#21
Suelto un suspiro mientras continúo caminando, ya lejos del grupo. La actividad física definitivamente no me sienta bien, ni nunca lo hará. No me esfuerzo demaciado en seguirle el paso a mis demás compañeros, prefiero mi lugar aquí atrás, lejos de todas y todos.
—Muy lenta.
«Me retracto».
«Nunca consigo irme lo suficientemente lejos de él».
—No es tu maldito problema —respondo.
No recibo respuesta hasta segundos después.
—Estas de mal humor, supongo —concluye llegando a mi lado.
—Tú lo estás siempre, no es algo nuevo de ver.
—¿Por qué estás tan molesta? —interroga, mientras flexiona sus brazos para tomar las tiras de su mochila.
—¡Que te importa! ¿Acaso no tienes a nadie mas a quien molestar?
—Normalmente soy yo el que responde de forma grosera —informa.
—Pues esta vez soy yo. No te sorprendas si más tarde es tu hermana.
—¿Bipolaridad talvez?
—¿Tú estupidez talvez?
—¿Por qué estás tan a la defensiva?
No respondo, pero en mi mente sigo maldiciendo a todos los chicos del equipo de fútbol y a las porristas, por elegir una maldita camina en vez de una pesca tranquila.
«Mis piernas terminan hechas polvo».
—Estúpida naturaleza y estúpidos atletas —murmuro.
—Luces hermosa enojada.
Sus palabras me hacen levantar la cabeza de golpe y apartar mi vista del sendero, para poner en él.
—Tus labios ahora son más rojos —dice mirándome con una pequeña sonrisa.
—¿Estás drogado a algo así? Empiezas a preocuparme.
—Claro, desayune con cafeína hoy por la mañana —puntualiza.
«Oh, claro».
—¿Qué haces aquí atrás conmigo? Deberías estar al frente de todos esos Idiotas.
—Cuido a mí chica, no quiero que otro venga y traté de robarla —revela.
Ruego los ojos.
—Como si de verdad alguien quisiera robarme. Si tratas de...
La última palabra de mi oración queda sin terminar, gracias a mi pie. Este se enredo con una rama y me hizo caer de frente.
—¡Auch!
Con la dignidad que me queda me giro y me siento en el suelo.
—¿Estás bien?
Eros rápidamente se precipita hasta mí. Sus ojos comienzan ha escanearme hasta que se detienen en mi abdomen.
Sus ojos caen en los míos unos segundos, para después volver a mirar mi estómago.
Bajo mi cabeza un poco y me doy cuenta de que mi blusa se ha levanto, y lo que Eros mira con tanta atención es mi gran cicatriz blanca.
Su expresión es sería y fría.
De pronto alza una de sus manos con la intención de tocarla, pero rápidamente reacciono y la tomo, y sus ojos vuelven a los míos.
—No la toques —mí voz no suena tan firmé como la esperaba.
—¿Por qué? —susurra, aún con su mano atrapada por la mía—.
¿Quién te dañó así, Blair?
«¿Qué quién me dañó?»
«Alguien que le importo una mierda ni vida, Eros. Ese me dañó».
—Eso es algo que no te incumbe —suelto, liberando su mano—. Ahora, alejate de mí.
Me levanto del suelo y acomodo mi blusa en su lugar, para después girandome y continuar caminando.
Muerdo mi emparedado sin apartar mi vista él.
Después de haberle dicho que se alejara de mi de una forma poco amable, ni siquiera me a dirijido una mirada.
«Talvez se tomo mi petición demaciado enserio».
«Eres una estúpida». Insulta mi conciencia.
Claro que soy una estúpida, no todos los días alguien que no fuera mamá, me preguntaba si estaba bien después de una caída.
—¿Soy yo, o a tú chico le pasa algo?
Giro mi rostro en dirección a Gina, quien bebé agua de su botella de forma exagerada.
—A Eros le pasa de todo.
—Parece triste —dice levantándose de mi lado —, pero lo que tú digas, tengo que ir con Patrick, nos vemos.
Supe que había perdido a Gina, desde el momento en que ese chico le había sonreído de forma dulce cuando ella se le acerco por primera vez. Ahora no me parecía solo un atleta tonto, es más ahora sonreía y presumía a mi amiga como suya también.
En cuanto llegamos a la catarata Ungrid, los hermanos Dickerson se lanzaron hacia ella, junto con Leiton y los dos parásitos de Emma y Mía.
Eros por otra parte, no hizo mas que sacarse la gorra azul de su cabeza y sentarse en la roca más alejada del grupo. Actúa de forma tan madura, que no parece ser un estudiante, sino mas bien el adulto que los vigila. Tiene una pose digna de portada de revista, y para ser poster en mi habitación.
Tiene la cabeza gacha y mueve sus finos labios como si recitará una oración o conjuro para él.
«¿Debía acercarme y pedir disculpas?».
El recuerdo de su mano, apunto de llegar a la cicatriz que yo misma evito ver y tocar, me genera un nudo en el estómago.
Tuvo curiosidad, nada fuera de lo normal, pero esa cicatriz, esa jodida línea gruesa y blanca no merece ni la más mínima atención de nadie.
Tocarla es como rememorar el día que fue creada.
El filo de la hoja del cuchillo de cocina penetrando la piel de estómago no una sino dos veces.
La sangre callendo al suelo sin interrupción.
Los gritos de mamá y papá.
Mis gritos.
Sus gritos.
Dolor, sorpresa...
Sus ojos llenos de lágrimas me miraban con miedo y arrepentimiento, pero ya estaba hecho y no había vuelta atrás.
Sabía que tampoco era toda su culpa, la enfermedad la segó junto a la ira, él nos engaño a las dos.
Sus palabras apresuradas y temblorosas pidiendo perdón.
Jamás olvidaría ese día, pero estaba obligada a superarlo. La abuela me lo había dicho, no podía seguir viendo en el pasado.
—¿A dónde vas? —susurro mirándolo de nuevo.
Me levanto de mi lugar e inicio a caminar en hacia él con la certeza de que si es necesario lo seguiré a donde fuera que se dirigiera en ese momento.
Miro a mi al rededor verificando que nadie me vea seguirlo. Lo que menos deseo es que otro chisme de nosotros surja.
Miro el camino por el que se a metido, no es un sendero, es más está completamente lleno de plantas y ramas, ¿acaso busca esconderse?
Me detengo en seco a unos cuantos metros de él, mi boca se abre por sorpresa al verlo quitarse su camiseta blanca dejando libre su pecho. La deja sobre un arbusto, para agarrar su batalla de agua y beber de ella sin cuidado dejando que pequeñas gotas de agua desciendan de forma juguetona por su pecho.
Cuando aleja la botella de sus labios su mirada se pone en el árbol frente a él. Inesperadamente se gira dándome la espalda y estonces las veo.
Dos cicatrices peores que las mías. Rojas y más grandes, que a la vista de cualquiera produciría una sensación de dolor.
Dolor.
Ahora lo entiendo, Eros sabe lo que es realmente el dolor, él también lo ha sentido.
Seducida por la vista me acerco sin hacer ruido, cuidando de no pisar ningúna hoja o rama que delante mi presencia, y si como un fuerza sobre humana me poseyera, mis manos hacen contacto su espalda.
Siento sus músculos tensarse y rápidamente mis muñecas son tomadas por sus manos, de inmediato levanto mi cabeza. Sus ojos me miran con incredulidad y enojo, mientras yo me encuentro estupefacta ante su belleza. Ni siquiera unas dolorosas cicatrices lograban opacar lo que él es.
Una obra de arte.
—¿Que hacés aquí?
Lo miro sin inmutarme, las miradas que me da en este momento me ponen cardíaca, sin contar la ausencia de su camisa.
—Responde.
«Es lo que trato».
—Mis ojos están aquí arriba —me recuerda soltando mis muñecas.
Da un paso hacia atrás y yo doy una hacia el frente.
—¿Qué es lo que tratas de hacer?
Continúo dando pasos cada ves que el retrocede, hasta que queda atrapado entre un árbol y yo.
—Alejate. —demanda tratando de escapar, pero me acerco hasta dejar una mínima distancia entre nosotros.
—Te miro —le susurro mientras descaradamente paso uno de mis dedos por su pecho delineandolo.
—M-Me tocas —dice con su respiración más frecuente.
«¿Eros tartamudeando?».
«Interesante».
—Y te toco —finalizo deteniendo mí dedo al borde de su pantalón.
—No entiendo nada, espero q...
Sus labios y ojos de cierran al sentir como mis dos manos se movilizan lentamente desde su cuello, pasando por su hombros y se aventuran por su estómago.
En cuanto mis manos se apartan abre sus ojos de golpe y se aleja con rostro de frialdad y sequedad.
—No vuelvas a tocarme —exije mientras se pone su camisa—. No sabes con quien estás jugando.
—No pareció importarte hace unos segundos —musito dando pasos hacia él.
—Has enloquecido —concluye más para él que para mí.
Lo observó tomar su botella decidido a irse de mi lado, pero de inmediato se la arrebato.
—Pero...¿Qué mierdas te pasa?
Le miro a los ojos y este entrecierra los suyos.
Nuevamente una descargada de adrenalina me recorre y me lanzo sobre él, estrellando nuestros labios. Los muevo despacio esperando respuesta, pero para mí vergüenza esta parece no tener intención en llegar.
Sus manos me toman por las caderas y me pega a su cuerpo.
—¿Qué es lo que haces? —pregunta.
—Besame. —pido ignorando su pregunta—. Quiero que me beses.
Me mira perplejo, pero yo solo siento como el calor de su cuerpo me quema de una forma benevolente.
De pronto su boca se pierde un mi cuello y me siento desfallecer. Sus labios y dulzura indescriptible me derriten con cada beso. Eso provoca que mi bajo vientre entre en ebullición por culpa del deseo.
Sus manos se deslizan de mi espalda y bajan a mis muslos para alzarme del suelo y obligándome ha enrrollar mis piernas en su cadera. Bajo la magia de sus caricias, cierro mis ojos y me abandono totalmente.
A pesar de todos mis esfuerzos soy incapaz de hacer el más mínimo movimiento, todo por su aroma madero que me envuelve en un sortilegio que no me gustaría romper por nada del mundo.
Lo siento temblar, pero, cuando levanto la vista en busca de sus ojos y los encuentro, veo más que deseo en ellos.
—¿Qué estamos haciendo? —me susurra al oído con voz jadeante.
—Besarnos —respondo atrapando sus labios nuevamente—. Está vez solo somos tú y yo.
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No olviden comentar que les a parecido.
Nos vemos.
Att: M. C. Moreno.
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