Eres sólo mío.
No tengo excusa, perdón ni explicación. Fue ella quien me enamoró, ella quien me cautivó y robó mi corazón.
Ella, quien me daba más frío que calor. Me volví adicto a su ausencia, a su indiferencia y al dolor.
Yo no le pedía piedad ni compasión, aceptaba con gusto su juego y su castigo. Lo podría jurar, ¡pongo al diablo de testigo!
¿Para qué quiero paz si vivo en guerra contigo? Y esa es la mejor inspiración con la que escribo.
Contigo no necesitaba máscaras, antifaz ni disfraz; contigo podía ser el amante o el verdugo.
¡Matadme ya!, sabes que puedes hacer lo que quieras conmigo.
Qué es por ti por quien muero y por quien vivo.
Lo único que importa es poder morder tus labios rojos y nada más, porque disfruto lo poco y nada que me das.
Si hasta me visto de luto cuando tú te vas, si hasta sueño con el ritmo de tu palpitar.
Porque, ¿para qué quiero paz si eres tú el caos de mi orden?
Yo sólo me callo como un esclavo y espero que poquito a poco empiecen las peleas y discusiones.
Y si te provoco me coges con furia, y me abofeteas.
Me vuelves loco como me coqueteas, te miro y rápido en mí a gatas te trepas; y si te toco, me coges aún con más fuerzas y en mi oído ronroneas.
Porque eres tú mi dueña, eres tú con tu corazón de porcelana. Tú con tu soledad indescifrada,
con tu bondad y tu maldad. Tú, siempre tan dama y una loca en la cama.
Tú, siempre tan cercana y tan lejana.
Odio la pasión inoportuna que tú me das, porque ante ti soy un simple cachorro perdido enamorado de la luna. Y al final sigo siendo el mismo, un tonto obsesionado con tu abismo.
Un tonto buscando en vano entre tus besos con sabor a hielo algo bueno, con la esperanza que me puedas dar un poco más de tu dulce veneno. Pero lo único que encuentro es la cura de mi locura.
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