1. Todo es una mierda
3 de julio de 2012,
"El calentamiento aceleró las oleadas de calor en el hemisferio norte. La tierra se calentaba por las grandes emisiones de CO2. El deshielo de los polos ahora era inevitable. Los pingüinos, abandonando sus nidos..."
"...y seguir batiendo las claras hasta dejarlas a punto nieve."
"Oh... Roberto, por qué me has hecho esto a mí. ¡Por nuestros hijos! Por favor, quédate conmigo." "No Adelaida, yo amo a otra mujer..."
"Las aves levantan vuelo en dirección al mar. Esta especie es oriunda de Galápagos..."
"Desde que se descubrió la cura definitiva para..."
"Yo pesaba 143 kilos. Ahora con el nuevo..."
«Esto está cada vez está peor» pensó, mientras miraba la pantalla idiotizadora. En seguida, presionó el botón rojo del antiguo mando universal y lo arrojó al sillón que había a un costado.
Traía ojeras gigantescas, los ojos hinchados, el cabello despeinado y un pijama de esos con rayas tipo Bob Marley. En resumidas cuentas, un aspecto desastroso, digno de un recogedor de basura. Y en efecto, tampoco se había bañado. Pero esos parentescos eran meras coincidencias. El trabajo la estaba volviendo un ermitaño, casi, a no ser porque debía movilizarse hasta su oficina una vez por semana. El resto del tiempo se la pasaba en casa, como en ese momento. Acababa de despertarse y reptar hasta la sala-comedor para informarse qué estaba sucediendo en el mundo exterior, fuera de su pequeña burbuja de perfecto desorden.
-6:25 -leyó en voz alta intentando despabilarse, en cuanto se dio la vuelta donde estaba despanzurrada.
Ada pestañeó un par de veces más. Tenía exactamente 30 minutos para bañarse, cambiarse y llegar al trabajo. El problema era que cada día se levantaba más tarde, porque cada vez tenía más sueño y dormía más. El cansancio no se le iba, lo tenía pegado. Pero tal vez el mayor de sus problemas era que había empezado a dejar de sentir el sonido del despertador. Era como si su cerebro hubiese alojado la melodía y la hubiese neutralizado. ¿Debería comprar otro? Aunque felizmente ese día había sido levantada temprano por un par de cachetadas gatunas cuyo significado conocía muy bien: "aliméntame esclava".
Ahora el pequeño rufián dormía como un angelito sobre el repostero de la cocina, y la humana "esclava", después de un rato de estar despanzurrada decidió levantarse con la pesadez de una ballena preñada. Se miró en el espejo y maldijo porque era sábado y tenía que presentar el manuscrito para el episodio del viernes siguiente: un "Super Especial" de dos horas que había anunciado el canal para el cual trabajaba. Tan "especial"... que ella misma, escritora de la novela, se había enterado por un comercial que vio en la tele hacía sólo dos días. Casi se tira a las vías del tren, pero a falta de trenes en Lima decidió escribir el maldito guión.
Hubiese ido a hacer un escándalo a la oficina de su jefe, pero era muy poco tiempo el que le quedaba para la entrega, y demasiado lo que tenía por gritar. Así que desistió. Al menos, de eso se quería convencer. Aunque tal vez era porque necesitaba el trabajo para pagar el alquiler, y porque el área de tesorería se había atrasado una semana en su paga y, como si fuera poco, le acababan de cortar las tarjetas de crédito. No quería hacer nada que fuese en su contra, no por esos días. Necesitaba ese cheque YA.
Abrió el refrigerador. Leche, queso y café. «¡Genial! Me saldrá acné.» Tomó el queso y le dio una mordida grotesca. Tomaría café en la oficina, ahí tenían uno descremado como para la dieta y, sobre todo, gratis. Esa palabra escaseaba últimamente. Nada era gratis, sospechaba que le cobraban hasta el agua de filtro en los restaurantes y si no fuese porque no se podía le cobrarían hasta el aire. Suspiró.
Rápido regresó a su habitación y le dio un ligero vistazo al reloj, sólo para asegurarse de llegar con tiempo, pero tuvo que retroceder sobre sus pasos para volver a mirarlo detenidamente porque «oh dios».
-¡Es tardísimo!
«Debería estar en la oficina para la junta con el productor. ¿¡Qué excusa les voy a dar!? "¡Oiga jefe! tenía que dormir." ¡Me echan a patadas!» Maldecía mentalmente mientras buscaba sus zapatos con la mano izquierda debajo de la cama y sostenía una falda con la derecha.
Andar como un indigente estaba bien dentro de casa, pero el resto del mundo no tenía por qué sufrir las consecuencias... «¡Me tengo que bañar!»
Saltó hacia el baño, encendió la ducha y dio un portazo para salir, toda despeinada, goteando agua y con la falda pencil chueca, cinco minutos después. Se subió en los tacos, se acomodó lo mejor que pudo, pintó sus labios, tomó un sobre manila rechoncho que había en el recibidor y bajó por el ascensor. «¡6:55! mierda-mierda-mierda»
Empujó la mampara de la desértica portería para salir despavorida hacia el Yaris sucio que había bajo un árbol, se subió, lo encendió y aceleró. Ruidos extraños salieron del motor pero avanzó un poco, lo suficiente como para bloquear la calle. Los bocinazos no se hicieron esperar.
Con un humor de cocodrilo poseído devolvió el cambio a "P" y aceleró, calentando el auto un momento. Miró con mala cara al insoportable de atrás que la cagaba a gritos, se aferró al timón y salió como pedo hacia el canal.
«¡Estos alcahuetes maltratadores de mujeres! ¡Hombre tenía que ser!»
Y justo, mientras el pobre motor rugía, recordó algo que le pasó hacía mucho tiempo. Porque Ada podía tener una muy mala memoria para algunas cosas, pero hay experiencias que jamás de olvidan.
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