Capítulo 18: Otro obstáculo

No quería hacer caso a la orden restrictiva de Isabella Swan. No podía.

Mi instinto como soulmate de Leo me impedía alejarme.

Ella estaba herida. Magullada.

¿Cómo demonios podía abandonarla?

No podía incumplir mi naturaleza omega.

Leo era mi única Alfa.

A quién seguía ciegamente.

Pero, joder, era impotente.

Me quedé en los escalones de la biblioteca Ancient Snowy.

Esperando.

Afligido.

Molesto.

La noche avanzó hasta la madrugada del lunes.

El amanecer pasó al mediodía.

Y la futura Luna, Isabella Swan, jamás salió a avisarme.

Nada.

Ni una sola palabra.

¿Cómo estaba Leo? ¿Estaba despierta? ¿Seguía en su forma de lobo?

No lo sabía.

Pero sí sabía algo: Maxam estaba en control.

El espíritu lobuno de Leo.

El monstruo.

Y yo estaba aquí, inútil.

¿Era justo?

Mi paciencia se agotó.

Me puse de pie.

Y entré de nuevo a la biblioteca.

Esta vez, por la puerta trasera.

Mi objetivo era claro:

Urana.

La abuela.

La bruja de la manada.

Ella debía decirme dónde estaba Leo.

Cómo estaba.

La encontré organizando libros en un estante.

No perdí el tiempo.

—Por favor, dime dónde está…

Urana ni siquiera se giró para mirarme.

—Elay, estás siendo desesperante. Ya te dije que Leongina está descansando. Además, es más que justo que Maxam al fin esté con su Luna, ¿no te parece?

¿Que qué?

La miré, incrédulo.

Ofendido.

¿Justo?

¿Para quién?

¿Para Maxam?

¿Para Isabella?

¿Y qué hay de Leo?

¿Y qué hay de mí?

Apreté los dientes.

Me ardía el pecho.

Un día y medio…

Un puto día y medio sin saber nada de mi Alfa.

Y ahora lo recordaba.

El verdadero motivo por el que Urana no era empática conmigo.

La razón por la que me trataba así.

Yo había jurado.

A ella.

Al chamán Rain.

Había jurado cuidar el lazo de Leo.

Protegerlo.

Evitar el caos.

Y ¿qué hice?

Lo rompí.

Por mi deseo egoísta de disfrutar mi juventud.

De ser libre.

Gruñí, sintiendo la molestia expandirse por mi pecho.

Leo

Ella me necesitaba.

Y ahora tenía otro maldito obstáculo para llegar a ella.

No es justo.

Mi voz sonó más infantil de lo que quería.

Urana ni siquiera parpadeó.

—Claro que lo es, y lo sabes. Además, deberías estar buscando a tu mate también. He escuchado que el Alfa Rock Saint ya la encontró. ¿Qué estás esperando para hacerlo tú?

Hija de puta.

Me mordí la lengua para no soltar una maldición.

Como si no lo supiera.

El dolor de ser el único sin pareja en estos momentos era palpable.

Como una espina clavada en la garganta.

¿Era por eso que me apartaban?

¿Estaba estorbando?

Apreté los puños.

Claro que sabía que Rock Saint había encontrado a su compañera.

Una nativa Quileute.

Pronto cruzaría esas tierras.

Y yo…

Yo también debía ir.

Algo dentro de mí tiraba hacia la Reserva.

—Aún no la encuentro. Pero he sentido que algo me arrastra hacia la Reserva Quileute.

Mi voz salió con un puchero infantil, mis brazos cruzados en un vano intento de defenderme.

Urana sonrió con diversión.

—Ya veo. Entonces, cuando despierte el gen protector, sabrás su ubicación exacta.

Terminó de acomodar los libros.

Luego, me miró con algo que parecía ser… ¿compasión?

—¿Sabes? Te recomiendo que hagas las paces con la Luna. Solo así podrás estar cerca de Leo. Porque ya viste que con Maxam no tienes oportunidad de acercarte.

Sentí un escalofrío.

Joder, tenía razón.

—Más aún si Leona está reposando en su fuero interno. No es la parte consciente de su cuerpo ahora.

Mis hombros cayeron.

Leo

Derrotado, me dejé caer en el sofá.

Hundí las manos en mi cabello corto, apretando los dedos contra mi cuero cabelludo.

Mis codos descansaron en mis rodillas.

Totalmente consternado.

Urana tenía razón.

Debía hacer las paces con Isabella.

No tenía otra opción.

Si quería recuperar a mi soulmate, tenía que tragármelo.

No podía perder a Leo.

No ahora que había vuelto.

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