four.
BRIELLE MONROE.
—¡NO! ¡Creeper de mierda!
—¡Te dije que saltaras para alejarte más rápido!
—¡Pero si lo tenía casi metido en la nariz y entré en pánico!
—No puedo creerlo. —Leandro se golpeó la cara con un cojín.
Jugar Minecraft durante la madrugada se había vuelto nuestro pasatiempo favorito. Lo bueno es que nuestros padres no oían nuestros gritos ya que la casa era muy grande y las paredes amortiguaban todo.
Me tiré al suelo, indignada y enojada. Había perdido todas las cosas que con mucho esfuerzo de días conseguí. Tenía incluso ganas de llorar por semejante tragedia. Cuando presioné «Reaparecer» no tenía ni un pan para comer.
—Bueno, yo recojo tus cosas y te las devuelvo. —Una pequeña sonrisa se curvó en los labios de Leandro—. Qué lástima que no podré devolverte la experiencia.
Fruncí el ceño y le tiré la almohada en la cara. Leandro se rio y la esquivó.
Podía resultar infantil nuestra forma de llevarnos, pues ya éramos adultos. Pero ¿qué tenía de malo divertirse como niños en algún momento?
Habían pasado tres días desde que el grupo de cinco idiotas que se hacían llamar «Los Backyardigans» me secuestraron y me dejaron ir como dos horas después. Desde que llegué a casa, no salí ni para visitar a las hormigas del patio. Prefería arrastrarme como alma en pena por la mansión, quedarme jugando con Leandro, sobrepasar los niveles máximos de la música y ver las gotas de lluvia cayendo por las ventanas mientras miraba películas infantiles. No me quejaba, pues era muy buen panorama. Me hubiese gustado quedarme así todos los días del resto de mi vida, pero el lunes debía ir a la universidad y el viernes a la boda de mamá y Leo.
Como había decidido —o más bien me habían obligado—, no dije nada de lo que pasó ese día en el centro comercial a nada ni nadie. Sólo mi almohada y yo guardábamos ese secreto, que si soltaba o hacía algo al respecto, podría acabar con mi vida.
Cuando llegué a casa ese día y me interrogaron por llegar tan tarde, puse mi mejor cara de angelito y le dije a mamá que me había perdido hasta que mi cabeza recordó la existencia de una aplicación llamada «Mapas» en mi celular.
Esa misma madrugada me llegó un mensaje de un número desconocido.
⌨︎
Desconocido:
Olvidaste tu capa del Doctor
Strange, rubia.
⌨︎
Gran chiste. Mi abrigo rojo era fantástico, y si se parecía a la capa del Doctor Strange, era más fantástico todavía.
Bueno, ya todos entendimos de quién podía ser ese mensaje, ¿no? Así que, muy humildemente, puse mis deditos sobre la pantalla del celular y contesté:
⌨︎
Yo:
Puedes metértelo con lubricante y
todo por donde quieras
⌨︎
A lo que el "desconocido" me respondió:
⌨︎
Desconocido:
Lo pondré a prueba.
Mándale saludos a Jones
cuando te encuentre.
Buenas noches, rubia.
⌨︎
No le respondí nada y bloqueé su número. Ese idiota con peluca de ricitos de oro lo único que quería era meterme miedo para que lo ayudara con la búsqueda del asesino de su padre, porque sabe que viví donde lo mataron y podía ser una buena fuente de información.
Cambiando de tema, durante el sábado me dediqué a estudiar un poco sobre la Arquitectura para tener conocimientos previos antes de ir a clases. Ayudé a mamá y a Leo con algunas cosas que tenían que ver con la fiesta, pues según ellos tenía buen gusto, y también hice mucho ejercicio para mantenerme en forma.
Y no, no es que quisiera tener un buen estado físico porque tenía miedo y creía que necesitaría correr de un traficante.
Bueno, en realidad sí, pero como no me gustaba que me vieran haciendo ejercicio como para ir a un gimnasio, me levantaba todas las mañanas a correr alrededor del enorme terreno de Leo.
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—¡Bienvenida a...! —exclamó Leandro, pero luego se quedó en silencio—. ¿Cómo se llama la universidad? Siempre se me olvida.
—Lo dice arriba —dije, señalando la entrada del edificio con el dedo.
—Ah... —Leandro se giró, leyó las enormes letras plateadas, y volvió a exclamar—: ¡Bienvenida a Icarus College!
—¡Qué lindo! —exclamé, aplaudiendo con una sonrisa—. ¿Ya podemos pasar?
—Adelante. —Leandro me tendió una mano y me ayudó a subir las escalinatas de piedra que se encontraban antes de la entrada, haciendo una reverencia como si yo fuera una reina.
La universidad era enorme y moderna; parecía un centro comercial. Había tres pisos con diferentes salones para los tipos de carrera. La biblioteca era una estancia gigante, y me planteé seriamente robar todos esos libros maravillosos que estaban ahí. El edificio contaba con una sala de descanso, otra para meditación, e incluso una sala-cuna para los estudiantes que tenían hijos y no contaban con un lugar donde dejarlos mientras estudiaban. Era de verdad increíble.
—¿Qué tengo que hacer ahora? —le pregunté a Leandro cuando tocaron el timbre. Él puso cara de preocupación, porque de seguro iba a llegar tarde a alguna clase.
—Los nuevos siempre deben ir a la oficina del director para ver sus horarios —explicó apresuradamente, antes de salir corriendo a toda velocidad y gritarme a lo lejos—. ¡Si me necesitas, me mandas un mensaje!
Suspiré, giré sobre mis talones y comencé a andar como sonámbula por los pasillos, sin saber a dónde dirigirme.
La luz llegó a mí cuando una amable ancianita encargada del aseo me guio hasta la oficina del director. Le di las gracias y entré con aire desorientado, aunque muy segura de mí misma.
El director estaba sentado en su escritorio y, por alguna extraña razón, se me hizo muy conocido, como si ya lo hubiese visto una vez.
—¡Hola! —Me miró confusamente con sus ojos oscuros y preguntó—: ¿Te puedo ayudar en algo?
—Eh, sí —contesté—. Soy nueva y vine a estudiar Arquitectura. Hice el papeleo con el novio de mamá, su nombre es Leonardo Leggio.
—Ah, sí, ese idiota... —dijo con un toque de diversión—. Ya, ya. Eres Brielle Monroe, ¿no?
—Así es.
—Y vienes a estudiar Arquitectura —murmuró él mientras tecleaba en su computador. Asentí con la cabeza, viéndolo trabajar—. Y dime, ¿por qué vistes como estrella de Hollywood en los dos mil?
—Porque me gusta este estilo —repuse con calma, sonriendo—. Y amo que me digan eso, muchas gracias.
Él alzó las cejas simpáticamente.
—Por cierto, mi nombre es Roy Becker y puedo ser tu persona de confianza en esta universidad. —En ese momento una impresora tras él comenzó a traquetear—. Si tienes algún problema, no dudes en comunicármelo y te ayudaré a resolverlo.
Se puso de pie de su escritorio. Era altísimo e incluso su contextura corporal se me hizo un tanto familiar. Su cabello negro estaba peinado hacia atrás y vi un par de tatuajes asomarse por los puños de su traje.
Sacó una hoja de la impresora con mi horario para ese año y la observé. Matemáticas sería la primera maldita clase que tendría ese día.
—Pero qué bonito... —ironicé—. Odio las matemáticas, qué suerte que no podré encontrar el salón porque soy nue...
Antes de que terminara la frase, el director Becker tomó una especie de enorme folleto de su escritorio y me lo entregó con una sonrisa. Lo recibí, y al momento de desplegar la gran cartulina frente a mis ojos, vi un mapa con cada lugar de la universidad indicado con diferentes colores. Fruncí el ceño.
—Gracias —resoplé de mala gana.
—De nada —repuso el director, sin dejar de sonreír—. Las matemáticas siempre han sido mal enseñadas, tal vez te guste cómo se enseñan aquí. Y bienvenida, por cier...
Fue interrumpido gracias a un fuerte portazo. Entró un chico alto, musculoso, de cabello negro y cara de culo, que parecía enojado y blandía con brusquedad una hoja en la mano.
Oh, no, ya vi por qué me parecía conocido el señor Becker.
—Papá, ¿era necesario ponerme en matemáticas el primer maldito día de...? —Sus ojos negros cayeron en mí, y por un momento me pareció ver sorpresa en ellos, aunque luego se mostró indiferente, como siempre.
—Nash, te dije que no iba a aceptar tus tontos reclamos —replicó el director sin alterarse.
Corre, perra, correeee.
Nash no le contestó. Sus ojos negros e inexpresivos estaban fijos en mí, y yo le sostuve la mirada hasta que él la apartó y miró a su padre.
—Las matemáticas me estresan —dijo con brusquedad.
—Pues bienvenido a la universidad, hijo —replicó el señor Becker, encogiéndose de hombros—. Aquí no puedes hacer las cosas a tu gusto como en la escuela.
Nash bajó los hombros como si se hubiera rendido, sin embargo su expresión de indiferencia se mantuvo imperturbable.
—Ahora, ya que conoces el campus, puedes hacer el favor de llevar a la señorita Monroe e indicarle el camino hasta la clase de matemáticas, y de paso te quedas ahí —habló el director con suavidad, y volvió a sonreír—. Que tengan un buen primer día de clases, ambos.
—Gracias, señor. —Sonreí y me di la vuelta para salir del despacho antes que Nash, quien apuró el paso para emparejarme después de cerrar la puerta.
—Qué pequeño es el mundo —comentó sin expresión en su voz.
—¿Qué diría tu padre —dije con lentitud— si le digo que su hijo se dedica a golpear gente en baños públicos y secuestrar chicas que no tienen nada que ver con su vida?
—Literalmente, nada —repuso Nash.
Rodé los ojos y crucé los brazos sobre mi pecho, caminando con la cabeza en alto.
—¿Por qué entras a clases hoy si la semana pasada comenzaron? —pregunté.
—¿Qué te importa? —me espetó, y en respuesta sólo lo miré feo.
La otra parte del camino fue en completo silencio hasta que llegamos al segundo piso del edificio y Nash se metió en un salón como un rayo, sin mirar a nadie. Terminé chocando con su espalda debido a que se detuvo en seco. Comprendí que se dio cuenta de que quedaba sólo una mesa para dos vacía al final del aula.
Nos miramos y puse los ojos en blanco antes de saludar al profesor por cortesía y caminar con seguridad hacia el final del salón, ignorando ojeadas de curiosidad de los demás alumnos. Pronto Nash se dejó caer en el asiento a mi lado.
No podía creer que estuviera sentada en una clase junto a quien era mi secuestrador.
Cuando iba a dejar mi bolso colgado en la silla, mi mano chocó con su brazo. Él suspiró como con rabia y dejó caer la cabeza en la mesa.
Decidí no ponerle atención a lo inquietante que me resultaba su presencia y me concentré en lo importante con mucho esfuerzo.
El profesor de matemáticas, el señor Jenkins, era muy simpático, más de lo que esperaba. Su actitud hizo que la clase me pareciera interesante, y aunque no quisiera aceptarlo, por primera vez en mi vida entendí todo lo de matemáticas y el tiempo pasó rápido.
Cuando terminó la clase guardé mis cosas y salí del salón lo más rápido que pude para huir de Nash. Como vi que varios comenzaban a caminar hacia la cafetería para tomar sus desayunos, seguí a la multitud y compré un café helado para beber, tomando asiento en una mesa vacía y solitaria, ubicada en una esquina.
Estaba poniendo la bombilla metálica en el café cuando Leandro se sentó escandalosamente a mi lado. Con escandaloso, me refiero a que agarró la silla, la levantó, le dio la vuelta y se plantó con brusquedad, como si no quisiera despegarse de ahí en mil años.
—Hola —saludó, sonriendo alegremente—. ¿Qué tal tu primera clase?
—Muy buena —afirmé—. El profesor de matemáticas es muy tierno.
—Es verdad —coincidió él, asintiendo con la cabeza y abriendo una botella de Coca-Cola. Luego se inclinó hacia mí y susurró—: ¿Qué te pareció el director? Está buenísimo, ¿cierto?
Meneé la cabeza, arrugando un poco la nariz.
—Los viejos no son lo mío.
Sí, es mejor el hijo.
—¿Cómo te atreves a llamarlo viejo? —chilló Leandro, abriendo la boca con indignación.
Me reí a carcajadas y en ese momento una notificación llegó a mi celular, encendiendo la pantalla. Leandro miró la foto que tenía en el fondo.
—¿Quién es ella? —preguntó con interés, señalando a la chica que salía conmigo en la selfie.
—Mi mejor amiga —contesté.
—¿Dónde vive? —inquirió, interesado—. ¿Cómo se llama? ¿Es simpática?
—Su nombre era Ruby —contesté, sonriendo forzadamente—. Y no está viva, pero descansa en paz, te lo aseguro.
—Oh... —Abrió la boca en una cómica y perfecta O, evidentemente sin saber qué decir.
Me encogí de hombros para restarle importancia y tomé el celular para ver el mensaje del número desconocido.
⌨︎
Desconocido:
¿No era que no querías vernos
nunca más en tu vida, rubia?
⌨︎
Bufé de frustración y dejé el celular sobre la mesa, rodando los ojos. En ese momento el timbre volvió a sonar y Leandro se puso de pie de un salto.
—¿Tienes clases ahora? —preguntó.
—Sí —contesté, mirando alrededor con el ceño fruncido.
¿Era posible que todos los imbéciles estuvieran en la universidad? Ya había visto a Nash, pero ¿tanta mala suerte tenía?
O era mi mala suerte, o el pueblo de verdad era muy pequeño.
O ambas.
—Oh, bueno, yo también, así que nos vemos luego —se despidió Leandro apresuradamente, y salió corriendo.
Lo vi salir por la puerta de la cafetería, medio aturdida por el mensaje que había recibido.
Tomé el vaso de café y cuando me disponía a ponerme de pie e irme a mi clase, una figura alta se sentó frente a mí. Un chico negro, de cabello rizado. Ryan mordía una manzana verde con sus ojos oscuros fijos en mí.
—Hola, Brielle —saludó, sonriendo levemente.
Me puse de pie de un brinco, sin mirarlo, y me di la vuelta tan bruscamente que mi frente se chocó con el mentón de otra figura y no necesité levantar la cabeza para saber quién era, pues su olor se había grabado en mi memoria desde el día en que lo conocí.
—¿Intentas escapar, rubia? —preguntó Calvin con una sonrisa burlona.
—¿Quieres dejarme en paz? —gruñí, furiosa—. El trato era que ustedes me dejarían ir, ahora me están acosando.
—Tú nos sigues a nosotros —me espetó Calvin, encogiéndose de hombros—. Primero anduviste de chismosa en el centro comercial y ahora mágicamente apareces en la misma universidad.
—Es la única universidad en el pueblo, idiota —repliqué con obviedad, demasiado enojada—. Ya les pedí una vez que me dejaran en paz, no voy a repetirlo de nuevo.
—¿Nos vas a hacer algo? —preguntó Calvin. Ryan mordió sonoramente su manzana mientras nos miraba, aparentemente divertido—. ¿Nos vas a mirar feo?
—Más que eso.
—¿Ah, sí? —Calvin alzó sus cejas.
—No sabes de lo que soy capaz, Knight.
—Uy, qué miedo. —Calvin puso los ojos en blanco y dio un paso hacia mí—. ¿De qué eres capaz? ¿De tirarme tu café encima?
—Si eso quieres...
Pero Calvin se hizo a un lado rápidamente y el café no llegó a su cara, ni a su ropa, ni a ninguna parte de su anatomía, sino que le llegó a Nash, que Dios sabe de dónde salió. Su cara quedó empapada y se tomó un extremo de la camiseta para secarse, lo que dejó al descubierto su abdomen tatuado y marcado por unos segundos.
—Genial, maldita sea —gruñó, lanzando su bandeja con comida sobre la mesa y yéndose rápidamente de la cafetería, con muchas personas mirándolo curiosamente.
Parpadeé un par de veces hacia la dirección en la que él se había ido, luego miré a Calvin con fiereza y él me guiñó un ojo. Le enseñé el dedo del medio, sin importarme ser grosera, me di la vuelta y dejé la estancia. Ya no soportaba estar ahí.
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Los demás días en la universidad fueron rutinarios. Me levantaba siempre a la misma hora, sin ganas de ver al grupo de idiotas conformado por Ryan, Calvin y Nash, porque eso me daba rabia y me arruinaba el día. Intentaba no toparme con ellos en los pasillos, y si los veía, para que no me notaran, me escondía en el salón más cercano que encontraba.
El viernes, para mi suerte, terminaban temprano mis clases, por lo que Leandro y yo nos fuimos a casa de inmediato para prepararnos.
Me puse el vestido rosa que había comprado en el centro comercial, acompañado de unos tacones plateados y joyas del mismo color.
La fiesta estaba simplemente preciosa. Contaba con empleados recibiendo a los invitados, guiándolos a sus asientos, dándoles cosas de comer y beber. Conocí a los padres de Leo. Eran unos ancianos muy simpáticos que me trataron como si fuera su pequeña nieta de sangre. Descubrí que de verdad tenían descendencia italiana y que mis sospechas eran ciertas respecto a eso.
Cuando mamá y Leo ya se habían casado de forma oficial, fui con Leandro a bailar divertidamente en medio de la pista de baile, y cuando me cansé me fui a sentar a una mesa vacía con una copa llena de agua frente a mí.
Estaba tranquila cuando un tipo de lentes y cabello castaño, con rasgos asiáticos y atractivos se sentó a mi lado, sosteniendo un pequeño pedazo de queque en la mano. Me saludó con la cabeza y miró a mi madre. Hice una mueca de dolor, porque tenía un moretón en el ojo que se veía muy mal.
—Se ven lindos juntos —comentó—. Tu madre es preciosa, te pareces mucho a ella.
Parpadeé con confusión.
—¿Te conozco?
—Soy Jeremy, Jeremy Chan —se presentó con una sonrisa que achinó mucho más sus ojos, tendiéndome una mano.
—Yo Brielle, un placer. —Estreché su mano con amabilidad—. Disculpa, ¿qué te pasó en el ojo?
—Oh, la puerta del auto. Nunca la abras con tanta fuerza.
Asentí con la cabeza. Hubo una pausa entre nosotros. Le di un pequeño sorbo a mi copa de agua y él volvió a mirar la pista de baile con interés. Luego me miró de reojo y siguió hablando.
—¿De dónde es tu vestido? Está bonito.
—Humm... —murmuré con confusión—. Es Dior.
—Woah... —dijo con asombro—. Debió ser caro.
—Meh. —Me encogí de hombros.
Otro silencio.
—Tienes buen cuerpo, ¿alguna vez te has planteado ser modelo? —preguntó de repente.
Lo miré con incredulidad.
—Siempre ha sido mi sueño, desde pequeña —contesté.
Él asintió con la cabeza y luego volvió a mirar la pista de baile, donde Leo y mamá protagonizaban una escena romántica digna de una película de princesas.
—¿Sabes? Llevo un tiempo trabajando en una agencia de modelos y estamos buscando a una persona que pueda reemplazar a una chica que se rompió la pierna en una sesión —comentó con cierta despreocupación, lo que se me hizo aún más tentador—. Pareces ser perfecta para ocupar esa plaza. ¿Te gustaría? Puedes ir a un casting la semana que viene.
Me iba a morir de emoción. Aunque actué normal, por dentro estaba saltando y gritando.
Pero medité un momento...
¿Y si él era malo? No lo creía, después de todo, estaba en la boda de mi madre. Había alta seguridad en el evento y no dejaban entrar a cualquiera. Seguramente era un conocido.
—Sí, tal vez sí —repuse con tono de que no me importaba nada.
—Genial. —Él sonrió—. ¿Cuándo crees que podamos juntarnos para hablar más sobre el tema y llenar el aburrido papeleo?
—¿Cuándo se puede?
—Puede ser mañana mismo, si te apetece.
—Me parece —afirmé, asintiendo con la cabeza.
—Genial. —Él volvió a sonreír y se sacó una tarjeta del bolsillo, dejándomela en la mano—. Mi número, por si necesitas algo. ¿Te parece vernos en el Starbucks de la calle principal que hay a la vuelta del centro comercial?
—Claro, claro. —Nuevamente asentí con la cabeza, muy emocionada.
—Mañana a las siete.
—Hecho —afirmé.
Él sonrió, se acomodó la corbata y se puso de pie para ir a bailar con una anciana al azar.
Sonreí de oreja a oreja, admirando la tarjeta. La guardé en mi bolsita de mano para no perderla y bebí otro sorbo de agua.
En ese instante, alguien se sentó bruscamente a mi lado, mirando hacia atrás con el ceño fruncido, como si no supiera a dónde había ido a parar por un empujón.
Ambos giramos la cabeza al mismo tiempo para ver quién era. Nash. Otra puta vez.
Él alzó las cejas.
—Eres como una plaga —comentó, entornando los ojos.
—Disculpa, pero estoy en la boda de mi madre. —Me puse de pie y me fui de ahí, harta de encontrarme cada vez que respiraba con cada uno de esos idiotas.
¡Hola!
Espero que les haya gustado este capítulo.
Díganme, ¿qué opinan de esos chicos raros que se hacen llamar los Backyardigans?
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