Capítulo 16
Emil
Abro los ojos y los mantengo así, mirando hacia un punto en específico mientras trato de entender quién soy y dónde me encuentro. La claridad del día que se cuela por la ventana es un indicio de que la tarde ya está avanzada.
De pronto, los recuerdos de todo lo que Leah y yo hicimos me llenan la mente. Una sonrisa boba esbozan mis labios y extiendo la mano hacia donde se supone que debe estar acostada.
—¿Leah? —pregunto con la voz ronca.
Me siento y me froto los ojos, después la busco con la mirada. No hay rastros de ella.
Me paro de un salto, agarro un pantalón corto para cubrirme y camino hacia la sala. Todo está justo como lo dejé, como si no hubiese venido nadie conmigo anoche. Me pregunto si lo que sucedió fue real, pero sé que sí porque siento el cuerpo entumecido.
No sé cómo sentirme al respecto, si esto es algo malo o solo se tuvo que ir y no quiso despertarme.
Regreso a la habitación y miro la hora: las dos de la tarde. Dormí más de lo acostumbrado y me recrimino por esto porque quería verla.
Decido ordenar la casa y lavar los trastes. Después de que termino, tomo un largo baño, me visto y agarro el teléfono para llamar a Leah. La quiero invitar a comer.
Ignoro las diferentes notificaciones porque me he quedado sin aire ante un mensaje suyo:
[Lo de anoche no debió pasar, Emil. Lo siento].
Leo varias veces, intentando procesar por qué me escribió eso. ¿Ella se arrepiente de lo que hicimos?
El dolor que me produce su rechazo me hace soltar el teléfono y me cubro la cara con las manos temblorosas. Todo fue demasiado hermoso para ser real, ¿qué esperaba?
Estoy dividido, no sé si seguir insistiendo o desaparecerme otra vez. Lo de anoche fue mágico, la manera en que nos entregamos y las cosas que dijimos. Puedo jurar, sin temor a equivocarme, que ella sintió lo mismo que yo.
No le doy más vueltas al asunto, busco su nombre en el aparato y le marco.
La decepción me visita cuando sale el buzón de voz. La llamo de nuevo.
—H-Hola.
—¿Podemos hablar? —pregunto deprisa ante su tartamudeo.
—Emil, yo...
—Por favor, necesito que me escuches.
Suspira profundo.
—Está bien.
—Paso por ti en media hora.
No dejo que me conteste porque cuelgo la llamada.
Me quedo quieto mientras pienso en las cosas que le diré. Estoy acabado, y algo muy dentro de mí advierte que no lo haga. Leah tiene sus razones para alejarse y arrepentirse de haberse acostado conmigo.
Solo hablaré con ella y, depende de lo que me diga, seguiré mi camino. Tampoco puedo dañarme e intentar algo que no es recíproco.
Voy al baño y me detengo frente al espejo. El reflejo de mis ojos opacos me da lástima.
—¿Quién eres tú y qué es lo que quieres? —pregunto.
—No es justo que siempre tengas que mendigar amor —prosigo con la voz entrecortada—. Nunca has sido suficiente, has cometido muchos errores.
De pronto dejo de verme y reproduzco en mi mente cuando conocí a Leah. Las cosas que hacía para llamar su atención, todas las veces que le insistía. Cada una de las mierdas que hice y cómo terminó nuestra relación.
¿Por qué ahora sería diferente?
No me respondo, creo que no hay necesidad de hacerlo. Desvío la mirada y salgo del baño para dirigirme a casa de Leah.
Que pase lo que tenga que pasar entre nosotros.
════ ∘◦❁◦∘ ════
Leah abre la puerta.
Me quedo mudo ante el pijama de pantalones cortito y la blusa que deja al descubierto parte de su cadera. Se encuentra descalza y tiene el pelo atado en una coleta desordenada.
—Disculpa mis fachas, Emil. No puedo salir porque tengo muchos pendientes.
—Ah, no hay problemas...
—Pasa —dice al tiempo que se hace a un lado—. ¿Almorzaste? Estoy preparando la comida.
Niego, incapaz de hablar porque estoy muy concentrado detallando cada rincón del salón.
Es una casa grande y bonita. Los tonos dorado y blanco le dan un toque elegante y sobrio justo como lo es Leah. Está tan limpia y organizada que tengo la sensación de que si la miro mucho podría ensuciarse.
—Quítate las botas —pude y me señala la alfombra que se extiende por todo el piso.
Obedezco bajo su atenta mirada y las pongo en el rincón que ella me indica.
La sigo a la cocina, el olor rico provoca que empiece a salivar. No sabía que estaba tan hambriento hasta ahora.
—¿Te ayudo en algo? —pregunto cuando la veo sacando platos de un gabinete.
—Pon estos en la mesa.
Hago lo que me pide con sumo cuidado. En silencio, terminamos de colocar los alimentos y nos sentamos a comer uno frente al otro.
La comida está exquisita, así que repito y ella también. A pesar de que no hemos tocado el tema, Leah me empieza a contar parte de las cosas que tiene que hacer. Aun así, evita mis ojos a toda costa.
Después de almorzar, me sirve un postre que ella misma preparó y yo me ofrezco a lavar los platos.
Al final lo hacemos entre los dos, entre charlas triviales y anécdotas de cosas sinsentido que me han pasado. Como los viejos tiempos.
Llega el momento en que ya no hay nada más qué decir y el silencio incómodo nos arropa por completo. Quiero hablarle de nosotros, pero no quiero sonar desesperado. No obstante, me atrevo.
—Tu mensaje...
—Disculpa por haber sido de esa forma —me interrumpe a la vez que me guía hacia el pasillo que da a las habitaciones.
Abre la puerta y entra, yo la imito a pasos lentos. Este no es su cuarto, sino un tipo de estudio u oficina.
Leah se sienta en un sillón enorme y empieza a encender la computadora que hay sobre el escritorio.
—No comprendo qué sucedió, Leah, yo pensaba que las cosas entre nosotros habían mejorado —digo mientras me acomodo en uno de los taburetes que tiene aquí.
—Es complicado. —Se queda en silencio por unos segundos—. Hace poco terminé una relación, Emil.
—Es por eso...
—Una parte —me interrumpe deprisa—. Si te soy sincera, tengo miedo.
Asiento a sus palabras.
—Yo también tengo miedo —confieso llevando las manos hacia mi pecho—, pero estoy dispuesto a hacer lo posible para que lo nuestro funcione.
Nos miramos directo a los ojos. Puedo notar la indecisión y angustia que reflejan los suyos.
—No creo que sea prudente que volvamos ahora, Emil. Lo siento.
Dejo caer los hombros, un frío me recorre y la respiración se me entrecorta.
—Te sigo amando, muchísimo, el problema es que no sé si funcione una oportunidad más —continúa—. ¿Puedes darme tiempo?
Sus palabras son sabias, pero el episodio de depresión que tuve antes de salir de casa regresa.
—Te comprendo...
—Te aseguro que no tiene que ver contigo, sino conmigo. Necesito ordenar mi cabeza y salir de algunas cosas antes de que estemos juntos.
—Si es lo que quieres, Leah.
Me levanto y camino hacia la salida. Estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano para no echarme a llorar frente a ella, esto me ha colmado.
—Emil, no te vayas así.
Detengo mi andar, aunque no me doy la vuelta porque no quiero que vea lo afectado que me encuentro.
—¿Cómo quieres que lo haga? Voy a respetar tus deseos, puedes estar tranquila.
Ella no dice nada más, solo escucho su respiración agitada.
Salgo de la casa casi corriendo, con la vista nublada y un torrente de emociones a flor de piel. El sentimiento de desolación se ha instalado en mi pecho y un sinnúmero de cosas negativas me pasan por la mente.
Odio estos cuadros depresivos, aun si Ada me había dicho que son normales y me aconsejó que hable con alguien cuando se presenten.
No quiero volver a casa, así que conduzco hacia el lugar donde está la única persona que me comprende. Solo espero que se encuentre ahí.
Toco el timbre del departamento varias veces hasta que Robert abre y me mira sorprendido.
—Emil, ¿tú por aquí?
—¿Y Susan? —pregunto mirando a todos lados con desesperación.
—En su cuarto...
No lo dejo terminar porque me introduzco en la sala y camino por el ya conocido pasillo.
Ni siquiera le hago saber que estoy aquí, abro la puerta y entro. El olor dulzón de Susan me golpea de la misma forma el ambiente acogedor de su cuarto. Las luces están apagadas, lo único que resalta es el universo que cobra vida en el techo.
—¿Quién...?
Hace silencio cuando la abrazo con fuerza. El cuerpo de Susan se tensa, después siento cómo se relaja.
—Emil, ¿qué sucede? —pregunta mientras me acaricia la espalda con dulzura.
Deseo decirle lo que sucedió con Leah, la maravillosa salida que tuvimos y cómo hicimos el amor hasta la madrugada. Quiero contarle las esperanzas que afloraron en mí y el tiempo que me pidió, pero las palabras no me salen de la garganta y siento que me asfixio.
En cambio, las lágrimas brotan incontrolables de mis ojos.
Ella me lleva hacia la cama y se acuesta conmigo, sin dejar de abrazarme.
No dice nada, solo se mantiene sosteniendo mi cuerpo contra el suyo, me acaricia el pelo y deja besos sobre mi frente con cariño.
Eso es lo único que necesito, es un alivio que ella lo entienda.
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