Loco amor.

«Odio las demás parejas normales.
No conocen la delicia del ardor, de las quemaduras, del dolor, del bello color rojo.

No sé como pueden decir te amo, o como pueden decir que son felices; tienes que aprender a perder para saber ganar, para poder extrañar.

Y tienes que sufrir los malos tiempos para poder apreciar
los buenos, y esa es la única forma
de ser felices; mientras más largo
el camino, más difícil,
más doloroso sea, más delicioso sentirás los momentos de calma; los momentos de felicidad serán más perfectos. Y esa es la única verdad.

Por eso la amo. Porque ella lo entiende y sé que no existe un día en el que no discutamos, no nos faltemos el respeto,
no nos hagamos daño; y por eso no existe un día en el que no nos queramos, no nos amemos, no nos reconciliemos, no lloremos, no sonriamos y no hagamos el amor.

Acepto su dolor, su odio y acepto que me quiera causar daño. Porque sé que es la única forma en la que no la podré olvidar nunca; algunas personas deben doler, marcar, para quedarse
tan dentro de ti que no importe el paso de los años, las sigas sintiendo, las sigas queriendo».

Me gusta su sinceridad,
y yo amo decirle la verdad,
porque la verdad duele; y nosotros no medimos nuestras palabras; mientras más crudo lo digamos se siente más real. Y cuando me miente todo marcha bien y es lindo, pero no aguantamos mucho tiempo sin hacernos daño continuo y mutuo.

Amo cada vez que llora porque siempre termina riendo, y eso lo hace parecer
como una hermosa locura.

Amo cada vez que peleamos porque siempre terminamos haciendo el amor.

He pensado que cuando discutimos, un poco de nuestro cariño se nos va, un poco de nuestro respeto desaparece.

Pero reconciliarse es la mejor parte; sentirme dentro de ella, o que ella me ahogue en su entrepierna –no hay nada en el mundo que se pueda comparar.

Por eso la quiero, por eso es perfecta, y es sólo para mí. No sé que haría sin ti, soy tuyo, y tú eres sólo mía. No permitiré que sea
de otra manera.

A veces te quieres rendir,
y huir de mí. Pero basta con
que te amarre, te inmovilice a la cama un par de horas; eso es lo que buscas, eso es lo que deseas;
quieres ser violada y maltratada reiteradas veces.

Tú tratas de librarte, gritas, me insultas y escupes en la cara.
Y eso también me encanta, haces que todo sea más divertido.

No me imagino una vida sin ti ¿rutinas? ¿Monotonía? ¿Y aburrirse hasta morir? No, eso no es para mí y sé que tampoco es para ti.

Yo te amo con locura y no tengo idea si tú también a mí. Pero con un poco de tiempo lo harás. Oh sí, querida, claro que lo harás.

[***]

El primer recuerdo que se viene a mi mente cuando pienso en ti, es una escena en la que estás parada frente a mí a no más de dos metros de distancia, con un cuchillo en la mano, gritando y ordenando.

— ¡Dime que me amas!, dime que me quieres.. Jura por tu vida que nunca me dejarás.

Y yo –aunque en secreto tiemblo de miedo–, te quiero, te admiro. Me encanta tu fuerza, tu tono de voz, tu forma de hablar.

Trato de hacerme el fuerte, el valiente, me acerco a ti y tomo el cuchillo que está en tu mano; puedo sentir el frío filo del acero del que está hecho. Lo pongo en mi pecho y te digo.

—Te amo, y si no me crees toma mi vida en éste instante, porque no tendría sentido una vida
en la que no puedes darte cuenta de lo que yo siento por ti.

Simplemente dejas caer el cuchillo, y empiezas a llorar. Yo enloquezco de rabia porque ahí estabas tú, dudando de mi palabra, de mis sentimientos. Te empujo con toda mi fuerza hacia la pared más cercana.

— ¡JODER!, DIME ¿CUÁNTAS VECES TE HE DICHO QUÉ TE AMO? ¿QUÉ TE ADORO? ¿QUÉ ME ENCANTAS! —grito fuera de control.

Haces una leve mueca de dolor. Pero sonríes desafiante— Hazlo, sé que tú quieres —Me dices.

Yo sigo temblando; ya no es de miedo, sino de coraje, de ira, rabia y furia contenida; empuño mi mano dispuesto a golpearte, y lo he hecho antes y me había prometido una y otra vez, que no me atrevería a hacerlo de nuevo; ya había estado a punto de perderte una vez.

Di un puñetazo contra la pared, al lado de tu cara sin dejar de observar tus ojos ni por un instante; trato de enfriar mi mente, y aclarar las ideas pero tú.. tú me sigues desafiando.

— ¡Hazlo, no seas cobarde! —Me gritas en la cara.

Siento que tus palabras son tan bravas y amenazadoras como los ladridos de un perro salvaje dispuesto a morder.

—.. Matadme —continuas pidiendo con total tranquilidad, y seriedad.

Yo reacciono de muy mala manera, y sin pensarlo dos veces te tomo del cuello, te presiono con fuerza. Quiero ver tu rostro, tu expresión; quiero que sientas lo mismo que me haces sentir a mí: temor, miedo, respeto, cariño. Y lo hago.

Te estrangulo por unos breves segundos, sin antes poner tu mano sobre mi pecho para que sientas como se acelera mi corazón, como se agita mi respirar. Nunca dejo de observarte a los ojos, siempre busco tu mirada.

Lo único que puede distraerme un par de veces y desviar la vista son tus labios. Esa boca que me hace daño, que me besa, que me excita, que me miente, que me desafía, y de la cual soy adicto.

Tu decisión, fuerza, valor, tu sonrisa irónica, tu voluntad desafiante. Todo se desvanece en un instante para dar paso y transformarse en desesperación; veo el terror en tu rostro, veo tus lágrimas correr por tus mejillas.

— ¡BASTA! —pronuncias como puedes, y tu voz suena rasposa por el poco aire que te queda— ¡Maldito suéltame, de una puta vez!

Yo ya estoy tranquilo, aunque obvio sigo temblando. Me detengo lentamente y me quedo paralizado. Tú me abrazas y lo entiendo todo, entiendo que: aunque tu boca diga "matadme", por dentro gritas "¡dejadme vivir!", quizás no me tengas miedo a mí. Pero sí a la muerte.

Y si tú ya no quieres seguir viviendo, YO SÍ QUIERO que vivas.

También lloro. Pero por la idea que en tu cabeza prefieras morir.

Recuerdo que en ese momento estabas vestida sólo con una playera negra mía de AC/DC.
La cual te quedaba bastante grande y holgada. Y tus bragas, nada más.

Tú como una adivina también entiendes todo lo que yo siento, lo que pasa por mi mente, lo que yo quiero y deseo; con lágrimas aún en tus ojos y una sonrisa en los labios, me jalas del cabello y me besas mordiendo de a poco hasta hacerme sangrar, yo apenas puedo reaccionar y correspondo el beso acariciando tus interminables piernas y rasguñando de vez en cuando.

Entre las caricias puedo notar asombrado que tu entrepierna está húmeda, ¿estás excitada?

— ¿Recuerdas? —pregunté interrumpiendo nuestro beso
— ¿Qué al poco tiempo de conocernos yo estaba charlando y riendo con una tipa en algún bar? Tú dijiste que estábamos saliendo y algo se apoderó de ti, sacaste una navaja de no sé dónde, te acercaste y la pusiste en su cara, me miraste fijamente y sólo dijiste "tú eres para mí".

Hice una pausa, y tú con una leve sonrisa desvías la pregunta.

—Je..~ Es tu única respuesta.

—En el baño de ese mismo bar, en esa misma noche. Fue la primera vez que hicimos el amor, la primera vez que conocí tu templo y tu otro yo.

Sin ni siquiera dejarme terminar de hablar enredas tus dedos en mi cabello y me obligas a arrodillarme ante ti. Rápida y con torpeza bajaste tus bragas, pareces nerviosa y un poco desesperada.

—H-hazlo —susurras tímida, pero con autoridad.

Yo noto el rubor en tus mejillas y pienso «no necesitas decir más».

Aquí estoy nuevamente, frente a mi novia, frente a tu linda piel pálida, como la luna de alguna vieja película del cine noir.

Conozco de memoria el tacto de la piel a su alrededor, su olor que es una mezcla de miel y manzanilla, su sabor ácido que asemeja el del limón y mostaza; respiro tu aroma y no puedo pensar en nada más, me encantas, no existe nada más maravilloso en el ancho mundo, y eres mía.

Vuelves a jalar de mi cabello al notar que no estoy siendo obediente, ésta vez lo haces mucho más fuerte; abres un poco tus piernas y de nuevo me obligas. Ésta vez a besar, casi no me dejas respirar. Pero a mí no me importa, yo soy feliz así, soy feliz aquí, entre tus piernas.

Cada vez que me detengo a tomar aire, tú vuelves a hundir mi boca, mi rostro, mi nariz en ti.

—Dime que me amas —Vuelves a decir mientras evitas gemir.

Yo sólo sigo lamiendo concentrado, sin responder y esperando un castigo.

—DIME QUE ME AMAS —repites varias veces, hasta que me miras y con más ganas restriegas mi cara en tu entrepierna al mismo tiempo que jalas de mi cabello y me insultas.

Introduzco mi lengua en ti haciendo movimientos circulares. Ya no lo puedes evitar más, y comienzas a gemir cada vez más fuerte. Luego de unos diez minutos, cansado e incomodo por estar de rodillas, pongo la parte interior de tus piernas en mis hombros y me empiezo a levantar despacio, arrastrándote de forma vertical por la pared. No puedo dejar de besar y lamer tu entrepierna, estoy tan ansioso por beber de ti. Parezco hipnotizado.

Te deseo, quiero penetrarte como nunca antes. Pero sé que no puedo hacerlo hasta que me lo ordenes, o incluso está muy presente la opción de que busques eyacular en mi boca y dejarme con las ganas de hacerte el amor.

Puedes ser bastante cruel tu modo, cuando quieres.

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