Capítulo 39
Especial de León y Gala
Me encuentro recostado en el auto de mi esposa, con el perrito entre los brazos, esperándola para irnos juntos.
Gala camina hacia donde estoy, nuestros ojos se cruzan y ella desvía la mirada. Sin mediar palabras, desbloquea el auto y se sube. Suspiro profundo antes de meterme al copiloto.
No sé en qué estaba pensando ni por qué permití que una situación tan absurda nos afectara de esta manera. Estoy decidido a hablar con ella, no dormiremos sin que sepa la verdad.
—¿Tienes hambre? —pregunto y ella niega con la cabeza—. Me gustaría llamar a Amilca para saber de los niños, pero ya es muy tarde.
—Hablé con ella hace una hora, más o menos. Mañana temprano iré a buscar a mis hijos.
«Nuestros», pienso.
—Estás agotada, Sirenita, déjame manejar.
—Estoy bien, León.
Enciende el vehículo y pone una música alta. Cierro los ojos cuando empieza a conducir, el ajetreo de estos días me tiene muy agotado. Ha sido una semana difícil.
No decimos nada en todo el trayecto y así nos quedamos hasta que llegamos a casa. Agradezco que no haya rastros de la niñera, esto se debe a que la madrugada se encuentra muy avanzada.
Gala desaparece de mi vista antes de que pueda decirle algo, así que llevo al perrito al jardín del lado donde no están los demás animales y lo dejo delante de la puerta de una casita acolchada.
Me siento junto a él en el piso, esperando que agarre confianza. En un rato se acomoda y poco a poco se queda dormido.
Me dirijo a la habitación y vislumbro a Gala, quien busca algo en el armario. Una toalla envuelve su cuerpo y deja rastros de agua en el piso. Me acerco a ella, la abrazo desde atrás sin importarme que se encuentra mojada.
—Necesito que hablemos —susurro en su oído y percibo que se encoge.
Ella se da la vuelta. Sus mejillas están rojizas a juego con los labios y las hebras húmedas que le caen por los hombros. Le toco la cara con ternura, lo que provoca que cierre los ojos.
—Lo sé, León, pero...
—¿Sí?
—Tengo miedo.
La manera en la que habla provoca que el pecho se me estruja. La agarro por un brazo y la siento en la cama, después hago lo mismo.
—No tienes que temer, Sirenita, yo nunca haría nada para dañarte.
—¿Por qué quieres que despida a Nina? —pregunta con rapidez, atropellando las palabras.
No me pasa desapercibido la manera en que aprieta la tela.
—Antes de darte mis razones, necesito que entiendas que eres la única mujer que amo y que nunca te engañaría con nadie. Tú y mis hijos son lo más importante que tengo.
Ella asiente con la cabeza gacha.
—Entonces, ¿no pasó nada entre ustedes?
—¡Claro que no! —grito, espantado—. Ella fue la que se me insinuó y tomó ciertas atribuciones que nunca le di.
—¿Por qué no me lo dijiste? —inquiere, mirándome con indignación.
Sus ojos verdes están cristalinos y reflejan angustia.
—No quería que se convirtiera en un problema mayor. Te pedí que la echaras por eso, aunque me equivoqué. Lamento que hayas pensado que algo sucedía entre nosotros porque no es así.
Gala se encoge, y tengo la sensación de que está más pequeña de lo que en realidad es.
Aprovecho la calma y le cuento lo demás, la vez que me había despertado y encontré a esa chica desnuda en la cama.
—Esa infeliz va a saber quién soy yo.
Se levanta echa una fiera y camina a pasos rápidos hacia la salida. Me muevo y la agarro para que no cometa una estupidez.
—Tranquila, Sirenita, no vale la pena.
La arrastro hacia la cama de nuevo, aunque ella no me lo deja fácil.
—Mañana mismo quiero que tú la despidas, no sé cómo podría reaccionar si la veo. —Suspira, el pecho le sube y baja incontrolable—. Rayos, tengo que arreglar el cuarto de invitados para Leah.
—Yo me encargaré de ambas cosas, amor —digo a la par que la atraigo a mi pecho—. Mejor busca a los niños temprano, los extraño mucho. Cuando regreses, no la encontrarás aquí.
Ella asiente, aún con la respiración agitada por la molestia. Dejo un beso sobre su pelo y le agarro el mentón para que nuestros ojos se conecten.
—Perdóname, Sirenita, te prometo que no volverá a pasar —prosigo con la voz entrecortada.
Ella lleva una mano a mi mejilla, la cual siento fría, luego me agarra parte de los rizos y lo acomoda detrás de la oreja. Acaricia la piel que ha descubierto con cuidado, acerca sus labios a los míos y me besa.
—Debes confiar en mí —dice sin despegar su boca de la mía.
—Confío en ti, solo quería evitarte el mal rato.
No dejo que ella me responda, porque la subo encima de mí y la beso. Acaricio sus piernas, llevo una mano debajo de la toalla y la toco por todas partes.
—Estoy muy cansada —se queja cuando me empiezo a desabotonar los pantalones.
—Vamos a dormir, pero primero quiero tomar una ducha.
Me levanto de la cama, después camino hacia el baño mientras me llevo los rizos atrás. Me quito la ropa despacio, sonriendo al escuchar los pasos de ella detrás de mí.
—¿Cambiaste de opinión?
—Cállate y bésame.
Las carcajadas escapan de mi garganta, pero ella las silencia porque une su boca con la mía. La cargo, rodea sus piernas alrededor de mis caderas y me masajea la nuca.
La acorralo entre la pared y mi cuerpo en medio de besos y caricias. No le doy tregua, en un movimiento certero me introduzco en ella ganándome un quejido de su parte.
—¿No estabas cansada? —susurro en su oído sin dejar de moverme en su interior.
Los gemidos escapan de su boca en una dulce melodía que logran llevarme a la locura. Atrapo su cara, la beso, le dejo saber todo lo que provoca en mí.
Nuestras respiraciones erráticas son el único sonido que se escucha. Me separo de ella y la miro, sonriente.
—Quita esa cara de bobo —dice de mala manera mientras camina a la ducha—. Ven, necesitamos dormir.
—Lo que ordenes, Sirenita. Sabes que me tienes a tus pies.
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Holis, amores. Espero que les haya gustado este capítulo especial Galeón. 🧜♀️🦁
Nos leemos el próximo domingo, los amo. 💋
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