Capítulo 7
Caleb estaba pálido, no quería sacar conclusiones sin antes haber meditado acerca del comportamiento de Tabatha, pero era obvio que ella intentó matarlo.
Él no quería dejarla sola porque sería presa fácil para quien estuviera detrás de la serie de eventos desafortunados. Aun así, ¿no debería decirle a la policía lo que vio aquel día en el callejón?
«Tabatha, te aprecio tanto que tomé esta decisión con base en tu mayor anhelo en la vida, trascender a través de la redención», concretó, dejando escapar su versión de los hechos.
—Ella empezó a tener un extraño comportamiento en el trabajo, así que le ofrecí mudarse conmigo para vigilarla —confesó Caleb. Suspiró y prosiguió—. Una noche, creí oírla gritar, aterrorizada porque tenía una pesadilla.
»Somnoliento, abrí los ojos, encontrándome con una escena bizarra. Estaba tan confundido pero, puedo jurarles que ella gemía los nombres de Jacob y Louis, al mismo tiempo que jugaba con un cuchillo ensangrentado.
Caleb sintió agruras en el estómago al recordarlo así que tuvo que pausar su relato.
—...Después de veinte minutos de lo mismo, ella comenzó a llorar del terror. No sé qué la habrá asustado, sin embargo, la abracé tras apartarle del cuchillo —confesó Caleb.
»Caímos rendidos al cabo de unos segundos... Luego, solo recuerdo que me levanté al medio día porque mi teléfono no dejaba de sonar.
El policía tomó notas de todo lo que Caleb contaba, y en su mirada, se podía reflejar el tremendo asco que sentía. Durante sus diez años de servicio jamás había escuchado algo como eso.
Caleb continuó con la siguiente parte de la historia, el encuentro del callejón, seguido por las visitas médicas.
Para cuando tocaba mencionar el nombre de Tabatha, se retrajo por un breve instante ya que se le heló la piel.
—¿Cómo se llama la muchacha? —indagó el oficial que tomaba apuntes de la confesión.
—Tabatha Myers —soltó Caleb, observándose la mano.
—¿Podría repetir el nombre? —pidió el oficial, pues ese nombre se conectaba con la imagen de una adolescente, amante de la lectura que siempre se la pasaba con libro en mano.
—Tabatha Myers —repitió Caleb, inexpresivo.
—Debe estar confundido —rio otro oficial—. La joven que menciona no haría nada de eso, ella es la estrella de Orangescape.
—Sino me quieren creer, está bien. Hagan todas las pruebas necesarias y luego me buscan —debatió Caleb, enfadado ante el comportamiento de la policía—. Su trabajo es proteger a la ciudad.
La patrullada abandonó el hogar de Caleb Franco, negándose frente a los hechos. No era concebible que la pequeña que ellos conocieron, se transformara en una maniática asesina.
Mientras ellos regresaban a la estación, recordaban las bellas vivencias junto a Tabatha, aunque la mejor historia era el día en que ella se durmió en una biblioteca.
Las risas se esfumaron al investigar qué había sido de Tabatha al convertirse en joven adulta.
Caleb Franco había dicho la verdad pero, ¿cómo fue que la come libros pelirrosa se tornó en un completo peligro?
El conductor designado deseaba vomitar, pues su estómago sufría los estragos de haber estado en una montaña rusa.
Nadie dentro de la patrulla se sentía seguro con la presencia de Tabatha en la ciudad.
¿Ellos ya debían alertar acerca de la pelirrosa y sus asesinatos? ¿O mejor mantenían todo confidencial hasta que tuvieran pruebas suficientes?
Había miradas de angustia y preocupación en sus rostros, querían hacer bien su trabajo pero, ¿no podrían tener un veto para Tabatha? ¡Ella era el ícono de Orangescape!
—Investiguemos, dejemos que los forenses hagan su trabajo y, con base en sus informes preliminares y resultados finales, decidiremos si avisarle a nuestros superiores. ¿Qué opinan? —sugirió el conductor?
—Dividámonos en dos equipos. El primero se encargará de los cadáveres del callejón; y el segundo, de Orquídea Editorial —avisó Alison, la oficial más sensata del grupo—. Aunque siendo sincera, necesitamos más personal.
—¡No! Si les decimos a otros, nos acusarán con Hernández... —dijo la novata, aterrorizada.
—No tenemos otra opción, Coral. Orquídea Editorial siempre está metida en problemas legales de todo tipo... Ni siquiera sé por qué Hernández les permite seguir después de cientos de juicios —aseveró Junior, quien anotó el testimonio de Caleb.
—Darby, nuestro amado conductor, llévanos a la escena de crimen. Apenas lleguemos, pediré refuerzos —comentó Alison.
Darby Gibson manejó quince kilómetros, pasando por cada semáforo en rojo que había en el camino.
Durante el trayecto, Junior y Coral buscaron los expedientes archivados de Orquídea Editorial pero parecía que solo había buenas nuevas de la empresa.
«¿Cómo diantres es posible que sus delitos no estén en ninguna carpeta?», enfadó Junior.
Coral le dio un fuerte codazo a su compañero cuando halló la aguja en el pajar; se trataban de las anotaciones de un exoficial, quien sospechaba que la editorial era una cortina de humo.
Junior le arrebató la Tablet a su colega, asustándose al leer que aquel caso era de los 60's, y desde entonces, no había más reportes de actividades ilícitas relacionados a Orquídea.
«¿Por qué no hay más?», se cuestionó Junior a sí mismo. Orangescape era conocido como la ciudad más blanca del país, por lo que era inconcebible pensar en corrupción.
Coral compartía la misma sensación, pero su mente se enfocó en el hecho de que sería una equivocación decirles a más compañeros acerca de sus sospechas.
«Sin embargo, no podemos hacerlo por nuestra cuenta. Será demasiado trabajoso... ¿Cuáles son los pasos más cautelosos para este tipo de casos?», reflexionaba ella.
Darby se rascaba la barba en lo que manejaba, estaba ansioso porque nunca imaginó estar en una situación como la actual.
Él quería detener la camioneta, la ansiedad culminó en una terrible hambruna que cada vez se acrecentaba más porque los pensamientos negativos no se detenían.
Alison estaba siendo buena copiloto, guiando a Darby hasta el callejón donde todavía estaban los cuerpos putrefactos de Louis y Jacob Stevens.
Ella estaba tan absorta en su rol que a duras penas evitó que la patrulla atropellara a alguien que dormía encima de la calle.
—¡D-detente! —gritó Alison, sintiendo que su corazón casi se le escapaba por la garganta.
Junior y Coral detuvieron sus sobre pensares al percibir que el carro dio un pequeño salto.
—¿Por qué mierda me obligaste a parar? —gruñó Darby, en dirección a Alison. Él frenó de golpe, convirtiendo su ansiedad en furia.
—Es una chica —señaló Alison a Tabatha—. Debemos llevarla a la estación antes de investigar.
—Mejor la dejamos allí. Seguramente, despertará pronto —comentó Darby, pero terminó accediendo porque Alison lo juzgó con la mirada.
Junior no quería bajar, pero lo hizo debido al fuerte jalón de brazo que efectuó Coral en él.
Alison tomó la delantera, manteniéndose delante de sus compañeros para que ellos no estuvieran en peligro.
Ella colocó su mano cerca de su arma, en caso de necesitarla, sin embargo, no veía necesario intimidar.
Coral desfundó su pistola ya que no confiaba en la dulce joven que estaba delante de ellos. Un pensamiento de alerta la llevó a procurar a sus colegas.
Junior la miró y deslizó el brazo de Coral hacia abajo, aunque él también estaba asustado.
Darby se limitaba a observar desde la camioneta pero no dudaría ni un segundo en abandonar el vehículo con tal de proteger a quienes consideraba familia.
La joven adulta contrajo los músculos, simulando que tenía un ataque epiléptico. Al mismo tiempo que sus cuerpo crujía, lloró, pero no abrió los ojos.
Alison no dudó en agacharse para ayudarla, aunque eso implicaba ponerse en riesgo.
—Señorita, es solo una pesadilla. Abra los ojos —indicó Alison, sosteniendo a la desconocido pelirrosa entre sus brazos.
Junior y Coral se pusieron a su lado, preparados para asistirla si ella lo solicitaba.
—Quítese el pantalón, por favor —susurró la pelirrosa, esforzándose por recuperar el control de su cuerpo.
—¿Qué dijo? —preguntó Alison, extrañada.
Ella seguía sin reconocer a quien yacía en sus brazos, y tal era mejor que no pidiera el nombre de la jovencita.
—Quiero que me amamante, necesito chuparle los pechos y la vagina —declaró Tabatha.
Junior y Coral se echaron para atrás, pues presentían que era mejor no involucrarse. Ellos estaban tan aterrados que no podían empuñar sus armas.
—Levántese, venga con nosotros —ofreció Alison.
En ese momento, Tabatha salió del mundo onírico y empuñando su cuchillo, se encimó en Alison. Ella estaba lista para lacerar su cuerpo entero por no obedecerla cuando dormía.
—Te pedí que te desnudaras para llevarte al cielo durante unos minutos —gruñó Tabatha.
Sin titubear, la pelirrosa rompió el uniforme de Alison, dejándola en lencería. Ella se lamió los labios al admirar el exuberante cuerpo femenino que tenía a su disposición.
—¡Alto! ¡Si te atreves a...! —ordenó Coral a Tabatha.
Al escuchar la voz de la oficial, Tabatha amarró las manos y pies de Alison para ir tras Coral.
Coral se paralizó, pero afortunadamente logró entrar en la camioneta ya que Junior distrajo a la pelirrosa.
—¡Corre, Junior! —dijo Coral, en un hilo de voz.
—¡Vayan por refuerzos! ¡Me encargaré de esto! —comentó Junior, consciente de que él no estaría vivo para cuando sus amigos regresaran a la colonia.
Darby pisó el acelerador, invadido por el coraje. Ni Alison ni el novato merecían morir antes de cumplir sus metas.
Junior observó que la patrulla se alejaba y, confiando en que podría distraer a Tabatha, guardó su arma.
Tabatha rio maniáticamente, sabía que ella había ganado el enfrentamiento. Ahora solo bastaba poner en acción su obscura fantasía antes de acabar con las vidas de los oficiales.
Un charco de sangre provenía de la inerte Alison, quien había dejado de respirar desde hacía media hora.
Tabatha chasqueó su lengua, sonriéndole a Junior. Ella estaba excitada, parte de su hambre sexual se había saciado pero faltaba el postre.
Mientras se acercaba al joven pelinegro que tenía al frente, recordaba lo glamuroso que fue dejarle senderos rojizos a Alison a la par que lamía y chupaba sus pechos.
La escalofriante escena, logró que Tabatha se sonrojara. Ella se la había pasado de maravilla, y sabía que su compañera sexual también porque la oyó gemir cuando bebió su elixir blanquecino.
Junior se pasmó ante el comportamiento de la pelirrosa, aunque su mirada transmitía frialdad.
Él no quería terminar como su antigua mentora, pero tampoco estaba dispuesto a complacer los retorcidos deseos de una asesina.
«¿Qué tanta mierda están haciendo? Se suponía que solo tardarían quince minutos», maldijo, en voz baja.
Tabatha caminaba de manera felina, al mismo tiempo que giraba su cuchillo. Ella estaba ansiosa por cortar su postre.
—¡Policía! ¡Baje el arma! —gritó Coral, con fuerza, casi percibiendo cómo se rasgaba su garganta.
Junior intentó apresurar el paso, pero Tabatha lo alcanzó y...
Ella estaba impregnada doblemente de pintura escarlata.
Cuando Coral vio el limpio corte que la pelirrosa realizó en el muchacho, ahogó un chillido.
—¡Baje el arma! —ordenó Coral. Esta vez, cargó su pistola, esperando que Tabatha desistiera.
—Coral, amiga mía —saludó Tabatha—. ¿Hace cuánto que no nos veíamos? ¿Dos, cinco, ocho años? ¡Ya perdí la cuenta! No importa, igualmente serás mi postre.
Coral se congeló en el momento, no podía mover su cuerpo. Su mente le mostraba los escenarios compartidos con Tabatha, y tan solo podía llorar del coraje.
—No tienes por qué hacer esto, no eres así —dijo Coral, entre suspiros—. Podemos llegar a un acuerdo.
Mientras ella era la única esforzándose por resolver el desacato, sus "compañeros" se limitaron a observar la escena.
—¡Cómo me gustaría, Coralita! Sin embargo, ya no soy como antes. —Tabatha se había aproximado tanto a la novata que podía oler su miedo y, aprovechando el terror que causaba en ella, le degolló el cuello.
Los aliados de Darby y Coral se retiraron, asustados.
Darby quería matar a Tabatha, pero era consciente de que sería imposible dadas las habilidades de la joven.
¿Luchar para vengar o alejarse e informar?
Él no estaba seguro a qué apelar. Ninguna de las dos opciones lo llenaría, siempre quedaría una cicatriz.
Por otro lado, Tabatha lo miraba, aferrándose a la idea de que hacía lo correcto porque el mundo onírico se lo pedía.
Ella veía borroso, distinguía una mancha grande y oscura delante de ella, la cual emanaba una energía muy pesada.
Ella debía acabar con ese mal porque de lo contrario, la gente que más amaba moriría entre las garras de aquella bestia.
—No lo permitiré —se prometió Tabatha a sí misma.
Tomando energía, Tabatha se abalanzó contra Darby para matarlo pero él se defendió y le disparó en el abdomen.
Darby se alejó, preocupado por la salud de Tabatha, pese a que su seguridad era prioridad.
Tabatha se tiró al piso, en posición fetal, observando que su grande pintaba de carmesí la grava.
Ella creía que moriría injustificadamente.
En su mente, el mundo estaba en contra de ella por una estúpida suposición. Era un completo error el querer encerrarla cuando sabían que ella era la única capaz de destruir a las sombras.
—Solo quería protegerlos... —suspiró Tabatha.
Ella se desmayó, sabiendo que su sangre se drenaba como si se trataba de una fruta recién exprimida.
Darby estaba en un dilema, ¿debía llevarla al hospital o dejar que su muerte fuera inminente?
Si él la dejaba con vida, después de ser curada y recuperarse, Tabatha sería buen prospecto para ingresar al psiquiátrico; y podrían entrevistarla para averiguar acerca de sus crímenes.
Por otra parte, que ella muriera sería lo mejor para la sociedad porque el peligro habría desaparecido. Sin embargo, su promesa como miembro del cuerpo policiaco, lo invitaba a salvaguardar a cualquiera dentro del territorio de Orangescape.
Darby buscó su teléfono para pedir una ambulancia, a la par que cubría la herida de Tabatha con sus manos para evitar que continuara desangrándose.
«Te lo ruego, resiste. Sé que no quisiste hacerlo, formas parte de un plan depravado de Orquídea Editorial», murmuró él.
Sus manos estaban manchadas de escarlata líquida, y aunque sabía que podrían incriminarlo, mantuvo la presión en el abdomen de Tabatha hasta que los paramédicos aparecieron.
Darby se apartó cuando los paramédicos se lo indicaron pero no estaba seguro de que fuera buena idea dejar sola a Tabatha.
—¿Habría algún problema si me voy con ustedes? —preguntó Darby a una paramédica.
—Para nada, suba —respondió la paramédica.
Darby sintió alivio por un instante ya que Tabatha todavía era un peligro para la ciudad.
¿Qué tramaba Orquídea Editorial al maltratar a una empleada de ese modo? ¿Acaso no había un mejor modo para lograr su cometido?
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