2. En la secundaria

1 de abril de 2002,

3ero de secundaria

Hace mucho tiempo... cuando los adolescentes bailaban al ritmo del reggaetón, ir a una fiesta era más importante que el cumpleaños de tu abuelita y los chicos intentaban comprar alcohol con sus identificaciones falsas... había un reino donde la ironía estaba a la orden del día, llamado "San Zaqueo School". La verdad: nunca entendí por qué "school" y no "colegio", si estamos en Latinoamérica y las clases de inglés ni siquiera eran tan buenas, pero esa es otra historia.

En dicho reino, sentada en clase de matemáticas, tímida y sintiéndome algo desubicada entre tantas princesas estaba yo. Era algo así como el bufón de la corte, y lo sabía perfectamente.

-Ay... ¡¿Dónde te hiciste esas iluminaciones?! -una voz chillona me sacó de golpe de una ensoñación preciosa dónde mi vida era perfecta.

Me costó un poco re acostumbrarme a la luz artificial del salón y recordé quién diablos era yo: "Ada Sánchez, la friki más friki de todas las frikis". «Épico» pensé.

Luego, miré a mi interlocutora que se apoyaba sobre mi carpeta con una sonrisa falseta. Podía sentir miradas masculinas, claro que no sobre mí, sino sobre la parte trasera de la falda escolar ligeramente levantada de Teresa Stan; totalmente a propósito.

«¿Que no hay prostíbulos cerca que la quieran contratar?» sonreí a penas, pero la bruja arremetió.

-¿Te comió la lengua el gato? -seguía acosándome -¿dónde te las hiciste?

-¿Qué cosa? -estaba distraída y poniéndome nerviosa. Ahora había un grupo de curiosos rodeándome.

-Eh... -respondí y señalé mi cabeza -¿aquí?

Varias carcajadas estallaron al mismo tiempo, otros varios murmullos empezaron. Ahora tenía la atención de toda la clase.

-Ja... ¿no puedes ser más tonta? -dijo Teresa mientras despeinaba mis mechones azules con una mano. ¿Quién mierda le había permitido tocarme? -me refería a la peluquería, para nunca ir. Tienes el pelo horrible.

Me quedé quieta. Ya no la miré. «Tienes que ser fuerte, tienes que ser fuerte, tienes que ser fuerte» repetí en mi cabeza como un mantra.

Me esperaba una cosa así, no era nada nuevo, pero por algún extraño motivo me costaba ser indiferente. Me costaba mucho, y solía escaparme a llorar en algún cubículo del baño más cercano, pero el profesor acababa de entrar. Eso significaba que ya no me podía ir, e instantáneamente todos se esfumaron a sus asientos, como si nada hubiese pasado.

Tenía calor y mi visión empezaba a volverse borrosa, pero no podía dejar escapar ni una lágrima.

«Tienes que ser fuerte, tienes que ser fuerte...»

La perra de Teresa, sentada unas cuantas filas adelante, volteaba a verme de vez en cuando. Eso me daba más impotencia.

«¿Por qué no puedo simplemente contestarle todo lo que pienso acerca de ella? ¿Por qué no la mando a la mierda?» -ahora las lágrimas no eran de tristeza ni de vergüenza, eran de pura cólera.

-¡Chicos! He olvidado sus pruebas en la sala de profesores, vuelvo en seguida. Pórtense bien. -el profesor salió corriendo, apurado. Felizmente no me había visto. Yo estaba con la cara enterrada en mi cartuchera.

Ni bien se fue, vi por el rabillo del ojo cómo alguien se acercaba. Estaba a la defensiva, armando barreras emocionales para el ataque que recibiría a la cuenta de tres... dos... uno...

-Oye... ¿estás bien? -una voz grave y pausada resonó en mis oídos.

-Ah... sí ¿por qué lo dices? -hablé sin mirarlo a los ojos, no podía. Se me quebró un poco la voz.

Inhalé profundo, intentando tragarme las lágrimas en fingida soberbia.

-No parece -se sentó en el sitio vacío que había a mi costado, en la esquina de la última fila. Yo estaba en la carpeta contra la pared tranquila, en mi mundo de paz, mientras no me molestaran como hacía un rato.

Lo miré. Nunca lo había visto antes «puede ser porque me siento atrás y no hablo con nadie» pensé. Tenía unos ojos hermosos, marrones y un cabello negro desordenado.

-¡Que lindo! -exclamó, y señaló el dibujito de un osito que había en la punta de mi cuaderno. Sonrió -¿cómo te llamas?

-Ada -fue lo único que dije. Me sentía a gusto, era una persona que parecía ser muy agradable y yo una de pocas palabras.

-Ada... -repitió -yo me llamo Daniel.

-No te he visto antes -ya se me habían pasado las ganas de llorar. Agradecía que no me hubiese seguido preguntando al respecto. «Que considerado...»

-Eso es porque soy nuevo, vengo de otro colegio.

Nos pasamos la clase conversando. Me hacía sentir realmente bien hablar con alguien. Una vez llegó el profesor empezamos a mandarnos notitas con dibujitos y quedamos en almorzar juntos. Él aún no conocía a nadie, era su primer día.

Pronto sonó la campana, la había pasado más rápido de lo que creí. Se había pasado volando, me sorprendió. Normalmente el tiempo transcurría tan lento que me daban ganas de dormir. Especialmente durante esa clase, matemáticas, donde no había ninguna amiga que me hiciese compañía, pero ahora era diferente.

Daniel ya había recogido todas sus cosas y estaba cerrando su mochila. Se la colgó en la espalda y cuando estaba a punto de volverse hacia mí otro chico lo saludó desde la puerta.

-Un momento -me dijo.

-Sí, claro -sonreí. Mi corazón latía un poquito más rápido.

Empezó a hablar con este chico de Dios sabe qué. Pronto habían pasado quince minutos, así que decidí ir hacia ellos. El otro chico era Jaime, capitán del equipo de básquet. Me daba un poco de vergüenza acercarme así sin más, pero me armé de valor y me dije a mí misma: «si pudiste hace un rato, también puedes ahora... no fue tan difícil hacer un amigo».

Iba caminando decidida, pero intentando no verme disforzada. Me sentí, por unos minutos, una princesa más de ese reino. Al fin un príncipe había visto mi belleza interior. Si bien no iba a casarme con él, ni iba a ser mi novio, su trato era el de un caballero y era un buen comienzo. Hasta que de pronto, el hechizo mágico se acabó.

-Oye... esa rara se te está acercando. -Enmudecí. Volvía a ser el arlequín del reino.

-¿Qué? ¿Cuál? -dijo Daniel.

Yo me hice la que leía uno de los paneles del salón y tomaba apuntes en la libreta de dibujo que siempre llevaba a la mano.

-En serio quiero que seas del equipo de básquet, juegas excelente... te vi en un partido -continuó Jaime -pero mejor hablamos en otro lado, tenemos compañía.

-Oh... está bien. En realidad no sé quién es ella, me está persiguiendo... -lanzó, como un puñal, mientras se iba caminando con su nuevo amigo por los pasillos.

-Me da pena... pero no soy de esos que hacen caridad.

Apoyé la frente en uno de los paneles de tecnopor y me dejé deslizar hasta el suelo.

-A mí también me da pena. ¿Almuerzas?

Lloré.


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