Capítulo 7
Apenas había amanecido cuando Justin lo despertó zarandeándolo. Ernie abrió los ojos con fatiga y lo vio al pie de su cama, vestido con el uniforme de Hufflepuff.
—Ernie, acompáñame a llevar a Arquímedes a la lechucería antes de que inicien las clases —le rogó, arrojándole otro uniforme de Hufflepuff a la cama—. Los trajeron esta mañana.
Ernie contempló con fastidio el uniforme.
—¿No puedes ir tú solo?... —hizo una pausa para bostezar—. Todavía falta mucho para las clases.
—Si me llego a topar con algún problema mágico, estaré perdido —Justin se arrodilló junto a la cama y lo miró con ojos suplicantes—. Por favor.
Cediendo a la petición, Ernie salió de la cama y corrió las cortinas para cambiarse. Diez minutos después, Justin y Ernie se dirigían a la sala común con Arquímedes en una jaula.
—Debemos ser los primeros alumnos en estar despiertos —se quejó Ernie.
—Te equivocas —respondió Justin, señalando a una alumna de primero sentada sin compañía en una mesa—. Buenos días, Hannah.
La chica se giró sorprendida, traía una pequeña cámara entre sus manos.
—Buenos días.
—¿Qué estabas haciendo? —preguntó Justin.
—Intento hacer que esta cámara funcione. Quiero capturar los mejores momentos del año, pero algo le ocurrió y ya no responde. ¿Ustedes qué hacen levantados tan temprano?
—Justin quería que lo acompañara a la lechucería —respondió Ernie, haciendo una mueca.
—Para eso están los amigos, ¿verdad? —replicó Justin juguetonamente.
Hannah abrió mucho los ojos y se puso de pie.
—Esperen aquí, por favor —y desapareció por el túnel que conducía al dormitorio de las chicas. Tardó un par de minutos, pero regresó con una lechuza moteada en una jaula—. ¿Podrían dejarla allí también?
—No veo ningún problema —dijo Ernie, agarrando cuidadosamente la jaula.
—Gracias, su nombre es Olive. Es un poco agresiva.
Y en ese preciso instante, Ernie sintió que la lechuza le picoteaba un dedo.
—Te agradezco la advertencia —replicó mientras se chupaba la herida.
Dejaron a Hannah en la sala común y salieron del sótano. Le preguntaron a un fantasma que atravesaba la pared del Gran Comedor por la ubicación de la lechucería. Aunque sus indicaciones eran un poco vagas, lograron encontrar el camino que los conduciría hasta la torre oeste. Según el fantasma, la lechucería se encontraba en la parte más alta.
Durante el camino, se toparon con Filch, el celador del colegio, y su fea gata, la señora Norris. El hombre solamente les dirigió una mirada llena de repugnancia y siguió con su camino.
—Sé que el año escolar acaba de comenzar, pero a ese hombre le urgen unas vacaciones —susurró Justin.
—Según mi hermano Edrick, odia a todos los estudiantes. Y le encanta imponer castigos por cualquier cosa.
El suelo de la lechucería estaba lleno de paja, excremento y restos de rata, por lo que Ernie se negó a poner un pie dentro. Justin no se lo reprochó; de cualquier manera, la sala le recordaba al granero en su hogar. Sacó a las lechuzas de sus jaulas y se reunió con Ernie en la escalera de caracol.
—¿Cuál es nuestra primera clase? —preguntó Justin.
—Encantamientos, después del desayuno.
—No sé qué me emociona más, usar magia o un desayuno a la altura del banquete de anoche.
Ernie soltó una carcajada.
—¿Crees que nos queda tiempo de regresar a la sala común? —dijo Ernie, parando de reír—. Dejé mi ejemplar del Libro reglamentario de hechizos en nuestro cuarto.
—Si no nos perdemos durante el camino —confesó Justin.
Afortunadamente, el camino hacia el sótano era más fácil de encontrar durante el día. Además, varios alumnos de Hufflepuff ya se dirigían al Gran Comedor. Ernie perdió contra Justin en un juego de piedra, papel o tijeras, por lo que le tocó golpear el barril para abrir el pasadizo. No quería asistir empapado de vinagre a su primera clase, pero la suerte le sonrió, y la tapa del barril se abrió al primer intento.
Hannah ya no estaba en la sala común. Tampoco sus compañeros de cuarto. Rápidamente, metieron en sus mochilas las plumas, frascos de tinta, pergaminos y los libros que necesitarían para todo el día. Ernie le sugirió a Justin llevar las varitas en los bolsillos de las túnicas.
El desayuno en el Gran Comedor no fue tan espectacular como el banquete de la noche pasada, pero tampoco había nada de qué quejarse. Ese día, ninguna lechuza le había traído el correo a Ernie.
<<Seguro que llegará mañana>> pensó Ernie.
La clase de Encantamientos se impartía en la torre sur, por lo que comieron apresurados para llegar a tiempo.
La persona encargada de dar la clase era el profesor Flitwick. Ernie le explicó a Justin, discretamente, que la razón por la que el profesor era tan pequeño se debía a que tenía sangre de duende.
Lo primero que el profesor le enseñó a la clase fueron los movimientos específicos de varita.
—Agiten y golpeen —repetía el profesor con una vocecita aguda—. Para hacer encantamientos, no basta con decir un par de palabras. La pronunciación del hechizo es muy importante.
Después, les explicó que no practicarían ningún hechizo hasta haber dominado el movimiento de muñeca. Ernie terminó con la mano adolorida de tanto moverla.
Al terminar la clase, tuvieron un receso de diez minutos. Los dos muchachos aprovecharon cada segundo para encontrar el calabozo. Ahí se daba la clase de Pociones, la cual compartían con los alumnos de Ravenclaw.
Era impartida por el profesor Severus Snape, quien tenía fama de ser muy estricto, frío y cínico. Era muy delgado, con nariz grande y piel pálida. Tenía grasiento cabello negro y siempre vestía una túnica negra.
Antes de pasar lista, se dirigió al frente del aula y observó detenidamente a la clase entera.
—Los Ravenclaw tienen fama de ser extremadamente intelectuales, y los Hufflepuff tienen fama de ser obedientes —habló con su voz fría y monótona—. Nada interesante, por lo que espero que no den muchos problemas.
Ernie se sintió como un niño de preescolar siendo reprendido por un adulto.
—Están aquí para aprender la sutil ciencia y el arte exacto de hacer pociones —continuó el profesor Snape—. Aquí habrá muy poco de estúpidos movimientos de varita y muchos de ustedes dudarán que esto sea magia. No espero que lleguen a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... Puedo enseñaros cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte... sí son algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.
Ernie se tomó aquel comentario como un reto personal. Su hermano Elber había sido un prodigio de las pociones; incluso el mismo profesor Snape lo había notado, y Ernie se rehusaba a quedarse atrás.
El profesor les indicó que formaran parejas y que hicieran el esfuerzo de preparar una poción para curar forúnculos. Durante el resto de la clase, Snape se dedicó a hacer comentarios despectivos sobre el trabajo de cada pareja. La única poción que se salvó de la crítica fue la de Lisa Turpin y Anthony Goldstein.
—Un punto a Ravenclaw por no arruinar completamente la poción —comentó Snape.
Mientras Lisa y Anthony celebraban, Ernie no pudo evitar sentirse un poco celoso. La poción que había hecho con Justin no mostraba el mismo color que la ganadora del punto, y desconocía la razón.
🦝🦝🦝
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