california.
ADVERTENCIA: SEXOOOOO.
NASH BECKER.
Brielle estuvo envuelta en un profundo sueño desde que el jet despegó; se notaba que estaba muy cansada. Me quedé observándola durante unos segundos. No llevaba maquillaje, pero aun así se veía hermosa, podía ver con mayor claridad las pecas que salpicaban su nariz y el color natural de las largas pestañas que descansaban sobre sus pómulos, parecían casi blancas, tal vez por el vitíligo.
—Ya llegamos, señor Becker —me habló el asistente de vuelo.
—Sí, gracias —respondí.
Volví a poner mi atención en Brielle. De las pocas veces que había dormido con ella, siempre me sorprendió su capacidad de parecer muerta al dormir. Cerraba los ojos, no se movía, no emitía ningún ruido y se quedaba abrazando lo que tuviese a su lado, en este caso, mi brazo, el cual había dejado de sentir hace alrededor de una hora.
Le quité la manta de encima y le di un golpecito con el dedo en la mejilla.
—Oye, rubia —dije—, despierta o te saco rodando del avión.
—¿Ah? —murmuró.
—Arriba.
Abrió lentamente los ojos y al verme frunció el ceño.
—Había olvidado tu forma tan dulce de despertarme —ironizó, y se levantó para ir al baño.
Dejé escapar una risa y luego bajamos juntos del avión con nuestras maletas.
Un taxi nos llevó a nuestro destino final, una pequeña casa de dos plantas que se encontraba en medio de la nada, a veinte metros de distancia del mar, rodeada de un poco de vegetación. Estaba decorada de forma minimalista, principalmente con colores neutros.
Brielle estaba de pie en medio de la sala, mirando alrededor con los labios entreabiertos en una expresión de curiosidad.
—Es bonita, ¿no? —pregunté.
Se limitó a asentir con la cabeza y darme una linda sonrisa.
—¿Cuál es nuestro cuarto? —cuestionó con curiosidad.
Tomé su mano y la llevé al segundo piso, que estaba completamente ocupado por una habitación, un balcón hacia la playa y otro hacia el salón. No había necesidad de privacidad si se trataba de una casa solo para una pareja.
—¡Es hermoso! —exclamó Brielle, corriendo hacia el balcón.
La brisa marina meneó su cabello rubio hacia atrás apenas salió. Me acerqué a ella por la espalda y rodeé su cintura con mis brazos, dejando un pequeño beso en su mejilla.
—¿Compraste la casa, Nash? —inquirió.
—Es toda mía —respondí—, por lo tanto, también es tuya.
—Gracias.
—No me agradezcas, tonta.
Brielle se dio la vuelta para mirarme a la cara.
—¿Podemos hacer algo divertido? —preguntó con entusiasmo.
—¿Como follar?
—No, como cocinar algo, me estoy cagando de hambre. —Frunció el ceño—. Creo que llevo dos días sin comer.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque no es una prioridad cuando estás en una misión asesina —respondió como si fuera muy obvio.
Dejé escapar una risa.
—Bien, vamos a ver qué podemos cocinar.
Bajamos las escaleras, nos dirigimos a la pequeña cocina y abrí el refrigerador. Nunca vi algo tan deprimente.
—¿Nash? —dijo Brielle tras mi espalda.
—¿Sí?
—¿Por qué sigues mirando el refri si ya viste que no hay nada?
Me giré para mirarla. Tenía los brazos cruzados y el entrecejo un poco arrugado; era una expresión bastante graciosa. Exploté en carcajadas y ella acabó por unirse, y el sonido de su risa, joder..., era lo más lindo que oí en toda mi vida.
—Bien, entonces —murmuré cuando las risas cesaron, pensativo—. ¿Vamos a un mercado?
—Quiero arreglarme primero —dijo—. Parezco un zombi.
—No, tonta, eres hermosa. —La agarré de la mano y comencé a arrastrarla conmigo—. Vamos.
¿Ya mencioné que la casita estaba en medio de la nada? Pues bien, tuvimos que caminar durante media hora a la tiendita más cercana.
Al menos fue bastante agradable. La calle estaba rodeada de árboles que se meneaban con el viento y, al costado, unos cuantos metros más allá, se oía el ruido de las olas.
—Nash —habló Brielle tras un largo silencio. Alcé las cejas, dándole a entender que la escuchaba—. No quería tocar el tema de una, pero necesito saber si estás bien.
—Fui al psicólogo durante un lapso del tiempo en el que no estuve —respondí de inmediato, sabiendo perfectamente a lo que se refería—. Por ti y por mi padre, porque se lo prometí a ambos, pero sobre todo lo hice por mí, necesitaba sentirme bien de una puta vez. Así que de nuevo tomé antidepresivos por casi un mes mientras visitaba al nutricionista también. Y créeme cuando te digo, rubia, que nunca me he sentido tan feliz como en este momento. No solo porque todo acabó y porque puedo tenerte aquí, a mi lado, sino que por primera vez en mucho tiempo puedo decir que recuerdo lo que es comer sin culpa.
Sus ojos, que me habían estado mirando atentamente, brillaban. Me obligó a detenerme para ponerse de puntillas y abrazarme por el cuello.
Normalmente detestaba el contacto físico, pero bueno, si se trataba de Brielle, entonces los abrazos eran mi cosa favorita en el mundo.
—Estoy muy feliz por ti —dijo en voz baja, con cierta timidez.
—Gracias, rubia —dije—. Y prefiero dejar eso atrás, ¿podemos no volver a tocar el tema?
—Claro. —Asintió rápidamente con la cabeza.
Le sonreí, tomando su mentón entre mis dedos para besar suavemente sus labios. Luego continuamos nuestro camino silencioso y relajante.
—¿Carrera? —propuso de repente, entusiasmada.
—¿De verdad? ¿Y si te desmayas?
—No me voy a desmayar.
—Hay probabilidades.
—Más allá del suelo no voy a pasar. —Me sonrió con inocencia.
—Bien, no llores si pierdes —respondí.
Era obvio que le iba a ganar si mis piernas eran bastante más largas que las de ella. Me quedé esperándola junto a la puerta de la tienda y ella llegó frente a mí con los brazos cruzados y rostro de indiferencia; había pisoteado la carrera que ella misma ideó, poniéndose a caminar tranquilamente cuando aceptó la derrota, o sea a mitad de camino.
—Mis piernas no están hechas para correr —dijo—. Están hechas para una pasarela.
—Te equivocas, porque si te fijas bien, encajan perfectamente con mis hombros.
—¿No puedes pensar en otra cosa?
—¿Además de tus piernas en mis hombros? —inquirí, y negué con la cabeza—. No.
Puso los ojos en blanco y entró a la tienda. Me reí a carcajadas y la seguí, pero me sorprendió ver que ya había desaparecido.
La encontré en el pasillo de los quesos, con una gran bolsa en la mano. Se acercó a mí esbozando una enorme sonrisa.
—El queso es hermoso —dijo—. ¿Puedes ir a buscar un carrito?
Asentí con la cabeza, pues no quedaba otra que hacerle caso. Pusimos todo lo necesario para cocinar durante varios días en él y luego buscamos cosas para hacer postres y recetas dulces. De alguna manera, terminamos en el pasillo del alcohol.
—¿Nos hemos emborrachado juntos alguna vez? —preguntó Brielle.
—No. —Negué con la cabeza.
Ella sonrió y agarró una botella de vodka, otra de whisky, de vino y tres de espumante.
—Recuerdo el día en el que probé la maravilla del champán con helado —comentó con cierto aire soñador—. Fue el mismo día en el que probé la maravilla de Nash Becker.
—Eso suena delicioso —comenté.
Brielle se rio a carcajadas, empujando el carrito por otro pasillo.
—Rubia —dije, siguiéndola—, me da miedo estar borracho contigo.
—¿Por qué?
—Porque... Mira... Es que cuando estoy borracho soy demasiado torpe, ¿y si te mato sin querer?
—¿Premio o castigo?
—Oye —fruncí el ceño—, yo soy el que hace los chistes suicidas aquí.
Cuando revisamos que teníamos todo lo que necesitábamos, pagamos las cosas a medias y volvimos a casa nuevamente caminando, cada uno con una enorme bolsa de papel en los brazos. A pesar de que fue demasiado agotador andar media hora bajo el sol de California con peso encima, fue divertido, pues nos reíamos de cualquier estupidez que pasaba.
Llegamos a casa y nos atropellamos el uno al otro para entrar, dejando las bolsas junto a la puerta.
—Necesito ducharme —jadeó Brielle, echándose aire con las manos. Me reí porque su rostro se asemejaba al de un tomate, pero sabía que yo debía andar por las mismas.
—Sí, ya te hace falta —respondí entre dientes.
—Y yo que te iba a decir si es que nos bañamos juntos. —Me enseñó el dedo del medio, alejándose de espaldas—. Me perdiste.
—¿Es broma?
—No.
Corrí hacia ella, pero fue más rápida y se encerró en el baño del primer piso, cerrando la puerta en mis narices. Toqué e intenté abrir varias veces, pero estaba con seguro.
—No me hagas esto, estúpida —me quejé.
—No te oigo, chao.
Resoplé con fuerza y, más triste que la mierda, me fui a duchar en el baño de nuestro cuarto, solito.
Como terminé antes que Brielle, aproveché y fui a cocinar unos tacos de verduras y pollo, los cuales me había enseñado a preparar mi padre cuando solíamos vivir juntos.
La rubia regresó cuando ya estaba listo, con el cabello mojado cayendo sobre sus hombros y una camiseta de Nirvana que le quedaba enorme.
—¿Quién te la prestó? —le espeté.
Se quedó de pie y me miró de arriba hacia abajo con repugnancia.
—¿Te conozco? —inquirió.
—Eres insoportable.
—Sabes bien que me amas. —Sonrió y se acercó a mí.
Le indiqué su lugar en la pequeña mesita redonda, donde ya había un plato servido.
—Ese es el que tiene veneno —dije.
—¡Qué gesto! —exclamó, encantada—. ¡Gracias, Nashie!
No pude contener una risa antes de sentarme frente a ella. Comimos como desesperados, yo tenía tanta hambre como ella. Al finalizar, jugamos piedra, papel o tijera para decidir quién lavaba los platos. Brielle fue la que perdió y me quedé a su lado mientras se encargaba de fregar.
—¿Has hablado con los chicos? —preguntó.
—Sí —contesté—. Ryan intenta recuperar su carrera de Medicina y el perdón de Nai. Jess está centrado en sus exámenes finales.
—Qué estudiosos —ironizó, sonriendo con dulzura fingida—. Soy una mami orgullosa.
Solté una risa y le robé un beso antes de subir a nuestro cuarto, acostándome. Ella volvió un corto rato después y se lanzó a mi lado.
—Es la primera vez que lavo los platos —me comentó con cierto entusiasmo—. Fue divertido igual, es como un momento reflexivo. Creo que lo haré más seguido.
Entonces se acomodó de barriga, abrazando la almohada.
Oh, no, la iba a perder.
La agarré de los brazos e hice que mejor me abrazara a mí por la cintura.
—¿Vas a dormir? —pregunté.
—Sí, es que tengo sueño.
—Bien, descansa. —Le di un beso en la frente.
Sin darme cuenta, también me quedé dormido. Y es que era relajante oír el ruido de las olas en el fondo al igual que su respiración suave, y tenerla cerca y...
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Cuando abrí los ojos, la luz que se colaba por la ventana del balcón frente a la cama era anaranjada; el sol se estaba poniendo. Miré a mi lado y no vi rastros de mi chica por ninguna parte, pero cuando entorné los ojos hacia la lejanía, noté su pequeña figura en la arena a través del mismo ventanal.
Me levanté de un salto y salí de la casa para ir con ella. Había puesto una manta en la arena, donde estaba sentada, y usaba un lindo bikini de color rojo. Llevaba un bolso con bloqueador solar, la camiseta que llevaba puesta antes y una botella de vodka.
Me senté a su lado sin hablar.
Al notarme, sonrió y recostó su cabeza en mi hombro. Nos quedamos en completo silencio por un rato, lo que ella interrumpió.
—Me pregunto si estaré soñando —comentó en voz baja—. Si es así, ojalá no despierte nunca.
—¿Por qué lo dices?
—Porque estás conmigo —contestó, su voz era un poco débil—. Pasé meses con la certeza de que jamás volverías, y tenerte aquí se siente irreal, pero me alivia, y al mismo tiempo me aterra, porque... porque no quiero perderte de verdad. Me da mucho miedo, muchísimo...
—Eh, mírame. —Tomé su mentón entre mis dedos, obligándola a levantar la cabeza para verla. Tenía los ojos brillantes por las lágrimas—. No estaba cerca, pero nunca me fui, rubia, y nunca me iré.
Asintió y me besó, tomando mi cara con sus manos. Antes de rendirme por completo a sus pies, me aparté un poco, sosteniendo su mandíbula.
—¿Ahora me vienes a dar luz verde...?
—Cállate —me interrumpió—, no te hagas el orgulloso porque sabes bien que te mueres de ganas.
Y razón no le faltaba.
Volví a unir nuestras bocas y la agarré de la cintura con ambas manos. En un movimiento rápido la subí encima de mí, sentándola en mi regazo.
Adoraba la forma en la que ella besaba, como es que sus labios podían moverse y saber tan bien. Sus manos acariciaban mi pecho mientras las mías toqueteaban su cuerpo, deseando explorar cada centímetro de su hermosa y suave piel. Brielle se apartó de mí para mirarme por unos segundos con el verdadero deseo reflejado en sus ojos grises, entonces me agarró el borde de la camiseta y la jaló hacia arriba, así la ayudé a quitármela con más rapidez. Tiré la tela a la mierda y volví a la boca de la rubia, besándola con desesperación, no me cansaría jamás de hacerlo.
—Estás... —murmuró entre besos, y se apartó para mirarme a los ojos—. Estas buenísimo, me caes mal.
—Ya sabía. —Me reí y volví a besarla.
Presioné su cuerpo contra el mío mientras ella se aferraba a mi cuello, mordiendo mi labio inferior y tirándolo hacia afuera. Gruñí contra su boca, bajando mis manos por su espalda y posándolas en su trasero, apretando con fuerza para deslizar sus caderas hacia delante y rozarla contra mí. Ella jadeó un poco y comenzó a moverse lentamente, de adelante hacia atrás, despertando desesperación en mi interior... y algo más.
Sin ningún tipo de delicadeza, agarré un puñado de su cabello y lo jalé hacia atrás, obligándola a inclinar la cabeza para dejar su cuello libre. Succioné pequeñas partes de su piel entre mis labios, mordiendo, saboreando y dejando un camino de marcas hasta su clavícula. Ella jadeó de nuevo, el sonido más excitante que pude haber oído en toda mi vida. Y sentí la necesidad de escucharla jadear y gemir mucho más fuerte para deleitarme con ello.
Lo extrañaba. Extrañaba escucharla.
Deslicé mi otra mano hacia el sostén de su bikini, quitando el broche rápidamente, lanzando la prenda hacia un costado. Brielle no dejaba de rozarse contra mi dolorosa erección, el vaivén de sus caderas me estaba volviendo loco. Volví a atacar sus labios, apretando sus pechos con ambas manos, lo que la hizo gemir contra mi boca, y fue lo que yo necesitaba para perder el control.
Rodeé su cintura con un brazo y la levanté un poco mientras ella quitaba mi pantalón de en medio. Lo único que estaba estorbando ahora eran sus braguitas. Las agarré de ambos extremos y las partí en dos sin tener que hacer mucho esfuerzo, y ahora, por fin, Brielle estaba completamente desnuda.
—¿Sabes cuánto me costaron? —gruñó.
—Mañana te llevo a comprar todas las que quieras —susurré, y me enterré dentro de ella con fuerza, dejándola caer sobre mi miembro.
La tomó por sorpresa, dejó escapar un chillido ahogado y su cabeza cayó hacia atrás. Con su pequeña cintura entre mis manos, empecé a subirla y a bajarla, impidiendo que se acostumbrara a mi tamaño dentro de ella.
—No te quejes ahora —murmuré, mi voz ronca llegó a sorprenderme.
—Mierda —gimió en voz baja, enterrando sus uñas en mi espalda y arañando hacia abajo, dándome ese satisfactorio ardor en la piel.
Me empujó por los hombros, obligándome a caer recostado en la arena. Apoyó sus manos sobre mi abdomen y empezó a moverse como tan bien sabía hacerlo, de adelante hacia atrás y en círculos para después ponerse a saltar sin parar encima de mí. La agarré de las caderas para profundizar los sentones, disfrutando de esa deliciosa sensación que tanto había extrañado.
Cuando me montaba se veía completamente hermosa y poderosa, casi olvidaba lo que era tener su cuerpo desnudo sobre mí. Las lindas manchas blancas que salpicaban su piel parecían brillar por la fina capa de sudor que la cubría, sus gruesos labios entreabiertos soltaban fuertes gemidos de placer y sus pechos, ni tan grandes ni tan pequeños, jodidamente perfectos, brincaban a su ritmo, mientras que sus ojos grises se encontraban clavados en los míos.
—¡Oh, Nash...! —lloriqueó, arqueando la espalda, rasguñando mi abdomen.
¿Podría existir una vista más linda? Claro que no. Ni siquiera la playa junto al anochecer que podía ver tras ella.
De hecho, definitivamente me la iba a tatuar.
—Te mueves tan bien, joder —susurré, cubriendo su trasero con mis manos y pellizcándolo con fuerza.
Brielle no se detenía. Nuestras pieles seguían chocando sin parar. Sus gemidos pronto se convirtieron en gritos cuando su abdomen se contrajo y su cuerpo tembló, dándome a entender que su clímax se acercaba.
Mi nombre se escapó de sus labios en un grito de placer cuando la arrasó el orgasmo, al mismo tiempo en el que yo me corría dentro de ella, apretando mis músculos. Se inclinó sobre mí y estampó nuestros labios en un brusco beso.
—¿Te he dicho que eres una diosa? —susurré al apartarme.
—No, pero ya lo sabía. —Me sonrió y se levantó.
Abrió el bolso que se encontraba junto a nosotros y sacó la camiseta de Nirvana que antes llevaba puesta, pasándosela por la cabeza para taparse y acostarse a mi lado.
No me había dado cuenta de lo frío que estaba el aire, tal vez por eso cuando empezamos a beber vodka bajo el cielo que cada vez se oscurecía más, sentí que me iba al mundo de los borrachos tan rápido.
Aún seguía medio agitado, así que respiré hondo, calmando mi aliento. Brielle dejó escapar una risita torpe y nerviosa. Sonreí, palmeando la arena a mi lado al buscar su mano. La tomé con cuidado, deslizando mis dedos entre los suyos, acercándola para dejar un beso sobre sus nudillos.
Las estrellas y la luna nunca me habían parecido tan lindas como en ese momento.
—Si alguna vez quedo embarazada —dijo Brielle—, ¿te quedarías conmigo?
—¿Por qué lo preguntas?
—Es algo que siempre me ha causado incertidumbre —respondió—. Mi padre no se quedó cuando mamá se enteró de que me tendría y me da miedo que me pase lo mismo... Además te acabas de venir dentro y mentiría si digo que no me preocupa.
—Claro que me quedaría —respondí, acariciando el dorso de su mano con mi pulgar—. Contigo lo quiero todo, cariño. Y prometo que para la otra el gorrito va sí o sí.
Ella se rio, contagiándome su risa.
—Entonces, si alguna vez quedo embarazada —dijo—, quiero adoptar una gatita blanca.
—¿Una gatita blanca?
—Siempre quise una, pero mi mami es alérgica —respondió—. La llamaría Angel.
—Y si tenemos un hijo le ponemos Damon —solté, imaginando la idea—. Serían hermanitos; un ángel y un demonio.
—¿No es un poco rarito llamar «demonio» a tu hijo?
—Es genial —repliqué—. «Eh, Damon, fuera de mi casa»
Brielle explotó en carcajadas.
—¿Todavía no tienes un hijo y ya estás pensando en echarlo de la casa? —preguntó entre risas—. Eres un tonto, Nash.
—Y tú eres una tonta, Brielle —respondí.
Me agarró de la cara y unió nuestros labios con suavidad. Nos besamos por un rato en medio de la noche, tumbados en la arena bajo las estrellas, y nunca en mi vida me sentí tan dichoso y pleno como en ese momento.
Brielle se apartó un largo rato más tarde, acariciando mis mejillas con sus pulgares. Puse una mano alrededor de su cuello, observando su linda sonrisa.
—Te amo, rubia —susurré.
—Te amo más —contestó, volviendo a juntar nuestros labios.
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