Capítulo 3

El gélido aire erizaba su piel e ingresaba a través de los pulmones, de tal modo que era notorio pensar en la noche. 

Había vago flujo de ruido, pero la cruel corriente aérea fue suficiente para crearle incertidumbre a Tabatha, quien vagaba descalza por la calle.

El asfalto se sentía ameno a comparación del viento, era como pisar un delgado y un poco áspero tapete, el cual apenas cambiabas por la acera, generaba una sensación de nostalgia que no se podía explicar a profundidad, a menos que estuvieras allí.

Tabatha alzó la vista, observando el bello cielo estrellado que la rodeaba, al mismo tiempo que quedaba anonada con la luz lunar. De un momento a otro, aquel frío que emanaba su piel se fue, siendo innecesario sobarse los brazos.

Ella no sabía dónde se encontraba, tan siquiera podía recordar que apareció a mitad de la calle pavimentada. 

Su mente trataba de buscar la respuesta, pero solo era capaz de reflexionar acerca de la iluminación neón que se reflejaba en el cielo.

—¡Qué susto es andar entre casas blancas de dos pisos y enormes jardines! —soltó, apresurando el paso torpemente. 

Al instante, ella bajó su mirada hacia su cuerpo, y se sintió aliviada porque traía su pijama: una blusa manga larga y un pantalón rosados con rayas fucsia.

El desfile de arcoíris que adornaba los alrededores la guio hasta la entrada de un bar.

Había gente vestida de forma casual, bebiendo cervezas como si jamás amaneciera; y tal vez ellos tenían razón, el día no existía allí.

Tabatha se acercó hasta la entrada y volteó hacia atrás, notando que las casas y parte de la calle desaparecieron sin motivo alguno.

Ella tragó saliva, sintiendo que su corazón bombeaba demasiada sangre. 

Consciente de los síntomas, intuyó que estaba entrando en pánico. Por fortuna, un muchacho parecido a Jacob la reconoció y la llevó dentro del establecimiento.

«Jacob Stevens», murmuró para sí mientras que observaba a su amado pelinegro con azulejos por ojos sentarla en medio del bar e ir por agua para ella.

Jacob regresó con un vaso con agua para ella, se sentó y le preguntó si todo estaba bien porque la veía cabizbaja, era claro que algo la inquietaba.

—Es por la peculiaridad de este plano, ¿no es así?¿Nunca habías estado dentro del mundo onírico, Tabatha? —inquirió él, acariciando la mano de Tabatha.

—¿Mundo qué? —respondió ella con ingenuidad.

—Onírico, el mundo donde los sueños se hacen realidad —agregó él—. Estás soñando, Tabatha. ¿En serio jamás habías estado aquí?

Ella meneó la cabeza, llevándose el vaso hacia su boca cuando él acarició una de sus mejillas son sus delicados dedos.

—Entonces, ¿estamos en un sueño compartido? —dijo ella, secándose los labios.

—Sí... Lamento haberme alejado sin avisarte antes es que, tu pasión y efusividad me hicieron creer que no eras real —admitió Jacob, parándose—. Pero ya que estamos aquí, ¿podríamos retomar lo nuestro?

«¿Bromeas? ¿Crees que soy de esas chicas que separan las piernas a los hombres que las abandonan? Oh, no, Stevens... Esto no funciona así para mí», rio Tabatha. 

Ella se sentía decepcionada por el comportamiento del joven.

De entre la multitud emergió Caleb, quien fue tras ella para salvarla de Jacob. 

Él se enfrentó al sujeto que no lo superaba en edad, empujándolo de la mesa.

Caleb inició una discusión con el pelinegro, al mismo tiempo que Tabatha degustaba el enfrentamiento y vacilaba con su vaso. 

Ella se fijó que los ojos de Caleb parecían ser oleajes de lo furioso que estaba.

El intercambio de insultos era insonoro para Tabatha, ella solo admiraba el efecto de la testosterona en el rubio. Probablemente, los hombres estaban deseándose la muerte, pero la pelirrosa estaba en otro lado, secretando feromonas.

Cuando el olor casi imperceptible fue notado por Caleb, el compañero de trabajo de Tabatha le dio un puñetazo final a Jacob para aproximarse hasta ella y susurrarle una poesía que terminó por hipnotizarla.

Él se alejó hasta desaparecer cuando ella se dirigió hasta el baño de caballeros para reunirse con Jacob. El pelinegro no sabía cómo actuar tras verla poner seguro a la puerta.

—¿Te parece si iniciamos solo nosotros, y luego unimos a un tercero para que me embista y te cele lo suficiente como para poseerme con fuerza? —propuso ella sin medir el riesgo de sus palabras. 

Él cojeó hasta ella, besándola con la misma fuerza de hacía semanas.

Ellos no tardaron en acomodarse encima del lavabo. 

 Sus cuerpos desprendían tanto calor que la baldosa del lavamanos quedó resbalosa tras múltiples desplazamientos de ellos, era como si dos imanes desprendieran mercurio.

Ambos gemían de placer, pero ella no se sentía satisfecha con el acto monógamo, esperó a que Jacob se viniera dentro para abrir al primer sujeto que quisiera entrar al baño.

Debido al elevado nivel de alcohol, el desconocido no opuso resistencia en participar en el trío. Aun así, la excitación seguía siendo baja en Tabatha.

Siendo penetrada por el desconocido, y dando sexo oral a Jacob, ella recordó las palabras mágicas que le había soltado Caleb antes de salir del bar.

«Hazles lo que me confesaste hacerme la próxima vez que cogiéramos», aterrizó ella. 

Tabatha se entregó al placer, sonriendo tenuemente porque la cereza del pastel sería increíble y memorable.

El tiempo siguió corriendo, así como el coito. Los tres estaban comprometidos con sus roles que solo uno estaba consciente del final, solo uno podría contarlo.

Ellos se encontraban dentro de una habitación sencilla, en donde lo más relevante era la variedad de herramientas dispuestas encima de una mesa de madera, así como la escasa iluminación.

El desconocido yacía amarrado a la exquisita cama de sábanas ópalo que se encontraba frente a la pelirrosa.

—Usa mi pene como consolador —rogó Louis.

Ella le dio lo que pidió.

Después de colocarle una mordaza, se vistió con unos guantes oscuros de látex para luego tararear que estaba contenta por complacer sus invitados. 

En ese instante, el aire parecía cortarse para los varones, dado que sus alaridos de excitación les robaban oxígeno.

—Me complace que estén tan ansiosos como yo, muchachos —espetó ella, sintiendo la pesadez de un cuchillo de cocina entre sus manos—. Louis, tú serás el primero. Espero que sepas rezar.

El pene de Louis estaba erecto.

Cuando la pelirrosa empezó a cortar su abdomen como un pedazo de jamón, su miembro se escondió.

Aquella señal de emoción se transformó en chillidos y pataleos por sobrevivir.

Él suplicaba por vivir, por ser perdonado por aquello que hirió a la joven, mas, Tabatha solo oía que él rogaba por más intensidad y profundidad en sus laceraciones.

—¡Tabatha! —Louis lloró, a la par que el dolor corporal fue aumentando hasta recordarle el oscuro secreto del mundo onírico—. ¡Más, más! —oyó Myers.

Los lamentos ahogados continuaron, Louis no tenía oportunidad de despertar. Él solo podía rogar reencontrarse con su madre y platicar con ella acerca de lo que harían juntos.

El ruido desagradable para Tabatha acabó cuando era posible admirar los órganos dejando de palpitar por falta de sangre. 

La pelirrosa hizo un desollamiento perfecto, pero no se sentía plena al observar las mantas pintadas de escarlata, y la cama secretar el mismo líquido.

Sin culpa, ella caminó hacia el armario, sin percatarse de que la luz del lugar la seguía a donde fuese, por lo que ahora la obscuridad adormecía el resto del cuarto. 

Ella suspiró, sonriéndole a Jacob.

Jacob pidió rapidez, él sabía lo que ella le haría. 

Mientras esperaba la llegada de su destino, Tabatha decidía por un machete u otro cuchillo de cocina, siendo que al final, prefirió el machete.

Ella regresó con el pelinegro y dijo: —¿Algo que te gustaría decir antes de empezar con el éxtasis de nuestro encuentro sexual?

—Me encanta verte cubierta con mi semen y el suyo —contestó él, acercándose hasta ella—, pero me fascina más el líquido escarlata cubriéndote... Además, sabes que lo mejor para mí es más actividad erótica.

—Sí, luzco atractiva, pero solo puedo prometer faje. Nada de penetración ni intercambio de fluidos reproductivos —mencionó Tabatha lanzando a Jacob al suelo y recostándose encima de él, consciente de que lo excitaba.

Él terminó accediendo, y empezó a besarla, saboreando cada uno de los líquidos que maquillaban la piel de la su amante. Sin duda, la pelirrosa gozó aquel contacto, y no tardó por romper su promesa.

La ropa de ambos yacía en la alfombra de la habitación, y un camino rojizo delataba dónde se encontraban. 

Entre gruñidos, besos apasionados y lujuria, la decoración terminó en el piso.

Tras un largo recorrido encima de la alfombra, ellos se hallaban dentro de la tina del baño. 

Jacob se encontraba atascándose con los senos de Tabatha, al mismo tiempo que ella gemía el nombre de Louis, celando al pelinegro.

—Louis, no le digas a Jacob que lo sacamos de la ecuación —musitó ella, sintiendo el caliente líquido seminal adentrándose en su interior.

Consumidos por el éxtasis, ellos gimieron al unísono mientras se besaban desesperadamente. 

Acordándose de su misión, Tabatha estiró su mano por fuera de la bañera para buscar el machete, y cuando Jacob pidió sexo oral, ella actuó.

—¡Tabatha! —Jacob ahogó un grito, al mismo tiempo que el semen manchó los pechos de su amada, y Tabatha lo atacó sin conocer las reglas del mundo onírico.

«Ahora sí luces más sexy que antes», confesó ella, vistiéndose con un vestido corto escarlata, botas negras de cuero que le llegaban hasta las rodillas y un collar de oro con un dije de serpiente.

Posterior a maquillarse, ella entró en razón. Tiró el lápiz labial negro al piso y caminó alrededor del cuarto, admirando lo que había hecho... ¿Qué la llevó a lastimarlos?

Tabatha parpadeó, deseando despertarse, pero al abrir los ojos, se percató de que seguía soñando. 

Ella se encontraba dentro de una pesadilla tan peculiar.

Ella no sabía dónde estaba, mas, se sintió tranquila cuando Caleb reapareció para cubrirla con su chaqueta. 

Él se sentó junto a ella, estrujándola para darle calor.

—Te ayudaré a demostrar tu inocencia —comentó él, desconcertándola. En ese momento, ella quería indagar acerca de su comentario, mas, la voz no le salió.

Tabatha se sintió impotente por no poder hablar, nuevamente presentía que haría un berrinche debido a la incapacidad de expresarse. 

El sentimiento no duró tanto porque segundos después, todo se desintegró, incluso ella.



Tabatha despertó, sintiéndose como si un camión le hubiera pasado por encima. 

Ella intentó buscar algo que la ayudara a orientarse, pero solo podía comprender que estaba cerca de putrefacción y debía evitar vomitar.

Una corazonada la obligó a examinarse por completo, encontrándose con que estaba vestida como en su pesadilla, el mismo estúpido vestido corto, botas y collar, e inclusive sabía que utilizaba el mismísimo maquillaje.

Incorporándose, ella se sacudió la ropa para deshacerse del polvo que le había caído, pero su paz se terminó al descubrir que su piel estaba cubierta de una mezcla de líquidos que no deseaba identificar.

—Dios Mío —ahogó un chillido al detectar los cadáveres de dos hombres. Ella no tardó en reconocer a las víctimas—. Jacob, Louis —siseó, cubriéndose la boca con sus manos bañadas en lo que suponía era sangre.

Angustiada tanteó dónde pudo haber perdido su teléfono, se lanzó entre la mugre para recuperarlo. 

La peste era tal que se forzó a contener la respiración mientras encontraba cómo pedir ayuda porque no había nadie cerca.

Ella pensó en gritar, pero levantaría sospecha debido a su vestimenta y a los líquidos que la cubrían alrededor de su cuerpo. Prácticamente, estaba en apuros.

«Aquí estás», susurró cuando su mano identificó lo que confundió como su teléfono. 

Ella tomó el objeto y lo alzó, pero de inmediato lo soltó, ya que ella había tocado el mango de un machete teñido de escarlata.

Tabatha continuó su búsqueda, desesperándose porque en su segundo intento encontró un cuchillo de cocina en las mismas condiciones que el machete. 

Desesperada, arruinó su apariencia al mancharse con tierra húmeda.

Ella maldijo en voz alta hasta que reconoció su bolso favorito entre dos botes de basura llenos de residuos orgánicos e inorgánicos. En ese momento, su presión se relajó, y ella se dedicó a contactar a quien le había advertido acerca de Orquídea.

Al cabo de veinte minutos, Caleb se llevó a Tabatha a su casa, seguro de que Francia Didier tenía un macabro plan del cual Myers formaba parte. 

Él apretó los puños mientras conducía a toda velocidad, intentando que la pelirrosa hablara.

—No recuerdo nada —confesó ella, avergonzada de su estado actual—. Ya no sé si lo que vi e hice solo fue una pesadilla o una realidad...

—Calma, Tabby. En un rato, llegaremos a mi hogar y podremos conversar acerca de lo que ocurrió. ¿Está bien? —Caleb esbozó sus rígidos labios, evocando confianza.

—Sí... Caleb, estoy viendo puntos oscuros. Creo que tengo hambre —escupió Tabatha, presionando su estómago.

—Necesitaremos hacer una parada antes —acordó él, metiendo la tercera velocidad.

Él tenía un presentimiento, pero no podía compartirlo hasta que tuviera las pruebas suficientes para que sus conjeturas fueran válidas. Entre tanto, el rubio solo podía cuidar a Tabatha y convertirse en su confidente.

Caleb no se sentía a gusto con ser distante del dolor de Tabatha, pero era consciente de que forzar era inadecuado.

Tras comprarle comida y retomar el viaje, ofreció la compra a su acompañante comosi se tratase del primer paso para una bonita amistad..

Tabatha se las ingenió para no mancharse con la mayonesa y el guacamole, así como pasar los bocados antes de beber horchata. 

Poco a poco, los síntomas de una baja de azúcar se redujeron hasta su extinción.

—Gracias —agradeció ella entre violencia a la torta—. Diste justo en el clavo.

Caleb respondió con otra sonrisa.

Ellos ya se encontraban relajados y estaban listos para averiguar qué mierda había pasado porque no era posible que Tabatha hubiera asesinado a aquellos hombres. Seguramente, alguien quería inculparla.

«Eres una cucaracha, Didier», enfureció Caleb. 

Él lo sabía, su jefa era la culpable de que la nueva estuviera en crisis, pero, ¿cómo lo demostraría? Francia Didier era muy buena escondiendo sus movimientos.

Tabatha observó el ceño fruncido del contador, y aunque no sabía qué tipo de pensamientos tenía, ella lo tranquilizó con una caricia en la mano.

Aquel acto bastó para que Caleb admitiera que estaba inquieto, pero aún no se sentía cómodo contándole acerca de su hipótesis.

—Fuiste el único que se preocupó por mí cuando me presenté en la oficina cual mono de noche... Créeme que la confianza ya la tienes —dijo ella, terminando de comer.

—Lo agradezco. Aun así, no te puedo soltar mis sospechas de un jalón —admitió Caleb—, así que te contaré paulatinamente. ¿Te parece?

—Sí, obvio —aseguró ella. 

Si Caleb sabía algo con respecto a sus pesadillas, confiaría en él. Entre tantos observadores, él era el atrevido que se acercó para acogerla.


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