Capítulo 25

Emil

Las manos me tiemblan tanto que decido apartarme de los demás, a pesar de que estamos en la misma sala. Agradezco que no se me acerquen, aunque siento los ojos de todos sobre mí. Puedo escuchar el llanto silencioso de mi madre, cómo repite que lo lamenta y que no sabía el estado de Leah.

—Toma, Emil.

León se sienta a mi lado y me extiende una barra de chicle. Lo trato de agarrar, no obstante, se me cae a causa de lo inestable que me encuentro.

Él me pone otro en la boca con cuidado.

—Debes calmarte, hermano —dice con preocupación.

—N-No quiero que ella se muera, mi bebé tampoco —balbuceo entre lágrimas y él me abraza por los hombros.

—Leah es una mujer fuerte, Emil, todo saldrá bien.

A eso me aferro, el problema es que me parece sospechoso que no haya salido ningún doctor a decirnos nada. Estoy desesperado, lo que ha dado paso a que me duela la cabeza como el infierno y no he podido dejar de temblar.

Cierro los ojos para relajarme, recostado de León que se mantiene palmeando mi espalda. Los abro de repente al escuchar la voz molesta de mi madre junto a la de Gala y alguien más.

El corazón se me acelera como nunca cuando vislumbro a Joan. ¿Qué hace ese maldito aquí?

Me levanto del asiento y camino hacia él como si estuviese poseído.

—No, Emil —advierte León al tiempo que me agarra de un brazo para que no avance—. ¿Qué demonios buscas? —le pregunta con rabia.

Cada uno de los presentes nos quedamos en silencio, a espera de que hable.

—Supe que Leah está hospitalizada y vine a saber...

—No es asunto tuyo, así que lárgate —lo interrumpe Gala, molesta.

—Sí lo es, ese bebé que espera es mío.

Sus palabras provocan que la ira me colme de tal manera que veo rojo. Hago ademán de abalanzarme sobre él para golpearlo, pero León no permite que lo materialice.

—Debes irte...

—¡Hijo de puta, malnacido! —vocifero mientras me zafo del agarre de León, hecho una fiera.

Joan da pasos hacia atrás en el momento justo que mi hermano me somete por la espalda. Me remuevo y pataleo como un crío en medio de obscenidades y amenazas dirigidas a él.

—¡Basta, Emilian!

Me quedo quieto, respirando con dificultad, ante el grito de mi madre.

—Lárgate o te la verás conmigo —lo amenaza León, serio, con los ojos puestos en él de una manera intimidante—. Quiero saber si tienes las agallas para denunciarme a mí también, cabrón de mierda.

—Tú eres un hombre sensato —responde Joan, y juro que no lo ataco por culpa de los dolores en el pecho y los mareos.

Mi hermano sonríe con burla y da pasos hacia él, dejando entrever la diferencia de altura entre los dos.

—¿Quieres probar lo sensato que soy? Vamos afuera.

—Basta —ordena mamá al momento en que las personas empiezan a prestarnos atención—. Estamos en un hospital.

El maldito Joan me mira fijo, logro percibir todo el odio que me tiene. Sin mediar más palabras, se retira.

Me alejo y camino hacia los asientos mientras trato de respirar con normalidad. No puedo, siento que me asfixio y la cabeza me está dando vueltas.

—Emil, relájate.

Cierro los ojos y abro la boca en busca de más aire. He perdido la fuerza, así que me dejo caer. Un pitido me traspasa el oído, tengo el estómago revuelto y una sensación horrible me recorre el cuerpo.

Poco a poco recobro la consciencia y logro escuchar la voz clara de León y mi madre. Despierto del letargo y miro a mi alrededor, dándome cuenta de que estoy sentado en el mismo lugar, recostado de la pared.

—¿Cómo te sientes? —pregunta mamá, quien me sostiene de una mano.

—No lo sé.

—Leah está mejor, ahora mismo Gala se encuentra con ella...

—Necesito verla —interrumpo a mi hermano y este asiente.

Me levanto con dificultad y de la misma manera camino detrás de León, aunque trato de esforzarme. Mamá no me ha soltado y se mantiene a la par.

—El doctor nos dijo que el bebé está bien, pero Leah tendrá que tomar reposo —informa ella.

No me pasa desapercibida la manera en que su voz se entrecorta. Se siente culpable y con suma razón. Tenemos una conversación seria pendiente, debo dejarle las cosas claras por el bien de todos.

León abre la puerta y entro, ellos se quedan fuera. 

—Leah...

Ella me mira, sus ojos cristalinos derraman lágrimas y avanzo hacia la cama a pasos rápidos. Gala se levanta de su lado, así que ocupo su lugar.

—No llores —digo mientras le paso una mano por sus mejillas con dulzura—. ¿Cómo te sientes?

—T-Tengo mucho miedo —balbucea entre sollozos.

—Todo estará bien —intervine Gala de inmediato—. Emil, le propuse a Leah que se venga a mi casa para que yo la cuide y no quiere.

—No es necesario —replica mi novia, decidida.

Me quedo en silencio mientras Gala le dice el porqué debería ir con ella. Agacho la cabeza cuando menciona el espacio y comodidad, sintiéndome pésimo por las condiciones en que vivo.

Le miro las manos a Leah, están pálidas y en la muñeca derecha tiene una vía hidratante. Las agarro con suavidad, acariciando con mis pulgares su piel.

—Hazle caso, amor —hablo al fin—. Yo iré todos los días a verte.

—Puedes quedarte tú también con nosotros.

—No, Gala, pero gracias.

El sentimiento de inferioridad me invade. Odio sentirme de esta manera.

—Me quedaré con Emil —dice Leah, decidida—. Todo lo que quiero y necesito está en ese lugar.

—Leah...

—¿Puedes dejarnos solos, Gala? —la interrumpe y ella resopla.

Antes de marcharse, le acomoda la almohada y le da un beso en la mejilla.

—Emil.

Me acerco a su rostro y le doy un beso casto en los labios. Ella se echa como puede y abre un espacio para mí en la cama. Lo palmea, sugestiva, poniendo una cara tan tierna que se me hace imposible decirle que no.

Me recuesto a su lado y Leah se posiciona sobre mi pecho. La manera en que me abraza me desarma, es como si quisiera adentrarse en mi piel.

—El doctor dijo que fue un milagro que no perdiera a nuestro hijo —habla contra mi camiseta—. Gracias a ti estamos bien, llegaste a tiempo.

—Haría hasta lo imposible por ustedes, amor. Son lo más importante que tengo en esta maldita vida.

Me aferro a ella, la necesidad de protegerlos crece en mi interior como una bola de nieve. Es increíble que nada, fuera de nosotros, tenga ningún valor ahora.

Nos mantenemos de esta forma hasta que llega la enfermera y le cambia los hidrantes. Después de eso, el doctor hace acto de presencia. Pregunto todo lo que  se me ocurre y él nos pone al tanto de cómo Leah debe cuidarse en lo adelante.

Ella tendrá que quedarse aquí dos días más. Luego de que revisa que todo esté en orden, nos deja solos otra vez.

—El lunes debes presentarte ante el juez.

—Lo haré, no te preocupes por eso.

—Yo estaré ahí contigo.

—Tú seguirás en reposo, Leah.

—Pero es necesario que testifique —replica como una niña pequeña.

—No puedes exponerte a situaciones fuertes, amor. Todo saldrá bien.

Me mira, sus ojos reflejan angustia y tristeza. Quisiera tener el poder de transformar sus sentimientos, hacerla feliz y librarla del peligro.

—Eso espero...

La voz se le quiebra y empieza a llorar de nuevo. La abrazo con fuerza mientras le aseguro que no tiene nada qué temer, aunque yo mismo no me lo creo.

Es muy probable que esta vez me encarcelen, y más si el hijo de puta usa sus influencias.

—Trata de no pensar en eso, Leah, recuerda que estás delicada.

Asiente al tiempo que se limpia las mejillas.

—Quédate conmigo, por favor.

—Eso haré, tranquila. Intenta dormir un poco.

Ella se acomoda mejor en mi pecho y le doy un beso en la cabeza mientras la sostengo con cuidado.

Estoy agotado, pero se me hace imposible descansar con todas las mierdas que tengo en la mente. La incertidumbre no me deja en paz, el miedo a que le pase algo malo me tortura.

Además, no sé cómo me pondré al día con los compromisos que tengo con Robert. Debo visitar al doctor pronto y seguir con mi tratamiento.

Cierro los ojos en medio de un suspiro cargado de impotencia. La inestabilidad emocional me tiene al borde y no me puedo dar el lujo de caer. Hay dos seres que necesitan de mí y me niego a defraudarlos.

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