Capítulo 3
Emil
Probé el primer cigarro a los trece años inducido por mi padre. Había mencionado que eso me ayudaría con la ansiedad y me obligó a fumar junto a él. Vomité por el asco y porque no soportaba la nicotina, era demasiado fuerte para mí.
Me daba dos cigarrillos diarios y decía que era nuestro secreto, no podía contarle a nadie.
Al poco tiempo me fue gustando la sensación de alivio que me proporcionaban, Sebastian tenía razón en algo por primera vez. Mencionó que me estaba convirtiendo en un hombre de verdad, pues nunca aprobó mi amor por el arte y decía que ese oficio no era de «machos».
Cuando mi madre se dio cuenta de que fumaba, casi murió e inmediatamente me cambió de colegio. Ella pensaba que me dejaba influenciar, así que me inscribió en una escuela religiosa. Lo único bueno que obtuve de ahí fue que pude estudiar lo que me gustaba.
Los grados venían con especialidades y yo escogí la música. Aprender a tocar varios instrumentos me ayudó a sobrevivir en los momentos duros. Pasaba mucho tiempo solo en las aulas, aun cuando debía estar en el receso, porque no me gustaba socializar.
Pronto los profesores dieron la alerta a mi madre y concluyeron que debía visitar a un psicólogo. Me había negado, por supuesto, pero mamá no lo aceptó.
En las primeras visitas no hablé nada, ni siquiera di mi nombre, solo me quedé quieto con la cabeza hacia abajo. Así pasaron varias sesiones hasta que mi madre desistió y no volvió a llevarme.
A los quince ya era un fumador dependiente y empecé a tomar decisiones sobre mi físico. Me perforé partes del cuerpo y me hice varios tatuajes.
***
Hago silencio de repente y me concentro en la pared blanca con pequeñas mariposas de porcelana como adornos. Quiero descansar de mi mente, que se ha convertido en un revoltijo de memorias sin ningún orden.
La realidad es que me ha sorprendido todo lo que he podido hablar de mi infancia, cosas que no sabía que recordaría.
El carraspeo de Ada provoca que pose mi mirada sobre ella. Sus ojos celestes me observan con dulzura y, si no me equivoco, satisfacción.
—Vamos a dejarlo hasta aquí hoy, Emilian, pero quiero que para la próxima visita me hables de la niñez de tu papá.
—¿Cómo...?
—Me gustaría saber sobre tus abuelos, cómo fue criado Sebastian.
Asiento en comprensión antes de levantarme para despedirme.
—No sé mucho sobre su vida, Ada.
—Lo mínimo será importante, si puedes manejarlo.
—Lo haré —aseguro mientras camino hacia la salida.
La noche está fresca y aún es temprano. Me subo en la camioneta, pero me quedo quieto dándole vueltas a todo lo que le dije a Ada. Recargo la cabeza del volante y cierro los ojos ante la opresión que siento en el pecho.
Se me dificulta respirar, los ojos se me humedecen y boqueo por aire. Estos ataques aún me parecen sorpresivos, no me acostumbro y siempre pienso que me acerco cada vez más al final de mis días.
¿Qué pasaría si muero? ¿A alguien le importaría de verdad? Quizás a mi madre y León, aunque con el tiempo se olvidarían de mí.
Me aterran esos pensamientos, el que no he hecho nada en mi vida que valga la pena.
Poco a poco la tensión se disipa y empiezo a respirar con normalidad. Las manos me tiemblan incontrolables, me siento agotado y sin fuerzas. Espero unos minutos más, después empiezo a manejar rumbo a la casa.
Carlos está en el sofá cuando me adentro al salón, viendo algún partido de deportes. Sus ojos se posan sobre mí y sonríe.
—Hola —saludo, ganándome un pulgar hacia arriba de su parte.
—Emil, qué bueno que ya estás aquí —dice Susan, quien camina hacia mí con entusiasmo.
Está vestida con un top que solo le cubre el pecho y pantalones cortitos ajustados.
—Te estaba esperando, hoy toca yoga —prosigue con toda la energía del mundo.
—¿Así le llaman ahora? —interviene Carlos con burla—. Qué creativos.
—No digas tonterías y ni se te ocurra ponerte de chistoso delante de Robert —le advierto.
Chasquea la lengua al tiempo que apaga el televisor.
—No entiendo por qué no le dicen que están juntos...
—Nosotros no somos nada —interrumpe Susan bajito.
—Pero Emil te la mete, es un suertudo.
—Eres tan asqueroso —responde ella—. Emil, no tardes que en unos minutos empiezo.
Se aleja deprisa hacia el pasillo que da a las habitaciones.
Miro a Carlos, quien la observa hasta que se pierde de nuestra vista. No me gusta cómo habla ni la manera en que pone sus ojos sobre Susan. Abro la boca para mandarlo a la mierda, pero la entrada de Robert no me lo permite.
—Chicos —saluda a la par que nos palmea el hombro a cada uno—. Emil, ¿podemos hablar en privado?
—Uy, alguien está en problemas. Yo mejor me voy.
Carlos se levanta, sonriendo cínico, y sale del apartamento.
—¿Por qué estás en problemas según Carlos?
—Ni idea —miento y me siento en el sofá que el idiota ocupaba—. ¿De qué quieres hablar? Te pido que seas breve porque necesito una ducha.
—Ah, sí. Renuncié hoy —indica mientras se sienta a mi lado.
Lo miro sorprendido, pues Robert trabajaba de la mano de un artista exitoso y ganaba muy bien. De hecho, es al que mejor le iba de todos nosotros.
—¿Y eso? Pensé que estabas a gusto.
—El tiempo pasa, Emil, y yo ya tengo que perseguir mis sueños. —Suspira—. Tengo dinero ahorrado, así que voy a abrir mi propia galería.
—¿Estás seguro?
—Sí, ya lo hablé con Susan y ella va a dejar el empleo en la librería a final de mes para trabajar conmigo.
—¿Por qué no me había dicho nada?
—Yo estaba esperando materializar algunas cosas.
—Felicidades. Eres muy bueno en lo que haces, así que serás un éxito.
Hablo con sinceridad, Robert es un hombre comedido y con los pies sobre la tierra. Si él tomó esa decisión es porque lo ha planeado muy bien.
—Eso espero, Emil. Me gustaría que vinieras conmigo.
—¿Qué...?
—Me encantan tus obras, eres un artista completo —halaga—. Por eso sería un placer que aceptaras trabajar conmigo y exponer algunos de tus cuadros.
—Guau, ¿hablas en serio?
Una sonrisa tonta se me forma en los labios ante sus palabras.
—Sí, tengo varios contactos que nos ayudarán para captar posibles compradores. ¿Te imaginas? Es una oportunidad para irte dando a conocer. Susan se encargará de la publicidad.
—Acepto.
—Debes tener en cuenta que los inicios no son fáciles, y que las cosas podrían salir diferentes a lo esperado.
Asiento en acuerdo, pero igual es una oportunidad para hacer lo que me gusta y de la mano de alguien que conozco. Robert es la persona perfecta para esto.
—Lo tengo claro, no te preocupes. Muchas gracias por pensar en mí.
—Me gusta tu estilo, eres excelente. Más adelante te dejaré saber cuándo daremos inicio.
Lleva una mano a mi hombro, como siempre hace, se levanta y camina hacia su cuarto.
El corazón me late con tanta fuerza que la respiración se me dificulta. Me siento feliz porque una nueva esperanza aflora en mi interior con la propuesta de Robert. El dinero no solo es importante en este tipo de negocios, sino las influencias y los contactos. Todo eso él lo tiene, así que confío en que las cosas saldrán bien.
Si no, pues se hizo el intento.
—Emil, te estoy esperando.
Susan da pasos hacia mí con las manos en la cintura y me mira impaciente.
—Me tengo que dar un baño y estoy hambriento.
—Ve a ducharte mientras te preparo algo para cenar.
Estoy tan feliz que corto la distancia entre nosotros y la beso.
════ ∘◦❁◦∘ ════
El techo de la habitación de Susan simula un universo lleno de estrellas lumínicas y planetas que se mueven. Me relaja mirarlo, al igual que las caricias que me está dando en el pelo.
Repaso cada uno de los acontecimientos del día, la charla con Ada y la propuesta de Robert. Un pensamiento lleva a otro, así que también viene a mi memoria lo que León y yo hablamos.
El cumpleaños de Lili, el nuevo bebé en camino, Leah...
Cierro los ojos con fuerza ante los recuerdos de ella que se reproducen en mi mente y todo lo que vivimos. Son como una película en cámara lenta que me lastiman. Entonces, eso cambia e imagino a un hombre tocándola como yo lo hacía.
La ira e impotencia provocan que apriete las manos en puños y la respiración se me altera.
—¿Qué sucede, flaco?
La voz de Susan me regresa a la realidad y es lo que me impulsa a abrir los ojos. La poca iluminación no me permite ver con claridad su rostro, pero estoy seguro de que está frunciendo el ceño.
—No sabes cuánto deseo enamorarme de ti —digo mientras le paso la mano por la espalda desnuda.
Percibo su aliento en mi cara y ese olor dulzón tan característico de ella.
—En el corazón nadie manda, Emil.
Su voz sale como un susurro, tímida.
—Es que sería perfecto, ¿no lo has pensado? Tenemos muchas cosas en común.
—Creo que eso no es suficiente.
—Lo sé, y me odio por no poder superarla. Por hacerte esto.
Susan me abraza, posando su cabeza sobre mi pecho desnudo. Le correspondo y dejo un besito sobre su pelo.
—Yo te quiero mucho —dice con los labios pegados en mi piel—. Deseo que puedas arreglar las cosas con ella si eso te hace feliz.
—Eso es imposible...
—¿Por qué? —me interrumpe.
—Leah ya me olvidó, tiene novio.
—Eso no significa nada.
Me río por la irónico que me resulta el estar hablando con ella de mi exnovia después de que cogimos hasta el cansancio.
—La conozco, sé que no estaría con ningún hombre si de verdad no siente nada.
Susan encoge los hombros al tiempo que se separa de mí.
—Creo que deberíamos dejar esto, Emil.
—¿Esto...?
—Sí, y solo ser amigos como antes.
—Entiendo.
—Es que me ilusiono rápido, a pesar de que me dejaste las cosas claras desde el principio.
—No es mi intención...
—Lo sé, por eso prefiero no seguir.
Le agarro la cara y la acaricio con dulzura.
—Gracias por ser cómo eres, mereces todo lo bueno.
—Tú también, flaco. Para mí eres un ramé*.
Reímos al unísono. A pesar de lo acordado, la atraigo hacia mi pecho y la abrazo con fuerza. Nos mantenemos así, perdidos cada uno en nuestras mentes hasta que me rindo ante el sueño.
════ ∘◦❁◦∘ ════
*Ramé (del balinés): Algo que es caótico y hermoso al mismo tiempo.
☆Aclaración de tiempo: han transcurrido casi 2 años desde el final de Eres tú. Por eso es que Lili cumplirá 3.
Si tienen cualquier otra duda, pueden dejarla aquí y con gusto les responderé.
Muchas gracias por el apoyo. Nos leemos más adelante.
Besos. 💋
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