Capítulo 7

Emil

Tengo más de dos horas sentado en el borde de la cama, mirando hacia un punto en específico del cuarto, diciéndome que es mejor que no vaya. Podría enviarle un mensaje a León y mi madre para poner cualquier excusa. Además, estoy seguro de que ellos esperan que no asista.

Hay un montón de ropa esparcida por todos lados como muestra de mi indecisión. Al final, he optado por una camisa negra con pantalones del mismo color. Me levanto, doblo las mangas hasta los codos y dejo los primeros botones abiertos.

Camino hacia los cajones del armario y saco algunos anillos y cadenas. Me los pongo despacio, perdido en mis pensamientos y dándole vueltas a lo que pasará más tarde.

Lo peor es que Susan no irá conmigo. Ayer me llamó y dijo que tiene mucho trabajo acumulado. La entiendo, pero necesito el apoyo moral de alguien.

Suspiro profundo ante el sonido que proviene de mi teléfono. Sé que es mamá, porque se ha pasado el día entero llamando para decirme que espera verme en la casa de León. Ella me envió la ubicación, e incluso me sugirió cómo ir vestido.

Agarro el celular y le mando un mensaje donde le informo que ya voy a salir. Lo bloqueo y guardo en el bolsillo de mi pantalón. Me echo perfume y verifico que todo está en orden por última vez. Cargo el peluche enorme antes de salir de casa.

El trayecto es mucho más rápido de lo que deseo. El residencial donde vive León es exclusivo, las casas son grandes y cerradas.

Lo veo haciéndome señas a lo lejos, frente a una de portón dorado, y conduzco hacia él.

—Hermano —dice emocionado al momento en que salgo de la camioneta con el peluche a rastras.

León me abraza con fuerza mientras expresa cuánto me ha extrañado y lo feliz que lo hace el que yo haya venido.

—¿Hay mucha gente? —pregunto cuando me suelta, esto provoca que él ría.

—Sí, la fiesta comenzó hace media hora.

El corazón me empieza a latir con tanta fuerza que creo sufriré de un ataque. Es cuestión de minutos para que nos veamos.

—Quita esa cara, Emil, todo estará bien.

Me guía hacia la entrada, un porche bien cuidado con arbusto y flores. La música infantil y la algarabía de niños se escuchan desde acá.

La casa parece una mansión por dentro, puedo apreciar los lujos a pesar de la decoración de princesas y los regalos que hay amontonados sobre los sofás.

—¡Emil, viniste! —exclama Gala, quien se acerca a pasos lentos.

Me fijo en su abultado vientre, da la sensación de que explotará en cualquier momento.

—Es bueno verte de nuevo —digo con sinceridad al momento en que nos abrazamos.

Hay pocas personas en el el salón, caras desconocidas, e imagino que son parte de los invitados y familiares de Gala. Vislumbro a mi madre correr detrás de una pequeña niña de rizos rojos abundantes y una risa cantarina.

—Lili, ven a peinarte.

—Estoy bien ashí —responde con voz chillona.

—Emi, llegaste —dice mamá al momento que me ve, después se abalanza sobre mí.

—¿Es mío? —pregunta la niña, tímida, señalando el peluche.

Mi madre se aleja con una sonrisa tonta en los labios.

—Ah, creo que sí. ¿Eres la cumpleañera? —Ella asiente efusiva—. Claro que es tuyo, Lili, feliz cumpleaños.

Me agacho para quedar a su altura y abro los brazos. Los ojos de Lili son de un verde clarísimo, tiene pecas en las mejillas y un reguero de rizos rojos que le caen por la espalda. A pesar de esos rasgos tan marcados de su madre, es idéntica a León. Una hermosa combinación de ambos.

Está indecisa, así que mira a sus padres en busca de aprobación.

—Es tu tío Emil —le dice mi hermano.

—¿El que estaba de viaje? —pregunta la niña con entusiasmo y León asiente.

Se acerca despacio, le pone un dedo al peluche y después trata de cargarlo con rapidez. Me causa gracia que no puede, pero eso no la hace desistir y lo arrastra lejos de mí con premura.

—Después entrará en confianza —habla Gala mientras camina hacia ella y le ayuda con el juguete.

—Bueno, vamos al patio.

Las palabras de León provocan que el cuerpo se me tense. Lo sigo, saludando a su padre y a las personas que conozco.

El lugar donde se desarrolla la fiesta es como si fuese un castillo lleno de decoraciones en rosa y blanco. Hay juegos inflables, mesas por doquier, comidas y bebidas.

Los olores se entremezclan, pero el dulzón resalta más. Me traen recuerdos a cuando cumplía años y mi madre hacía una fiesta exagerada para unos cuántos invitados. Era curioso que ella se encargaba de buscar niños para que me acompañaran en ese día, pues yo no tenía amigos y era pésimo con el trato de la gente.

Mamá hacía lo imposible para hacerme sentir bien, aunque en ese momento no me daba cuenta de nada. Se lo agradezco, las memorias bonitas de mi infancia se los debo solo a ella.

—Lili, ven para tirarte una foto.

El corazón se me quiere salir al reconocer esa voz. Me quedo paralizado porque tengo miedo de encararla, no estoy preparado para esto aún. Miro a los lados, dándome  cuenta de que estoy solo y que León y Gala están hablando con otras personas.

—¿Tú eres...?

Un señor se posiciona delante de mí, vestido con un traje a la medida y una copa de alguna bebida espumosa en la mano. Sé quién es, pues es el mismo que estaba con Leah en ese bar.

—Emilian, el hermano de León.

«Exnovio de tu novia», deseo añadir.

—Joan, un placer.

—Lo mismo...

Las palabras se quedan en el aire cuando Leah se acerca a él y posa sus ojos sobre mí.

La música y los murmullos han desaparecido, estoy totalmente perdido en su mirada. Puedo notar la sorpresa plasmada en su bello rostro, aun así, no corta el contacto visual.

No logro descifrar qué está sintiendo, pero hay algo que no le permite desviar sus hermosos orbes marrones de los míos.

—Leah, él es el hermano de León. ¿Lo conoces?

Vuelvo a la realidad de golpe. La pregunta de ese señor es como un trago amargo, ¿acaso no le habló de mí?

—S-Sí —tartamudea—. Hola.

Hago un ademán con la cabeza ante su pobre saludo. Ella, por su parte, luce nerviosa y desvía la mirada para huir de la mía.

—¡Tía! —grita Lili, quien corre hacia nosotros con un niño detrás.

—Te estaba buscando, ya casi debemos tomarte las fotos.

—Es culpa de Diego —se defiende deprisa.

—¿Quién eres tú? —le pregunto al niño rubio que luce como si se echará a llorar en cualquier momento.

León camina hacia nosotros, se detiene a mi lado y posa una mano sobre mi hombro. Sé lo que significa ese toque, y se lo agradezco.

—Es el hijo de Marcos. Él vino, pero tuvo que irse por una emergencia.

Asiento a las palabras de mi hermano, después le extiendo la mano a Lili. Ella la toma, dudosa, y aprovecho esto para agacharme.

—Aléjate de los niños, Lili, ellos dan lepra.

—Emil...

Me río ante la advertencia de León, pero eso cambia porque el tal Joan estalla en carcajadas. Quiero mandarlo al diablo hasta que noto la lucha de Leah por ocultar una sonrisa.

—¿Cómo lo están pasando? —pregunta Gala, mirando a cada uno de nosotros.

Sé lo que significan sus palabras, y el carraspeo de Leah me lo confirma.

—Voy a verificar que todo esté en orden con los invitados.

Se aleja casi corriendo de nosotros. Gala hace lo mismo con los niños saltando a su alrededor y León la acompaña.

—¿Una bebida? —ofrece Joan mientras nos acercamos a la mesa de los cocteles.

Acepto en silencio la copa de sidra que me sirve. Lo observo, es un tipo alto, ojos oscuros y una barba de días. Se nota a leguas que es adinerado, y que no tiene idea de lo que tuvimos Leah y yo. ¿Por qué no le dijo? O quizás sí y solo omitió mi nombre.

Me disculpo y me alejo de él para buscar a mamá. Ella se preocupa mucho, lo que da paso a que me interrogue para saber cómo me siento.

La fiesta transcurre con mucha normalidad, le cantamos a la niña y me uno a los juegos que hacen. Leah me evita como la peste, trata de mantenerse fuera de mi radar con la excusa de que debe estar pendiente de todo.

Quiero algo de paz, así que entro a la casa y me dirijo hacia la cocina para tomar agua. León me sigue.

—Emil, necesito que vayas a buscar más refrescos para los niños.

—Bien, ¿dónde están?

—Tenemos una despensa dentro del garaje. Vas a entrar y verás una puerta en el fondo. Trae tres paquetes.

Dejo el vaso sobre el mostrador y me retiro. En el parqueo de la casa hay dos vehículos, así que paso entre ellos para llegar al lugar.

Diviso una puerta gris, la abro y entro. Es como un tipo de almacén donde hay sacos y paquetes de diferentes tamaños. Me parece raro que ellos tengan estas cosas aquí.

—¿Qué haces?

Me giro y veo a Leah en el otro extremo con varias bolsas en las manos.

—León me pidió algo —respondo en automático, sin poder apartar la mirada de ella.

—No era necesario...

—Tranquila, ya me voy.

Camino a pasos rápidos hacia la puerta y trato de abrirla. No cede, por lo que intento con más fuerza.

—¿Qué pasa? —inquiere Leah cuando se percata de mi forcejeo.

—No quiere abrir.

—¿Cómo que no?

Deja caer lo que tenía en manos, se acerca deprisa y maniobra el cerrojo con desesperación.

—Está cerrado —informa en un hilo de voz—. ¿Qué le hiciste!

—Nada, Leah, solo entré.

Ella se pasa las manos por la cara como si no puede creer lo que está sucediendo. Intenta abrir la jodida puerta varias veces, pero es en vano.

—Esto no me puede estar pasando —dice mientras retrocede—. No tengo mi teléfono.

Me toco los pantalones.

—Yo tampoco.

—¡Gala! ¡León!

Sus gritos me producen tristeza, pues soy consciente de que lo que más le incomoda es que se quedó encerrada conmigo.

—Creo que no nos pueden escuchar, debemos esperar a que nos echen de menos. León sabe que estoy aquí, de seguro vendrá a buscarme.

—No quiero estar en este sitio.

Se aleja y se recuesta de la pared. Me permito mirarla a mi antojo. Leah tiene puesto un vestido corto que le queda de maravilla. Los rizos chocolates enmarcan su rostro y sus labios están pintados de un rojo intenso. Es demasiado hermosa.

—Ni yo...

Hago silencio al ver que empieza a respirar con dificultad y lo pálida que se ha tornado su cara.

—¿Estás bien?

A pesar de que sé que no me quiere cerca, acorto la distancia y le agarro los brazos.

—No me gustan los lugares cerrados —explica con la voz entrecortada.

—Tranquila, pronto saldremos de aquí.

La siento sobre un pequeño estante, rompo parte de una caja y le abanico la cara con cuidado. Sus ojos se cruzan con los míos y nos mantenemos así por un rato.

—Me siento mejor.

—Seguiré hasta que abran esa puerta.

—¿Cómo has estado, Emil?

Su pregunta provoca que me detenga por unos segundos, no me esperaba esto.

—Bien, ¿y tú?

—Bien —responde ida.

El silencio nos arropa de nuevo, solo se escucha el vaivén del cartón en mi mano. Tenerla tan cerca me hace mal, oler su rico aroma y percibir su respiración agitada.

—Me pones nerviosa.

—¿Por qué?

—No lo sé, yo...

Y se abre la puerta.

—Tienen que venir, es urgente —dice León alterado.

—¿Qué pasó?

Leah se baja del estante y se aleja de mí a una velocidad sobrehumana.

—Gala se siente mal, creo va a tener a nuestro bebé.

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