Capítulo 27

Emil

Las tres de la madrugada.

Dejo el celular encima de la mesita de noche y me recuesto sobre la almohada. No puedo dormir, a pesar de lo agotado que me siento por haber trabajado todo el día con Robert ayer.

Miro a Leah, quien duerme plácidamente como si fuese un bebé. Se aferra a la almohada y no me ha soltado el brazo en ningún momento. La atraigo hacia mi pecho, cierro los ojos a la vez que suspiro profundo.

Dejo besos sobre su cabeza y la aprieto como si mi vida dependiera de ella. Su presencia me hace bien, siento que estoy en paz y completo.

De repente, se mueve frenética y empieza a respirar con dificultad.

—E-Emil —balbucea entre sueños.

—Estoy aquí, mi amor.

Solloza de una manera tan desgarradora que provoca que me espante.

—Leah, despierta.

Estiro el brazo y enciendo la lámpara.

—Fue una pesadilla, amor —digo cuando abre los ojos.

Luce desorientada, sus mejillas están húmedas y rojas.

—No te quiero perder —expresa entre lágrimas mientras me abraza con una fuerza desmedida.

—Eso no pasará nunca. Ustedes son mi vida.

—Promételo.

—Leah...

—Promete que jamás te irás de mi lado, que no me dejarás.

Trago saliva al verla tan angustiada y la preocupación se adueña de todo mi sistema. Aun así, hago lo que me pide.

—Prometo que siempre estaré aquí —digo, tocando esa parte donde se encuentra su corazón.

Ella me besa en los labios, después reposa la cabeza sobre mi pecho sin soltarme.

—Te amo demasiado, Emil —susurra contra mi piel.

—Yo también te amo, Leah —contesto y apago la lámpara—. Trata de descansar.

A los segundos, percibo que respira pausado. Me quedo mirando hacia el techo, las palabras de ella y lo que me hizo prometer no abandonan mi mente. ¿Podré cumplirle? Ese es mi mayor temor, dejarla sola con un niño.

A pesar de que mi salud ha mejorado, y que el tratamiento me está haciendo bien, tengo los días contados. No solo eso, hay probabilidad de que muera en cualquier momento.

Sé que de eso se trata la vida, que todos estamos propensos a fallecer, pero en mi caso es diferente. Admito que la muerte es mi mayor miedo.

Cierro los ojos, en un intento de dormir porque mañana será un día agotador en todos los sentidos. Bueno, hoy más tarde.

***

Mi madre está muy feliz, al igual que León y el abogado que lleva mi caso. Yo, por mi parte, me encuentro preocupado. No es normal que, después de todo lo que ha sucedido, Joan haya retirado la denuncia. No solo eso, se ofreció a pagar una indemnización por los daños contra mi persona.

Pese a eso, debo comparecer ante el juez más adelante por los cargos que me impusieron, incluso si Joan se echó para atrás. Eso no me preocupa, soy inocente y estoy seguro de que la verdad saldrá a flote.

—Hay que celebrar —dice mi madre, entusiasta—. Estoy tan feliz.

Me abraza de nuevo, no sé por cuántas veces en la última media hora.

—Aún no podemos cantar victoria —alega el abogado—, pero no deja de ser una gran logro el habernos quitado a ese hombre de encima.

Mamá y León le dan la razón, en cambio, yo me quedo en silencio. ¿Por qué Joan se retiró como lo hizo? Sé perfectamente que me odia y que nunca haría nada que me beneficie.

Pienso en Leah y múltiples teorías de que, quizás, ella tuvo algo que ver con las decisiones de ese hijo de puta. No, eso no es posible.

Camino detrás de ellos, que siguen hablando animados, mientras no dejo de darle vueltas al asunto ni de buscar el porqué.

—Luces preocupado —dice León, quien se sienta a mi lado en la parte trasera del vehículo. Mamá va al volante y el abogado de copiloto.

—Lo estoy, algo debe estar tramando ese maldito.

—Sospecho igual que tú, Emil. Aunque, tal vez, solo se dio cuenta de que era un caso perdido.

No le respondo y él me pasa un brazo por la espalda a modo de consuelo.

—De cualquier manera, y pase lo que pase, sabes que estoy de tu lado —susurra en mi oído—. Si se mete de nuevo contigo, me tendrá que someter a mí también.

—León, no...

—No voy a permitir que te dañe, hermano —replica, serio.

Nos quedamos en silencio, y aprovecho esto para llamar a Leah. No responde, pero Gala me manda un mensaje donde me avisa que ella duerme. Me alivia que le esté haciendo compañía, lo necesita mucho.

Nunca podré pagarle por todo el apoyo que nos ha brindado en estos procesos. Se mantiene atenta y la ayuda en lo más mínimo.

Mamá casi me obliga a que nos detengamos a comer en un restaurante de los que hay en la plaza. No tengo de otra que dejarme llevar, pues está muy eufórica con la noticia. Al final, solo somos León, ella y yo porque el abogado dijo que tenía que retirarse.

La noto conmovida, incluso menciona que será un almuerzo especial con sus hijos.

El lugar que escogió es caro, con una música suave de fondo y meseros impecables. Hay pocas personas, cosa que agradezco. Un chico amable nos conduce a una mesa para tres y nos entrega el menú.

—No tienen idea de cuán emocionada estoy —expresa al borde del llanto, lo que provoca que León y yo nos miremos.

—Te entiendo —dice León, comprensivo—. Es un peso menos para el caso de emil.

—No solo es por eso —replica—, sino porque estoy en compañía de mis hijos. Los amo muchísimo.

—Yo también te amo, ma —respondo a la vez que le agarro las manos.

León no responde, más bien, agarra la copa de agua y toma de ella.

En segundos nos enfrascamos en una conversación donde los protagonistas son los hijos de mi hermano y él nos cuenta las ocurrencias de Lili. Le brillan los ojos de una manera tan bonita cada que menciona algo de ellos o de Gala.

—Quiero saber qué se siente.

—¿Qué cosa? —pregunta mamá con curiosidad.

—Tener a mi hijo en brazos.

—Es maravilloso —dice León, risueño.

El mesero llega con nuestros platos y almorzamos en medio de consejos sobre la paternidad de parte de mi madre. León también me cuenta algunos «trucos» de cómo podría cargar al bebé y cambiarle el pañal.

También me explica que debo tener paciencia con Leah, porque las hormonas del embarazo causan que su humor cambie en cuestión de segundos.

Es una charla amena, muy constructiva de su parte. Además de las anécdotas de lo que pasaron él y Gala cuando eran padres primerizos.

Mi hermano se ofrece a pagar la cuenta, luego salimos del restaurante. Ellos dicen que irán a mi casa; León a buscar a su esposa e hijos y mi madre a ver a Leah.

Aunque ellas no hablan mucho, mamá siempre va a la casa para ayudarla en lo que necesite. Quizás el orgullo no ha permitido que se acerquen más, pero tengo la esperanza de que pronto alimen las asperezas.

Caminamos entre las diferentes tiendas hacia el parqueo; sin embargo, me detengo porque una llama mi atención. No puedo dejar de mirar las mercancías que exhiben.

—¿Quieres entrar? —pregunta León.

Asiento a la par que me introduzco al lugar lleno de ajuares de bebés. Los diferentes colores pasteles, así como el aroma suave del área me tienen extasiado.

Recorro cada tramo despacio, reviso los diferentes tamaños y le paso los dedos a la tela delicada con dulzura. Imagino a mi bebé con un enterizo azul y zapatitos pequeños, o a una niña con un lazo en la cabeza.

Una sensación extraña parecida a ternura se me instala en el pecho, pero sé que es algo más. Nunca antes había experimentado nada parecido como a lo que estoy sintiendo, jamás pensé que unos accesorios de niños me dieran ganas de llorar.

—Qué lindo —expresa mi madre, quien se ha parado a mi lado—. ¿Vas a comprarlo?

No sé qué decirle, porque aún no sabemos el sexo de nuestro hijo, pero sigo soteniendo la prenda. Es un abriguito de algodón, azul claro, con dibujos de sol y nubes.

—Sería la primera cosa que tendría —contesto con la voz entrecortada.

—Yo llevaré estos para Lili y Gael —dice mi hermano, quien arrastra una canasta llena de juguetes y ropa.

—Es maravilloso, Emil.

La manera en que mi madre me mira me da a entender que ella también está conmocionada. Estoy seguro de que nunca imaginó que yo estaría en una situación como esta.

En silencio, doblo el abriguito con delicadeza y nos movemos al área de caja. No permito que mi hermano lo pague ni lo mezclo con nada más.

Camino despacio detrás de mamá y León, apretando la bolsa con cuidado contra mi pecho. Estoy ansioso por llegar a casa y mostrarle a Leah lo que he comprado. Ella se pondrá muy feliz.

Mamá entra de primero, yo me acomodo en el copiloto y León se sube detrás con todas las cosas que compró.

En el trayecto, no dejo de mirar la ropita ni de olerla.

—¿Sucede algo, Mireya? —pregunta León de repente, esto provoca que les preste atención.

—Tengo la ligera sospecha de que alguien nos sigue —responde ella mientras maniobra el volante.

—¿Qué...?

Las palabras se quedan en el aire cuando siento el impacto. No sé qué ha sucedido, solo que el coche se vuelca de una manera tan violenta que me hace daño.

Los gritos de León y mi madre se escuchan lejanos, una opresión en el pecho no me deja respirar con libertad y percibo algo espeso escurrirse por mi frente. Estoy desorientado, mareado, me siento de cabeza.

Los ojos se me cierran ante el dolor agudo que me atraviesa el pecho, aun así, sigo sosteniendo el abriguito que ahora se encuentra manchado de sangre.

Deseo gritar, pero no tengo fuerzas. El sentimiento de que me estoy cayendo en un precipicio me tiene aturdido y con náuseas. Entonces, la realización de lo que pudo haber pasado me desespera. Quiero saber cómo están mi mamá y León.

Abro la boca para gritar, no obstante, un quejido cargado de dolor escapa de mi garganta. Cada parte del cuerpo duele, tengo la sensación de que estoy comprimido y la lucidez se me va de a poco.

Aprieto la suave tela como si fuera mi salvación, hasta que dejo de sentir y la oscuridad me arropa.

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Perdón por la tardanza, amores. He estado colmada en estos días, pero aquí tienen nuevo capítulo.

Espero que les haya gustado.

Los amo. 💋

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