#20
El techo color café se ha robado mi atención desde hace horas, no he conseguido conciliar el sueño después de lo ocurrido ayer en la fogata y menos ahora, sabiendo que Paul está en alguna de las habitaciones de la posada. Creí que el mudarme dejaría atrás todos los disgustos, pero al parecer uno de ellos se niega a dejarme. De tantas universidades que hay en el mundo, tuvo que elegir justo la que conviviría con nosotros en el viaje de fin de curso. Lo único que me reconforta es tener a Gina como nueva amiga, a los Dickerson claro, pero a uno en especial: Eros.
Por si fuera poco, aun no consigo olvidar la forma en que me defendió y su promesa. Él a jurado que va a besarme otra vez. Lo sé, es totalmente estúpido, quisiera poder salir de esta habitación, buscarlo y obligarlo a que me bese.
«Definitivamente estoy perdiendo la cabeza».
Miro en dirección al cuarto de baño y sin pensarlo aparto el edredón y me encamino hacia el, tal vez una ducha a las cinco y treinta de la mañana ayude a mi cerebro a pensar con más claridad. De forma calmada estiro una mano hacia la llave de agua caliente y la abro intentando dar con la temperatura correcta. Con paciencia me deshago de mi pijama y me adentro a la ducha y comienzo a enjabonarme cuerpo y lavar mi cabello. Si, tal vez esto era lo que necesitaba para relajarme.
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Miro sostenida del barandal de madera embarnizada a mi alrededor, se podría decir que la posada tiene una forma muy particular o más bien, quien la construyo tenía un amor intenso hacia los cuadrados. Hay ciento cincuenta habitaciones en el primer cuadrado, dejando libre el centro de este, en donde se encuentran dos grandes sofás color blanco, junto con ocho sillas de color azul de apariencia acolchada.
Para poder llegar a la otra mitad del edificio de la misma figura, hay que cruzar un pequeño pasadizo que lleva a otros cien cuartos, una cocina y una pequeña lavandería.
Los pasillos y demás corredores se encuentran vacíos, a excepción de algunos de los encargados que no paran de ir de un lado a otro, seguramente preparándose para recibir a universitarios inagotables y desobedientes.
—Disculpe señorita, ¿busca algo?
Me giro rápidamente encontrándome con una mujer de sonrisa cálida.
—No, yo solo miraba, gracias —respondo regresando mi vista al frente, pero de inmediato la detengo en uno de los sofás blancos.
—Siendo así, el desayunó se servirá dentro de cuarenta y cinco minutos, en el comedor —anuncia dando un paso hacia mí—. Ah, el joven al que mira, ha estado hay desde hace dos horas, debería de bajar y hacerle compañía.
Con sus últimas se aleja mí y continua caminando hasta perderse escaleras arriba.
«¿Eros, necesitando compañía? ¡Ja!».
Lo miro unos segundos más desde arriaba antes de que las palabras de la mujer y mi corazón me convencen de bajar. Doy pasos lentos tratando que el momento de arrepentirme llegue antes que yo al último escalón. Para mi mala suerte este nunca hace su aparición y me veo obligada a caminar hacia Eros, quien lee un libro totalmente concentrado y al aparecer muy interesante ya que logra que su ceño este fruncido y se muerda su labio inferior.
«¿Qué alguien me diga, porque no doy la vuelta por favor?».
—¿Por qué no das la vuelta? Puedo sentir tus nervios desde aquí —me detengo en seco y lo observo—, deja de morderte las uñas.
De inmediato bajo mi mano y continuo mirándole con desconcierto.
«¿Cómo es que supo que estaba mordiéndome las uñas, si ni siquiera a apartado su vista del libro?».
—¿Te quedaras ahí o esperas que te cargue hasta aquí?
«Claro, lo capullo no se quita».
Suelto un resoplido para después avanzar hacia el sofá y sentarme a su lado dejando libre su espacio personal.
—¿Qué quieres, niña?
«Será hijo de...»
—De ti no quiero nada —respondo con voz neutra y esto logra que por fin atraer su atención—, solo venía a agradecerte lo que hiciste por mi ayer, pero pensándolo bien, prefiero lárgame de aquí a pasar un minuto más contigo.
Hago el ademán de ponerme de pie, pero una de sus manos se envuelve en mi muñeca izquierda.
—Lo haría mil veces más si es por ti.
Le miro cohibida sin saber que responder, hace solo unos minutos estuve a punto de mandarlo al cuerno si se atrevía a decirme alguna estupidez más, pero ahora me he quedado sin palabras.
—No soy una idiota siempre, puedo ser amable a veces —dice, para luego jalarme y sentarme muy cerca de él.
—¿Amable tú? —suelto con una risa—. Pensé que era solo lastima de ver como un idiota ebrio me humillaba.
—La palabra "lastima" debe ser enterrada en lo más profundo de nosotros, no sirve para nada —vocifera, sin apartar sus ojos de los míos.
—Y el amor exonerado —susurro.
—El amor es como una ilusión, nos atrapa, nos engaña y nos decepciona —murmura pasando un brazo por mi espalda—. También puede ser un sentimiento tan puro y verdadero que nos ahoga en el mismo, nos hace sentir cosas indescriptibles y receptores a una mínima caricia o beso.
—Parece que sabes mucho del amor —digo, tratando de hacer espacio entre nosotros.
—Tal vez —dice soltando un resoplido—. ¿Por qué te alejas?
—Es mejor así.
—El miedo no es sano, Blair.
—Y el ego tampoco y tú no has muerdo.
—Tal vez si estoy muerto y tú no te has dado cuenta —comenta alejándose.
—Ahora eres tu el que se aleja —musito.
—Es lo que querías ¿No? —pregunta—. Deberías poner más cuidado a tus palabras.
De forma brusca se levanta del sofá y comienza alejarse de mí.
—Espera —pido tomando una de sus manos—. Aun no te he dado las gracias.
—No estas obligada a hacerlo —masculla—, pero si insistes...
Sin aviso me arrincona a una pared y me atrapa con su cuerpo como siempre. Sus ojos se encuentran con los míos y me da una mirada de apariencia feroz.
—¿Acaso tratas de seducirme mirándome así? —mi pregunta le arranca una sonrisa.
—Esas son puras ideas tuyas —dice—, yo diría más bien, intimidándote.
—Estás perdiendo tú tiempo entonces —revelo segura de mis palabras.
—Claro, tan segura —murmura riendo—. Desde aquí puedo ver como tus labios me suplican que los bese hasta que tus pulmones se queden sin aire y tu cuerpo arda en llamas y me incite a tocarlo en los lugares más prohibidos de este, pero claro, no estas intimidada.
Las palabras se quedan atoradas en mi garganta y lo único que consigo hacer es que mis dientes atrapen mi labio inferior.
—Dilo —susurra.
—¿Decir qué? —pregunto.
—Tú lo sabes —recalca, a escasos centímetros de mis labios.
—No.
—Como digas —dice antes de alejarse.
<<Eros, ¿qué haré contigo?>>.
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