Capítulo 6
—¿Sabe que si se entera mi jefe podría meterme en graves problemas? —comentó el chico de vigilancia, quien le enseñaba el video de Tabatha a un hombre caucásico.
—Si eso sucede, regresaré —respondió el señor cuya vestimenta era oscura y lustrada.
—Más le vale —concretó el joven adulto, entregándole un USB al sujeto. Él sentía pavor, pero sabía que era lo mejor.
El caballero de buen porte guardó la memoria dentro de su saco y caminó en dirección a la salida.
Aunque el muchacho callaba, tenía preguntas.
El caballero se detuvo, apretando los puños. Si bien el chico merecía tener mayor conocimiento porque era parte de la misma organización que él, era riesgoso sincerarse con alguien de bajo rango.
Aun así, él encontró las palabras adecuadas para calmar el caos de su inferior, sin quebrantar el código de su cargo.
—Ella es la epítome de S.O.R.A. —dijo, señalando el encuadre en el que Tabatha rasguñaba al enfermero.
—¿Ella es...? Señor, no tenía idea. No se preocupe, mi silencio le pertenece —aseguró el vigilante—. Por cierto, considero que deben contener a su amante.
—¿Amante? Afirmaste que estaba sola cuando se encontró con Hugo —inquirió el superior.
—Lo estaba... Ella entró al hospital, acompañada de un hombre rubio —reveló el muchacho, retrocediendo la grabación para demostrar su punto—. Mire.
«Ese desgraciado», murmuró el señor, al descubrir que se trataba de Caleb Franco ya que estaba consciente de que él era una amenaza para la corporación.
Sin más, abandonó el cuarto, en busca de un trago.
De camino a la licorería, recordó la primera vez que vio a ese tal Caleb Franco; en aquel entonces, tan solo era un chicuelo, observando a un bebé dentro de una cuna.
Ellos habían pasado enésimos momentos felices que le costaba pensar que todo se fue al carajo cuando Caleb cumplió los veinticinco y rechazó la idea de formar parte del sueño de su padre.
Aquel fatídico día, Eric enfadó con su hermanastro porque era una blasfemia ir en contra de los deseos de Alfred Quintana. Tanta fue su ira que lo amenazó con emanciparlo, pero eso no impactó en Caleb.
Ese mismo día, Caleb renunció al apellido de su padre adoptivo y permaneció con el de su madre biológica.
«Regresarás a mí, arrepentido por tu elección», concluyó Eric Quintana, apresurando el paso porque la licorería estaba a una esquina de distancia.
Su pisada tan fuerte, hizo que el vendedor temblara porque pensó que le harían daño.
—Señor Quintana, ¡qué gusto verlo de nuevo! ¿Desea lo de siempre? —saludó el joven.
Eric asintió con la mirada, impacientándose ante la realidad. Caleb era una piedra para el proyecto más ambicioso de S.O.R.A., y debía sacarlo del radar antes de que él consiguiera alejar a Tabatha de Orquídea Editorial.
—Aquí tiene, son tres botellas de whisky; dos de ron; y sus cuatro tragos dobles de tequila —ofreció el muchacho—. Son $6,599 por todo... Los caballitos son gratis, así lo ordenó mi patrón.
—¿Cuánto es contemplándolos? —indagó Eric, pasándose el tequila sin problema.
—Cada caballito doble cuesta $350, por lo que en total son $7,999 —correspondió el vendedor—, pero en serio. Mi jefe insiste en que no pague completo porque es cliente frecuente.
Eric dejó diez billetes de mil encima del mostrador, olvidando que el chico debía darle cambio. Él era un comprador honesto, pese a que era sádico.
Con bolsa en mano, se dirigió hacia el paradero del transporte público, pisando fuertemente el concreto para canalizar un poco la ira que se atoraba en el cuerpo.
La gentrificación no lo aturdía como acostumbraba porque él estaba inmerso en idear estrategias para destruir la confianza entre Tabatha y Caleb.
Llantos, insultos y discusiones a plena luz del día.
Eric se sentía como en casa al estar rodeado de un ambiente tan cargado de emociones negativas.
—¿Va a subir? —le preguntó el conductor, sacándolo de entre sus pensamientos.
Eric subió los escalones, pagó su pasaje y estaba por sentarse en un asiento a mitad del bus cuando observó a una mujer embarazada.
Aunque él estaba cansado, su caballerosidad lo impulsó a ceder su espacio. Sin duda, la reacción de la desconocida fue la mejor parte de su día.
Tras algunas paradas, llegó a casa, sintiéndose preparado para sabotear el preciado plan de Caleb Franco.
—Me preguntaba cuándo aparecerías. Tardaste más de lo acordado, Eric —anunció la mujer con quien compartía vivienda—. ¿Pudiste conseguir algo útil para la patrona?
—Tengo oro, y malas noticias —espetó Eric, colocando el licor dentro de su mediana cava—. La paciente 714609 se encontró con Caleb Franco.
—Descuida, yo no me ocuparé de él —le aseguró su compañera.
Ella no ayudó a Eric con las compras, pero sabía cómo contentarlo en cuestión de segundos.
Colocándose contra la pared, le dirigió una mirada seductora al sujeto que jamás la había tocado.
Mientras lo miraba con lujuria, ella se acarició los pechos por encima de su vestido, gimiendo métodos de tortura.
Eric gozaba del comportamiento de la joven mujer, pero no emulaba placer.
—Ava, mi traviesa gatita. Conoces perfectamente las reglas de la casa, Vanessa debe estar aquí también —aseveró Eric, excitándose ante la idea de presenciar sexo lésbico sin buscarlo en Internet.
La damisela de cabello cobrizo, pechos grandes y un trasero prominente se mantuvo en su papel hasta que apareció una joven castaña cuyo busto y culo eran de tamaño promedio.
—Bien. Ahora sí puedes continuar, Ava —comentó Eric, sonriendo maliciosamente.
Las jovencitas se encontraban besándose y rozando sus cuerpos con tanta lujuria que el pene de Eric empezaba a llorar porque amaba la escena admirada a través de los ojos.
Aun así, el retorcido deseo de ver el sadismo sexual de sus amigas fue interrumpido por una llamada.
Eric apretó los labios, relajándose porque aquel momento era trivial. Cada que las novias estaban por empezar a masturbarse frente a él, su teléfono sonaba.
Él permitió que Ava y Vanessa finalizaran su actuación, esperando que la dama de cobre comentara algo al respecto de Caleb.
—Nessa y yo nos encargaremos —dijo Ava, poco antes de besar la mejilla de su compañero.
Eric devolvió el gesto.
Al instante de perder rastro de las sombras femeninas, marcó a quien lo estaba buscando.
«Estaremos perdidos si Franco continúa tan cercano a la pelirrosa», suspiró Eric. Él estaba enfadado por aquella relación porque era un enorme contratiempo.
—Supongo que ya se enteró de... —comenzó y calló cuando oyó el silbido de un cuchillo en la llamada.
—Sé que les encargaste a Ava y Nessa deshacerse de Caleb Franco —afirmó una voz profunda, pero femenina—. ¿Qué harás mientras tanto?
—Enviarle el USB con la grabación solicitada, y conversar con Didier. Ese mal nacido no arruinará la empresa —aseveró Eric.
—Una semana... O tu cabeza se convertirá en melón cortado —amenazó su jefa.
Silencio.
Eric estaba cabreado, ¿cómo se desharía de Caleb sin que Tabatha lo notara? ¡No había modo alguno!
Destruido por dentro, él golpeó tenuemente la pared.
¿Quién su sano juicio sería capaz de enrollarse con una loca casi esquizofrénica en lo que mataban a la pareja actual de ella?
No encontrando respuesta, revisó las aplicaciones que tenía instaladas en su teléfono y lo ayudaba a relajarse.
Nessa salió de entre la oscuridad para entregarle una rebanada de pastel de chocolate a su amigo.
—¿Has tenido suerte en Viux? —preguntó ella, refiriéndose a la app de citas que él utilizaba.
—Pura interesada o cachonda me habla —exhaló Eric, comiendo un poco de pastel—. No sé cómo distanciar a la pelirrosa de Caleb... Creo que estamos jodidos.
—¿Por qué no la meten a Viux? —sugirió Nessa—. Fue así como Ava y yo nos conocimos... Tal vez un chico atractivo capture a 714609. ¿Qué te parece?
—Trillado y patético —debatió Eric, devorando su postre.
—Inténtalo. Sino funciona, pensaremos en algo más —lo animó la castaña. Ella se alejó apenas notó que él necesitaba espacio.
Eric no estaba convencido de utilizar una app de citas para la separación de la pelirrosa y Caleb Franco ya que era como apostar. ¿Sería posible que ella hiciera match con alguien tan rápido?
Tabatha se mantenía rebotando encima de Caleb porque no lograba calmar su ansiedad, y la única solución amena era follar con su mejor amigo, quien jamás se negaba, pero intentaba conocerla más allá de lo físico.
Caleb gemía, al mismo tiempo que lamía los magníficos pechos de la pelirrosa. Sin embargo, su mente solo lo hacía recordar el día en que encontró a Tabatha en aquel callejón.
Tantas eran las preguntas que emergían de manera esporádica que llevaba sin eyacular media hora, lo cual era extraño porque lo normal era veinte minutos.
Tabatha bajó de Caleb cuando se percató de que él no terminaría nunca, irritada porque no estaba satisfecha con su desempeño.
Ella sabía que él estaba pensativo porque se preocupaba en exceso por la estabilidad psicoemocional y social de la pelirrosa, pero no estaba preparado para admitirlo.
Mientras lo observaba en estado casi catatónico, hizo un último intento por descontrolar las hormonas de Caleb.
Tabatha le quitó el condón, metiendo el pene dentro de su boca. Ella adoraba hacerlo; sentir las palpitaciones del miembro y la textura de la glande, la volvía loca.
Caleb logró disfrutar del momento apenas dejó de pensar en que la pelirrosa era peligrosa para la sociedad.
Al cabo de unos minutos, Caleb cubrió el rostro de su amiga con su semen. Si bien se sintió mejor, los pensamientos agobiantes regresaron.
—Córtame —escuchó Tabatha de su compañero sexual.
En aquel instante, ella comenzó a alucinar por la falta de sueño.
Obediente, Tabatha sacó un cuchillo por debajo de las sábanas.
—Ten, límpiate —repitió Caleb, ensimismado con sus pensamientos. Él le entregó un rollo de papel higiénico a Tabatha.
Él se cubrió el rostro con una almohada porque estaba exhausto por sobre pensar, dopándose al instante.
Tabatha se limpió la cara para disponerse a crear una laceración en su mejor amigo.
«Debe quedar perfecta. Merece una runa rojiza que lo convierta en volcán cuyo camino de lava palpita», admitió.
Ella amaba ver la sangre chorrear de los cuerpos, así que al recordar que no tardaría en que el elixir vital de Caleb se asomara, rio maniáticamente.
—Tranquilo, solo te satisfago —murmuró ella, al admirar que Caleb quería retraer el brazo por el dolor.
No fue hasta que el ardor se hizo insoportable que él abrió los ojos, asustándose por la escena.
—¡Qué mierda! —musitó, cubriendo su herida con papel higiénico—. ¡¿Tabatha, por qué hiciste esto?!
Caleb estaba aterrado, ¿por qué ella lo lastimó cuando él se dedicaba a procurarla? ¿Cuál fue el mal que estaba pagando?
—Te gustó, ¿verdad? ¡Logré complacerte! —dijo ella, sonriendo.
Enfadado, Caleb abofeteó a Tabatha para que saliera del trance.
Cuando ambos ya eran conscientes de lo sucedido, ella se escabulló de la habitación.
Tabatha se encerró en el baño, reflexionando acerca de sus acciones. ¿Por qué se había sentido tan bien?
Ella no planeaba herir a Caleb —o al menos de modo consciente—, por lo que encontrarse en aquel punto crítico, la volvía vulnerable.
Decidida, se vistió con lo primero que encontró para abandonar la casa de Caleb porque él no la merecía.
En vez de lamentarse, se armó de valor para afrontar las consecuencias de sus actos. Ella estaba lista para ser arrestada.
Ella marcó a la policía, sintiendo que debía cortar la comunicación antes de exponer la realidad.
—Señorita, ¿qué fue lo que sucedió? —preguntó la mujer que la atendía—. ¿Señorita? ¿Sigue ahí?
Tabatha destruyó su teléfono y finalmente, huyó.
Su mente estaba hecha un desastre porque no sabía qué hacer más allá de llegar a casa.
Mientras ella vagaba por las calles, intentaba olvidar que Caleb se había convertido en la persona más importante en su vida.
—¿Por qué no aceptas el sexto lenguaje del amor, el sadismo? —cuestionó al aire.
Ella azotó los zapatos contra el concreto para descargar la energía negativa que recorría sus venas. Sin embargo, olvidó que el ruido de sus tacones solo atraerían a los depredadores.
Como si se trataran de parásitos, los hombres mal intencionados no tardaron en aparecer; era como si un hato de moscas acabara de encontrar un pastel.
Tabatha continuó caminando, pues sabía que si tomaba en cuenta sus oscuras clemencias, todos lo lamentarían.
—Uff, zorra en calle. ¿Por qué no dejas que te decore con mi crema batida? —insinuó un joven adulto—. Oye, préstame atención cuando te hable.
El muchacho logró que Tabatha volteara hacia él, pero ella tenía la mirada perdida.
—Por el bien de todos, déjame en paz —chilló ella, en un hilo de voz. Su cabeza ya estaba maquinando un nuevo crimen.
Aun así, el joven la besó en los labios, al mismo tiempo que tocó uno de sus senos. Él solo quería satisfacer su frustración sexual, pero se metió con la chica equivocada.
—Te lo advertí —declaró ella, mordiendo los labios de su depredador hasta hacerlos sangrar.
—¡Puta de mierda! —lloró el desconociendo.
Él limpió su boca, con la intención de violarla delante de sus amigos. Sin embargo, apenas se aproximó de nuevo a Tabatha, ella sacó un cuchillo de su bolso.
El muchacho retrocedió, decidiendo alejarse para sobrevivir.
—¡Qué mal! Deseaba jugar contigo —murmuró Tabatha, entre risas—. Nos reencontraremos pronto.
Ella guardó su arma, asegurándose de que ya nadie la siguiera.
Tanto estrés tenía que al reducirse la adrenalina, la pelirrosa se desmayó a mitad de la calle.
Cada vez más, Tabatha se transformaba en la peor criatura jamás creada por el humano. Es más, ella era incluso más letal que un corte profundo y directo en las venas.
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