3 de julio de 2000,

1ro de secundaria

Se acercó y me abrazó. Yo no sabía cómo reaccionar. Sólo le respondí el abrazo, olía endemoniadamente bien. Sentía un cosquilleo en la panza. Era la primera vez que me abrazaba.

«¡Al fin!» pensé.

No le había dicho que me gustaba, ni le había mostrado indicios de ello, que yo sepa. Ni indirectas, ni directas, no le había dicho nada. ¿Cómo diablos se había enterado? Y mejor aún, ¿yo le gustaba? ¿en serio?

Se separó de mí y me dedicó una sonrisa hermosa que casi hace que se me caigan los calzones. Y luego, sus siguientes palabras taladraron mis oídos como ningunas otras jamás lo habían hecho.

—Lo siento, pero no eres mi tipo.

—¿Perdón? —dije rasposo, incrédula.

Esa sonrisa, después de todo, no era tal... era una burla, que desde mi perspectiva había sido la sonrisa más bella que jamás había visto. Un acto cruel, que me marcó de por vida. ¿Qué se había creído?

Pero definitivamente, lo que más me marcó fueron las siguientes palabras salidas de mi propia boca. Y recién ahora, después de años, me doy cuenta que moldearon mi percepción de la población masculina para siempre.

Mientras se alejaba sintiéndose grandioso, hacia sus compañeros que se carcajeaban, y yo me quedaba parada en medio del pasillo del colegio como una tonta, grité "¡Eres un idiota!"

Y ese, o eso, fue mi primer amor. Patético...