Capítulo 9: Llegando a Forks

La llegada a Forks había sido un desafío de paciencia, aunque mi temple no era precisamente conocido por eso. No soportaba la burocracia que el Alfa Rock insistía en manejar con meticuloso detalle. ¡Joder! Doce horas de vuelo desde Múnich hasta San Francisco, y luego más papeleo para asegurar que el segundo beta, Eric, no dejara la manada Saint a la deriva. Al menos Yunka me había salvado el pellejo con su permiso para usarla de excusa. Lo de que la estaba llamando por "emergencia" había sido lo único que logró apurar a Eric, quien salió disparado como una flecha. Su expresión de pánico habría sido divertida de no ser porque el Alfa Rock me miraba con una mezcla de desaprobación y resignación. No me regañó, pero tampoco era una victoria.

Finalmente, llegamos a Forks, y ya en la terminal no podía evitar la ansiedad que me recorría como un cosquilleo insoportable. Habían pasado 178 años desde que vi a mi Leo, mi schöne fiore, como me gustaba llamarla. ¿Cómo iba a enfrentarla después de tanto tiempo? Sabía que no me recibiría con los brazos abiertos. Sabía que tendría que ganarme su perdón.

El portamaletas estaba tardando demasiado, y la paciencia nunca había sido mi fuerte. Lo observé con una sonrisa ladeada, el tipo de sonrisa que sabía cómo manipular a cualquiera.

-Por favor, guapo, ¿podrías apresurarte un poco? -le dije con un toque de coquetería. Sabía lo que hacía, y casi siempre funcionaba. Pero, antes de que pudiera disfrutar de mi éxito, la voz grave y autoritaria del Alfa Rock se hizo presente.

-Elay, si no te quedas por un momento callado, te juro que voy a silenciarte y dejarte solo en un punto donde no la puedas ver -gruñó, asustando al pobre empleado, que dejó las maletas y se esfumó como si hubiera visto un fantasma.

-¡Joder, tío! -exclamé, frustrado-. Odio cuando me haces esto. Sabes que no es fácil estar tanto tiempo sin ella. Tu hermano mayor lo entendió, ¿por qué tú no?

-¿Ah? Elay, es puro escarmiento -respondió con una calma que me irritaba más-. Fue tu culpa. Yo solo he estado cumpliendo el escarmiento que me fue encargado. A las mujeres es bueno cuidarlas de cerca, no siendo cobardes, ¿sabes?

Sentí un escalofrío recorrerme. La frase "escarmiento que me fue encargado" no auguraba nada bueno. Mientras él tomaba las maletas con facilidad y se alejaba, mi mente empezó a trabajar a toda velocidad. Mis pasos se congelaron cuando una posibilidad aterradora cruzó por mi mente. ¿Yin? ¿Ella estaba detrás de esto? Si lo estaba... ¡Ay, mamita, Yin me está matando a la distancia!

Corrí tras el Alfa con el corazón latiéndome en la garganta.

-¿Pero cómo...? ¿Ella cuándo te habló? ¿Cómo ella supo...? -pregunté, casi tartamudeando.

El Alfa Rock se detuvo y me miró con una expresión que mezclaba lástima y fastidio.

-No fue Yin. Ella no te haría daño. Solo está decepcionada. Las mujeres se decepcionan con facilidad cuando los hombres eligen la libertad del momento por encima de los momentos más tristes por los cuales están pasando. Eras un chiquillo estúpido, la dejaste cuando no debías. Pero bueno, aquello me dejó en claro que Leongina es rencorosa, pero que siempre se sacrificaría porque los demás sean felices.

Tragué saliva mientras lo escuchaba continuar, cada palabra era un golpe que no podía esquivar.

-Recuerdo que solo dijo: "Haz que esté agotado y satisfecho de haberse ido. Pero si quiere volver, que vuelva crudo. No creo perdonarlo en menos de dos siglos. Duele, lo comprendo, pero se supone que es alguien especial, ¿sabes? Si le gusta la libertad y no me quiere ver como soy ahora, supongo que no es tiempo para nosotros".

El Alfa Rock me miró directamente a los ojos, y su tono se endureció.

-Así que, saca tus conclusiones. Odio decírtelo, pero fui mejor que tú siendo amigo y familia de ella. Tuvo un luto desgarrador. Sé que soy su tío porque a su madre la quería como hermana aunque no fuéramos hermanos, pero, joder, ni siquiera funcionaste para ser su apoyo.

Sentí cómo mi rostro se descomponía. Cada palabra me atravesaba como una daga, y no había nada que pudiera decir para defenderme. Él tenía razón. Había fallado. Había elegido mi libertad por encima de mi familia, por encima de mi Leo. Y ahora, después de tanto tiempo, el arrepentimiento me pesaba como una cadena imposible de romper.

-Yo... -intenté hablar, pero mi voz se quebró.

El Alfa Rock negó con la cabeza y siguió caminando, dejándome solo con mi vergüenza y arrepentimiento. La sensación de vacío en mi pecho creció, y por primera vez en mucho tiempo, no tuve una respuesta rápida o una sonrisa coqueta que me salvara.

[...]

El viaje había sido eterno, pero no por las doce horas en el avión desde Múnich a San Francisco, ni siquiera por las dos horas adicionales de papeleo que el Alfa Rock había decidido prolongar con cada pequeño trámite. No, el verdadero martirio fue el tiempo que pasé atrapado en mi cabeza, enredado en un torbellino de nervios, arrepentimiento y, sobre todo, miedo.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que vi a Leongina. Ciento setenta y ocho años. ¿Qué había estado pensando al dejarla sola en aquel momento? No era una cuestión de lógica, sino de egoísmo. Me había convencido de que mi libertad era más importante que estar allí para ella cuando más me necesitaba.

Cuando el Alfa Rock finalmente soltó unas palabras que ella le había dicho, fue como si alguien arrancara un velo de mis ojos y me obligara a mirar directamente mi propia mediocridad.

-"Es hora de que sepa valorar cuánto me esfuerzo por no implorar cariño. No necesito suplicar... Siempre lo he hecho, pero me cansé. Ya no suplicaré por algo que por gesto mínimo dentro de una amistad, relación o lo que sea, me lo deben dar... Porque sí, incondicionalmente. Y si no nace, es porque realmente no les importo y ya."

Esas palabras resonaban en mi cabeza como un eco constante. Cada vez que cerraba los ojos, la imaginaba diciendo aquello con su voz fría, cargada de una tristeza que no sabía cómo consolar. ¿Cómo se supone que iba a enfrentarla después de todo lo que había hecho?

Culpable. Esa palabra ardía en mi pecho como si alguien la hubiera grabado en mi piel. Me había dado cuenta tarde, a los sesenta años, de lo que realmente importaba. Mi primera relación con un beta fue un desastre; no porque él fuera un mal tipo, sino porque yo estaba vacío. Había coqueteado con todo el mundo, explorado mi orientación, y aunque mis padres me apoyaron, sentía que nada llenaba el vacío que Leongina había dejado.

El Alfa Rock, por supuesto, no perdía oportunidad de recordarme lo idiota que había sido.

-¿Cómo la mirarás a la cara, Elay? -me preguntó mientras conducíamos hacia Forks, su voz llena de una mezcla de sarcasmo y dureza paternal-. ¿Te vas a derrumbar como un cachorro frente a ella?

-No lo sé, Alfa... -murmuré, mis manos apretadas en mis muslos-. Solo sé que quiero verla, que necesito verla.

-¿Y qué harás cuando te mire como si fueras un extraño? -insistió él, clavándome con su mirada a través del espejo retrovisor-. Porque no creas que te va a recibir con los brazos abiertos, chico. Esa mujer tiene un rencor que no te imaginas, y con razón.

Sus palabras se clavaban en mí como agujas, pero no podía culparlo. Todo lo que decía era cierto. Había abandonado a Leongina en el peor momento de su vida y no había una excusa que pudiera justificarlo.

Cuando llegamos al hotel humilde en Forks, el cansancio finalmente me alcanzó. No era solo el jetlag; era el peso de los años, de las decisiones equivocadas y del arrepentimiento acumulado. Todo mi cuerpo se sentía pesado, como si el universo estuviera conspirando para recordarme lo lejos que había caído de ser el hombre que Leongina necesitaba.

-Descansa, Skene -me dijo Rock mientras dejaba caer su maleta al suelo con un golpe sordo-. Mañana será un día largo, y necesitarás toda tu energía para enfrentar lo que viene.

Asentí en silencio, incapaz de responder. Quería abrazarla, pedirle perdón, pero sabía que no sería suficiente. ¿Cómo enfrentaría a la mujer que, pese a todo, seguía siendo mi mundo?

Me dejé caer en la cama, mirando el techo mientras mi mente corría en círculos. ¿Y si me rechazaba? ¿Y si no me daba la oportunidad de explicarme? El miedo me consumía, pero sabía que no podía seguir huyendo.

Mañana. Mañana tendría que enfrentar mi pasado, mis errores y el dolor que había causado. Y por primera vez en casi dos siglos, estaba aterrorizado.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top