6. Todos ustedes son iguales

7 de diciembre de 2003,

4rto de secundaria

Tenía unos dieciséis años y, sentada en el pequeño escritorio de mi cuarto, hacía tarea de geometría un domingo por la mañana. Me encontraba muy concentrada, hallando la ecuación de la parábola dibujada en mi libro de ejercicios, hasta que sonó el teléfono. Desvié la mirada de la hoja cuadriculada que tenía adelante, un poco disgustada porque la ecuación que metí en la calculadora se acababa de malograr. Pero casi enseguida sonreí un poco al pensar quién podría ser y corrí hacia la sala a contestar. Aclaré mi garganta.

-¿Aló?

-Sí... ¿Ada? -respondió una voz grave al otro lado de la comunicación.

-¿Quién más, tontito? -solté una risotada nerviosa.

-Por un momento pensé que eras tu mamá.

-¿Y? -al hombre le daba pánico cruzar palabras con mi madre, cosa que yo no entendía. Pero digamos la verdad, tampoco me importaba demasiado.

Íbamos saliendo sólo dos semanas, nada más. No era algo serio, pero claro que yo andaba embobadasa con él desde el minuto cero. No sólo era mayor de edad, tenía carro y surfeaba, sino que llevaba un tatuaje, en forma de estrella, a la altura de la cadera que todas en el colegio nos moríamos por lamer, oler, sentir... entre otras cosas. Lo más huachafo que he visto en mi vida, pero en ese entonces me impresionaba. Sí. Me babeaba por un huevón con una estrellita permanente en coxis.

-Eh... bueno, mi casa está sola y compré películas -dijo.

-Ya... entiendo... -miré hacia ambos lados. No había nadie.

-¿Puedes venir?

Ahora era oficial, me estaba invitando a su casa y yo no podía con la emoción. Pero aún así intenté sonar indiferente.

-Voy a ver si puedo y cómo hago... -Lo sobrada no me duró mucho-, ¡pero sí! De todas voy.

-¿Vas a dónde? - mi madre acababa de salir de la cocina en pijama, con los pelos de almohada, prendió la televisión y se sentó en uno de los sillones a tomar su café.

«¡Inventa algo rápido!» me dije a mí misma. Mi cerebro fue a mil por hora, pero mi boca ganó y me salió casi por inercia...

-¡Es el cumpleaños del papá de Alonso y me han invitado a cenar! -casi de inmediato escuché un bufido burlesco del otro lado del auricular. No fue lo más inteligente que pude haber dicho.

Nueve horas después llegué a la casa de mi nuevo chico, escoltada por mi madre, con su novio de chofer, peinada de peluquería, tacos puestos y un vino de regalo con un lazo rojo.

Bajé del auto sola, toqué el timbre y le sonreí a mi mamá, que me devolvió la sonrisa con dos dedos pulgares levantados. Se los devolví. Por dentro rezaba porque su papá no fuese a abrir la puerta, luego recordé que no estaba en casa.

«Tonta yo».

Aunque no había peligro aparente, aún así fueron los cinco minutos más largos de mi vida... cualquier cosa podía salir mal. Era la primera vez que iba a esa casa y la monumental corona de adviento colgada de la puerta no la hacía menos intimidante. Finalmente respiré aliviada cuando salió Al y saludó a mi mamá y al "tío Pedro" con la mano levantada, quienes al ver que su pequeñuela estaba a salvo se despidieron desde el auto dejándonos a ambos parados en la entrada.

¡Error! Por supuesto que no estaba a salvo. ¡Me estaba quedando sola con un tipo en su casa desértica!

-¡Vaya!... -tras unos silbidos de asombro que hicieron que me sonrojase y una vueltita coqueta que me hizo dar, su mirada se fijó en lo que traía en las manos. -Y creo que esto es para mí.

-No te equivocas -sonreí, esta vez en serio, y tras darle la botella pasé ambos brazos por su cuello atrayéndolo hacia mí.

-Que rápida estás hoy -me abrazó fuerte, -como me gusta.

Llevaba un vestidito con cierre en la espalda y ropa interior nueva, que había ido sola a comprar al centro comercial para alguna ocasión especial. También me había depilado. Según yo «mejor prevenir». Pero claro que no tenía ni puta idea qué estaba haciendo. Era a penas una niña, aunque yo dijese lo contrario e intentase aparentar más edad.

Pero era tan perfecto ese momento... tenía tanta ilusión... era un encantador de serpientes profesional. Aún hoy puedo cerrar los ojos y sentir su respiración fuerte en los oídos, que me relajaban, y el palpitar acompasado de su corazón como un tranquilo galope.

Me acomodó unos cuantos mechones de cabello detrás de la oreja y rozó apenas sus labios con los míos. Atacó despacio y seguro, empezando a besarme con delicadeza. No podía evitar abrir un poco los ojos de vez en cuando, para ver si lo que estaba pasando era la pura realidad o mi cerebro estaba jugando pasadas. Frente a mí, a cero centímetros, tenía a Alonso Mortengen, riquísimo, en un par de jeans apretados, camisa a cuadros y boxers negros con un elástico gris tan sexy que se me iba a derretir el clítoris de tan sólo mirarlo.

Podía sentir cómo su lengua iba introduciéndose con suaves movimientos en mi cavidad bucal, despacito, dejando cosquillitas a su paso por mi lengua y paladar. Con un sabor a frescura de menta sacado de un comercial de chicles.

Sentía, también, sus labios suavecitos y carnosos hacer contacto con los míos, que parecían ásperos en comparación. Sus fuertes manos agarraban mi rostro y me brindaban el calor necesario como para continuar con los ojos cerrados deseando más contacto una vez se separó de mí y me miró con una sonrisa que casi me mata de la vergüenza. Estaba totalmente mojada por abajo, mis labios rogaban por atención y él empezó a darme piquitos en la boca y por todo el rostro en un gesto de ternura.

Recuerdo haber cerrado los ojos nuevamente, dejándome hacer, mientras sus besitos recorrían mi cuello y la parte trasera de mis orejas. Luego, el contacto de mi cuello con sus labios empezó a ser un poco más animal, empezó a lamerme haciendo que mis terminaciones nerviosas lanzaran fuegos artificiales por todo mi cuerpo. Un gemido abandonó mi boca y su lengua siguió yendo por mis clavículas, para luego internarse en la cavidad de mis pechos. Yo ya no estaba en control de mi propio cuerpo, el placer era tan enorme que mis ojos seguían cerrados y mi boca aún abierta seguía emitiendo pequeños soniditos que mis oídos no registraban como propios.

Sólo necesitó un segundo para deshacerse de mi vestido, gracias al gran cierre que lo recorría desde la espalda hasta mis piernas. Lo arrojó a un costado, y procedió hábilmente a abrir los ganchitos sujetadores de mi sostén con una mano, mientras la otra intentaba escurrirse entre la tela de este y mi pecho izquierdo. Fue ahí, en ese pequeño descanso al deshacerse de mi vestido, que una chispa de cordura incineró mi cerebro con sensatez. Y la sensatez atrajo al miedo.

«¡Voy a quedar embarazada!»

-¿Qué pasa? -preguntó, al momento que abrí los ojos y me alejé un poco. Estábamos en el suelo del recibidor de su casa. Yo, ahora sentada, había estado echada y él había estado encima mío. Habíamos estado tan cerca de hacerlo que temblaba.

Ya no traía camisa y lo que más jaló mi atención, definitivamente, fueron sus pantalones abiertos enseñando aún más sus boxers y un increíblemente hinchado bulto bajo estos. Por otro lado, yo llevaba todo al aire, lo único que traía puestos eran mis calzones y algunas alhajas, todo lo demás estaba hecho un bollo a un costado.

«¿En qué momento me sacó...?»

-Yo... no sé... -estaba un poco asustada por la situación.

Miento, estaba aterrada. No quería salir embarazada, tenía un trauma... Miento de nuevo, tengo un trauma.

-¿¡Y ahora qué!? -Al se estaba enojando y tenía todo el derecho según mi parecer en ese momento. -Hace unos días pasó lo mismo.

-Perdón... -Estaba avergonzada. Y efectivamente hacía pocos días había repetido la misma escena tras un intento de acercamiento sexual por parte de él. Lo había rechazado. Había roto su ego. No porque no quisiese... pero sabía perfectamente que la primera vez no era algo para tomarse a la ligera y, evidentemente, no quería salir embarazada.

Se paró con brusquedad y caminó hasta la cocina dejando a Ada preocupada. «¿Me va a dejar?» no dejaba de pensar. «No quiero... no quiero...» Me paré, corrí hacia una puerta que había identificado como el "baño de visitas" y me encerré.

Las palabras que Alonso me había dicho aquella vez, hacía una semana, no dejaban de repetirse en mi cabeza cada vez que lo veía, cada vez que me empezaba a besar o nos cogíamos de la mano. Pero ahora, esas palabras resonaban más alto que nunca. «O es contigo, o es con otra».

Tal vez, si hubiese tenido más amor propio le hubiese cortado el rostro en una y me hubiese ido lejos sin voltear a atrás. Pero no, me había quedado esa vez y me estaba quedando esta también. Mi silencio otorgó una silenciosa respuesta, había aceptado sus condiciones hacía siete días.

Mi mejor amiga lo odiaba... Es más, hacía dos semanas, el tiempo que habíamos empezado a salir oficialmente él y yo, que con Barb no nos hablábamos demasiado. Sólo lo necesario: "hola", "chau" y "préstame tu borrador". Así que no se me ocurrió llamarla a pedirle consejos porque sabía su respuesta.

«Debe estar celosa de él» pensé estúpidamente.

Me paré del suelo del baño, tenía frío. Sentarse en un suelo de mármol no es la mejor de las ideas cuando es pleno invierno y se está sin ropa. Estaba decidida, lo haríamos porque ya era hora y porque lo amaba, o al menos de eso me quería convencer. Francamente no sé cómo se supone que una se enamore tan perdidamente de un hombre en dos semanas, pero a mí me habían hechizado y yo había caído sin ningún tipo de resistencia. Y me creía "ruda" y "difícil", por favor...

Pero lo peor estaba por venir. Me di la vuelta para arreglarme el pelo y salir hacia en dirección al verdugo de mi himen, pero tuve que parar. Quedé observando mi reflejo en el espejo del lavabo un rato más. Esa chica reflejada, lacia, toda maquillada, flaquísima... con mechones rubios... no era yo. Bueno, sí lo era, pero a lo que me refiero es que no era yo en personalidad, yo así no me veía. Había cambiado. No, había mutado hacia una versión algo punk de la persona que más me odiaba, o que más luchaba por hacer mi vida miserable... Teresa Stan.

Sin darme cuenta, ella había impuesto los estándares de belleza dentro del colegio de una forma tan dictatorial que todo lo que no se pareciese a ella era etiquetado como "feo" sin dar la menor oportunidad a la diversidad.

Así que, algo horrorizada y asustada por el conflicto de pensamientos que aún se debatían en mi cabeza de "vas a quedar embarazada" vs. "o es conmigo, o es con otra", abrí la canilla y empecé a intentar lavarme el maquillaje. Respiré hondo por un rato, intentando calmarme, con la frente pegada al espejo frío y tomé un poco de papel para secarme la cara.

Cuando volví a mirar al espejo, me había convertido en una versión de "Teresa" cruzada con panda o Zombie, aún no me decidía, pero fuera lo que fuera era mejor que ser una "Teresa" pedigree. ¿Cómo podía ser que la persona que más me atormentaba en el mundo se pudiese haber metido dentro de mi subconsciente de tal manera?

«Qué escándalo».

Y ahora sí, preparada, abrí la puerta del baño y salí a enfrentar lo que sea que viniese a continuación. Lo amaba, como ama a un enamorado cualquier adolescente con baja autoestima, y no estaba dispuesta a perderlo por nada. Aparentemente, ni por mí misma.

-¿Al? Lo siento... -me asomé hacia la sala.

Sentía algo de pánico por el hecho de estar sin ropa paseándome por una casa tan grande y ajena. Me hacía sentir vulnerable y observada. Podía haber alguien por allí, mirándome. La sola idea de pensar en encontrarme con sus padres o con su hermano me dieron escalofríos.

-¿Al? -volví a llamar.

Caminé por el recibidor, por la sala, por el comedor, tapándome con el vestido. Aún estaba desnuda. Me sentía como Eva recién expulsada del paraíso. Me sentía una irrespetuosa, caminando por todos lados en esos paños. Abrí la puerta de la cocina para dar un vistazo dentro.

-¿Al? -nada.

Llegué al pie de las escaleras y lo llamé nuevamente. No me respondía.

«¿Se habrá ido?»

Me puse el vestido lo mejor que pude. Mi conciencia estaba haciéndose añicos y necesitaba sentirme protegida, de alguna forma, de la inmensidad de esas paredes. Empecé a subir hacia los cuartos.

Había un silencio sepulcral por todos lados, y se escuchaba el eco de mis pisadas. Las luces también estaban apagadas casi en su totalidad. Parecía una película de terror. Justo en la típica parte en que está todo callado y la protagonista sale caminando por un pasillo oscuro para ser atacada brutalmente unos segundos después por algún espectro o demonio hijo de Satán.

-¡Ada! -grité. Grité tan fuerte que me sorprendió que no llegase la policía minutos después.

Al acababa de asustarme con un grito por detrás y ahora me tenía cargada mientras yo temblaba de miedo.

-¡Eres un hijo de puta! -me quejé. -¡No, del diablo! ¿Cómo mierda me haces eso?

Al se retorcía de la risa.

-No me hagas reír que te voy a soltar -dijo. Así que me abracé a su cuello, aún temblando.

Caminó por unos pasadizos oscuros, conmigo a cuestas, hasta que al fin entramos en un cuarto. Su cuarto. Que tenía dos lámparas de lava a los extremos, y estaba decorado en diferentes tonos de gris. Después de ver a duras penas esos detalles, sin previo aviso, me arrojó sin nada de delicadeza sobre su cama destendida, se arrojó a sí mismo a un costado y se quedó quieto retomando la respiración exageradamente.

-Pesas un montón.

«No jodas, que en la última semana he bajado casi 5 kilos».

Si ya estaba incómoda por todo lo que había pasado hasta el momento, ahora me daban ganas de hacer un hueco en el suelo y meter la cabeza cual avestruz. Un caparazón tampoco hubiese estado mal.

Se quedó ahí, quieto, y luego se levantó torpe acercándose a la ventana con la cortina que volaba descontrolada. Había una pequeña sala y sobre la mesa un cenicero con un cigarro encendido. También estaba la botella de vino que compró mi mamá, casi vacía.

-¡Miércoles, Alonso! -exclamé en cuanto la vi. -¿Fuiste tú?

-¿Ves a alguien más? -se rió un poco, con la sonrisa algo desencajada.

Me acerqué a él y pude sentir en ese momento un olor peculiar que no había sentido cuando íbamos subiendo por las escaleras. Era... como a planta. Claro que ahora tengo totalmente identificado y clasificado ese olor.

-Oye... -lo quedé mirando un rato. Especialmente cuando levantó el extraño cigarro delgadito, de una forma peculiar, entre los dedos pulgar e índice.

-Oigo -dijo. A la vez que se recostaba hacia atrás en uno de los sillones de al lado de la ventana abierta y daba una pitada profunda, para toser un poco a continuación.

Me vio con cara de sorpresa.

-¿Pasa algo?

-Eso es... es... -las palabras no querían abandonar mi boca. No podía creerlo, tampoco quería.

Ahora no sólo tenía el molesto "vas a quedar embarazada" y el horrible "o contigo, o con otra" en replay en el cerebro, sino que se le habían unido unos cuantos slogans de spots publicitarios de campañas contra las drogas. Me iba a volver loca, era demasiada información para que mi cerebro la pudiese procesar, y pudiese buscar una explicación que excusase su comportamiento para aminorar la gravedad. Después de todo, la persona que yo más quería, o que me había convencido de querer, se estaba drogando en mi cara pelada y yo no hacía nada. Era como estar en simulador.

«Esto no es real».

-Sí. Es. -Respondió.

Se encontraba de lo más cómodo, sólo en boxers, y de pronto lo que yo consideraba admiración se transformó en ¿lástima?

De pronto la persona más fuerte de mi mundo se había transformado en la más vulnerable. Lo veía vulnerable, lo veía necesitado y en un pensamiento infantil mío decidí que yo podía ayudarlo. No sólo eso... me convencí que yo era la única persona capaz de ayudarlo con su problema y que lo iba a hacer cambiar estilo "A walk to remember".

Pero primero necesitaba que no me dejara.

«Entonces ¿debo tener sexo?»

No estaba pensando ni bien, ni claro, ni cuerdo.

Tal vez el humo que despedía me estaba afectando al cerebro, o tal vez es que nací drogada, pero de alguna forma mi lado mártir salió a relucir ese día como ningún otro. Decidí que no sólo iba a ayudarlo a cambiar, sino que iba a cuidarlo y a ayudarlo a tener más confianza en sí mismo porque si necesitaba eso para desinhibirse, significaba que tenía la autoestima baja. Porque claro, en mi inocente cerebro adolescente yo iba a ser la salvadora del universo... Yo, una chica que no tenía la menor confianza en sí misma ni la menor autoestima.

-Hace cuanto tiempo... ¿Cómo? Digo... Te quiero igual -me senté en sus piernas.

Él se reía.

-¿Igual? Já.

El tono en su voz había cambiado. Era como si fuese otra persona. Tenía un tinte de autosuficiencia que había escuchando sólo en fiestas y que de alguna forma había admirado. Ahora, sabía perfectamente a qué se debía.

-Sí... -lo abracé y algunas lágrimas deslizaron mis mejillas. Estaba asustada.

-¿Estás llorando? Por favor no empieces... -me sentí herida. -Por si acaso... hay toda una fila de chicas que se morirían por estar en tu lugar. Eres muy afortunada.

Lo miré. De alguna forma sabía que eso era cierto, pero no me gustó la forma en que lo dijo. Lo ignoré. No debí.

-No... no estoy llorando. En serio te quiero.

-Las chicas que quieren a sus enamorados se entregan a ellos -le dio otra pitada a su porro.

Me quedé callada, de nuevo... otorgando. Ese olor definitivamente no me gustaba.

-Los chicos que quieren a sus enamoradas no fuman marihuana-, me miró-, mucho menos al frente de ellas.

-Bueno... eso sería en el caso de que te quisiera.

-¿Perdón? ¿qué? -me agarró por sorpresa.

Nunca pensé que me fuese a decir una pachotada así.

-Lo que escuchaste.

-¿No me quieres? -unas lagrimillas asomaban por mis ojos de nuevo.

-Tal vez. O sea sí, a mi manera.

Esa respuesta me dejó un poco más tranquila. Me limpié con el dorso de la mano.

Era un tipo raro y yo por algún motivo le daba permiso de tratarme de forma extraña, que no sabía exactamente si estaba bien o mal. Simplemente era y ya.

Le di un besito y él me apartó un poco para dar otra pitada.

-Ya deja eso... -le recriminé.

-No... a menos que tenga algo más interesante que hacer. Algo como... -miró de arriba abajo mi vestido desarreglado.

No puse resistencia.

No era amor. Definitivamente no era respeto de ningún tipo. No era alguien que valiese la pena. Yo no era la persona más inteligente, ni alguien que se hiciese respetar, ni una santa, ni una puta. Yo no me creía nada ni nadie.

Sabía que algo andaba mal, pero no lo aceptaba. No era lo suficientemente sabia y mi corazón ya había empezado hacía años su largo proceso de putrefacción. Mi mejor amiga estaba molesta conmigo, no tenía otras amigas, mi madre andaba en sus propios asuntos y mi padre no existía. La persona, en ese momento, que más atención me daba era Alonso... que necesitaba mi ayuda, o al menos eso era lo que yo quería creer.

Me quería sentir necesitada y útil por alguien, aunque no me lo dijeran, y en ese momento mi supuesta utilidad era simplemente una fantasía mía nada más, que luchaba por creer. Porque en realidad mi utilidad ese día fue la misma que podría tener un objeto.

No sé si esa noche lo que hice fue por pena, de algún tipo, hacia él o hacia mí misma. Porque ahí la que necesitaba ayuda era yo. La que necesitaba atención y comprensión era yo. La que necesitaba alguien que estuviese a su lado era yo. Pero yo no lo vi así.

Ese día aprendí que no existen las mujeres que tienen sexo por pena hacia él, existen las mujeres que tienen sexo por pena hacia sí.

Pero lo único que sé, o lo único que me gusta recordar de esa experiencia, es que me saqué el vestido, me recosté... Él apagó la luz, se acomodó arriba mío y tras ninguna preparación sentí una fuerte presión y el ardor más agudo que jamás había experimentado. Seguido de un millón de besitos y un "no llores mi amor" que fue lo más bonito que me había dicho jamás. Al fin alguien me quería. No importaba cómo... me quería y ya, y al día siguiente ya no.

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