Capítulo 20
Emil
Trato de ponerle atención a todo lo que explica el abogado que mamá contrató para que me respalde. No lo logro, la indignación que siento me tiene la mente nublada.
El malnacido ex de Leah está empeñado en joderme a como de lugar, así que aprovechó el caso inconcluso que tuve hace años cuando fui a partirle la cara al hijo de puta de Max. No solo me acusa de agresión, sino también de violencia contra animales y negocios ilícitos.
—Emil no es un delincuente —dice mi madre al borde del llanto—. Estuvo en ese sitio por otras razones.
—No se preocupe, Mireya, los eventos serán aclarados delante del juez —afirma con seguridad mientras se levanta—. Debo irme, nos mantendremos en contacto.
Asiento y mamá lo acompaña hacia la salida.
Un sinnúmero de pensamientos negativos me invaden la mente. Aprieto las manos con fuerza ante el deseo de ir a buscar al maldito Joan para matarlo a golpes.
—Estás metido en un gran lío, Emilian.
—Lo sé...
—¡No! Nunca me haces caso, te advertí que no buscaras problemas con ese hombre.
—¿Querías que me quedara de brazos cruzados? Ese hijo de puta no dejaba en paz a Leah.
Mamá no me responde, aunque no es necesario porque la cara de indignación que ha puesto lo dice todo. Está molesta con Leah, la hace responsable de lo que ha sucedido e incluso me aconsejó que me alejara de ella.
—En dos ocasiones has sido arrestado por esa mujer.
—No la culpes...
—¿No te das cuenta?—me interrumpe con la voz entrecortada—. Siempre te estás sacrificando por Leah, te metes en líos y terminas lastimado de muchas maneras.
No le contesto porque no quiero discutir y ella se ha puesto sensible. Le doy la espalda y camino hacia la habitación.
Me paso las manos temblorosas por el pelo una y otra vez. Estoy ansioso, las ganas de fumar son tan poderosas que retuerzo los dedos para poder aguantar.
Han pasado varios días desde que salí del hospital y aún tengo algunos moretones en el cuerpo. No hay heridas graves, aunque no puedo decir lo mismo de mi estado de ánimo.
—Emil.
Los pasos de Susan resuenan en el cuarto.
—Déjame solo, por favor.
—Tu madre me explicó lo que está sucediendo, y vine a decirte que puedes contar con nosotros para lo que necesites.
—Lo sé, gracias.
Me tenso cuando siento su toque en mi hombro, después baja por el brazo. Se posiciona frente a mí y me mira de una manera extraña.
—He descubierto algo en estos últimos días, Emil —habla bajito, como si estuviese contando un secreto.
—¿El qué...?
Hago silencio al momento en que percibo su respiración en el rostro, hasta ahora es que me doy cuenta de lo cerca que estamos.
—Estoy enamorada.
Su confesión me deja en un tipo de trance, y no ayuda la manera en que me sigue mirando. Lamentablemente, sé a qué se refiere.
—Lo lamento, Susan.
—No quiero sentirme así, Emil. Ayúdame.
—Perdón...
—Me duele, flaco. Sé que tú nunca te fijarías en mí.
—Te quiero, pero no de esa forma.
La abrazo porque ha empezado a llorar y no puedo presenciar cómo se derrumba.
—Voy a irme de viaje por tiempo indefinido —habla contra mi pecho—. Robert está de acuerdo y lo seguiré ayudando con lo de la galería y a ti también.
—Deseo de todo corazón que te vaya bien, que encuentres a alguien que te merezca.
Susan se aparta de mí, lleva una mano hacia mi mejilla y la acaricia con dulzura.
—Muchas gracias, yo espero lo mismo.
Sonreímos cómplices, después ella se aleja por completo y sale de la habitación. La incomodidad que se ha instalado en el estómago no me abandona, ¿por qué la vida tiene que ser tan complicada?
Pienso en Leah y las ganas de verla me invaden. Verifico que ha pasado la hora de almuerzo, pero no he sentido hambre. ¿Y si la sorprendo en su tienda?
No, no. Ella me había dicho que me mantenga alejado de ese lugar. No obstante, salgo de la casa y me dirijo hacia allá. Nunca he sido bueno siguiendo órdenes.
Es una dicha que haya renunciado del trabajo en la librería, necesito tiempo para pintar y dedicarme de lleno en ello. El problema es que no he podido plasmar nada que sirva por culpa de la ansiedad.
Además, todo ha sucedido muy rápido.
Conduzco bajo un cielo gris que empieza a derramar gotas de agua. La lluvia no es abundante, pero suficiente para que la calle se vuelva un caos de un momento para otro. Es toda una odisea parquearme en el restaurante, pedir la comida y salir. Hay filas para todo y las horas avanzan.
Le envío un mensaje a Leah donde le informo que iré a llevarle el almuerzo, pero ella no me contesta.
Sin muchos contratiempos, llego a la tienda. Entro y me percato de que está repleta de clientes. Sin embargo, no la veo en ningún lado.
Vislumbro a la asistente en uno de los dos puestos de caja y camino hacia ella.
—Disculpa, ¿puedes hacerme el favor de decirle a Leah que estoy aquí?
—Ella no se encuentra, se fue temprano hoy.
Asiento, dudoso. No sé si creer en lo que ha dicho o convencerme de que Leah no quiere verme.
—Muchas gracias.
No dejo que me responda porque me retiro deprisa. La decepción se apodera de mi sistema.
El agua arrecia, así que corro hacia la camioneta para no mojarme. Una vez dentro, me permito respirar y pienso en qué haré ahora.
El sonido del celular me espanta. Lo agarro en un santiamén cuando leo en la pantalla el nombre de Leah.
—¿Sí?
Logro escuchar la respiración agitada del otro lado.
—Estoy acabada.
El corazón se me acelera ante sus palabras. La manera en que la voz se le quiebra me preocupa.
—Leah, ¿qué sucede? ¿Estás bien?
—¡De maravillas! —grita con sarcasmo—. No quiero volver a verte.
—¿Qué demonios...?
No me deja terminar porque cuelga. Le devuelvo la llamada y, como era de esperarse, Leah no responde.
Estoy preocupado, algo muy malo ha sucedido con ella. Después de que salí del hospital no nos hemos visto, pero ha sido su decisión. La he respetado, le he dado todo el tiempo que sé necesita.
Además, estos días no han sido los mejores para mí.
Sus palabras se reproducen en mi mente y me siento la peor persona del mundo. «¿Ahora qué hice?».
Estoy agotado, y lo único que deseo es dormir por lo que resta de la tarde, pero no puedo quedarme de brazos cruzados e ignorar su llamada. Leah me necesita.
Decido ir a su casa, aun si ella me echa o terminamos discutiendo. Solo quiero presenciar que se encuentra bien y entregarle la comida por si no ha almorzado.
En todo el trayecto, no dejo de imaginar las razones del porqué me pidió que no la buscara más y repaso lo que le diré cuando la tenga delante de mí. También le contaré la situación en que me encuentro con su expareja.
Aparco la camioneta en la calle contigua, agarro el paquete y me bajo. La llovizna no me molesta, así que camino despacio hacia la entrada de su casa.
—¿Qué haces aquí?
Me detengo por las palabras de Joan que denotan irritación.
—¿Por qué sales de la casa de Leah? —pregunto, indignado.
Él sonríe con cinismo y puedo notar cómo trata de engrandecerse abriendo los brazos de manera exagerada.
—Ese no es tu problema, Emilian.
La ira provoca que avance con la intención de golpearlo, pero me contengo. No puedo meterme en más problemas con este hombre.
—Déjala en paz —demando entre dientes, haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantenerme a raya.
—Tú eres el que deberías alejarte de ella, y más ahora que seremos padres.
—¿De qué demonios hablas?
—¿No lo sabías? —cuestiona entre risitas mientras me observa con arrogancia.
La respiración se me agita y las manos me tiemblan tanto que la bolsa se cae. Un dolor agudo me traspasa la cabeza a tal punto que pienso va a explotar en cualquier momento. No puedo proferir palabra alguna, la garganta se me ha cerrado y siento una opresión en el pecho.
—Leah está embarazada de mí, Emilian —prosigue ante mi silencio—. Ahora más que nunca necesito que te alejes completamente de ella.
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Aquí sus impresiones...
Gracias por el apoyo. 💋
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