#26
Bostezo mientras camino fuera del baño después de haberme cepillado los dientes. Estoy lista para dormir y no despertar hasta el siguiente día. Me siento en la cama y estiro mis piernas, mis dedos aún están un poco entumecidos por el frío. De pronto mi celular comienza a sonar y sonrió al ver de quién se trata.
—¡Eliza!
—¿Cómo está mi prima favorita? —escucho su alegre voz.
—Estoy bien, solo un poco desbordada en trabajos y tú? —pregunto, echándome hacía atrás en la cama.
—Igual o peor que tú, pero no es por eso que te llamo. He descubierto algo —anuncia Eliza tomando un tono más serio—. ¿Recuerdas la fotografía cortada en casa de la abuela?
—¿Sigues fisgoniando en las cosas de la abuela? Eres un mounstro Eliza —digo riendo—. Y sí, si recuerdo la fotografía. ¿Por qué?
—Pues no me vas a creer lo que he visto en una de la cajas del sótano —habla mi prima con emoción—. He encontrado la parte faltante de la foto.
—¿Y?
—Aquí viene la parte más escalofríante. ¿Recuerdas que en la foto tú papá estaba al lado de la abuela y que tú y tú madre en el lateral derecho abrazadas por unos brazos? —continúa preguntando.
—Sí, también lo recuerdo Eliza. ¿A dónde quieres llegar con todo esto?
—Pues que tu padre tiene un gemelo o es una muy mala broma del fotógrafo —revela haciendo que me siente en la cama de golpe.
—¿Qué? ¿Un gemelo mi papá?
—Sí, en la parte extraída, hay un hombre idéntico al tío, pero con la única diferencia de que ese tiene los ojos café y no verdes como tú padre —explica Eliza.
Yo solo me pregunto, ¿cómo pudo mirar el color de sus ojos en esa foto tan vieja?
—Estas de broma ¿no? Papá tiene los ojos verdes no cafés —le recuerdo contrariada.
—Pero si lo ves de un modo más profundo, el hombre que abraza a tu madre tienes ojos cafés como los tuyos.
—No sé que decir, es extraño —mascullo nerviosa.
—Mira, te enviaré la fotografía ya reparada por correo y el próximo fin de semana iré a Bagusth —comunica con entusiasmo—. Además iré a casa de la abuela otra vez y seguiré buscando más fotos raras.
La escucho parlotear sin detenerse, pero justo cuando voy a intervenir la puerta de mi departamento es golpeada.
—Oye, tengo que irme, alguien toca la puerta.
—Uy, ¿tú novio? Está bien ve, ya nos veremos el fin de semana —sin déjarme agregar algo más corta la llamada.
Al instante en que alejo el celular de mi oreja una notificación llega a mi laptop, sé que es ella y aún que tengo muchas ganas de ver la fotografía tengo que recordarme que en la puerta alguien toca con desesperación. Camino hacia ella y quito el seguro para después abrir.
Lo primero que veo es un ramo de rosas pequeños con flores blancas ante mí. Levando mi vista y un par de ojos verde olivo me miran con vergüenza, pero ¿cómo es que a querido traerme flores? ¿De verdad es Eros al que tengo de pie en la puerta? Esta totalmente mojado y su cabello chorrera gotas de agua en su rostro.
—¡Hola! —artículo sin saber si tomar o no las rosas.
—¿Las vas a tomar o las arrojo a la basura? —suelta con la mirada gacha.
«¿A la basura? ¿Pero qué tipo de hombre es?»
Las tomo de inmediato y me alejo de la puerta para poner el ramo en mi escritorio.
Creo que aún no me lo creo.
Rosas.
¡Eros me trajo rosas!
«¿Cómo debo de tomar esto?».
Me giro en dirección a la puerta y le miró unos segundos. Sigue ahí, muy quieto y con la mirada en el suelo.
¿Podría verse más tierno?
—Pasa —indico—. Estás mojado, vas a pescar una neumonía y yo no quiero que mueras.
Eros tímidamente entra a mi habitación y se coloca a un lado de la puerta con las manos metidas dentro de sus bolsillos. Paso por su lado y entro al baño por una toalla, en cuanto llego a su lado la pongo sobre su cabeza y comienzo a frotarla contra su cabello. Esto le roba varios gruñidos y pequeñas risas.
—¿Por qué estás tan mojado? —le pregunto, ahora secando con cuidado su rostro.
—Me a válido el paraguas —responde con pereza—. Y pues me a tomado al menos quince minutos decidirme si venir o mejor lárgame.
—¿Tan horrible es venir a visitarme? —pregunto sacando la toalla de su cabeza.
—Es terrorífico —responde con una sonrisa ladeada—. Porque en lo único que puedo pensar cuando te tengo en frente es en besarte y hacerte cosas de las que mi madre no estaría orgullosa.
Le miró con una ceja arqueada.
«Así que cosas, eh».
—No veo que hagas ningún intento por hacer alguna de tus cosas —susurro cerca de sus labios.
Sin aviso Eros me toma de los glúteos y me levanta obligándome a enrredar mis piernas alrededor de se cadera. Su tacto es tibio apesar de haber estado bajo la lluvia y llevar la roba húmeda.
Con suavidad se acerca a mi oído y susurra con tono ronco:
—Ni te imaginas las ganas que tengo de recorrer tu cuerpo con mis manos y labios, delinear casa centímetro de el con cautela y pasión mientras te retuerces debajo de mí.
Le miró con el corazón apunto de salir de mi pecho y sin pestañear. Tal vez debí quedarme callada.
—Eres en lo único que pienso desde que me levanto hasta que consigo dormir. Te robas toda mi atención y lo peor es que me gusta —confiesa a milímetros de mis labios—. Me gustas tanto que casi llega a doler.
Sus labios se adhieren a los míos con desesperación en busca de calor y respuesta. No pierdo el tiempo en devolver el beso que pronto se transforma en una droga de la que mi cuerpo no quiere alejarse no importa lo que ocurra. Mis dedos se adentran entre las hebras de su cabello húmedo y mis piernas le abrazan con más fuerza. Sus manos bailan por mis piernas y sin poner la más mínima atención de lo que se encuentre tras de mí se gira y me atrapa entré el y la pared. Su ropa humedece la mía y su calor corporal comienza a tomar mayor partido que el frío.
—Me lleva el diablo —suelta alejándose de mí con una sonrisa.
—¿Es algo bueno o malo? —pregunto mirando sus brillantes ojos.
—Ahora es muy bueno —contesta antes de girar su cabeza a su lado derecho—. ¿Y tú qué demonios estás mirando?
De inmediato yo también miró por la puerta abierta. La chica del cuarto de enfrente nos mira con boca abierta, su expresión de sorpresa lo dice todo.
«Sí, me estoy besando con Eros Dickerson. ¿Algo más?».
—Parece una idiota —murmura Eros para después cerrar la puerta de golpe con un manotazo.
—¿Vas a quedarte conmigo? —le interrogo bajando de su regazo.
—¿Por qué? ¿Vas a echarme?
—Como si pudiera —digo con tono obvio.
—Tampoco te haría caso —habla sacándose la chaqueta mojada—. ¿Con quién hablabas antes de abrir la puerta?
—Con mi prima, a descubierto algo raro sobre una fotografía, pero...—hago una pausa—. ¿Tú cómo es que sabes que hablaba con alguien?
—Me a llevado otros cinco minutos tocar tu puerta —reconoce sentándome en mi cama—. ¿Qué fotografía a descubierto?
—Una en la que al parecer mi padre parece tener un gemelo, cosa que no es verdad —destaco tomando asiento a su lado—. Es escalofríante si me lo preguntas a mí.
—Lo es. ¿Crees que sea posible?
—Pues desde que tengo memoria sé que mi abuela solo tuvo un hijo y una hija. Luis y Alanna Cullen Pons —revelo apoyando mi cabeza en su hombro—. Lo más extraño es que Eliza logro ver el color de sus ojos y afirma que los del gemelo son idénticos a los míos. Los de mi padre son verdes como los de mi abuelo.
—Podría ser algo hereditario, mis ojos verdes viene de mi abuelo paterno, los de Ares de mamá y los de Oriel y Iris de papá —detalla Eros mirando la rosas sobre el escritorio—. Almenos dime que he mejorado tu noche.
—Tu siempre logras que este de todo menos triste —manifiesto tomando una de sus manos—. Eros el Dios griego.
—Lleno de odio y amargura.
—Y mucha belleza —añado mirandole con todo mi amor.
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Nuevo capítulo y creo uno de los últimos del año.
Espero que estén bien y que vayan a disfrutar las fiestas.
Nos vemos.
Los ama,
Celeste.
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