Capítulo 2

Pocos días después, alguien llamó a la puerta principal. Ernie fue el primero en atender. Se trataba de su vecino Mitchell, uno de los miembros más jóvenes de la familia Griffin. Era flaco, de rostro ovalado, con ojos azules y almendrados. A Ernie siempre le había gustado el marcado acento irlandés de la familia Griffin.

—Buenas tardes, joven Mitchell —saludó Ernie educadamente.

—Gusto en verte, Ernie. Supongo que te has olvidado de pasear a Rory hoy.

Detrás de Mitchell se hallaba el Terrier Jack Russell de cola bífida que Ernie había paseado durante las últimas semanas. El perro mágico sacaba la lengua y meneaba alegre las dos puntas de su cola de un lado a otro.

—Había olvidado comentárselo, pero ya no necesito seguir trabajando —contestó Ernie, rascándose la cabeza.

—Me alegro por ti. Sin embargo, tengo varios asuntos que resolver hoy y de verdad necesito que alguien juegue con él. De lo contario, morderá todos los muebles de mi casa. Un poco de dinero extra te vendría bien.

Ernie lo dudó por un momento, pero la tentación de unos galeones extras terminó convenciéndolo.

—Con gusto cuidaré de Rory, joven Mitchell —respondió.

Mitchell esbozó una sonrisa y le pasó la correa azul del perro. De repente, se escucharon unos pasos detrás de Ernie, y en cuestión de segundos, Elber apareció en el recibidor.

—¿Con quién estás hablando, Ernie? —preguntó Elber.

—¡Mira quién se deja ver al fin! —exclamó Mitchell con júbilo—. El prodigio Macmillan.

Elber caminó hasta la puerta y lo saludó con un fuerte apretón de manos,

—Gusto en volver a verte, Mitchell. Lamento haberme aislado, pero he estado muy ocupado estos días.

—Es tu último año en Hogwarts, ¿verdad? —inquirió Mitchell.

—Las pruebas ÉXTASIS tienen fama de ser brutales —respondió Elber en tono divertido.

—Pero nada que no puedas superar —comentó Mitchell, sonriendo de lado—. Me atrevería a decir que el Ministerio de Magia ya tiene los ojos puestos en ti, o tal vez quieras optar por una carrera elaborando pociones.

—Aún estoy meditando lo que haré al graduarme.

Elber siempre se mostraba muy reservado cuando alguien le preguntaba a qué quería dedicarse.

—A propósito, mi hermana Bridget también iniciará su último año en Hogwarts —siguió hablando Mitchell—. ¿La recuerdas? Ustedes solían llevarse bien de niños.

Ernie notó que los ojos azules de Elber se abrieron más de lo normal y la comisura de sus labios tembló un poco.

—La recuerdo, aunque no he hablado con ella desde que me fui a Ilvermorny.

—El asunto es que últimamente ha estado un poco rara y distante con todo el mundo. Si pudieras estar al pendiente de ella mientras estén en Hogwarts, me ayudaría mucho.

—Claro, no tienes de qué preocuparte —contestó Elber, aunque no se veía muy entusiasmado.

—Gracias a ambos. Ernie, puedes dejar a Rory en mi casa a las siete. Mi madre estará allí para entonces.

—Entendido —respondió Ernie, muy atento.

Mitchell Griffin peinó su cabello oscuro con la mano y se despidió haciendo un ligero gesto con la cabeza.

Ambos esperaron un rato parados en el umbral de la puerta. Cando perdieron de vista a Mitchell, Elber comenzó a andar hacia el vestíbulo.

—Pasea al perro de una vez. Padre ya no tarda en regresar del trabajo —dijo antes de marcharse.

Ernie rascó cariñosamente la cabeza de Rory y cerró la puerta de su casa. Caminó con el perro hacia el oeste, iban a recorrer su ruta usual. El primer lugar al que llegaron fue la entrada de la casa Arya, una de las cinco familias en Smallstar.

El valle Smallstar tenía una forma que se asemejaba a una estrella de cinco puntas. Cada familia había construido su casa en una punta. Los Macmillan ocupaban la punta norte, los Arya la noroeste, los Hofmann la sudoeste, los Igarashi la sudeste y los Griffin la noreste. La estrella estaba bordeada por un enorme bosque.

A Rory le encantaba pasear por el bosque. Ernie no tenía que preocuparse por los animales salvajes, ya que, a pesar de su tamaño y amigable apariencia, los crup eran bastante feroces. Tampoco tenía que preocuparse por la posibilidad de perderse en el bosque. Toda una vida en Smallstar le había otorgado un conocimiento perfecto del territorio del valle.

Tenía bien ubicada la localización de un estanque cercano por si notaba que Rory sufría de sed.

Transcurrió media hora antes de que empezara a cansarse. El collar de salamandra se sentía muy frio contra su piel. Relajó un poco la fuerza que aplicaba para mantener la correa firme y dejó que el perro lo guiara. Puede que la tranquilidad de la rutina le haya dado a Ernie un exceso de confianza. De repente, sintió un fuerte tirón y salió disparado hacia adelante.

Estuvo a punto de perder el equilibrio y caer al suelo. Seguramente Rory había detectado a un gnomo de jardín y había empezado a cazarlo. Ernie lo encontró unos instantes después, un pequeño de pies huesudos, cabeza de patata y piel curtida corriendo entre la hierba.

No podía permitir que Rory devorara a un solo gnomo, así que frenó usando sus pies y le gritó al perro que se detuviera. Resbaló con la tierra húmeda y fue arrastrado durante un par de segundos, pero logró detenerlo a tiempo.

Escuchó al gnomo soltar una risita victoriosa y a Rory sollozando por la pérdida. No necesitaba mirar su pierna para saber que se había raspado la rodilla. Sus manos también sufrieron unas cuantas heridas.

Esperó unos cuantos segundos para ponerse de pie y recuperar el aliento. Inmediatamente sintió un dolor agudo en la rodilla y las heridas de sus manos ardiendo.

Su ropa estaba cubierta de polvo. Temía que su suéter se hubiera roto, o más importante, que el collar de salamandra hubiera sufrido algún daño. Pero parecía que todo estaba en perfecto estado, aunque sucio.

Jaló con cuidado la correa de Rory y comenzó a cojear hasta el hogar de los Griffin. Por suerte, el linde del bosque no se encontraba muy lejos de donde estaba. Salió por le punto en donde se encontraban las propiedades Hofmann e Igarashi, y continuó caminando hacia el noroeste.

La casa Griffin se alzaba a sus pies. La familia era irlandesa, por lo que su hogar tenía el aspecto de una típica casita de campo. Si Ernie no recordaba mal, la palabra indicada para la casa era cottage.

Era una construcción de dos pisos, con un tejado grueso cubierto de paja, ventanas con arco en la planta superior y varios pilares fabricados con troncos. La casa también contaba con una abundante vegetación. Diminutas flores blancas decoraban el suelo y varias enredaderas se enroscaban en los pilares hasta alcanzar el segundo piso, sobre todo en el balcón en el lado izquierdo de la casa. Y como no podía faltar, los jardines de la propiedad estaban repletos de pequeños tréboles.

La fachada era de color menta y estaba decorada con patrones de diamantes y triángulos negros. Había varias figuras de frailecillos hechas de madera distribuidas por toda la casa. Y, al igual que los arbustos con forma de unicornios en la propiedad Macmillan, estatuas de ciervos rojos fabricadas con ramas de árboles vigilaban los jardines de tréboles.

Ernie condujo a Rory por el pequeño sendero de piedras hasta la puerta principal. No tuvo que golpear la puerta, ya que la Señora Griffin, una rechoncha mujer de cabello oscuro y madre de familia, abrió la puerta en cuanto llegó al umbral.

—¡Que bueno verte, Ernie! ¿Ya terminaste de pasear a Rory?

—Correcto, señora Grififn. Hubo algunos problemas, pero nada de qué preocuparse —respondió Ernie, pasándole la correa de Rory a la mujer.

—¡Dios santísimo! —exclamó la señora Griffin cuando se fijó en la ropa del muchacho—. ¿Te hiciste algún daño?

—Solamente me tropecé, pero no hay nada de qué preocuparse.

Ernie descubrió su pierna derecha para mostrarle el raspón que había sufrido. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando no encontró nada fuera de lo normal. Ernie se quedó anonadado por unos segundos, mientras que la señora Griffin lo contemplaba pacientemente.

—Creí que me había raspado la rodilla —dijo en voz baja.

—Seguramente solo lo sentiste en el momento. Los niños son más resistentes de lo que parecen —le sugirió la mujer con dulzura.

Ernie asintió lentamente y se despidió de la mujer y el perro. Rory soltó unos cuantos ladridos cuando vio a Ernie marcharse.

Ya ni siquiera cojeaba. Examinó sus manos detenidamente y no encontró ninguna herida. No tenía ningún sentido. Minutos antes se quejaba de dolor, estaba seguro de haber sentido la herida en su pierna, y ahora todo había desaparecido. Como si nunca hubiera ocurrido. Pero no era posible que haya sanado tan rápido. No sin magia.

Por instinto, dirigió su mano hacia el pecho.

Podía sentirlo. El collar de salamandra lo había sanado.

🦝🦝🦝

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