Capítulo 35
Leah
Su pregunta me ha dejado en una especie de lucha interna. Por un lado, me causa curiosidad qué quiere hablar conmigo, pero hay algo en mí que me advierte que no es lo correcto.
Pienso en Emil, en cuál sería su reacción si se entera de que dejé pasar a este hombre. Peor aún, que viniera y lo encontrara sentado en su sala.
Observo a Gala, ella me mira con cara de que espera que le dé una respuesta. Suspiro antes de volver mi atención a Sebastian.
—Considero que es mejor que hable primero con Emil, señor Wilson. Además, estamos un poco apuradas.
Asiente, puedo notar que no le sorprende lo que he dicho. Quizás se lo esperaba.
Lili no permite que él me responda, porque pregunta para cuándo la comida.
—Bueno, yo me retiro —dice ante la insistencia de la niña y una Gala que trata de calmarla.
Sin más, desaparece de nuestras vistas por los pasillos del edificio. Una sensación extraña se apodera de mí. No sé qué pretende este hombre, y tengo el mal presentimiento de que le hará daño a Emil.
—Vámonos, Leah.
Las palabras de Gala provocan que reaccione, así como los llantos de bebé Gael.
Llegar al parqueo es una odisea con los dos niños y me atemoriza la probabilidad de que yo no pueda mantener la calma como mi amiga. Ella se muestra paciente en medio de las rabietas de Lili y los lloriqueos de Gael.
—Solo tiene hambre —informa cuando Lili se cruza de brazos y se niega a ponerse el cinturón.
—Si no obedeces, tardaremos más para almorzar, Leana —le advierto, seria.
Ella me mira con temor, deduzco porque no la he llamado por su apodo, y permite que la asegure junto a la silla del bebé.
Gala suspira en alivio, después empieza a conducir.
Nos quedamos en silencio, solo se escucha la vocecita de mi sobrina que tararea una canción infantil y Gael se ha dormido de nuevo. Me paso una mano por la pancita cuando siento una molestia.
—¿Estás bien? —pregunta Gala con preocupación.
—Sí, el bebé está pateando.
—¿Segura? Te ves pálida.
Quiero decirle que sí, pero un dolor, como nunca lo había sentido, me atraviesa. Grito y me falta el aire, no puedo respirar bien, el pecho se me ha encogido.
Me es imposible no soltar lágrimas mientras me quejo en voz alta que algo se me rompe por dentro. No logro escuchar con claridad ni me doy cuenta de qué está pasando alrededor, solo me recuesto y me retuerzo en el asiento.
—Resiste, Leah, ya llamé a Emil y te llevaré al hospital.
Esas palabras suenan lejanas y entrecortadas. Deseo decirle que no puedo más, pero me es imposible. Entonces, el miedo a que algo le pase a mi bebé se apodera del poco raciocinio que tengo.
—¡No quiero que se muera! —vocifero a la vez que intento levantarme.
Las lágrimas y la falta de oxígeno no permiten que vea bien, tampoco sé a dónde voy.
—Tranquila, Leah, llegó la hora de dar a luz —dice alguien, pero no reconozco quién es.
Me quedo quieta, procesando esas palabras. De pronto, unas manos me agarran y me llevan a alguna parte. Estoy tan desorientada que no tengo idea de a dónde. No quiero ir, pero me dejo por el temor a que suceda algo malo con mi bebé.
Me entran a un cuarto de hospital, enfermeras y doctores me revisan por todos lados y me inyectan varias veces. A este punto, no me duelen las agujas, solo quiero que todo termine.
—Lo estás haciendo bien, Leah —dice esa voz que me reconforta—. Pronto conoceremos a nuestro hijo.
El aroma mentolado, inconfundible, llena mis fosas nasales. Siento su toque cálido que me limpia las mejillas y deja besos sobre mi frente. Está a mi lado, vestido con una bata y un gorro cubre su pelo.
Las ganas de llorar se tornan más fuertes a causa de los diversos sentimientos que me embargan.
Me enfoco, y obedezco a las instrucciones de los doctores que me indican cuándo pujar. Emil encierra mi mano entre la suya mientras no deja de decirme que lo estoy haciendo bien.
Su voz es una anestesia al dolor que siento. Me concentro en las ganas de tener a mi bebé entre mis brazos y pujo como si mi vida dependiera de ello.
Y es así, lo compruebo al segundo en que escucho el llanto de un bebé. Es como si todo alrededor se hubiese apagado y solo puedo percibir el sonido que está emitiendo mi hijo.
—Es un niño, felicidades —dice alguien, después lo coloca sobre mí.
Lloro desconsolada al sentir su cuerpecito, escucho su llanto y quiero hacer hasta lo imposible por calmarlo. Emil me ayuda a darle el pecho y nuestros ojos se conectan.
Veo tantas cosas en los suyos, las lágrimas bajan por sus mejillas y me sigue apretando la mano.
—Es hermoso, amor —dice con la voz quebrada.
Admiro a mi hijo por primera vez y no puedo describir todo lo que estoy sintiendo. Solo sé que nunca había experimentado algo similar ni un bebé me ha parecido tan hermoso.
Un gorro de pelo negro le cubre la cabeza, tiene la piel clarita y sus ojitos siguen cerrados.
—Es tan pequeñito e indefenso —susurro mientras le reviso los pies.
Asimismo, le cuento los deditos de ambas manos y verifico cada parte de él.
—Debemos llevarlo ya —avisa una enfermera a la par que extiende su mano.
Niego, aterrorizada, no quiero separarme de mi hijo.
—Amor, solo lo revisarán y lo traerán de nuevo.
Asiento temblorosa mientras cedo, pero antes beso la mejilla sonrojada de mi bebé.
La chica se lo lleva, después me llevan a otra habitación donde solo entra Emil.
—Descansa, preciosa, yo me encargaré de las visitas y de que traigan al niño.
Deja un beso sobre mis labios sin dejar de mirarme a los ojos.
—No quiero dormir —digo, pero la realidad es que el cansancio me tiene boba. Además, me siento adolorida en todas partes.
—Debes reposar, amor, necesitas recuperarte —replica con voz melosa— Te amo, Leah, hoy me has convertido en el hombre más feliz de la tierra.
Sonrío ante sus palabras y deposito toda mi confianza en que él cuidará de nuestro bebé.
—Yo también te amo, Emil.
Me acaricia las mejillas, lo que provoca que cierre los ojos. Un beso sobre mis labios es lo último que percibo antes de que caiga en la inconsciencia.
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Ya nació el bebé de mis bebés, estoy emocionada. 🥺😍
Dejen aquí lo que le regalarían al pequeño Elliot 🧸.
Espero que les haya gustado el capítulo, los amo mucho. 💋
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