Capítulo 31
Leah
Emil no me ha soltado en la casi media hora que tenemos frente a la camioneta, ya equipada con todo lo que llevaremos al viaje. Me paso la mano libre por la pancita, deseosa de que se decida, pero no lo presiono porque sé que es difícil para él.
—Entra, amor, no puedes estar tanto tiempo parada —dice con la voz entrecortada a la vez que me abre la puerta trasera.
—¿Por qué no subimos al mismo tiempo? —sugiero, entusiasta.
Lo sopesa, puedo notar la indecisión en su cara y cómo parpadea varias veces. Tiene los ojos llorosos, los hombros caídos.
—Confío en ti, en que vas a lograrlo —prosigo con voz amable.
Acorto la distancia y lo beso. Emil no se lo esperaba, aun así, me corresponde y lo profundiza.
—Gracias, Leah —dice, alejándose un poco.
—No es necesario...
—Sí, amor —me interrumpe—. Me has apoyado en estos momentos difíciles, también te has quedado a mi lado.
—No hay un lugar donde desee permanecer que no sea contigo —digo a la par que le acaricio las mejillas con dulzura—. ¿Estás listo?
Asiente, pero no deja de mirarme. Sus ojos cristalinos muestran tantas emociones que el pecho se me acelera y el estómago se me contrae.
Abre la puerta trasera y espero a que él camine hacia la del volante. Tal como lo propuse, subimos al mismo tiempo. Emil respira profundo antes de ponerse el cinturón y se gira para mirarme.
—¿Todo bien?
Asiento, lo que provoca que él regrese la vista hacia delante. Empieza a manejar lentamente y con sumo cuidado. Mira a todos lados, se detiene, luego continúa.
Tengo el impulso de hablarle, pero me freno para que no pierda la concentración. Así que aprovecho para revisar mi teléfono por última vez, pues pienso apagarlo. Quiero que nos desconectemos por estos días.
El sol brilla en todo su esplendor y la carretera rodeada de árboles se abre paso, ya estamos saliendo de la ciudad.
—Vamos a detenernos para comprar comida, ¿tienes hambre?
—Sí, y necesito orinar.
Emil se detiene en una tienda que está en medio de la nada, prácticamente. Me abre la puerta y me ayuda a bajar. Entramos al sitio agarrados de las manos, pero me suelto y me encamino hacia los baños.
Es un alivio que el cubículo al que entro esté limpio, también hay agua. Después de vaciar mi vejiga, me lavo las manos. Salgo para encontrarme con él, quien ya está pagando en la única caja que hay.
—Compré galletas, jugos y algunas golosinas. ¿Deseas algo más?
—No, así está perfecto —digo sonriente, pensando en que cuando lleguemos podremos comer algo más elaborado.
Emil me pasa las bolsas, me subo y él se queda verificando el combustible de la camioneta. Cuando regresa, ya estoy devorando lo que compró.
—¿Falta mucho? —pregunto al momento en que empieza a conducir.
—Casi nada, amor.
Le paso la merienda, pero él menciona que no tiene hambre. Lo dejo tranquilo porque se ha concentrado de nuevo.
Mientras avanzamos, la temperatura baja. La vegetación verde se extiende por todas partes, esto causa que los recuerdos de cuando fuimos a la estancia se agolpen en mi mente.
Era una situación diferente; nosotros pensamos y actuamos de otra manera ahora. Ya no somos esos chicos que no tenían claro lo que querían ni guardamos lo que sentimos.
Emil y yo hemos crecido en todos los sentidos, a pesar de que aún hay mucho por aprender y superar.
—Llegamos —informa, sacándome de mis pensamientos.
Un portón enorme se abre ante nosotros. Es una entrada larga, y desde aquí se distinguen las edificaciones.
Una señora nos da la bienvenida con bebidas frutales y nos guía hacia la recepción. Mientras Emil se encarga del chequeo, yo me muevo por los alrededores, maravillada.
La decoración del lugar es totalmente ecológica, con arbustos y lagos en todos los rincones. Se respira aire puro, paz, armonía. Justo lo que nosotros necesitamos.
—Toma, amor.
Me enseña un brazalete, igual al que está usando, y le extiendo el brazo derecho para que me lo ponga. Nos tomamos de las manos y caminamos detrás de un chico que lleva nuestras maletas.
—¿Te gusta? —susurra en mi oído.
—Me encanta, amor —respondo al tiempo que nos miramos a los ojos y sonreímos.
—Te llevaré a un lugar especial, pero primero quiero que descanses.
Asiento en acuerdo, ya que tengo el cuerpo adolorido por el viaje en auto.
—Necesito comer primero.
—Te buscaré algo rico cuando estemos en la habitación.
El joven nos conduce por varias cabañas, separadas entre ellas, y se detiene en la que creo es la de nosotros. Emil abre y él se retira, no sin antes ayudarnos a entrar los paquetes y nos reitera que está a nuestras órdenes.
Es grande, como si fuese una casa pequeña. Tiene sala, comedor, habitación y baño. También una terraza con jacuzzi. La vista es espectacular, incluso podemos vislumbrar la playa desde aquí.
—¡Esto es increíble! —exclamo mientras revoloteo por todas partes.
—Es lo que mereces —dice Emil, acortando la distancia entre los dos.
Atrapa mi rostro y deposita un beso sobre mis labios.
—Voy a buscar algo de comer, ¿qué te apetece?
—Lo que sea —respondo en medio de un bostezo.
Él me hala de un brazo y me lleva hacia la habitación. La cama es enorme, con colchas y almohadas blancas y grandes ventanales de cristal. Esto es el paraíso.
Me recuesto y Emil se encarga de quitarme los zapatos, masajeando mis piernas y pies en el proceso.
—Vengo enseguida, amor —dice, pero ya me estoy acomodando entre las almohadas que huelen exquisitas.
Acaricio mi pancita porque siento las pataditas de mi bebé y cierro los ojos.
***
Dormí por varias horas, y cuando desperté me comí varios platos de deliciosas pastas que Emil me había guardado. Él se encontraba en la terraza pintado con una música instrumental de fondo.
Estaba melancólico, por lo que me senté a admirarlo mientras hacía magia con sus manos.
Ahora me estoy preparando para dar un paseo al sitio que él había dicho.
Siento sus brazos rodearme desde atrás, lleva una mano hacia la barriguita y la acaricia con dulzura.
—Qué bella estás, amor —dice en mi oído.
—Gracias. —Me giro y lo recorro con la mirada—. Tú también te ves muy bien.
Los dos estamos vestidos de blanco a petición de él. Emil lleva pantalones y camiseta holgados; yo un vestido largo de la misma tela.
—Debemos darnos prisa, preciosa, quiero mostrarte un sitio que sé te va a encantar.
No deja que replique, porque me atrapa un brazo y me guía hacia la puerta. Caminamos entre la naturaleza con las manos entrelazadas, en medio de un silencio cómodo.
Los sonidos de las aves me relajan, así como la brisa suave de la tarde.
Emil abre la puerta del copiloto, lo que provoca que lo mire extrañada.
—No hay mucho tránsito por aquí —explica.
Me ayuda a subir con sumo cuidado, después hace lo mismo al volante. Nos estamos alejando de las cabañas.
—Sabes que te amo, ¿cierto? —pregunta sin despegar los ojos de la carretera.
—Claro que sí, Emil. Yo también te amo.
Puedo apreciar el atisbo de sonrisa que se ha dibujado en sus labios, aunque no retira la vista del frente.
Maneja por unos diez minutos, luego se detiene frente a una edificación de ladrillos antigua, parecida a una iglesia abandonada.
Me ayuda a bajar y mientras nos acercamos me doy cuenta de que, a pesar de la fachada, el lugar está vigente.
Entramos con las manos entrelazadas. Es un sitio abierto, grande. Solo se encuentra techado una parte, la otra está a la intemperie. Las ruinas de ladrillos terminan en un alto desde donde se vislumbra el cielo anaranjado por el atardecer y abajo la vegetación.
Nunca había presenciado algo parecido, tanto así que el corazón se me acelera y aprieto la mano de Emil.
Él se acerca más, coloca mi cabeza en su pecho y me abraza con fuerza.
—¿Lo sientes, Leah? ¿La paz y armonía que se logra percibir en el contraste de colores que se crea entre el cielo y el bosque?
—No encuentro las palabras adecuadas para describir esto, Emil.
—No las hay.
Me atrapa las mejillas, nuestros ojos se conectan y unimos los labios. Es un beso cargado de amor, añoranza.
Nos separamos un poco, aún abrazados, y miramos el atardecer.
—Esto es especial —digo, ensimismada—. Desearía detener el tiempo.
—Quizás pueda convertirlo en un «para siempre».
—¿Cómo...?
—¿Te casarías conmigo, Leah?
Su pregunta me deja una especie de trance, aun así, asiento.
—Sin pensarlo dos veces, Emil.
—¿Ahora?
—¿Qué...?
No puedo terminar la oración, porque él se ha alejado y saca del bolsillo de su pantalón dos anillos dorados, preciosos.
—¿Quieres ser mi esposa, Leah Samantha?
Las lágrimas brotan de mis ojos incontrolables, no puedo hablar ni pensar con claridad. Un señor vestido de cura se nos acerca junto a una chica que sostiene una cámara fotográfica.
Miro alrededor y suspiro, en un intento de calmar el llanto.
—Sí, quiero —digo con la voz fañosa.
Él acorta la distancia, le extiendo la mano izquierda y me pone el aro que se ajusta a la medida. Me entrega el suyo, y hago lo mismo en su dedo anular.
No puedo explicar lo perfecto que es este momento, el ambiente.
El padre dice algunas palabras, las suficientes para declararnos marido y mujer con el atardecer de testigo.
La chica toma varias fotos rápidas, después nos dejan solos.
Emil y yo nos abrazamos, entre besos y caricias decimos cuánto nos amamos. Hemos unido nuestras vidas para siempre de la manera más hermosa que alguna vez pude soñar.
—Este es el mejor día de mi vida —susurro contra su pecho.
La oscuridad ha caído sobre nosotros, pero se han encendido varias lucecitas tenues.
—También es el mío, Leah Wilson.
Sonreímos cómplices, nos besamos y salimos de la ruinas a pasos lentos con las manos entrelazadas. Mientras avanzamos, no puedo despegar la vista de los anillos que brillan con intensidad. Las ganas de llorar regresan al caer en cuenta de lo que ha sucedido.
Emil y yo nos casamos.
Este es el comienzo de una nueva vida, el destino nos ha regalado otra oportunidad.
════ ∘◦❁◦∘ ════
Nuestros bebés se casaron. 🥺
No saben lo mucho que he amado este capítulo, y cuánto me costó escribirlo.
Dejemos aquí corazones entrelazados para Leah y Emil. Empiezo yo 💞.
Espero que les haya gustado el capítulo tanto como a mí.
Los amo. 💋
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top