Paso Uno

Josuke caminó por el jardín de su antigüo hogar con sigilo, se sentía como un ladrón que quiere entrar a la mansión de los millonarios para tomar un diamante, escaló el árbol que había usado veces anteriores para lo mismo y, recordando sus trucos de cuando era más joven, abrió la ventana de su habitación para entrar a la casa; como lo esperaba, todo estaba oscuro y en silencio, las condiciones perfectas para que cualquier ser sobrenatural decidiera hacer acto de aparición.

Ante la idea de un fantasma rondando por los pasillos Josuke se acobardó un poco, pero no lo suficiente como para abandonar la misión. Su sed de venganza era mucho más fuerte que el miedo que le provocaba la posibilidad de tener un contacto paranormal.

Tomó tanto aire como pudo, sus pasos eran lentos y ocasionaban el rechinar de la madera, empezó a escuchar golpes en la pared, como si alguien le estuviera pidiendo ayuda desde el otro cuarto, y sintió como un escalofrío recorrió su cuerpo; no recordaba que así de espeluznante fuera su casa cuando caía la noche.

Se imaginó que lo que necesitaba se encontraba en el armario de sus padres, suponía que no había problema alguno ya que a esta hora deberían estar dormidos como osos en hibernación; tenía que ser el doble de sigiloso para que no fuera descubierto por alguno de sus molestos padres, lo menos que quería era explicarles lo que estaba planeando y sus sospechas de su novio infiel.

El pasillo que daba afuera de su habitación estaba completamente a oscuras, ni siquiera la luz de la luna era capaz de iluminar el lugar, la única manera en la que Josuke se podía guiar era mediante sus viejas memorias.

El azabache colocó una mano en la pared, apoyándose en ésta para tratar de ubicarse, sus pisadas dubitativas eran silenciosas gracias a la alfombra que estaba a sus pies; palpó la puerta a la que había llegado hasta encontrar el pomo y muy lentamente la giró, procurando no hacer ningún sonido.

Cuando Josuke era niño, tenía amigos a montones que lo invitaban a sus fiestas de cumpleaños, en una de aquellas fiestas se había excedido con la comida; su estómago dolía como nunca y las náuseas que sentía eran horribles.

El azabache, sin saber qué hacer, tomó uno de los peluches con los que dormía y, valientemente, caminó hasta el cuarto de sus padres, a pesar de que la habitación de su hermana mayor se encontraba más cerca; necesitaba pedir ayuda, temía que el dolor fuera tanto que moriría explotando por glotón. Al abrir la puerta, se encontró lo mismo que ahora estaba viendo.

— ¡¿Qué demonios están haciendo?! — Interrogó el joven, recordando a su yo del pasado haciendo exactamente la misma pregunta.

— ¡¿Josuke?! — El rubio se quedó paralizado bajo las sábanas, estando arriba de su esposo, su rostro se coloreó inmediatamente de rojo y giró lentamente la cabeza para dejar su vista en el que se encontraba abajo de él.

—Ja, ja, ja, estamos jugando Twister — respondió Joseph sin vacilar, queriendo sonar creíble ante la mentiría que había usado tantos años atrás.

— ¡Qué asco! — El joven cerró la puerta de golpe, con él afuera, se frotó los ojos con tal de borrar las imágenes de su cabeza y finalmente entendió que, hace tantos años atrás, sus padres no estaban jugando Twister como creyó—. ¡Ya tienen casi 50!

Quizás si hubiera llamado antes...

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Caesar dejó un vaso lleno de agua frente a su hijo, debido al inconveniente se vio obligado a vestirse con su pijama de rayas y salir a atenderlo, se sentó en un sofá que estaba cerca y dejó su mirada en el joven quien evitaba hacer contacto visual.

Joseph decidió dejar al rubio a cargo, por lo que, resignado a no terminar con una noche de pasión, se quedó en la cama a dormir.

— ¿Y Rohan? — Interrogó el rubio sin rodeos, sabía que había problemas ya que el mencionado no se encontraba acompañando al contrario—. ¿Sucedió algo?

—No — respondió el menor sin muchos ánimos, exhaló un largo suspiro y levantó la vista para ver los ojos verdes de su padre; no tenía planeado revelar sus pensamientos, pero había algo en la mirada de su padre que lo motivaba—. Bueno, hay un problema con un omega…

— ¿Ah? — El rostro del padre oscureció de pronto, haciendo un gesto de completo sadismo, apretó con fuerza uno de sus puños, tensando los músculos que aún poseía, y continuó—: Ese pedazo de mierda…

Josuke se quedó callado unos cuantos minutos, concordaba con la reacción que mayor había tenido. —Planeaba usar el bozal del viejo.

La expresión del rubio cambió de un segundo a otro, ahora se podía apreciar un rostro tranquilo, calculador, recordaba la época que tuvo que obligar a su marido a usar aquel aparato cuando tres insistentes omegas aparecieron en su vida. Aunque aquello fue mucho antes de que el joven naciera, entonces… — ¿Cómo sabes del bozal?

—Lo vi en unas fotos.

—Bien, tienes mi apoyo — Caesar se levantó del sofá y se dirigió hacia el sótano, donde mantenía guardado el bozal en caso de necesitarlo—. Nosotros, los omegas, tenemos que cuidar a nuestros alfas.

Era extremadamente raro ver un alfa portar dicho aparato, pues era un símbolo digno para ridiculizarlo. ¿Quién sería tan débil como para dejarse manipular por un simple omega?

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Al día siguiente.

Josuke corrió hasta la entrada principal de su casa, alcanzando en un instante a su pareja que estaba a punto de irse, abrió sin voltearse un cajón que estaba a sus espaldas y jaló un par de veces la camisa del contrario para que se acercara.

— ¿Ah? — Rohan se inclinó hacia adelante, pensando en recibir un beso de despedida, cerró los ojos como estaba acostumbrado a hacer cada que se besaban y los abrió al escuchar un clic detrás de su cabeza—. ¡¿Qué mierda es esto?!

—Feliz aniversario — el azabache se colgó una mochila en sus hombros, le tomó una foto a su pareja que se quedó en trance y se colocó un par de zapatos negros antes de salir de casa—. Lo olvidaste, maldito bastardo.

Kishibe se quedó callado un momento, ciertamente olvidó que ayer había sido su aniversario con el contrario, persiguió al contrario hasta la calle al recordar lo que llevaba puesto y observó cómo la silueta de Josuke desaparecía a través de la distancia. — ¡Maldito seas!

Los vecinos que se encontraban fuera de sus respectivos hogares no pudieron evitar reírse al notar al joven mangaka, obligándolo a regresar al interior de su hogar.

Estaba en aprietos, el ridículo bozal que llevaba era imposible de quitar si no usaba la llave correcta y faltar al trabajo no era una opción viable en ese momento; estaban en la recta final para la publicación de otro manga suyo, si faltaba el caos reinaría en la editorial. Sin contar, claro, una reunión importante que tenía con un omega que había estado frecuentando desde hace un par de meses.

Maldición, si no amara tanto al imbécil de su pareja no se arriesgaría a salir al público así; sería un largo día lleno de burlas hacia él. Tomó agresivamente un bolígrafo, escribió un par de palabras en una hoja, dejándole una nota al azabache, y, muy en contra de su voluntad, salió de la casa, preparado para tener un día de mierda.

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