Capítulo 29
Leah
Desde que llegamos del hospital, hace unas semanas, Emil agarró su bajo y entonó algunas melodías. Fue el comienzo de una nueva etapa para él, pues también se ha dedicado a escribir canciones. Aún no me acostumbro a escucharlo cantar, su voz es melancólica y está cargada de sentimientos.
Es una de las maneras en que ha canalizado todo el dolor que siente. Cuando no está pintando y tocando, se queda acostado con la vista fija en un punto en específico. Llora mucho, casi no habla ni come.
Estos meses han sido muy duros, y temo que seguirá así por un buen tiempo. Admito que cuando supe lo del accidente quise morirme, fue tan grande el impacto que tuvieron que hospitalizarme.
Gala me dio una charla como nunca antes lo había hecho, se encargó de ponerme los pies sobre la tierra y me hizo entender que de mí dependía mi bebé. Debía ser fuerte por él y por Emil.
Los doctores no nos dieron muchas esperanzas, pues el accidente fue muy grave. Tanto así que Mireya no llegó viva al hospital. León se derrumbó, era desgarrador verlo tan afectado.
Yo solo pensaba en lo mal que se pondría Emil, porque su madre era la persona que él más amaba. Además de que nunca pude arreglar los problemas que tuvimos.
Nos acostumbramos a vivir como si fuésemos eternos, no solemos pensar en que un día todo acabará y lo peor es que nunca sabremos cuándo. Vamos tras cosas pasajeras y dejamos de lado a la familia, a las personas que amamos.
Lo peor de todo es que en algún momento miraremos atrás y desearemos devolver el tiempo para dar ese abrazo, decir ese te quiero. Por orgullo, quizás, dejamos que las relaciones se deterioren.
Entre todo lo malo, puedo rescatar que la casa se vendió y mi embarazo salió de riesgo. El doctor dijo que el bebé está creciendo bien, normal. Eso me ha dado fuerzas para seguir, al igual que la esperanza de que Emil iba a recuperarse.
Solo Dios sabe los momentos de agonía que pasé, mis llantos y cada súplica que hice para que él volviera en sí. Cuando lo vi despierto, fui incapaz de decir nada y lo abracé como nunca había abrazado a nadie. No lo quería soltar, temía que fuera un sueño.
Emil, por su parte, no podía creer que la pancita había crecido y se echó a llorar cuando le dije que esperamos un niño.
—Me gusta el nombre Elliot —dijo entre lágrimas mientras me besaba la barriguita.
Nos mantuvimos unidos por horas, besándonos y reafirmando el amor que sentimos. Él aún estaba anestesiado, no había caído en cuenta del todo de lo que en realidad sucedió.
Sus estados de ánimo cambiaron unos días después. Imagino que empezó a extrañar a su mamá y así se ha quedado, aunque trata de no demostrar lo desolado que se encuentra.
—Amor, iré a ver a Robert y Susan —anuncia desde la puerta.
—¿Te llevo?
—No, pediré un taxi.
Avanza hacia la cama y se sienta. Me abraza a la vez que me besa los labios.
Emil no quiere manejar ni que yo lo haga. Le da pavor montarse en un auto, a pesar de que es inevitable. Poco a poco ha retomado su vida, lento y con cuidado.
Lo miro directo a los ojos, estos se encuentran opacos. No me acostumbro a presenciar la tristeza que refleja su alma ni la angustia dibujada en sus facciones.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, amor. Estaré aquí temprano.
Acaricia mi pancita, acto seguido se levanta y camina hacia la puerta.
El miedo a que no regrese me visita, pero trato de ahuyentar esos malos pensamientos. Sé que tardará un tiempo para que las secuelas que dejó ese accidente desaparezcan. Debo ser paciente.
Cierro la laptop, convencida de que es inútil que avance con el trabajo. Volví al negocio virtual y solo me quedé con un mensajero para que me ayude en las entregas.
Resoplo cuando escucho el timbre, pues tenía pensado dormir por lo que resta de la tarde. El embarazo me ha quitado las ganas de todo, el sueño no me abandona y siempre tengo hambre.
Me levanto y, a pasos lentos, camino hacia la sala.
León me sonríe una vez abro la puerta.
—Hola, Leah, ¿te desperté?
Niego sus palabras y me echo a un lado para que pase.
—Emil salió.
—Sí, hablé con él hace un rato —responde mientras se sienta en el sofá—. Por eso estoy aquí, necesito conversar contigo sobre mi madre.
La voz se le quiebra, y no me pasa desapercibido que no la llamó por su nombre como acostumbraba. Asiento y me acomodo en una silla, quedando frente a él.
—¿Le dijiste? —cuestiona, serio.
—No he podido, León, tú no tienes idea de lo mal que Emil se encuentra.
Él se queda callado, comprende la situación.
Mireya dejó casi todos sus bienes y dinero a nombre de Emil, así que el abogado de ella ha querido reunirse con él, pero yo no lo he permitido. Quedamos en que primero hablaría sobre el tema.
—Entiendo, y es por eso que no le he dicho que Sebastian desea verlo.
El corazón me late desenfrenado ante la mención del padre de Emil.
—No le cuentes...
—Algún día tendremos que hacerlo —interrumpe con voz suave.
—Él se va a enojar, tú sabes lo mucho que lo odia.
—Sí, pero le salvó la vida.
Sus palabras son como una bofetada, y puedo imaginar cómo se sentirá Emil cuando se entere que el hombre que tanto detesta le donó su sangre.
El accidente fue mortal, por lo menos para los que estaban en la parte delantera. Por un milagro Emil no murió y porque Sebastian apareció «de la nada», ofreciendo todo de él para ayudarlo.
—Es muy pronto aún, esperemos que se recupere un poco más —alego a la defensiva.
León asiente, ido en sus pensamientos. Estoy segura de que quiere seguir rebatiendo lo que he dicho, pero no se atreve porque sabe que tengo razón.
Soy consciente de que Emil se va a molestar con él, ya que ha estado frecuentando a ese hombre para darle los detalles de su recuperación. No tiene derecho, a pesar de lo que hizo.
—Estuve de acuerdo con lo de la transfusión porque no quería perderlo; ahora bien, considero que estás yendo muy lejos con ese hombre —digo con reproche.
Él me mira, la tristeza en sus orbes provoca que todo en mí se conmueva.
—Hay algo que no sabes, Leah, y es por eso que deseo hablar con Emil.
—¿Qué cosa?
León resopla a la par que se pasa una mano por los rizos desordenados.
—Estábamos equivocados en cuanto al porqué Joan desistió del juicio y retiró la denuncia. —Hace silencio por unos segundos—. Fue obra de Sebastian Wilson.
—¿Qué...?
—Me enteré de que ellos son socios. No uno cualquiera, Leah, sino que tiene la mayoría de las acciones de las empresas.
Sus palabras me han dejado boquiabierta, ¿es tan pequeño el mundo? Emil nunca mencionó que su padre era adinerado. Todo tiene sentido ahora. Yo conozco a Joan, no hubiese echado su brazo a torcer sin dinero o intereses de por medio. De hecho, no he sabido de él en todos estos meses.
Sin embargo, nada va a remediar todo el daño que ese hombre le hizo a Emil. Lo marcó para siempre, tanto así que no creo que él lo llegue a perdonar.
—No quiero ni imaginar cómo se pondrá Emil cuando se entere de esto.
—No le gustará, pero debe saber que él lo ha tratado de buscar desde hace muchos años.
—Estás muy enterado de todo...
—Claro que sí, Leah, estoy lidiando con los documentos de Mireya y...
—¿Sí?
—Ella y Sebastian nunca se divorciaron, así que me he reunido con él para los fines legales.
—Es...
Hago silencio cuando la puerta se abre de repente. Emil se queda paralizado, mirando a León con la cara neutra. La manera en que encierra las manos me da a entender que se encuentra furioso.
Los nervios me atacan al entender que, quizás, él escuchó la conversación.
—Hermano, ¿cómo estás? —saluda León mientras se levanta y avanza hacia él.
Emil se queda inmóvil, pero hay algo en sus ojos que grita que no está bien. Me paso las manos por la pancita, en un intento de tranquilizarme.
—Vete de mi casa —habla al fin con la voz entrecortada.
—Emil...
—¡Lárgate de aquí, hijo de puta! —vocifera y abre la puerta con tanto ímpetu que emite un ruido seco.
—Tienes que calmarte —replica León, suavizando la voz—. Hablemos, pero primero relájate.
—No quiero nada de ti, maldito traidor de mierda.
—Emil —intervengo, levantándome de la silla—, deja que te explique lo que sucedió.
—¿Tú también te pondrás del lado del cabrón que me engendró?
—No, nunca...
—¡Váyanse al infierno los dos!
No me da tiempo a responderle, porque camina a pasos rápidos hacia el cuarto.
—Es mejor que te retires, León, yo hablaré con él cuando se calme.
Noto la indecisión surcar sus facciones. Aun así, asiente y se va.
Siento que el pecho se me contrae y las manos me tiemblan. Hay una sensación en mí de que le he fallado a Emil, aunque sé que no es real. Necesito ir a verlo, pero debo darle tiempo a que se relaje porque no me va a escuchar en la condición que se encuentra.
Los pasos de él me sacan de mis pensamientos. Hacemos contacto visual y noto el dolor que reflejan sus ojos.
—Perdóname por hablarte de esa manera —dice bajito, como si fuera un niño regañado—. Ven aquí.
Extiende sus brazos mientras acorto la distancia entre los dos. Nos abrazamos muy fuerte; Emil esconde su rostro en mi cuello y siento cómo su cuerpo tiembla.
Sin mediar palabras, nos dirigimos hacia el cuarto y nos tumbamos en la cama. Emil no despega su cara, pero puedo percibir que llora.
—M-Me siento horrible, Leah —balbucea entre sollozos—. Tengo miedo.
—Es válido, amor.
—Me jode que él haya intervenido en mi vida, aun si fue para ayudarme.
—Emil, estás en tu derecho de no querer verlo.
Se aleja y nos miramos a los ojos. Me hiere presenciar la angustia y el dolor plasmados en ellos. Pese a eso, me alegra que esté hablando conmigo.
—Mamá quería que lo perdonara, había mencionado que guardarle rencor me hacía mal.
No le respondo, porque considero que esa decisión es muy personal. Además, sé que necesita que lo escuche más que nada.
—¿Por qué me busca, Leah? Se supone que me odiaba.
—Solo él tiene la respuesta —contesto y lo abrazo de nuevo—. Lo importante ahora es tu recuperación, tanto física como mental.
Me abraza, pero esta vez me posiciona sobre su pecho y deja besos en mi cabeza con dulzura. Lleva una mano hacia la pancita y la acaricia con una delicadeza que me desarma.
—A veces pienso que no seré un buen padre. Me aterra eso, ¿sabes? Hacerle daño a mi hijo.
—Serás el mejor padre del mundo para nuestro bebé, amor.
Nos mantenemos en silencio por algunos minutos, disfrutando el calor del otro.
—He estado ausente, perdón por eso —rompe el silencio.
—No es fácil lo que has pasado, te entiendo y siempre te apoyaré.
Se separa un poco y atrapa mi cara con sus dos manos. Me relaja que está más calmado, así que sonrió y él me imita.
—¿Recuerdas la vez que fuimos a esa estancia?
—Sí, fue un escape para que pudieras concentrarte en la pintura.
Sonreímos al mismo tiempo.
—Quiero hacerlo de nuevo, pero esta vez a un lugar diferente.
Me emociona su propuesta, sería de mucha ayuda en estos momentos.
—Me encantaría, Emil.
—Un campo, algún pueblo —divaga mientras acaricia mis mejillas con suavidad.
—Suena muy bien, ¿para cuándo? —pregunto, entusiasmada.
—Trataré de que sea la semana que viene, ¿qué opinas?
—Tengo mucho trabajo...
—Y yo, pero ya hablé con Robert. Necesitamos un descanso, amor.
Tiene razón, una escapada nos vendría de maravilla. Como Emil necesita cuidados, y yo también, empiezo a enumerar las precauciones que debemos tomar para el viaje.
A él le resulta gracioso, así que se ríe y menciona lo obsesionada que soy con la organización. No le respondo, me quedo embobada en cómo sus ojos se achican y cada detalle de su cara.
Le paso una mano por el pelo, echándolo hacia atrás, y lo beso en los labios. Él me corresponde, me atrae a su cuerpo para profundizarlo.
Sé que aún hay muchas cosas que debemos sanar, que vendrán días difíciles y más con el padre de Emil rondando en su vida. No obstante, estoy segura de que esta vez podremos salir bien parados, porque nos amamos y hemos crecido como personas.
Estoy convencida de que nuestro bebé nos dará la fuerza que tanto necesitamos.
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