —murmuró una voz débil, y me sorprendí al darme la vuelta y ver que provenía de Brielle. Tenía el rímel escurrido por el rostro y los ojos rojos.
—Eh, ¿qué pasa, mosquita? —pregunté, acercándome a ella y rodeándola con mis brazos.
Brielle también me abrazó, presionando mi camiseta con sus manos y enterrando la cara en mi pecho. Respiraba con agitación y su cuerpo temblaba un poco. Sabía lo que podía venir, así que acaricié su espalda con suavidad, lento, de arriba hacia abajo en un intento de que regulara su respiración al guiarse por el movimiento.
—¿Quieres hablar? —pregunté. Brielle negó con la cabeza—. Bueno... ¿Quieres ir a pasear?
—Está bien —respondió, apartándose de mí y limpiándose el rostro con las mangas de su suéter.
Apagué la cocina, y sin decir ni una palabra salimos de la casa. Brielle había dejado de llorar, pero igual podía escuchar unos pequeños sollozos de su parte en medio de ese silencio. Quería saber qué le había pasado, pero no pretendía obligarla a hablar. Pasé un brazo por sobre sus hombros mientras caminábamos, queriendo que se sintiera cómoda.
—A veces siento que en este bosque hay un mundo de fantasía —comentó ella un rato más tarde, ya mucho más calmada—. Y es absurdo.
—Cuando era más pequeño y venía de visita también lo pensaba —admití—. Pero es evidente que lo único que hay aquí son almas y espíritus.
—¿Qué? —preguntó Brielle con asombro.
—Sí, es que han muerto muchas personas aquí —repuse—. Digamos que este bosque era uno de los centros de tortura favoritos de Nash. Aquí murió Joshua. Yo también maté a un par de tipos aquí.
Ella se mordió el labio y miró alrededor, como si se hubiese asustado con la información. Solté una risa gracias a su reacción.
—Vamos, es evidente que esta casa tendría que ser estudiada por los Warren.
Brielle sonrió, divertida. Hace rato que no la veía esbozar una sonrisa genuina.
—Eh, mira, hay un conejo —dije, señalando el piso.
—¡Qué lindo! —exclamó ella, agachándose junto al pequeño animal—. Hola, cosita.
Le rascó la cabeza con suavidad. Sonreí inconscientemente, viendo como el conejo movía el rabito alegremente.
—Me lo voy a llevar. —Brielle lo recogió del suelo, sin dejar de acariciarlo.
Seguimos paseando en silencio unos instantes más. Ya estábamos cerca de un camino empinado al que yo nunca había bajado, porque tenía la sensación de que, si lo hacía, nunca saldría de ahí.
—¿Ryan? —dijo Brielle unos minutos más tarde.
—Dime.
—¿Quién crees que reveló la ubicación de la casa?
Me quedé mirando el suelo en silencio, pensativo. Llevaba un tiempo haciéndome la misma pregunta.
—No lo sé. A veces no confío ni en mí mismo.
—Suele pasar —murmuró ella, frunciendo los labios.
Miré alrededor. Las caminatas de ese estilo se me hacían bastante relajantes. Respiré el aire fresco con agrado. Ya había comenzado a oscurecer y en el cielo las estrellas aparecían junto a la luna.
—¿Cómo se va a llamar? —pregunté, acariciando la cabeza del conejito que ella aún llevaba en sus brazos.
—Oh, no lo voy a adoptar —contestó—. Se quedará aquí, pues es su hábitat natural.
—A veces eres tierna.
Era cierto. Brielle me parecía una chica preciosa, y aunque no la miraba con otros ojos, estaba seguro de que todo el que la viera pensaría lo mismo. Pero cuando sacaba su carácter, esa ira que una vez vi, era diferente.
—Si vuelves a decir eso te vas a arrepentir, Ryan —replicó, fulminándome con la mirada.
—Exactamente por eso dije «a veces» —repuse. Ella alzó las cejas—. Me caes mal.
—A mí también me caes mal, pero te tengo cariño —respondió.
—Pienso lo mismo —dije.
Ella se rio, pero paró al instante, frunciendo el ceño.
—Por cierto —hablé—, ¿por qué...?
—Cállate.—Ella se detuvo en seco, poniendo una mano en mi pecho.
—Pero si quiero...
—¡Shh! —susurró, dejando al conejito en el piso.
Me quedé en silencio y oí, a lo lejos, las sirenas de la policía junto a un par de gritos.
Agarré a Brielle de la muñeca y comencé a arrastrarla por el bosque para volver rápidamente a la casa. No me había fijado en lo mucho que habíamos avanzado en ese rato, por lo que nos demoramos unos cinco minutos en volver a una considerable velocidad.
Había dos autos policiales en el estacionamiento con las sirenas encendidas. Brielle se me adelantó para entrar a la casa, pero la seguí rápidamente. Los uniformados iban de un lado a otro revolviendo cosas. Calvin estaba apoyado contra la puerta de la cocina, su expresión era tranquila. Eso me dio muy mala espina.
—¿Qué ocurre? —le pregunté.
—Ni idea. —Él se encogió de hombros.
—¡No es necesario que me tironee tanto! —exclamó Jesse, que era arrastrado por un policía escaleras abajo—. ¡Mis piernas funcionan!
—¿Qué pasa? —preguntó Brielle.
Até cabos durante unos segundos. Los policías registraban la habitación de Jesse, hasta que uno sacó algo que parecía un trapo negro. Cuando me fijé bien, me di cuenta de que se trataba de la sudadera de KISS, la misma que estaba usando Calvin en el video que se había filtrado. Como si no pudiera ponerse peor, los siguieron dos policías más; uno con una bolsa llena de marihuana y otro con un cuchillo carnicero.
Vi el pánico en el rostro de Brielle, estábamos iguales.
—Jesse, pero... —intenté hablar.
—¿Esto es tuyo? —le preguntó la detective Brown al castaño, agitando las cosas en su cara.
Él dio un paso atrás, esquivándola. Miró a Brielle y a Calvin, entonces sentí que algo se me estaba escapando. Jesse agachó la cabeza y asintió lentamente.
—Es mía —afirmó.
—¿Qué...? —susurré.
—¿Lo ve? —dijo Calvin—. Él debería estar arrestado, no yo.
Abrí la boca con asombro. No podía creer lo que estaba escuchando. Brielle y yo intercambiamos miradas; ella estaba tan asombrada como yo.
—Calvin, debes estar bromeando —dijo ella con tono severo, dando un paso hacia él.
—No estoy bromeando —respondió él—. ¿Cierto, hermanito?
Jesse parecía estar furioso, pero evidentemente se estaba conteniendo. La detective Brown comenzó a ponerle las esposas con las manos tras la espalda.
—Quedas bajo prisión por portar drogas ilegales y también hasta que se termine la investigación sobre la muerte de tu padre. Tienes derecho a un abogado y recuerda que cualquier palabra que salga de tu boca puede ser usada en tu contra, considerando también las que ya salieron hace un tiempo.
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