7. ¿Crees que lo sabes todo?
4 de julio de 2012,
La mañana del lunes Ada se levantó totalmente descansada. Había dormido casi toda la tarde del domingo, pero sin lugar a dudas lo que más la reconfortaba era tener ese nuevo saco de papas el cuál podía patear verbalmente con todo el permiso del productor porque ella era la jefa. ¿Quién? Ese muchacho al que llamaba...
-¡Señorito Asistento! -Ada caminaba de arriba abajo en el set, acechando como un tiburón todos los rincones y con una sonrisota dibujada en la cara. Se veía realmente angelical. Es más, todo el equipo de producción la miraba de reojo porque verla feliz era tan extraño como que un día el protagonista de alguna novela del canal fuese a ser gordo.
-¡Señorito... -no terminó de llamarlo de nuevo porque justo en ese momento apareció el productor.
-¡Ada! Que temprano has venido hoy... ¿qué haces aquí? Tú vienes los viernes... estamos lunes ¿sabes? -la miró por un momento. La sonrisa de Ada no se iba. -Estás feliz.
-Sí, se podría decir -contestó la aludida.
-¿Y qué haces acá?
-Heracles-, fue la sola respuesta que dio.
-Y ese... ¿quién es? -Era una puta broma ¿cierto?
Se cruzó de brazos. ¿Primero le daba problemas extra y luego se olvidaba? Rodó los ojos.
-¿El co-escritor de "¿Y si te como a besos?"? -la sonrisa se le borró en cuanto recordó que si no fuese por ese hijo de puta ahora mismo estaría en pijama dentro de su cama leyendo un cómic de Batman.
-Ah..... Sí. Buen trabajo -y se fue.
«¿Qué carajo?»
No terminó de razonar cuando el celular le empezó a sonar y se apresuró por sacarlo del portafolio. Contestó rápido. Sólo habían tres personas que la llamaban: su mamá, Augusto y Barb, su mejor amiga. Su mamá estaba ocupada en un crucero por el Caribe con su nuevo esposo, Arturo acababa de hablar con ella y la única persona restante que podía ser era Barb. ¡Hacía casi una semana que no hablaban! El trabajo la tenía esclavizada.
-¿Aló?
-¿Dónde te habías metido? -le preguntó su amiga. -No he sabido de ti en días... ¿cómo puede ser eso posible?
-Bueno... he estado ocupada. ¿A qué hora vienes? -cambió de tema.
-Me vas a contar todo eso en cuanto vaya... aún en un rato. Aprenderme las líneas en un solo día no es broma. Mejor dicho, ni de broma. -Ada resopló al escucharla, sabía perfectamente de lo que estaba hablando. -¿Por qué has entregado el manuscrito tan tarde?
Indignación fue lo que sintió.
-Es una larga historia... que tiene a Augusto como culpable.
-Me lo imaginaba. Ya le he dicho que si me equivoco más de la cuenta es por su culpa y me contestó que el manuscrito "se lo entregaron tarde" -remedó con una vocecita boba.
-Que cretino...
-¡Tenía que ser hombre! -dijeron ambas al mismo tiempo.
Luego empezaron a reírse a carcajadas, lo que hizo que los encargados de escenografía, que se encontraban arreglando todo para una escena de hospital recontra cliché, voltearan a ver a Ada nuevamente.
-Oye Barb, ya me tengo que ir ¿sí? Estoy en el canal. -Se cubría la boca mientras se alejaba del epicentro novelesco.
-¿Tú? ¿Un lunes en la mañana? Pellízcame que no lo creo.
-Es una larga historia, de nuevo... que involucra a uno de esos... un "innombrable" nuevo, en fase de iniciación -esa era una forma inventada de decir "hombre" para ambas amigas.
-Oh... estoy ansiosa por ir a ver con qué me encuentro hoy. Suena interesante...
-Interesante sería tener vacaciones.
-No exageres, que estoy empezando a pensar que no son tan malos como pensábamos.
«Chismosa».
-No me digas que estás con juguete nuevo... Bueno, luego me cuentas, ahora sí ya me voy, chau-chau.
-Un beso -y colgaron.
Luego de la apestosa secundaria, Barb había entrado en una escuela de actuación. Quería ser actriz principal de películas, o por lo menos ese era su sueño, hasta que el agente que la tomó le comunicó que los únicos papeles que le podían dar, "dada su corpulencia", eran secundarios, papeles de mala y comedias en las que se burlaran de su peso. Y, evaluando sus posibilidades, prefirió a toda costa hacer de mala. Pero lo que más impotencia le daba a Ada, y por supuesto a ella misma, era el hecho que cualquier mocosa se presentaba a unas audiciones sin saber un pito de actuación y la tomaban para un papel principal. Mientras tanto, a ella la habían tenido dando vueltas por años pidiéndole experiencia y estudios en actuación para hacer papeles mediocres. ¿Con qué concha?
Felizmente, luego de un par de años, habían empalmado ambas amigas en TVD. Bárbara como extra y Ada como guionista, quien pudo convencer al productor de darle la oportunidad a Barb de audicionar para Petunia, la mala más mala macabra y estereotipada malvada de telenovela que TVD había transmitido jamás. Y claro, aunque a Ada la obligaran a escribir el guión de acuerdo a pautas específicas de TVD, no tuviese libertad de decisión en casi nada y aunque no le gustase cómo iba el curso de la historia, odiase a la personaje principal y sintiese bilis subiendo por su garganta cada vez que veía su nombre en los créditos... tenía trabajo. No sólo eso, tenía trabajo en el mismo lugar que su mejor amiga.
Ada guardó el celular y empezó a mirar en todas direcciones como había estado haciendo segundos antes de la llamada. Miraba a lo lejos.
«¿Dónde se ha metido este tipo? Dijo que iba al baño... pero creo que se ha ido al baño de su casa».
-Así que juguetes innombrables... -Ada volteó lentamente, para encontrarse a Heracles apoyado en una viga, al lado de una mesilla de café, con los brazos cruzados y mirándola; presuntamente esperando que terminase de hablar. No lo había visto.
-Sí, innombrables -Ada lo miró con despecho, fingiendo seguridad cuando en realidad se quería morir por dentro.
Era obvio hasta para ella misma que, lo que le hubiese pasado, quien tenía al frente no traía la culpa. Pero con sólo mirarlo no podía evitar pensar que de una u otra forma ese gesto de soberbia ni siquiera disimulada, la pose de chico malo, el auto que manejaba, el peinado lleno de gel hacia atrás, la casaca de cuero... todo en él la transportaba al pasado. A sus horribles experiencias con los especímenes masculinos que la habían pisoteado, cual rebaño de cabras locas.
De sólo mirarlo le hervía la sangre. Todas sus características, hasta la forma de sonreír, le recordaban a uno u otro tipo. Era una especie de cruce entre todas sus desdichas y hacía que Ada se llenase de impotencia al recordar lo mal que la había pasado.
-Tráeme un café, con leche sin lactosa y con dos cucharadas de azúcar.
No sabía ni para qué le había pedido un café, pero lo quería ver sometido, trabajando y escarmentando por todos sus colegas hombres, engreídos, brabucones. Muy adentro ella sabía que se estaba portando mal, que estaba siendo la mujer más inmadura del planeta pero...
-Yo no soy camarera.
«Pero nada».
-Escúchame. Creo que no has entendido cómo funcionan las cosas aquí. Yo ordeno y tú cumples, te ganas mi respeto y con ello el derecho a co-escribir conmigo o puedes irte. Mira -señaló unas rejas -ahí está la puerta.
Las palabras de Ada, hasta para sus propios oídos, fueron demasiado agresivas. Tal vez no debió... La ira acumulada había jugado sucio con sus cuerdas vocales y ahora Heracles la miraba entre enojado e impresionado, como si nunca en su vida le hubiesen hablado así, con esa falta de respeto.
El pobre niño parecía a punto de estallar de lo roja que tenía la cara. Se había enderezado hasta quedar a un palmo de Ada. La miraba fijo, con odio...
«Engreído».
-Está bien -soltó al final, como un globo desinflándose. Relajó los músculos y dio algunos pasos hasta la mesilla del café.
«Mierda... ¿qué paso? No puedo creerlo. ¿No va a pelear conmigo? ¿Todo va a acabar así nada más? ¿Gané? ¿Qué gané?»
Ahora la del desconcierto era Ada, quien recibió su café incómoda. Lo miró. No sabía cómo romper el hielo que había creado, después de todo debían trabajar juntos y ese era apenas el día uno. Pero no os desesperéis, que tuvo la mejor de las ideas, claro.
-¿Lo escupiste?
-¿Me viste escupiéndolo? -Ni se rió.
-Oh-, contestó y se lo llevó a los labios.
«Tierra... te ordeno que ne tragues ahora».
Unos hombres con traje negro y auriculares se pararon a la entrada del set, lo que significaba que el dueño del canal acababa de entrar en el establecimiento. Estaba pasando revista, miraba todo, cosa de rutina. A veces iba.
Todos estaban parados muy derechos, con los hombros casi en punta, porque aunque fuese cosa de rutina el Señor De Deu tenía la extraña capacidad de poner extremadamente nerviosos a todos. Ada, entre gruñidos y rabietas internas, por supuesto no se había percatado de su presencia, pero pudo notar que la actitud de Heracles cambió drásticamente, así que viró y lo vio imponente y serio, pero como su trabajo jamás era supervisado directamente y sintiéndose algo poderosa por la actitud nerviosa de Heracles, decidió que lo mejor era irse.
Es cierto que algo despertó en el subconsciente de Ada, algo la alertó, porque se supone que Heracles no lo conocía. El Señor De Deu tenía un perfil bastante bajo con los medios, podría decirse que tan solo los que trabajaban o alguna vez habían trabajado en TVD tenían idea de cómo lucía el dueño del canal. Pero de nuevo, no era nada que realmente le interesase ni que fuese a hacer que su cheque saliese más rápido de tesorería.
«Al parecer... el asistento no es tan gallito como lucía antes... interesante».
Tomó su café.
-Vamos -dijo Ada, luego de un par de sorbos.
No tenían nada que hacer ahí, y necesitaban trabajar en el guión de la semana siguiente. Un poco de ayuda no le venía mal, y no es como si su salario fuese a disminuir por tener al cuerito ahí. Sin embargo, este no se opuso ni preguntó a dónde iban, simplemente la siguió, cosa que la puso incómoda. Algo pasaba. Tenía una gran sombra enchaquetada que no hablaba, su propio autómata o zombi, o como lo quisiese llamar. Por su parte, él se había quedado mirando el suelo al lado de ella una vez llegaron al edificio indicado.
«Y esto se llama... amaestramiento instantáneo. No grita, no contesta, no habla, no respira y no hace pipí en la sala.»
Presionó el botón.
-Oye tú.. -le dio un ligero empujón en el hombro para que la mirara una vez llegó el ascensor. -Sí, tú-, le señaló el cubo gris al que tenían que subir.
-Voy -tampoco se defendió.
«Algo raro pasa... pero no me incumbe ni me importa, creo».
Una vez salieron del alboroto hacia los pisos de arriba, y llegaron a la misma sala vacía en la que habían estado el día anterior, tomaron asiento en las sillas alrededor de la mesa de reuniones. Heracles se veía mucho más relajado.
-Oye ¿estás bien? -preguntó Ada.
«¿Demasiado cortés? Tal vez, pero a este le pasa algo serio...»
Era más que notorio que se había incomodado enormemente con la presencia del dueño. La pregunta era ¿por qué? La curiosidad la mataba.
-Que te importa -fue la respuesta que recibió, de modo que se puso nuevamente a la ofensiva.
-No, en realidad no me importa, Señorito Asistento -de modo que el afectado cruzó los brazos en su pose natural. Al menos la que Ada siempre había visto.
-Entonces no molestes. -Ada ignoró eso último. Estaban perdiendo el tiempo y ya quería ir a su casa a sacarse el disfraz de persona, bañarse y ponerse el de indigente.
Un poco cansada de la situación, le dio la espalda y acomodó las luces artificiales a unas más amenas para la vista. Iban a pasar mucho tiempo ahí y el primer día de explicaciones y adaptación laboral no era fácil.
-Empecemos. ¿Tienes papel?
-No.
-¿Lápiz?
-Tampoco.
-¿A qué vienes? -se agarraba la cabeza-, pensé que querías ser escritor.
-Ah... y-yo pensé que me ibas a tener sirviendo café por lo menos una semana más.
Ada puso los ojos en blanco.
«Huevón».
Apoyó su portafolios sobre la mesa, sacó una cartuchera con útiles y un par de sobres de manila. Además de una pila de hojas blancas. Se sentó frente al material que había sacado.
-Hoy, oficialmente, es tu primer día... -Heracles lucía atento. -Sólo porque el café que me has preparado está bastante bien.
Ada pudo ver un tinte de disgusto en la cara del Asistento, cosa que la puso de buenas. Si no se empezaba a tomar con algo de humor todo esto se volvería loca, y a penas eran las nueve de la mañana. Tenía un largo día por delante y además era realmente increíble cómo la divertía molestar al pobre chico.
-Voy a ignorar eso último.
-Como quieras. Y como decía... Primero necesito saber exactamente qué sabes de "¿Y si te como a besos?". Quiero saber si has seguido la novela, desde qué capítulo, qué te parecen los personajes, finales o progresos alternativos que se te ocurran, mejoras y cualquier opinión que tengas. Todo es importante... -sonrió-, a menos que yo o Augusto digamos que no. Tienes toda mi atención.
Lo miró a los ojos y se apoyó hacia delante en señal de interés. Esperó.
-Bueno... es una novela. -Ada meneó la cabeza sutilmente, de arriba abajo en afirmación, esperando escuchar más. -Con capítulos.
El hombre lucía más nervioso que hacía un rato inclusive.
-¿Y bien? -Tenía que ser joda... sí, definitivamente era joda.
«¿Quién acepta un trabajo en el que no sabe qué va a hacer?»
-¿Te digo la verdad? -pronunció y tragó saliva.
-No me digas...
-No tengo idea de qué se trata esta pinche novela. -Se recostó hacia atrás en la silla y apoyó la nuca en los brazos por detrás de la cabeza. -Esperaba tener tiempo el fin de semana para ver los capítulos, pero por lo que leí del guión que entregaste ayer, es una mierda. -Cerró los ojos.
«¿Y este cree que me está insultando?»
-Sí. Estoy de acuerdo. Es una mierda. -Quedó estático. No se esperaba la respuesta de Ada. -¿Para qué te voy a mentir?
-¿Dónde está el truco?
-No -rió un poco, -no hay truco. La novela es mierda pura, la odio.
-Pero tú la escribes -elevó las cejas.
-Sí, pero yo no decido nada de lo que sucede en ella.
-No puede ser... ¿es en serio? -refunfuñó.
-Sí, muy en serio. Bueno... como no vas a ser de ayuda hasta que sepas de qué se trata la historia... tráeme-otro-café. -Comandó y le devolvió el vaso vacío de cartón. -Voy a tener una semana dura... y no dejaré que te paguen sin haber hecho nada. Mañana irás a mi departamento a alimentar a mi gato.
-¿¡Qué!?
-Atún. A Mandarina le gusta el atún. Y hazme el favor... anda a la oficina de archivo a pedir un CD con los capítulos... son 75, di que vas de mi parte. Los ves para antes del viernes.
-Que cagada... -susurró.
-¿Perdón?
-Nada.
Lo miró de reojo y se paró. La intriga la mataba y el nerviosismo de hacía un rato, que no supiese de qué trataba el trabajo y su insolencia para con ella encendían miles de flashes rojos en su cabeza ahora incapaz de ignorar. Caminó hasta la puerta y puso el pestillo. Lo miró mientras se paraba de su asiento con una mueca de disgusto en el rostro.
-Ahora sí quiero la verdad ¿cómo diablos conseguiste que te contrataran?
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