Capítulo 17: Impotencia

Tardé más de lo que pensé en recuperarme del fogonazo con Leo. Aunque aquello hubiera sucedido hace dos noches, casi cuatro, hoy ya era domingo.

Mi cuerpo al fin se sentía con vitalidad, aunque apenas logré salir de la Casa A—llamada así por ser la casa del Alfa Ginonix—, el Alfa Rock Saint me delegó algunas tareas.

Tenía que pasarle unos documentos a su Beta, Eric. Papeles que, según entendí, estaban relacionados con la futura apertura de un Museo de Arte en Forks y la exhibición de obras antiguas de la manada Ginonix.

La mayoría de los documentos eran legales, especificaciones y permisos de exportación de las obras, resguardadas en una de las cajas fuertes de la manada Saint.

Eso tenía una justificación clara.

La difunta Luna Ginonix, Leska Runirix, había sido considerada una hermana por el Alfa Rock Saint. No compartían sangre, pero se reconocían como familia con un cariño de hermandad.

Tal vez la madre de Leo siempre fue artista y yo nunca me enteré.

La Luna Ginonix siempre fue un misterio para mí.

Dejé los papeles en manos de nuestro búho de la manada, Shay, para que llegaran a su destino de forma adecuada.

Una vez terminadas mis obligaciones secundarias como Beta—aunque mi puesto real era de Delta—, pude relajarme un poco.

Hoy, era el Beta provisorio del Alfa Rock Saint.

Para eso servían los Deltas en la manada lycan: para ser el apoyo de los Betas cuando el Alfa estaba de viaje y dejaba la manada a su cuidado.

Iba a seguir pensando en esos temas hasta que, de repente, entré al bosque por instinto.

Convertido en Slax, mi lobo plateado rubio, pude olfatear un aroma casi afrodisíaco… ¡Delicioso!

«¡Es nuestro mate! ¡Joder, reacciona, Elay!»

La voz de Slax resonó fuerte y clara en mi cabeza, ansiosa, reclamando que actuara.

Corrimos.

Nos lanzamos en busca de ese aroma leve pero embriagador que flotaba en las orillas del bosque de La Push.

Sin embargo, un gran lobo negro se cruzó en nuestro camino.

Se plantó frente a nosotros, deteniendo nuestro paso.

«Preséntate. ¿Quién eres?»

Su voz era ronca, pesada, una orden alfa.

El peso de su tono me hizo temblar, un escalofrío de debilidad recorrió mi cuerpo, pero Slax gruñó amenazante.

Nuestro mate estaba cerca.

Y este lobo… estaba en el camino.

No podía hablarle.

No me entendería.

Soy un omega.

Aunque tuviera el cargo de Beta provisional, mi naturaleza no era la del más fuerte, sino la del más débil.

No podía comunicarme con él en igualdad.

Y eso significaba que, por ahora, no podíamos buscar a nuestro mate.

No nos quedaba otra opción más que retroceder.

Tendría que encontrar a alguien que nos ayudara a cruzar a las tierras de la Reserva Quileute.

Di media vuelta.

Regresé al pueblo de Forks.

Desde aquí, el lobo negro no podía seguirme.

Estaba a salvo de sus garras y colmillos.

Pero eso no cambiaba la realidad:

Era un intruso en esas tierras.

Y en esas tierras…

Estaba nuestro mate.

Qué impotencia.

Sin embargo, no tuve posibilidad de autocompadecerme.

El dolor me atravesó como una lanza.

Agudo.

Lacerante.

Mi pecho ardió.

Mis patas dejaron de responder.

Caí al suelo con un jadeo de puro dolor.

Este dolor… este dolor solo aparecía cuando a Leo le ocurría algo grave.

Un rasguño letal.

Cerca de su corazón.

«¡Leo está en peligro!»gruñí, con desesperación.

Mi instinto de soulmate se activó.

El aroma de mi mate, la obsesión por encontrarle, todo se desvaneció.

No importaba.

No ahora.

Leo me necesitaba.

Yo era el único que podía curar sus heridas con mi saliva.

Yo… yo era su omega.

Y yo tenía que salvarla.

Con esa determinación, me lancé a correr.

El bosque quedó atrás en un parpadeo.

Seguí su aroma.

Me llevó de vuelta al pueblo Ginonix.

Y, más específicamente…

Al camino que conducía a la biblioteca Ancient Snowy.

La única biblioteca de la manada Ginonix.

Leo estaba ahí.

Herida.

Y yo no llegaría demasiado tarde.

[...]

Apenas las grandes puertas de roble oscuro se abrieron, atravesé la biblioteca sin titubear.

El aire estaba impregnado de distintos aromas.

Animales.

Muchos animales.

Zorros, conejos, un oso grizzly, un venado, una ardilla… todos reunidos, como si estuvieran presenciando un evento sagrado.

Pero a mí solo me importaba una cosa.

Leo.

Mi Alfa.

Mi soulmate.

Y ella… ella estaba en las garras de Isabella Swan.

¿A dónde se la llevaba?

No lo pensé.

Me transformé al instante.

Mi piel ardió, los músculos se contrajeron y, en un parpadeo, volví a ser humano.

Solo con un short.

Torso desnudo.

Pero nada de eso importaba.

Solo quería llegar a ella.

—¡¿Ella está bien!? ¡Leo!? —exclamé, desesperado.

Mi aroma debía estar impregnado de miedo y angustia.

Di un paso, pero algo pesado chocó contra mí.

El oso.

Me empujó con fuerza moderada, haciéndome trastabillar.

Y entonces…

Me quedé inmóvil.

Mis ojos se fijaron en una escena que me dejó sin aire.

Las caricias.

Isabella Swan… acariciando a Leo.

Con un cariño puro.

Intenso.

Insoportable.

—¿Q-qué les pasó? —pregunté, ahora sin mirar a Bella, sino a los animales.

Como si ellos pudieran responderme.

Y lo hicieron.

Sus voces resonaron en mi mente.

Exactamente como lo hacía el vínculo telepático entre miembros de la manada.

¿Desde cuándo podía entenderlos?

«Habla con la Luna. Ellos sabrán. Nos ocuparemos como consejo del estado de la manada fuera.»dijo el oso grisley con gravedad.

Los animales comenzaron a retirarse.

El conejo blanco fue el último en irse, cerrando la puerta tras él.

Y me dejaron ahí.

Solo.

Con la horrible sensación de que todo estaba mal.

Porque yo había besado a Leo.

Y esos labios…

Esos labios le pertenecían a ella.

Pero la humana parecía indiferente a mi presencia.

Como si yo no existiera.

Leo, ahora en su forma de lobo blanco monstruoso, "Maxam", caminaba junto a Isabella por el pasillo, guiados por la abuela Urana.

Hacia la terma privada de la biblioteca.

No iba a quedarme atrás.

Di un paso para seguirlos.

Otro.

Y entonces…

—No eres bienvenido. Espera fuera. —la voz de Bella fue seca. Fría. A la defensiva.

La miré, ofendido.

Totalmente descolocado.

—Oye... Sé que nuestro primer encuentro no fue bueno, mi presentación tampoco, pero... Yo... Lo siento, soy muy protector con Leona. Yo soy... —intenté explicarme, buscando redimirme por lo ocurrido el jueves.

Pero Bella Swan ni siquiera me dejó terminar.

—No me interesa ahora saber quién eres, aquí ellos son lo que importa. —su voz fue seca, antipática.

Y sin más, siguió caminando.

El lobo blanco, malherido, la siguió con la mirada.

Leo

Mi mandíbula se tensó, mi piel vibró con ira e impotencia.

—Joder, ¿pero quién te crees…? —gruñí, con los puños cerrados.

¿Cómo se atrevía a hablarme así?

¡Soy el Omega de Leo!

¡Ella es mi Alfa!

Pero antes de que pudiera hacer o decir algo más, una voz oscura resonó en mi mente.

Maxam.

El monstruo.

El lobo interno de Leo.

«Haz caso, mocoso. Es mi Luna, la Luna Ginonix. Esa fue su orden. Mi querida Yin está descansando, luego hablarás con ella. Ahora es mi turno.» gruñó Maxam, su voz gélida y dominante.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

Mi cuerpo entero se estremeció.

Y, como un reflejo, cedí.

A regañadientes.

A pesar de mi voluntad.

Me quedé ahí.

Varado.

En el medio del pasillo.

Viéndolos desaparecer en la oscuridad.

Mis manos temblaban.

La ira burbujeaba en mi pecho.

Sin pensar, golpeé la pared con fuerza.

Un crujido.

Pequeñas grietas se formaron en la madera.

Joder.

La cagué.

Mi respiración era pesada.

—No hice lo que Leo me pidió antes de que volviera… —gruñí, sintiendo el peso de mi error.

Y lo peor…

—La Luna no me soporta.

Mierda.

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