Capítulo 2: Recuerdos del pasado
En el año 1797, las aulas del instituto en España eran frías y austeras, reflejando la severidad de la época. Niños humanos y lycan convivían, aunque la tensión entre los dos grupos era evidente. La llegada de Leongina Ginonix, una figura atípica para ambos bandos, despertó miradas de incomodidad y cuchicheos constantes. Su presencia como Alfa hermafrodita generaba una mezcla de curiosidad morbosa y rechazo visceral.
Leongina caminaba con la cabeza alta, su expresión siempre neutral, aunque los susurros de los pasillos no pasaban desapercibidos para ella.
—Es como una muñeca rota, —murmuraba una niña humana a otra, escondiendo una sonrisa burlona tras su mano.
—¿Viste su cara? Parece una chica, pero es algo más... raro.
—Dicen que no tiene ni lobo. Debe ser defectuosa.
Los niños lycan no se quedaban atrás en sus burlas. Al notar su complexión delicada, lejos de la apariencia robusta de otros Alfas, no ocultaban su desprecio. Para ellos, Leongina era un error de la naturaleza.
—¿Ese es un Alfa? No puede ser. Los Alfas no parecen... débiles.—dijo un niño beta con sorna, lo suficientemente alto para que ella lo escuchara.
Leongina respiraba profundo, aguantando cada palabra con la paciencia que su padre le había enseñado, aunque el dolor le apretaba el pecho. Sin embargo, cuando se dirigió al baño masculino durante el recreo, las cosas fueron más allá de las palabras.
Al cruzar la puerta de madera desgastada, lo primero que oyó fue el sonido ahogado de un llanto. Un pequeño niño omega, de apenas ocho años, estaba arrinconado contra la pared. Tres niños lycan, todos de rango beta o alfa, lo rodeaban con sonrisas crueles, mientras uno de ellos lo empujaba con brusquedad.
—¡Llora más, Elay! Es lo único que sabes hacer, ¿no? Los omegas sirven para eso.
—O tal vez quiere que lo apapachen como a un bebé, ¡qué asco!—agregó otro niño, dándole una patada suave que hizo caer al omega.
Leongina sintió su corazón detenerse al mirar al pequeño. Había algo en él que le resultaba familiar, una conexión inexplicable. Elay, con lágrimas en los ojos, apenas la miró cuando ella avanzó hacia el grupo.
—Dejadlo en paz.—La voz de Leongina, firme y helada, resonó en el baño como un trueno inesperado.
Los tres agresores se giraron hacia ella. El líder, un niño alfa petulante, frunció el ceño, sorprendido de que alguien se atreviera a interrumpirlos.
—¿Y tú quién te crees? Ah, cierto... eres la Alfa defectuosa.—espetó, con una risa cruel que fue secundada por los otros.
Leongina no respondió. Se colocó frente a Elay, cubriéndolo con su pequeño cuerpo. Uno de los niños, irritado por su desafío, avanzó y la empujó con fuerza.
—¡No te metas en lo que no te importa, fenómeno!
Leongina apenas se tambaleó. Su padre, Zicam, la había entrenado para mantener el equilibrio. Cuando otro niño intentó darle una patada, ella reaccionó rápido: tomó su pierna en el aire y lo arrojó al suelo con facilidad.
—Os dije que lo dejarais.
El resto de los niños gruñó, irritados porque una "defectuosa" les hiciera frente. Dos de ellos se abalanzaron sobre ella, y pronto los cuatro comenzaron a atacarla sin piedad. Las burlas se convirtieron en agresiones físicas.
—¡¿Crees que eres un Alfa solo porque lo dicen tus padres?!
—¡Eres una aberración! ¡Ni Alfa, ni Beta, ni nada!
Leongina intentó defenderse, lanzando golpes y bloqueando patadas, pero su complexión pequeña no resistía la fuerza combinada de los otros niños. Pronto, recibió un puñetazo en la mejilla y cayó al suelo. La sangre negra comenzó a manchar las baldosas del baño.
Elay, horrorizado y temblando, intentó intervenir. Corrió hacia uno de los agresores y lo jaló del brazo.
—¡Dejadla! ¡Ya basta!
—¡Quítate, basura omega! —rugió uno de los chicos, empujándolo tan fuerte que Elay golpeó la cabeza contra la pared y comenzó a sangrar por la nariz.
A pesar del dolor, Leongina arrastró su cuerpo hasta donde estaba Elay y lo abrazó, cubriéndolo otra vez como un escudo. Algo en su interior ardía, una conexión que iba más allá de la comprensión. Los niños, asqueados al ver la sangre negra de Leongina y el estado del omega, finalmente retrocedieron.
—¡Es un monstruo! ¡Mirad su sangre! ¡Es negra!
—¡Vámonos, rápido!—gritó el líder, y los cuatro salieron corriendo del baño, dejando a los dos niños heridos y sollozantes en el suelo.
Elay, entre lágrimas, alzó su mirada hacia Leongina.
—¿Por qué... me defendiste?
Leongina, con la respiración entrecortada y el rostro lleno de moretones, le sonrió con suavidad, una sonrisa triste pero sincera.
—Porque nadie tiene derecho a tratarte así. Yo te protegeré.
Ese día, cuando Leska llegó al instituto y vio a su cachorra lastimada y al pequeño omega inconsciente, desató una furia que estremeció a todos. Los padres de los agresores fueron convocados, y solo la intervención de Zicam y Rock Saint evitó que Leska lanzara una maldición irreversible.
Los adultos comenzaron a entender la importancia del vínculo entre Leongina y Elay cuando intentaron separarlos. Elay comenzó a sangrar por la nariz, y Leongina, por los ojos y oídos. Una conexión inquebrantable que nadie pudo ignorar.
—No podéis separarlos. Él es su otra mitad. —declaró Dominic Saint con gravedad, comprendiendo lo que presenciaba.— Es el soulmate del Alfa Elegido, es obvio.
Desde ese día, Leongina y Elay quedaron unidos bajo un acuerdo entre las manadas Ginonix y Saint. Nadie volvió a burlarse abiertamente de ellos, pero las miradas y los murmullos siguieron acechándolos como sombras en los pasillos fríos del instituto.
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