Capítulo 37

Emil

La felicidad del nacimiento de mi hijo se ha opacado con la llegada de Sebastian. Me es imposible describir todos los sentimientos negativos que él despierta en mí, cómo la impotencia me carcome porque no quería verlo.

Cuando desperté del desmayo, pensé que había sido una pesadilla, mas no fue así. El bastardo sí hizo acto de presencia y sigue esperando a que salga para hablar conmigo.

—¿Cómo te sientes? —pregunta Leah, quien le está dando el pecho al bebé.

Me incorporo y avanzo hacia la cama, después me siento a su lado. Le paso los dedos con delicadeza por el pelo de Elliot, unas hebras finas, oscuras y abundantes.

—Estoy bien, amor.

Me observa con tristeza, así que desvío la mirada.

—Puede que sea hora de que te enfrentes a él —dice bajito.

—No lo sé...

—Bueno, solo si te sientes preparado.

No le respondo, y es que considero que nunca estaré en disposición de escuchar a ese hombre. Aun así, también es inevitable.

—No lo estoy, pero puede que sea necesario.

La miro cuando siento su mano en mi cara.

—Tienes el derecho de negarte, Emil.

Asiento a sus palabras, después le doy un beso en la frente. Acomoda al bebé dormido en la cama junto a ella y se recuesta.

—Tengo sueño, amor —continúa en medio de un bostezo—. Ve, Gala llegará en cualquier momento.

—Solo será por esta noche, hermosa —digo a la vez que uno nuestros labios de manera sutil—. Desde que termine de hablar con él, vendré a dormir con ustedes.

Leah sonríe mientras me acaricia el pelo que me cae de la frente. Unas ganas inmensas de llorar me invaden y deseo que este momento sea eterno. No se lo he dicho, pero la crisis que me dio me ha puesto a pensar en la muerte. Otra vez.

Ahora más que nunca temo por mi salud, y mañana mismo visitaré al doctor para que analice mi caso. Quiero que sea sincero conmigo, ya que era mamá la que se encargaba de hablar con él.

—Te amo con mi alma, Leah.

Ella me observa con los ojos bien abiertos, puedo notar la preocupación reflejada en sus facciones.

—Yo también te amo, Emil.

—Tú y Elliot son lo más bello que me ha sucedido, nunca lo olvides.

—Emil...

Le agarro las manos y las llevo hacia el pecho, justo donde se encuentra mi corazón.

—Si algo me llega a pasar, no dudes que estaré contigo dondequiera que me encuentre.

—¿Por qué me dices estas cosas? No me asustes, por favor.

La voz le sale entrecortada y lágrimas caen por sus mejillas. Con cuidado, se sienta sin dejar de observarme con temor.

—De ahora en adelante te lo diré todos los días de mi existencia. —Se cubre el rostro con las manos y empieza a llorar más fuerte—. No te pongas así, amor, solo quiero aprovechar cada segundo que estemos juntos.

—Te estás despidiendo.

—No, Leah.

—No quiero perderte, tengo miedo.

Le agarro la cabeza y limpio sus mejillas con los pulgares.

—Eso no va a suceder, amor, tranquilízate. Si mi corazón dejara de latir, ten por seguro de que aun así estaré a tu lado.

Me abraza con fuerza en medio del llanto. Le correspondo de la misma manera, cierro los ojos y guardo en la memoria todo lo que me hace sentir.

—Ya estoy aquí.

Nos separamos ante la voz de Gala.

Paso los dedos por el rostro mojado de Leah y le doy un beso en los labios.

—Me tendrás en unas horas, amor. Descansa.

Ella asiente mientras se acomoda en la cama.

Gala me mira con pesar, pero niego la pregunta silenciosa. Mientras avanzo a la sala de espera, vislumbro a León sentado un poco alejado de Sebastian.

—Hijo...

—No me llames así —digo con voz dura, después sigo caminando hacia la salida.

León me sigue a pasos rápidos y nos dirigimos al parqueo.

—¿Dónde? —pregunta cuando me detengo frente a la camioneta.

Escucho los pasos de Sebastian, quien camina hacia un auto de lujo que está al otro extremo de nosotros.

—En el apartamento que era de mi madre —respondo sin despegar la mirada del bastardo que se ha acercado a nosotros.

—Voy a ir contigo.

—No es necesario, León.

—Sabes que nunca te dejaría solo con ese hombre, mucho menos en las condiciones que te encuentras.

Deseo decirle que me siento bien, mas no lo hago. Subo al volante y León me imita en el copiloto.

Trato de disimular los temblores de las manos mientras conduzco, pero se me hace casi imposible. Me encuentro nervioso por muchas razones, y una de ellas es que no sé si estoy listo para entrar al lugar donde se quedaba mi madre.

El problema es que no lo quiero llevar a mi casa y un lugar público no sería adecuado en caso de que la conversación se salga de control. Estoy casi seguro de que será así.

Observo de reojo a mi hermano, este juega con su anillo de matrimonio, distraído. Entonces, recuerdo que está atravesando una situación difícil con Gala.

—Puedes decirme qué es lo que sucede —rompo el silencio y él me mira.

Un resoplido es su respuesta inmediata.

—La niñera que contrató Gala se me insinuó, Emil.

Sus palabras provocan que frene de golpe.

—¿Qué...?

—No solo eso, hace días desperté de una siesta y la encontré a mi lado en la cama desnuda.

—¿Cómo carajos?

—Eso me pregunté, incluso la amenacé con denunciarla. No puedo permitir que mi relación con Gala se vea afectada, así que le pedí que la despidiera.

—¿Por qué no lo hiciste tú mismo? —pregunto, aún anonadado—. ¿Le dijiste a Gala lo que sucedió?

—Claro que no, sé que se lo va a tomar a mal. Esa chica pasa como un angelito delante de todos, por eso prefiero que ella la eche.

—Yo la hubiese sacado a patadas.

Empiezo a manejar de nuevo cuando veo que Sebastian se detiene detrás de nosotros.

—Tengo que ser cuidadoso, algo me dice que ella tomó fotos comprometedoras.

—Por eso debiste decirle la verdad a Gala desde el inicio —digo a modo de reproche—. Pasé por algo similar, y créeme que no termina bien.

—Mañana hablaré con ella. Si esa mujer hace algo en mi contra, no sé cómo respondería. Me da pavor que Gala no me crea y que nuestro matrimonio se vaya al demonio.

Aprovecho el semáforo en rojo para mirarlo, tiene la cabeza agachada y sigue jugando con los dedos.

—Todo saldrá bien, León, es imposible que ustedes se separen. Nacieron para estar juntos.

Me observa y puedo notar un atisbo de sonrisa, aunque no le llega a los ojos.

—Gracias, eso espero.

Una vez llegamos al edificio, le pido al señor de mantenimiento que me facilite la llave del apartamento. Mi madre siempre la dejaba con él para la limpieza y por si yo lo necesitaba en algún momento.

Por cada paso que damos, el corazón se acelera un poco más. León se da cuenta, así que me pone una mano en el hombro. Sebastian se mantiene alejado y en silencio, cosa que agradezco.

Abro, temblando de arriba abajo, y me hago a un lado para que ellos entren.

Me detengo en medio de la sala y miro cada rincón con detenimiento. Los recuerdos se agolpan en mi mente, las charlas que tuvimos y hasta las peleas. Cómo me gustaría devolver el tiempo.

—¿Te quedarás aquí?

La pregunta de Sebastian me saca de mis cavilaciones.

—Sí, pero no notarán mi presencia. Solo quiero asegurarme de que Emil esté bien —responde León, después se sienta en uno de los taburetes que hay en el desayunador.

—Tengo cosas importantes que hacer, así que dime lo que quieras decirme.

—Lo siento, Emilian...

—¿Por qué ahora? —interrumpo—. No entiendo las razones que te han llevado a buscarme después de tanto tiempo.

—Eso no es así, yo estuve ahí cada vez que me necesitaste.

—¡Mentira!

—Es la verdad —replica y hace el intento de acercarse, pero retrocedo—. Cada vez que te metías en un lío, yo le daba el dinero a Mireya para que resolviera. Estuve ahí cuando te apresaron, incluso intervine para que Joan te dejara en paz.

Sus palabras me molestan de una manera inexplicable.

—Nada de eso iba a remediar el daño que me causaste. ¿Estás al tanto de mis problemas mentales?, ¿sabes que estoy enfermo por culpa tuya?

El rostro de Sebastian se descompone en una mueca extraña, lo que he dicho no le es indiferente.

—Lo sé, Emilian, y te juro que reconozco que no tengo excusas...

—¿Por qué lo hacías? —cuestiono con la voz entrecortada—. Si no me querías, bien hubieses podido negarte a pasar tiempo conmigo.

Un dolor insoportable se instala en mi pecho y las lágrimas están locas por salir, pero me contengo.

—Yo fui criado por un militar que había sobrevivido a una guerra, era un desquiciado...

—No me interesa tu maldita niñez, nada te daba el derecho de arruinarme la vida.

—Lo sé, solo... no quería que fueras débil.

Lo miro como si le hubiese crecido otra cabeza. No comprendo nada.

—Tu madre te malcriaba, Emilian. Todo lo que querías lo obtenías, te estaba convirtiendo en un ser humano inservible para la sociedad.

—¡Maldito hijo de puta! —vocifero a la par que me acerco como un rayo, pero León me agarra por la espalda—. No te atrevas a hablar mal de mi mamá.

—¡Cálmate, Emil! —interviene mi hermano—. Recuerda que no puedes perder el control.

Asiento a lo que ha dicho y trato de relajarme. Poco a poco, él me deja libre, aunque se mantiene a mi lado en modo alerta.

—Estaba equivocado, solo te estoy diciendo lo que pasaba por mi mente. Intenté recuperarlos años después, porque fui a terapia y entendí todo lo malo que hice.

—Mi mamá nunca iba a permitirlo, ¿y sabes por qué? Porque eres un malnacido que no merece el perdón de nadie...

—Ella sí lo hizo, Emilian —me interrumpe, calmado.

Sus palabras me hieren, a pesar de que intento convencerme de que está mintiendo.

—Deja de decir estupideces, no eras nada para ella.

—Mireya me amaba, Emilian. ¿Por qué crees que nunca nos divorciamos? Estuvimos juntos muchas veces luego de que nos separamos, incluso aquí.

Sebastian recorre con la mirada el lugar, sus ojos reflejan un dejo de nostalgia mezclada con tristeza.

La cabeza me da vueltas y me tambaleo, pero siento el agarre de León en los hombros. No concibo que mi propia madre me haya traicionado de esa manera. ¿Cómo pudo amar al verdugo de su hijo?

Ahora entiendo por qué su insistencia en que hablara con él, por eso lo defendía. Es inevitable, las lágrimas salen una a una incontrolables.

No puedo estar aquí, el dolor en el pecho me ahoga y no tengo idea de cómo canalizar todo lo que estoy experimentado.

—¿Emil...?

En un movimiento rápido, me suelto del agarre de León y corro hacia la salida. Veo borroso y ni siquiera sé a dónde dirigirme, pero necesito desaparecer para no seguir sintiéndome de esta manera.

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