Capítulo 2
Tabatha apenas estaba por entrar en su oficina, un espacio lleno de rosa, pegatinas de unicornios y sirenas, libros que adoraba, un archivero morado pastel, entre otros artículos agradables para la vista.
Ella llegó un minuto después de su hora de entrada porque inexplicablemente despertaba asustada a mitad de la noche, y su paz se alteraba.
La joven con vestido blanco, largo y pegado a su cuerpo, se lanzó sobre su silla de cuero café, esperando dormir un poco antes de ponerse a trabajar.
Las tazas de café no surtían efecto para mantenerla despierta; es más, la cafeína terminó por ponerla de mal humor y ansiosa.
Como sabía que Francia estaría ocupada, la pelirrosa encendió su laptop, colocando música relajante.
Ella no podía explicar lo que sentía. De hecho, para ella era más sencillo aislarse de sus colegas, sin faltar al trabajo, que pedir permiso para ir al médico.
«Una pequeña siesta me vendrá como anillo al dedo», murmuró, cerrando los ojos de par en par, concentrándose en las pacíficas melodías que reproducía la computadora portátil.
Recostando su cabeza y brazos encima del escritorio, ella decidió retrasar su trabajo, priorizando su salud.
Sin embargo, tan pronto como se quedó dormida, su mente la hizo recordar el instante en que su pureza había sido arrebatada por el lujurioso encuentro con Jacob.
En ese momento, el cuerpo de Tabatha fue recorrido por unas manos varoniles, las cuales la llevaban a pensar en que el cielo era el límite del placer.
Ella parecía estar sonrojándose tan solo de revivir aquella calentura de hacía casi quince días, pero cómo iba a saberlo, de lo único que podía estar segura era de la sensación afrodisiaca de ser penetrada por el pene o los dedos de su amante.
Un sentimiento similar al éxtasis la perseguía, sus mismos dedos ahora masajeaban su clítoris encima de sus pantaletas y bajo el vestido.
El calor la condujo a apachurrarse el pecho, permitiéndole estar cada vez más inmersa en su sueño.
Si bien el cielo era el límite de la pasión, ella todavía no lo había alcanzado.
Un presentimiento de deseo carnal fue lo que llevó a su misma mente a mostrarle una secuencia de imágenes sádicas, terroríficas y sangrientas, en las que ella estaba involucrada.
Ella se imaginó dentro de su cuarto, teniendo su cuarto round sexual con Jacob, quien la estaba penetrando con frenesí mientras le susurraba al oído que esa noche ella le pertenecía y que después del acto, ella le rogaría más noches calientes.
Ella creyó escuchar que el pelinegro le ordenaba utilizar el cuchillo que estaba en su habitación y tasajearlo con tranquilidad. Entretanto, él continuaba haciéndola gemir y chuparse los dedos de una mano.
Tabatha estiró la mano izquierda lo más que pudo, tiró la caja de preservativos sin contenido, tomó el arma punzante y cumplió la fantasía de Jacob.
Ella lo lesionaba, pues oyó que él le había encomendado aquella tarea.
En ese instante, las sábanas del cuarto de la pelirrosa empezaron a mancharse de escarlata, pero no pasó mucho para que Jacob se viniera dentro de la vagina de ella, y le agradeciera por ayudarlo con su fetiche.
Saliendo del recuerdo, Tabatha abrió los ojos, percatándose de que mojó su ropa interior con un squirt.
Ella no entendió por qué no se detuvo cuando en su sueño comenzó a lastimar a Jacob.
Su mente no daba para una reflexión tan compleja, así que de su bulto sacó un calzón y se fue para limpiarse y cambiarse.
Tras volver a su oficina, la sensación de cansancio se había disipado, por lo cual estaba decidida a resolver una enigmática cuestión generada desde su primer día trabajando en Orquídea Editorial, la incoherencia entre título, sinopsis y contenido de Patitos Marrones.
«No descansaré hasta averiguar la verdad», se animó, golpeándose las mejillas.
Ella marcó el número telefónico de la oficina de Francia, esperando que su jefa pudiera resolverle su duda, mas, la mujer no contestaba.
Tabatha realizó tres intentos, y luego aceptó que estaba perdida y si quería permanecer dentro del negocio, debía cumplir con su tarea.
Al mismo tiempo que ella se disponía a seguir con su lectura del tomo dos de Patitos Marrones, Francia conversaba con alguien afuera de la oficina de Myers, un hombre con traje que parecía no trabajar en la editorial.
—¿Cuánto tiempo dura el plan? —espetó Francia Didier, cruzándose de brazos—. Ella está cada vez peor. Su cambio ha sido tan drástico que su vida peligra ya.
—Solo acátate a las peticiones de nuestro jefe, Didier —tajó el sujeto. Él dirigió su mirada hacia la oficina de Myers, suspirando—. Créeme que tampoco entiendo lo que el señor quiere, pero debemos continuar.
Aquel hombre desalojó la Torre Morada, amenazando a su compañera.
La señora de cabello corto y oscuro ingresó en su oficina, decidida para darlo todo para el aumento que tanto anhelaba desde hacía catorce años y medio.
Así como Tabatha, ella también tenía ojeras, pero las suyas eran menos notorias.
Su cabeza estaba dando vueltas, lo cual dificultó su liderazgo en la editorial. Para ella, era necesario arriesgar hasta la última gota de su vida para el éxito, así que Orquídea debía ser liderado al cien sin importar la condición de su jefa.
Poco después de revisar las llamadas perdidas a su oficina, descubrió que Tabatha la buscaba. ¿Debía visitarla?
Habían sido bastante clara con ella, limitarse al margen. Aun así, no podía evitar pensar que la nueva empleada requería redirigirse.
Francia Didier se encaminó hasta la oficina, esperando controlar la conversación.
Cuando llegó, abrió la puerta para llevarse una grata sorpresa, la pelirrosa se hallaba leyendo el segundo libro de Patitos Marrones, y al ver a su jefa, interrumpió su labor para recibirla.
—Siéntese —saludó Tabatha, observando que Francia acató la petición. Entonces, la joven adulta prosiguió—. Me parece extrañamente cautivadora la propuesta del muchacho, sin embargo, creo que no podemos distribuirla para el público elegido por él.
—¿Por qué lo dices? —la cuestionó Didier, haciéndose la inocente.
—¿Leyó la trama sin la sinopsis? Estas novelas abarcan violaciones, sadomasoquismo, romance erótico y un sinfín de parafilias. No creo conveniente que su venta sea para adolescentes, sino para jóvenes adultos; este contenido es muy fuerte —mencionó Tabatha, disimulando su bostezo.
Su jefa asintió, admitiendo que cambiarían la clasificación. Inmediatamente, la joven adulta sonrió, agradeciendo el tiempo de Didier.
Tabatha se retrajo en el sofá cuando un aroma particular la distrajo, era una mezcla de flores, tomillo, pintura, cloro y óxido.
Ella no reconocía el olor, su cerebro buscaba recuerdos, pero no hubo explicación hasta que recordó al encantador Jacob.
En ese momento, ella tomó el teléfono y marcó a su amante, un joven al cual no había visto en días ni le había escrito para informarle que estaba trabajando.
Intentó cinco veces con las llamadas, y luego envió muchos mensajes.
«¿Qué sucede? Creí que te interesaba», titubeó ella, estando al borde de una emoción negativa que llevaba tiempo sin sentir, era como si sus esfuerzos por tener una vida amorosa tranquila, se esfumaran porque solo fue un juguete.
—¡Basta! —lloriqueó una voz masculina—. ¡Myers, basta, por favor!
Aquel sonido volvió a zumbar dentro del oído de su oído, creyendo que se trataba de un espejismo de la novela que revisaba.
Ella sabía que su mente exigía un descanso, y la repetición del comentario que interpretó como gemido era una señal.
Ella se dirigió hasta la ventana, acechando hacia la calle.
Su monótona vida la estaba alcanzando, ya ni siquiera se daba la oportunidad de disfrutar de una velada con música clásica y un buen té de manzanilla.
Acariciando vientre, se cuestionó acerca de su fantasía infantil.
Ella soñaba con ser madre, pero su ritmo de vida actual no le permitiría hacer realidad su sueño, así que debía limitarse a encuentros carnales esporádicos y la adopción.
Ella decidió que si no encontraba un buen hombre con el cual procrear, iniciaría el proceso de adopción como madre soltera.
De cualquier forma, su deseo sería un hecho, aunque su estado actual la hacía la peor postulante como madre.
Al cabo de unos minutos, Tabatha cerró el lector de PDF para ingresar al buscador de internet y encontrar el significado de los tenebrosos episodios que tenía. Sin embargo, ninguna página web era tan precisa con los síntomas, ¡todas decían falacias!
Ella paró su búsqueda, su estómago rugía, su vista flaqueaba, y su cabeza comenzaba a sentirse cansada.
¿Cuánto tiempo pasó sin comer si la pelirrosa llegó a trabajar a las ocho con un minuto? O, por lo menos eso pensaba.
Tabatha sacó su almuerzo, devorando con furia un pedazo de pollo a la plancha.
Al instante, revisó la hora en su teléfono, no hacía mucho que habían dado la 01:30 p.m., por lo que tenía sentido su gran apetito.
Su teléfono empezó a vibrar cuando acabó de comer, así que la emoción la envolvió.
Ella lo desbloqueó y atendió la llamada de un número desconocido.
Sus manos tamborileaban, pero no cedería ante el temor.
Los primeros tres minutos nadie se inmutó a dirigirle la palabra, tan solo podía oír que quien le marcó se encontraba dentro de un aeropuerto.
—¿Quién habla? —preguntó ella, ansiosa.
Ella esperaba que fuera una estafa.
—Hola —soltó una voz masculina agradable para el oído de Tabatha—, lamento comunicarme de esta manera, es solo que tuve tanto en que pasar tras nuestro encuentro, y... No podemos seguir juntos. Cuídate, y adiós —colgó el joven adulto a quien ella reconoció.
Ella empacó sus pertenencias, descifrando qué hizo mal aquel día. ¿Acaso no había hecho lo necesario como para demostrarle cuánto lo apreciaba?
¿Cómo fue que Jacob no lo vio? ¿Qué hizo mal, o más bien, qué lo llevó a decidir dejar Orangescape?
La pelirrosa apagó y cerró su laptop, dejándola encima de su escritorio.
De ese modo, ahora ella caminaba al ascensor cuando un hombre de mirada imponente y sonrisa asesina, esperaba a que las puertas metálicas y doradas se abrieran.
Ella se quedó a escasos centímetros de él, permaneciendo estática.
No quería estorbar cuando el elevador llegara en el quinto piso y el caballero ingresara, sin embargo, al separarse las puertas, él la invitó a entrar para después seguirla.
Dentro, ellos se mantuvieron separados hasta que él detuvo el ascensor.
Ella se maldijo, creyendo que su colega de piso quería dañarla, mas, él se quedó observándola mientras buscaba las palabras para conversar con ella.
—No quiero hacerte daño, solo deseo advertirte —mencionó él, mirándola con preocupación. Ella lo escaneó, era alto, rubio, de ojos azules, y sin señales de su edad. Después de que él sonriera, continuó—. No sigas leyendo los manuscritos que te asignaron.
—Gracias por la advertencia —dijo ella, acomodándose un mechón de cabello detrás de su oreja derecha. Él se deslumbró ante su belleza, por lo cual tragó saliva antes de hablar.
—Me gustaría invitarla a salir si es que no está ocupada —propuso él, contenido las ganas de crear un escenario perverso dentro de su mente—. Soy Caleb Franco.
Él presionó un botón y el elevador siguió bajando. Mientras tanto, ella se tomó unos segundos antes de aceptar la cita con alguien que no conocía ni siquiera de redes sociales.
Aun así, lo que más le extrañó de su plática con Caleb fue que él le comentara acerca de los libros que estaba leyendo como parte de su trabajo. ¿Cómo era que él sabía tanto con respecto a la encomienda que le dio Didier?
Ella salió del ascensor, sonriéndole a Caleb, quien le guiñó un ojo previo a caminar al lado de ella porque presintió que los vigilaban.
En el momento en que notó la compañía, ella se pegó al brazo de su acompañante.
—Puedo llevarte a casa —ofreció Caleb, apenas salieron del edificio. Él estaba convencido de que Tabatha corría peligro, pero no podía explicarle el motivo o quién intentaba herirla.
Ella aceptó, y ambos caminaron hasta el auto oscuro del contador.
Su mente estaba cada vez más nublada, era el mismo efecto que tenía al enfrentarse a un desafío sin respuesta que no podía abandonar.
Caleb condujo, concentrándose en seguir la indicaciones de la joven.
Él se mantenía distante para no incomodarla, pero le fue imposible mantenerse así cuando a ella se le cayó una pluma debajo de su asiento.
Ella se inclinó para encontrar su pluma, ignorando que estaba muy cerca de la parte baja del conductor.
Apenas sintió que su mano rozó con el miembro de Caleb, ella encontró lo que buscaba y se sentó como debía, evitando que él la viera sonrojarse.
Él estaba avergonzado, sus pómulos también enrojecieron, así que cuando transitaron una calle vacía, parqueó el auto para platicar con Tabatha acerca de lo ocurrido, pues no creía que pudiera resistirse ante sus impulsos.
Tabatha miró a Caleb, comprendiendo que ellos se encontraban en una incómoda situación de la cual querían huir.
Ella se quedó insonora hasta que él quiso mencionar su postura.
Nervioso, él suspiró: —Eres una mujer bastante atractiva, y percibo que mi cuerpo no quiere mantener la compostura.
—Entiendo —murmuró ella cabizbaja—, lamento si te incomodé... Quería mi pluma.
Él se desabrochó, actuando impulsivamente.
Sus labios acariciaron los de ella, creando una sensación de calor agradable para Tabatha, al mismo tiempo que sus manos recorrieron las mejillas de ella con cautela.
Ella se apartó del beso, había sentido ternura en el acto de Caleb, pero no se sentía bien.
La partida de Jacob era tan reciente que entre sus pensamientos todavía vagaba la idea de que él la abandonó sin explicación.
Caleb depositó sus ojos azules en los verdes de Tabatha, quien se quitó el cinturón de seguridad poco antes de sentarse encima de su compañero para besarlo despacio.
Despejando su boca de la de él, ella colocó sus manos alrededor del cuello que deseaba atacar con perversión, pasión y decisión.
Ella continuó besándolo con calma hasta que él activó su lengua para llamar la de ella.
Caleb recorrió la delantera de Myers con sus manos, topándose con dos colinas sensuales y una trinchera oculta en la parte baja de la joven.
Él colocó sus manos alrededor de su cintura, atascándose en un efusivo ósculo.
Por fortuna, ellos pararon cuando recordaron que ella debía volver a casa porque no era seguro que siguiera en la calle.
Fue así como ella regresó a su asiento, disculpándose por su comportamiento, pero él la corrigió, asegurándole que él metió la pata. Gracias a ello, sintieron más confianza entre sí.
Minutos más tarde, ellos llegaron a casa de Myers.
Él bajó del carro para abrir la puerta del copiloto, esperando a que ella descendiera.
Cuando ambos estaban de pie, ella se recostó encima del pecho de Caleb, exhortándole a que pasara la noche en su casa, dado que no quería quedarse sola.
Ella se sentía sola y olvidada por Jacob, mas, ¿era justo para el hombre rubio?
Caleb acarició la mejilla de Tabatha, recordándole que le encantaría.
Él la besó, acompañándola hasta la entrada, inconsciente de que estaba cometiendo un error al involucrarse con ella solo por su apariencia física y actitud amable.
Tras entrar al hogar, Caleb se deslumbró ante la tierna decoración de la sala-comedor.
Él reconoció pinturas, posters y libros famosos, por lo que se emocionó al estar dentro de un sitio tan hermoso.
Ella encargó comida, invitándolo a ponerse cómodo en el sofá.
Por alguna razón, el abandono de Jacob y los recuerdos oscuros de su encuentro sexual, la hacían estar caliente, deseando que la poseyeran.
Caleb se quitó el saco y se sentó junto a Tabatha, pero no mostraba interés en intimidad sexual-erótica, así que ella inició el acto, recostándolo encima de ella.
Él atacó el cuello de la pelirrosa, obligándola a gemir.
Ella buscó sus labios, esperanzada de que él no la dejara ni mucho menos le permitiera quedarse con las ganas de saborear su semen entre sus labios.
Al pensar en ese plan, ella le indicó a Caleb dónde se encontraba el cierre del vestido para que la despojara de él.
No perdieron el tiempo, entre los dos se desnudaron con sigilo.
Pero entonces, cuando ella había perdido su ropa interior, llegó la comida.
Él se asomó para recibir el pedido y entregar el dinero, cerró la puerta, y regresó a su misión.
Ellos volvieron a comerse a besos, así como complacerse.
Mientras que él penetraba el orificio vaginal y presionaba como bola antiestrés un seno de Tabatha, ella lo masturbaba, esperando que él eyaculara sobre su abdomen.
Los cuerpos ardientes de ambos no resistieron y reaccionaron ante la estimulación, ella tuvo un largo squirt, al mismo tiempo que él se vino encima del abdomen de ella.
La pelirrosa tocó el semen proveniente de la glande de Caleb, lamiendo sus dedos manchados con aquel líquido viscoso, blancuzco y dulce.
Él se excitó ante el comportamiento, forzándolo a introducir su grueso y exquisito pene dentro de ella.
Ella aferró sus manos al cojín que estaba detrás de su cabeza. Inclinó su cabeza para ver la penetración, así como el rebote de su cuerpo bajo el de él, a sabiendas de que no era suficiente para ella.
—Sé rudo conmigo —exigió ella, incitándolo a ser más salvaje—, por favor. Quiero que me trates como a ti te plazca.
Él sonrió con malicia, aumentando la velocidad de la inserción, y apretando el cuello de Tabatha entre sus manos, modulando la presión que hacía.
Ella chilló complacida, y se mantuvo a la merced de Caleb, quien la trató como una sumisa al escupirle morbosos comentarios.
Ellos estaban tan ansiosos de que él se corriera adentro que cuando llegaron al éxtasis, se besaron en los labios, a la par que él continuó diciéndole cosas sucias al oído a Myers.
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