Capítulo 5

Emil

Entro al bar e inmediatamente me dirijo hacia la barra. Casi no hay personas, solo unas cuántas dispersas bebiendo o hablando. La música no está muy alta, lo que me permite escuchar los murmullos de la gente.

—Necesito algo fuerte —le digo al barman antes de que me pregunte.

Él asiente y se pone a preparar la bebida. La cabeza me duele como el infierno, la respiración se me ha tornado irregular y las manos me tiemblan. Estoy molesto, muy molesto y decepcionado. Las náuseas que me provocan las palabras de mi madre sobre ese monstruo me han dado arcadas.

El teléfono me vibra en los pantalones, lo saco y veo varias llamadas perdidas de ella. Un mensaje llega, pero quiero ignorarlo. No obstante, leo desde la notificación porque la curiosidad me gana.

Mamá explica que no tiene nada con el malnacido ese y que solo se ha visto con él porque había pedido información sobre mí. No sé qué me molesta más, el que ella haya accedido o que él quiera saber algo de mi vida.

Bloqueo el teléfono al segundo en que el barman me entrega la bebida. Le doy las gracias y me tomo de un solo sorbo el trago. Boqueo por aire ante la sensación que ha dejado en mi boca, después pido otro.

Deseo embriagarme para salir por unas horas de mis tortuosos pensamientos, pero el temor a una mala reacción me frena. Así que me levanto del taburete, saco algunos billetes de mi chaqueta y pago lo que consumí. A pasos rápidos me dirijo hacia la puerta con unas ganas inmensas de llegar a casa y acostarme.

Antes de que pueda salir, unos hombres entran de repente impidiendo que pueda avanzar. Me irrita que se quedan hablando muy entretenidos en el medio. Esto cambia cuando me percato de la persona que camina con ellos hacia una de las mesas.

Leah.

Retrocedo, nervioso y con el corazón a millón. Parpadeo varias veces, quizás el alcohol me ha puesto a ver visiones. Llevo la mirada hacia donde se han sentado y reafirmo que es ella.

Leah está entre cuatro hombres trajeados con aires de riquillos. Uno de ellos no deja de sostenerle la mano sobre la mesa y están muy pegados. Supongo que es su pareja.

Quiero despegar la mirada, mas me es imposible. Ella se ve muy diferente. Puedo apreciar lo largo que ahora están sus rizos marrones, luce más delgada y refleja una seguridad increíble.

A pesar de eso, logro percibir que está incómoda. Yo sé que a ella no le gustan estos ambientes, o quizás solo quiero aferrarme a la idea de que la conozco y que aún queda algo de la chica que me enamoré.

El miedo a que se dé cuenta que soy yo me empuja a alejarme. Doy pasos hacia atrás, aunque no le quito los ojos de encima. No puedo.

Quiero ir a donde están y gritarle a ese hijo de puta que la suelte. El dolor que me produce ver que ella corresponde a las muestras de cariño me tiene desorientado.

No aguanto un segundo más, así que salgo deprisa con los ojos nublados por las lágrimas contenidas. Siento que la herida profunda que había en mi pecho se abre. Es tanta la desesperación que pateo un bote de basura con todas mis fuerzas y vocifero maldiciones en medio de la calle.

No es lo mismo escuchar que ella está en una relación a verlo con mis propios ojos.

Entro a la camioneta y me quedo quieto, respirando con dificultad. Me digo una y otra vez que debo olvidar el pasado, que esto es una señal de que no vale la pena seguir sufriendo por los recuerdos.

No obstante, la culpa me visita. Por más que he querido excusarme yo sé que lo que pasó entre nosotros pude evitarlo. No fui lo que Leah merecía, y mi comportamiento mató lo que había entre nosotros.

Me recuesto del volante, cierro los ojos y hago los ejercicios para poder respirar mejor. Las palabras de mi madre, quien siempre me aconseja y afirma que todo estará bien, llenan mi mente.

Ya no hay nada que pueda hacer para devolver el tiempo, aun así, deseo tomar el control en lo adelante.

Seguiré con mi vida, trataré de superar estos sentimientos que me hacen daño y haré las cosas a mi ritmo. No es necesario que tenga algo con una chica para sentirme bien ni apresurar a mi corazón. Ahora mismo mi prioridad es recuperarme de todo lo que me aqueja.

Me limpio la cara con las manos, después saco el teléfono y le dejo un mensaje a mamá. Le escribo que todo está bien, y le prometo que iré a visitarla en unos días para que hablemos con calma.

Contesta al instante de la misma manera. Agradezco que no me haya llamado, quizás ella sabe que no estoy en condiciones de hablar. Me agrada que entienda cómo me siento.

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Me introduzco en el departamento y me encuentro con una discusión muy acalorada entre mis amigos.

—¿Qué está pasando? —pregunto, esto hace que ellos pongan su atención en mí.

—Emil, ve a tu cuarto —dice una agitada Susan mientras me agarra del brazo como si quisiera llevarme por ella misma.

—Oh, acaba de llegar el rey del drama —exclama Carlos con sarcasmo.

Robert luce molesto y agotado.

—No es necesario que hagas este berrinche —se dirige a él.

Carlos se acerca a mí, una sonrisa cínica adorna sus labios. Puedo notar la ira que emana de él en contraste a sus gestos.

—Claro que sí, no me cabe en la cabeza el porqué le das la oportunidad a Emil de exhibir sus pinturas y a mí no.

Comprendo lo que sucede, Carlos está dolido por la propuesta que me hizo Robert.

—Eso no es cierto, pero debes entender que es algo pequeño. Más adelante tendrás un puesto.

—No quiero que me ofrezcas nada, Robert. Aún no entiendo por qué Emil es tu favorito. Yo estuve primero que él, y respeté la orden de no tocar a tu hermana.

—¡Cállate, imbécil! —vocifero al tiempo que avanzo hacia donde está para golpearlo.

Robert se interpone y Susan me hala por un brazo con todas sus fuerzas.

—No me da la gana. Ya estoy harto de que debemos tenerte lástima porque siempre le estás llorando a una zorra que te dejó. Te tengo una noticia, malparido, todos tenemos problemas. No eres el único.

La ira me recorre de tal manera que me suelto del agarre de Susan y me abalanzo sobre él. Nos peleamos como dos fieras, vociferando maldiciones y todo lo que guardábamos desde hace tiempo.

—¡Ya basta!

Robert lo aleja de mí. Yo me quedo quieto, respirando con dificultad y me limpio la nariz que ahora está sangrando.

—Ve a tu habitación, Carlos —interviene Susan.

—Mejor dile a tu hermano cómo Emil te hacía su puta para olvidar a la mujer que ama.

El silencio reina por unos segundos, pero es interrumpido por el golpe seco de una cachetada que ella le ha dado.

—Deja de decir idioteces, no sabes nada —le recrimina ella al borde del llanto.

El caos se desata una vez más porque lo ataco de nuevo. Puedo pasar por alto que diga o piense lo que quiera de mí, pero Susan no merece su irrespeto.

Robert hace hasta lo imposible por separarnos. Yo lo suelto por mi propia cuenta, pues los dos estamos muy golpeados y tengo dificultad para respirar.

Retrocedo de ellos con las manos en el pecho, caigo al piso y pierdo el norte por completo cuando todo se vuelve oscuro.

***

Una de las cosas que más odio de la enfermedad que padezco es que me imposibilita en situaciones fuertes o de mucha tensión. Me siento ridículo porque siempre debo estar calmado para no sufrir un ataque que me ahogue hasta el desmayo.

—Estás despierto, Emil, ya abre los ojos que quiero hablar contigo.

La voz de Robert provoca que resople ante la realización de que no tengo salida. Debo enfrentarme a él.

Obedezco, lo recorro con la mirada mientras da pasos hacia la cama y se sienta. Por instinto me alejo.

—¿Por qué no me dijiste que estabas con Susan?

—No es lo que crees...

—Sí es, ya ella me contó todo, Emil.

Trago saliva por lo serio que está. Me apena lo que hice, estoy seguro de que él siente que lo traicioné de alguna manera.

—Ahora solo estamos como amigos.

—Fui muy claro...

—Lo sé, y te pido perdón.

—Ustedes creen que exagero con ella, pero mi hermana sufrió mucho hace años por un tipo que no la merecía. No quiero perderla.

—Eso no va a pasar —le aclaro mientras me siento a un lado de él—. Hablamos sobre eso y dejamos las cosas como antes. Lo siento, quiero que sepas que agradezco el que me hayas abierto la puerta cuando estuve solo y desamparado. Es algo que siempre recordaré.

Robert suspira al tiempo que se levanta y camina hacia la puerta en silencio.

—Seguiremos conversando en otro momento.

Sale de la habitación.

Una tristeza profunda me visita, pero ahora es diferente a las demás ocasiones que estaba depresivo. Miro cada rincón del cuarto como si fuese la primera vez, dándome cuenta de que este no es mi lugar.

Necesito irme.

Me levanto y saco del armario varias maletas. Asimismo, tiro la ropa sobre la cama y vacío los cajones.

—Emil, ¿qué estás haciendo?

Poso los ojos sobre Susan, quien está paralizada mirándome con la sorpresa y asombro plasmados en la cara.

—Voy a mudarme.

—¿Por qué? Robert no te ha pedido eso. Es más, se encuentra muy tranquilo ahora.

Da pasos hacia mí, lleva una mano en mi hombro y lo acaricia con suavidad.

—No se trata de él, Susan, es hora de que siga solo.

—Es muy tarde, ¿ya tienes un lugar?

—No, solo estoy empacando. Mañana buscaré una pieza y, si la consigo, me iré el fin de semana.

Nos quedamos en silencio, perdidos cada uno en nuestras mentes.

—Vas a estar bien —afirma bajito.

—Lo sé.

—Puedes contar con nosotros —añade sincera.

—De eso estoy seguro. Siempre voy a agradecer todo lo que han hecho por mí.

Ella me agarra las manos y nos miramos directo a los ojos. Es increíble todo lo que me muestra sin necesidad de palabras. Susan y yo estamos conectados de muchas formas, menos como pareja. Y eso está bien.

Nos abrazamos en un adiós silencioso lleno de nostalgia. Los dos sabemos que las cosas nunca serán iguales cuando me marche. 

Esta etapa terminó. Un nuevo viaje comienza donde debo buscar la manera de ser feliz y encontrarme conmigo mismo.

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☆Ilustración de Emil:

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