Capítulo 33
Emil
Los días de vacaciones se convirtieron en dos semanas. Leah y yo no queríamos regresar, pero ya no podíamos seguir huyendo de nuestras responsabilidades.
Además del trabajo, debo encontrar una casa grande para mudarnos antes de que nazca nuestro hijo y más ahora que tenemos un nuevo miembro de la familia.
La observo por el espejo, ella está dormida junto al perrito que aún no le hemos puesto un nombre. Parece un angelito acurrucada. Sus rizos están por todo el asiento y no deja de tocarse la pancita que ha crecido bastante.
Me concentro en la carretera rodeada de árboles, solitaria. Este viaje será inolvidable para nosotros, admito que ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.
Los rayos de sol causan que el anillo de matrimonio brille y me traslado a ese momento en que Leah y yo unimos nuestras vidas para siempre. Vinimos solteros y regresamos casados. ¡Qué locura!
—¿Falta mucho? —pregunta en medio de un bostezo.
—Sí, puedes seguir durmiendo.
Veo que se acomoda mejor, lo que provoca que el perrito se despierte. Es tan pequeño que me da miedo que lo aplaste. No sucede, ella lo acaricia y él se queda quieto.
Me gusta que es tranquilo, a diferencia de otros animales de esa misma edad. Es lo mejor, ya que su estancia será en el salón y me fastidiaría si hiciera desastres.
Es más del mediodía cuando llegamos a la ciudad. Conduzco hacia un puesto de comida rápida, pido algo para llevar y nos dirigimos a casa. Leah se encierra en el baño una vez entramos mientras yo subo todos los paquetes.
Tengo que usar todo mi autocontrol para no mandar al perrito al demonio, quien ha empezado a emitir aullidos incesantes. Son grititos molestos, como si le doliera algo. Sabía que era demasiado bueno para ser verdad.
—Se siente extraño aquí —dice Leah a la par que lo carga y lo arrulla.
—Puede que tenga frío o hambre.
Ella agarra un cojín del sofá y lo pone en el piso, después coloca al animal sobre él.
Quiero recriminarle y decirle que fue una mala idea traerlo; en cambio, camino hacia la habitación con las maletas a rastras porque no tengo ánimos de lidiar con ese perro ni de pelear.
Las dejo en un rincón y me recuesto en la cama. El cansancio es tan grande que cierro los ojos. Entonces, recuerdo la comida y que Leah debe estar el triple de agotada.
Me levanto y me dirijo de nuevo a la sala. Ella está sentada en el piso al lado del perrito que come más calmado.
—Voy a servir el almuerzo para que te acuestes.
No me contesta, pero igual le echo en un plato varias porciones de papas y rollitos de vegetales y se lo llevo.
Ella lo toma sin ni siquiera mirarme. Genial, está enojada.
—Puedes irte a descansar, yo me encargo del cachorro.
—Ya él no gritará —responde a modo de regaño, después se levanta y se dirige a la habitación.
Me paso las manos por el pelo a la vez que observo al perrito. Este duerme sobre el cojín, plácidamente. Me molesta que ahora esté muy tranquilo y que Leah se haya enojado conmigo a causa de él.
Lo dejo pasar, así que me sirvo una hamburguesa y la engullo en minutos. Deseo ducharme e ir a visitar a León para disipar la mente y que hablemos de una buena vez.
Quizás él me ayude con la búsqueda de la casa. Es urgente.
Me encamino hacia la habitación a pasos lentos, pero no encuentro a Leah sobre la cama como había pensado. Entro al baño y me empiezo a quitar la ropa cuando veo su silueta desde el cristal de la puerta de la ducha.
—Deja que termine.
No le hago caso, entro a la bañera y la atraigo hacia mi pecho. El agua cae como una lluvia tibia sobre nuestros cuerpos desnudos.
—No sé por qué estás enojada conmigo, amor —digo cerca de su cuello, dejando besos por toda la piel.
Ella no responde, su respiración se ha agitado y se queda quieta.
—Eres malo con Teddy.
—¿Teddy? —pregunto entre risas.
—No te burles, me pareció un buen nombre.
Se da la vuelta, de modo que quedamos frente a frente. El pelo mojado le cae por los hombros, le cubre los senos hasta la cintura. Hay algo en sus ojos que me da a entender que en realidad no está molesta, sino excitada. Me lo confirma la manera en que me recorre entero con la vista.
Lleva una mano hacia mi mejilla, me libera el rostro de las hebras y deja un dedo sobre mis labios. Se lo muerdo despacio, lo que provoca que ella suspire profundo.
—Ven aquí.
Me siento en la bañera y la ayudo a que se acomode a horcajadas sobre mí. La beso despacio, acaricio su espalda y la levanto un poco para adentrarme en ella.
Leah gime en voz alta, echa la cabeza hacia atrás agarrada de mis hombros. Cierro los ojos y sigo moviéndonos en un vaivén placentero que nos lleva a la locura.
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Me pongo las botas y me paro frente al espejo. Me paso las manos por el pelo húmedo y miro hacia la cama, donde Leah está durmiendo como si fuese una bebé.
El baño estuvo tan rico que apenas se puso una bata y cayó rendida. Sonrío con suficiencia, satisfecho por haber logrado que su enojo infundado desapareciera.
Me acerco a ella y le acaricio la pancita, dejo un beso sobre su mejilla antes de salir. En la sala, busco por todos lados a Teddy, pero no lo veo. Quizás se escondió, quién sabe.
Agarro las llaves de la camioneta y salgo de la pieza. Los débiles rayos de sol de la tarde me dan la bienvenida, al igual que la brisa fría. Me arreglo la chaqueta antes de entrar al vehículo.
Ya en el volante, me detengo a pensar en cómo iniciaré la conversación con mi hermano. Nosotros no hablamos desde la última vez que discutimos y me da vergüenza.
Pero no puedo perder el tiempo. Tal como me aconsejó Leah, la vida es muy corta para permanecer molestos con la gente que amamos. Mi madre no estaría de acuerdo con lo distanciados que estamos León y yo, mucho menos con las barbaridades que le grité.
Eso es otra cosa que debo trabajar en mí, cuando me enojo digo palabras hirientes y suelto mierdas de las que luego me arrepiento. Se lo haré saber a Ada la próxima vez que asista a la terapia.
El tránsito permite que llegue rápido a la casa de León. Aun así, me quedo por unos minutos sopesando qué le diré para iniciar la charla.
Decidido, me bajo de la camioneta y toco el timbre del portón. Una chica menuda, de menos de veinte años, se asoma.
—¿León está en casa? —pregunto, pero ella se queda mirándome de una forma extraña.
—¿Q-Quién lo busca?
—Es mi hermano, déjalo pasar.
El portón se abre despacio, entro y camino hacia la entrada. No dejo de admirar lo grande que es esta casa, las decoraciones y todos los juegos de niños que vislumbro en el jardín. Me puedo imaginar todo el esfuerzo que han puesto León y Gala en lograr un hogar como este.
Ojalá algún día Leah y yo tengamos algo parecido.
—Hermano —saluda una vez llego a la sala.
Le extiendo la mano, pero él acorta la distancia y me abraza.
—Qué gusto tenerte aquí de nuevo —prosigue ante mi silencio.
—Lo mismo, necesitamos hablar.
—Ella es Nina, la chica que nos ayuda con los niños.
—Hola, soy Emil.
—Un gusto —dice deprisa—. Voy a ir con Gael.
Desaparece como si fuese un rayo, qué tipa más extraña.
—¿Y Gala? ¿Los niños?
—Ella y Lili están donde su madre; Gael duerme —explica y yo asiento—. ¿Quieres comer o tomar algo?
—No, gracias.
—Relájate, Emil, solo soy yo.
La realidad es que me siento tenso, pero la manera despreocupada en la que habla y actúa me calma un poco.
León me guía hacia un pasillo largo, abre una puerta y me deja pasar. Se trata de una habitación que asemeja un cine, con una pantalla gigante, varios sofás y asientos inflables en el piso. Aquí también hay diferentes juegos de niños.
—¿Quieres que veamos una película? —pregunto y él ríe.
—No, pero aquí podremos hablar más tranquilos.
Nos sentamos sobre la mullida alfombra uno frente al otro. Le huyo a la mirada de mi hermano y poso la vista en cada rincón del cuarto.
—Emil, perdóname por no haberte puesto al tanto de lo que sucedía con tu... —Carraspeo para que no termine la oración.
Silencio de nuevo, y no es porque no quiera hablarle, sino que no sé qué decirle.
—Leah hizo que entrara en razón, lo hiciste por mi bienestar —digo casi las mismas palabras que salieron de su boca.
—Puedo contarte todo lo que sé, aunque por ahora solo me interesa que estés convencido de que respetaré tu decisión.
—Te lo agradezco. ¿Cómo supiste de él?
—Cuando pasó el accidente, tú estabas moribundo, habías perdido demasiada sangre y hacía falta un donador. Pues él apareció de la nada, te lo juro, se presentó y nos dijo que tenía el mismo tipo que tú.
—Tengo la ligera sospecha de que mamá lo seguía viendo.
El pecho se me encoge ante lo que he dicho.
—Sí, pero no por lo que crees. Mireya estaba tramitando el divorcio.
Lo miro directo a los ojos y cierro las manos en puños con fuerza. Aún me cuesta procesar el hecho de que mi madre seguía vinculada con mi papá después de todo lo que hizo.
—Un poco tarde —suelto con ironía.
—Emil, todos cometemos errores. Mamá tenía sus razones y es algo que nunca sabremos con exactitud.
Tiene razón, pero la rabia me ha cegado. Pese a eso, trato de calmarme.
León me da mi espacio para que canalice lo que siento, después me cuenta todo el rollo de que Sebastian y Joan son socios, que por eso fue que el hijo de puta se echó para atrás con lo de la denuncia.
—¿Por qué me quiso ayudar?
Mi hermano se encoge de hombros, pedido en sus pensamientos. Noto que quiere hablar, pero hay algo que se lo impide.
—Me resulta irónico que ahora quiera hacer cosas por mí —añado.
—Emil, ¿accederías a verlo?
—¿Qué...?
—Sebastian desea hablar contigo en persona, a pesar de que le dejé claro que tú no quieres. Incluso le pedí que no insistiera.
Abro la boca para decirle todo lo que opino de ese hombre, pero no lo hago. La curiosidad por saber qué tiene qué decir ese cabrón se hace presente.
—Puede que algún día acceda.
León me mira como si me hubiese crecido otra cabeza.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Te voy a acompañar, no permitiré que estés a solas con él.
Su preocupación me hace sentir especial, y recuerdo que él siempre ha estado para mí.
—Gracias por todo, eres el mejor hermano del mundo.
León me toca el hombro, después lo aprieta levemente.
—Puedes contar conmigo, Emil, eres mi hermano pequeño.
Pasamos de esa conversación incómoda a otra más relajada. Me pone al tanto de su ascenso como cirujano y que Gala está terminando su carrera de médico.
Me quiere matar cuando le cuento que Leah y yo nos casamos, pero a los segundos me felicita y augura muchos éxitos en mi matrimonio.
Le hablo de la búsqueda de una casa adecuada y confieso que estoy desesperado porque aún no la encuentro.
—¿Te parece la idea de vivir cerca de nosotros? —pregunta mientras se levanta del piso.
—¿Qué tan cerca?
Lo imito y los dos caminamos hacia la puerta.
—La casa del frente está vacía y en venta. Si deseas, puedo hablar con el administrador.
Sus palabras me resultan maravillosas. A Leah le va a encantar vivir cerca de Gala, además, nuestras familias estarán más unidas.
—Me parece bien, muchas gracias.
—Vamos a la cocina que hoy me toca preparar la cena.
Camino con él por el largo pasillo sin dejar de pensar en lo que mencionó. Mi plan es comprar una casa para sorprender a Leah, y para eso emplearé el dinero que he ganado más los ahorros de toda la vida.
—Yo debo irme, León —digo cuando empieza a sacar alimentos de la nevera—. Me dejas saber desde que hables con la persona.
—Claro que sí, hermano, cuenta con ello.
Se acerca y me da un abrazo que correspondo. Algo dentro de mí se calma, me siento aliviado porque hemos aclarado la situación.
Salgo de ahí conmovido, con muchas ganas de llegar a la casa y contarle a Leah que ya él y yo estamos bien.
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Feliz Navidad, amores. Espero que lo hayan pasado maravilloso con sus seres queridos. 🎄
Si les gustó el capítulo, no duden en dejármelo saber. Los amo. 💋
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