Capítulo 29
HANNAH
Llegó el 14 de febrero, y todos los estudiantes fueron sorprendidos en el Gran Comedor con una decoración de San Valentín que era igualmente sorprendente y cursi. Las paredes estaban cubiertas de flores grandes de un rosa chillón. Y, aún peor, del techo de color azul pálido caían confetis en forma de corazones.
Más temprano que tarde descubrieron que el orquestador de todo era el mismísimo Gilderoy Lockhart, quien se hallaba muy sonriente en la mesa de profesores, luciendo teatralmente su lujosa túnica de color rosa. A diferencia de Lockhart, todos los demás profesores se veían incómodos, avergonzados e irritados. Como el profesor Snape, a quien parecía que se le iba a reventar un vena de la frente.
Lockhart llamó la atención de todos y pidió que guardaran silencio.
-¡Feliz día de San Valentín! -Gritó Lockhart-. ¡Y quiero también dar las gracias a las cuarenta y seis personas que me han enviado tarjetas! Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para todos ustedes... ¡y no acaba aquí la cosa!
Hannah no había sido una de las personas en enviarle una tarjeta a Lockhart, pero gracias a más de un rostro sonrojado, ella tenía una idea aproximada de cuantas chicas de Hufflepuff lo habían hecho.
Lockhart dio una palmada, y por la puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco. Pero no enanos así, tal cual; Lockhart les había puesto alas doradas y además llevaban arpas.
-¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas! -Sonrió Lockhart-. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoos felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no le piden al profesor Snape que les enseñe a preparar un filtro amoroso? ¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!
El profesor Flitwick se tapó la cara con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se atreviera a pedirle un filtro amoroso. A Hannah le aterraba ver así de molesto al profesor Snape, y estaba segura de que el maestro desquitaría toda su furia con los pobres estudiantes de su siguiente clase.
Los enanos cupidos se esparcieron por todo el castillo, y durante todo el día se la pasaron entregando tarjetas y rosas, incluso durante las clases. En clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, Lockhart le entregó a cada estudiante una nota y una rosa.
-Es comprensible que a más de un tímido enamorado se acobarde ante la idea de demostrarle su afecto a su ser amado, por eso quiero darle a cada uno de ustedes un pequeño empujón hacia la verdadera felicidad -Habló Lockhart, con una voz melosa-. Hasta les daré el resto de la clase para que puedan escribir un mensaje íntimo a esa persona que es especial para ustedes.
Un enano fue el encargado de repartir las tarjetas entre los estudiantes, y otro les entregó las rosas.
-Creo que yo le voy a regalar mi nota y mi rosa a Wayne. Actualmente está enamorado de cuatro chicas, seguramente le servirán más a él que a mí -Le comentó Ernie, después de que el enano le entregó su rosa.
Hannah se quedó observando su nota muy pensativa. Sabía lo que quería hacer con ella, y a quien se la quería enviar, pero se le ocurrían un sinfín de razones para no hacerlo. Sin embargo, no pudo evitar escribir en la tarjeta cuando se percató de que nadie le estaba prestando atención.
A la hora del almuerzo regresaron al Gran Comedor. El Fraile Gordo se paseaba flotando por las mesas, cantando y tocando canciones de amor con su fantasmagórica arpa. Se sentaron en la mesa de Hufflepuff, y como era de esperarse, vieron que Cedric había recibido una docena de tarjetas y rosas.
-Apenas es medio día, y la mitad de la escuela ya te ha enviado una rosa -Dijo Ernie, divertido.
-No exageres, todas son de amigos -Le respondió Cedric, con un poco de sonrojo en las mejillas-. Ya verás como al final del día tú y Hannah tendrán los brazos llenos de rosas y tarjetas.
-Seguramente Hannah tendrá muchas tarjetas, pero no creo que nadie le envíe algo a un chico tan robusto como yo -Respondió Ernie, en tono de broma.
-No digas eso, Ernie -Intervino Hannah-. Alguien te enviará una tarjeta también.
Ernie hizo una mueca.
-No lo creo, mis hermanos mayores siempre fueron los galanes de la familia -Confesó Ernie, señalando hacia la mesa de Ravenclaw-. Tan solo miren a Elber. Es la persona más aburrida que conozco, solo sabe vivir entre estudios y entrenamientos de Quidditch, y aun así ha recibido la misma cantidad de tarjetas y rosas que Cedric.
Una cosa de lo que Ernie había dicho era indiscutible, Elber llevaba un ramo de rosas en un brazo y un enorme manojo de tarjetas en la otra. Eso hizo que Hannah pensara aún más en la tarjeta y la rosa que tenía escondidas en su mochila.
Hannah volteó una vez más hacia la mesa de Ravenclaw, y de un momento a otro, Elber había desaparecido de su asiento, dejando olvidadas sobre la mesa sus rosas y tarjetas. Desconcertada, Hannah dirigió su vista hacia la entrada del Gran Comedor, y alcanzó a ver como Elber la cruzaba como alma que lleva el diablo.
-Tengo que ir al baño -Dijo Hannah, levantándose de su asiento-. Regreso rápido.
-¿Llevarás tu mochila al baño? -Señaló Ernie.
-Las mujeres siempre llevan su mochila al baño, Ernie.
Fue lo primero que se le ocurrió decir, aunque funcionó lo suficiente para disimular su repentina salida. Hannah cruzó el enorme umbral de la entrada y vio a Elber dirigiéndose hacia la Gran Escalera. No logró alcanzarlo ahí, pero si escuchó a varias personas en los retratos quejarse de tanto alboroto. La chica siguió el camino marcado por las quejas de los retratos, y terminó cerca de la entrada a la torre de Adivinación.
No podía imaginar lo que haría cuando le entregara la carta, pero sí sabía con toda seguridad qué quería dársela a Elber. Ella había quedado completamente fascinada con él desde el día en que Ernie los presentó en el callejón Diagon. Nunca había conocido a alguien más encantador, brillante e ingenioso. Él había sido tan amable, protector y atento con ella, como aquella vez que Elber le reveló el secreto para entrar a la cocina. Además, Hannah lo había visto con su uniforme del equipo de Quidditch de Ravenclaw, y ella no pudo creer lo apuesto que Elber lucía. Los colores del uniforme combinaban harmoniosamente con su cabello marrón oscuro y liso, y hacían resaltar sus ojos azules.
También estaba consciente de que lo que estaba haciendo podría traerle consecuencias severas en el futuro cercano. Después de todo, Elber era familia de Ernie, y Hannah no creía que a su amigo le agradara la idea de que ella se fijara en su hermano mayor. Y por supuesto que tenía bastante claro que era casi imposible que Elber la correspondiera de alguna forma, ya que él era varios años mayor, con experiencias y conocimientos mucho más complejos e interesantes que los de ella, y Hannah tan solo era una pobre niña ingenua que comenzaba a internarse en el impredecible y confuso territorio de las relaciones adultas.
Sin embargo, los padres de Hannah le habían enseñado desde que era niña que jamás debía esconder lo que sentía en su mente y en su corazón. Siempre debía ser honesta consigo misma y expresar de algún modo sus emociones, sin importar todas las posibles consecuencias. Por ese motivo, incluso si Elber la rechazaba, Hannah debía intentar demostrarle lo que sentía.
De repente, el estruendo de unos fuerte gritos la sacaron abruptamente de sus pensamientos. No eran gritos de terror, más bien sonaban enojados y le pertenecían a más de una persona. Estos prevenían del interior de la torre de Astronomía. Dominada por la curiosidad, Hannah se acercó lentamente a la entrada, y se asomó a la escalera de caracol.
Elber se encontraba en la escalera, era una de las personas que gritaba, y unos cuantos escalones más arriba, una antorcha alumbraba la silueta de una chica.
-¡Ya basta de evadirme! -Gritó la voz de Elber-. ¡Estás complicando aún más las cosas!
-¡En ningún momento te he pedido tu ayuda, o que te entrometas en mis asuntos! -Respondió la chica, su voz retumbaba en las paredes de piedra y producía un poco de eco.
Hannah se acercó un poco más al inicio de la escalera, y finalmente pudo observar con claridad quien era la acompañante de Elber. Se trataba de la reservada vecina de Ernie, Bridget. Su cabello pelirrojo brillaba como una fogata debido a la luz de la antorcha.
-No necesitas pedir ayuda, Bridget. Se puede apreciar a primera vista que no te encuentras en buen estado -Dijo Elber, subiendo un par de escalones-. Por el aspecto de tus ojos se nota que llevas varios días sin dormir. Cada vez que te veo en clases o por los pasillos, actúas inquieta y distante. Siempre estás sola y alejas a todo el mundo.
-¿Y por qué te extraña? -Indagó Bridget, descendiendo un escalón. Hannah alcanzó a ver que la chica de Slytherin llevaba un cuaderno de dibujo en su mano derecha-. Nada de lo que dices es novedad, así han sido las cosas para mí durante años, y jamás habías mostrado algún interés. Incluso, no te importó marcharte todo un año a estudiar en América, y dejarme aquí completamente sola. Confiésame algo, Elber, ¿Qué te cambió en Ilvermorny que de repente estás tan interesado en mi bienestar?
Elber no respondió de inmediato, pero Hannah captó el momento en que la expresión en su rostro se ensombreció.
-Lo único que cambió fue que antes no había un lunático heredero suelto por Hogwarts que busca petrificar a todos los hijos de muggles -Contestó Elber, su voz sonaba cada vez más severa-. Te has comportado más extraño que de costumbre desde que comenzaron los ataques. Dime la verdad, ¿tienes algo que ver con los ataques a la señora Norris, el niño y el fantasma de Gryffindor, y el amigo de Ernie?
-Yo no soy responsable del destino de un montón de miserables -Contestó Bridget, con frialdad-. Y si tienes tantas sospechas, ¿por qué no vas con Dumbledore y le hablas de lo que crees que estoy tramando?
-Yo no dije que tu fueras la culpable, pero sí creo que sabes más sobre los ataques de lo que aparentas. Por favor, Bridget. Toda esta locura tiene que acabar.
-Entonces ve con los profesores y revélales la clase de fenómeno que crees que soy -Sentenció Bridget.
Después, ella se dio la vuelta y comenzó a subir el resto de escalones. Elber trató de detenerla atrapando entre sus dedos el cuaderno de dibujo de la chica, pero solo provocó que el cuaderno se rompiera y docenas de hojas comenzaron a caer por la escalera de caracol.
Sorprendida, Hannah se escondió en un rincón oscuro de la torre. Ni a Bridget ni a Elber les pareció importar el hecho de que había hojas regadas por todas partes, al contrario, ellos siguieron avanzando por la escalera como si nada hubiera pasado, hasta que se escuchó el sonido de Bridget cerrando una puerta con fuerza, y a Elber golpeando repetidamente la madera para que lo dejara entrar.
Hannah comenzó a examinar los dibujos esparcidos por el suelo de la torre. Muchos eran hojas coloreadas de verde, con varios ojos amarillos de pupilas rasgadas dibujados encima. Sin embargo, hubo un dibujo que captó por completo su atención. Este había caído en el centro de la torre, la luz del día que entraba por una ventana lo iluminó igual que un reflector iluminaba a un actor en el escenario. Un mal presentimiento se apoderó de ella.
Hannah se acercó al dibujo lentamente, y con su mano temblorosa, lo recogió del suelo.
Dibujado con un gis negro sobre la hoja blanca, se encontraba el rostro de Justin. Estaba rodeado de varios ojos amarillos, y trazos ondulados que se asemejaban a una niebla oscura. Sin embargo, lo más perturbador de todo era que en el retrato de Justin se podía apreciar la misma expresión de horror con la que había sido petrificado.
Hannah comenzó a escuchar los pasos de Elber descendiendo de la escalera. Asustada, guardó el dibujo en el bolsillo de su túnica y salió corriendo de la torre.
🦝🦝🦝
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