Capítulo 16: El árbol central
Me sentía como cuando era niño, con las patas cortas y un miedo paralizante al no encontrarla. Aquella vez, en nuestra infancia, los otros niños la habían hecho huir al bosque, alejándose de mí para protegerme. Pero esta vez era diferente. Esta vez yo había sido el enemigo.
El coraje y el temor se mezclaban en mis venas, cada inhalación dolía al atravesar mis pulmones, haciéndome sentir como si el aire húmedo de Forks fuera una prisión. Tan diferente de España, pero igual de sofocante.
Corría con mi forma lobuna, Slax al mando, con su lomo platinado y ojos azul pálido buscando desesperadamente el rastro de mi schöne fiore. Pero Forks se volvía un aliado cruel para Leo; la humedad, el viento y la naturaleza parecían estar de su lado, ocultando su aroma, dispersándolo en todas direcciones. A veces lo captaba por un instante, solo para que la brisa lo desviara al siguiente segundo.
No podía confiar en mis sentidos esta vez.
Frené mi carrera, mis patas clavándose en la tierra húmeda mientras intentaba pensar.
«Si te demoras mucho, jamás la encontrarás, Elay», advirtió Slax con su tono crítico habitual.
«La encontraré», le repliqué con nerviosismo, tratando de unir piezas en mi mente. «Debo decirle que lo que sucedió no era mi intención...»
Leo siempre había estado rodeada de amigos hombres en la infancia. Sus únicas amigas eran la difunta Luna Leska y Yiara, su protectora, pero no creo que se haya ido con ella. Tampoco estaba particularmente unida a Luca o Yiara últimamente, así que esos no eran refugios probables.
Eso me dejaba dos opciones: la manada Ginonix... o el árbol central.
Mis ojos se abrieron de golpe.
El árbol central.
Ese enorme pino frondoso donde Leo conoció a los gemelos Xalyon y Eryndros. Ellos le habían dicho que ese lugar sería su refugio perfecto si alguna vez necesitaba estar cerca de todos, pero sin que la encontraran. Y yo lo sabía. Porque en un momento de debilidad, cuando su primer celo Alfa la abrumó a los quince años, me confió ese secreto.
No lo dudé.
Corrí con todo lo que tenía, dejando que mi instinto me guiara. Y cuando finalmente alcé la vista, ahí estaba ella.
Leo estaba en lo alto del pino, observando el pueblo de Forks y a la manada Ginonix. Justo en el mismo árbol donde los gemelos habían marcado esos extraños símbolos: una estrella y una hoja de árbol. Nunca supe qué significaban, y Leo tampoco lo explicaba... simplemente sabía que tenían un propósito.
Mi pecho subía y bajaba con fuerza cuando volví a mi forma humana, la ropa aún en su lugar gracias a nuestra magia natural.
—Leo... —pronuncié su nombre con cautela, temiendo su reacción.
Pero ya no podía retroceder. Ahora me tocaba enfrentar el desastre que había provocado.
Había subido al pino y me detuve justo debajo de sus pies, a dos ramas robustas de distancia. No hubo necesidad de que Leo bajara la mirada ni de que pronunciara palabra alguna. El silencio siempre había sido su respuesta.
Leongina siempre se caracterizó por un lenguaje silencioso y reservado.
—Solo quería ayudar. Quería que tu Luna tuviera celos y te reclamara. Sabes que te amo, y no haría nada que te lastimara. Tal vez me confié en mis conocimientos con las chicas de mi manada y… —comencé a hablar, sentado en la rama más robusta, buscando inmediatamente su perdón.
¡Lo necesito! No quiero verla así, ni mucho menos que piense que lo hice porque no la respeto.
—No te quiero escuchar. Si viniste, quédate callado. Ahora estoy muy decepcionada de ti, Elay. —dijo Leongina.
Sus palabras sonaron rasgadas, secas y letales. Mi miedo de perder a mi Alfa soulmate se hizo inminente. Después de todo, soy su omega y sin ella, mi vida no tiene sentido. No quiero volver a sentirme perdido y solo.
Así que me abstuve de decir algo más. Solo acaté su petición y fijé mi mirada en el pueblo Ginonix, y un poco más a la derecha, en Forks. Dos territorios bajo la mirada pasiva del gran Alfa Leongina.
Nos quedamos allí todo el resto del día. Viernes. Sábado.
Pero el hambre pudo más conmigo. Casi muerto de hambre, bajé a buscar comida, solo para encontrarla al volver, con una pata de ciervo entre las manos, comiendo en silencio.
Yo, en cambio, había traído toda una bolsa de papel con comida de la cafetería de la manada, cortesía de la cocinera de Ginonix.
—El domingo estaré fuera. Quiero que te disculpes con mi Luna. Yo voy a intentar animar a Maxam. El consejo vendrá el lunes a más tardar, por lo que… No quiero ningún problema cuando regrese. —dijo Leo.
La escuché.
No es que su Alfa saliera mucho, ni mucho menos que fuera débil, pero su tono me dejó sin palabras. Haberla decepcionado me hacía sentir fatal.
Aunque su voz sonaba más tranquila, no me miraba a los ojos. Y eso me dolía.
Solo asentí en silencio.
Aquel sábado nos quedamos velando el pueblo y la manada juntos.
Pero para mi sorpresa, al amanecer, desperté en la cama de huéspedes de la casa de los Ginonix. Mi ropa y mi piel olían a Leo.
Era obvio que me había traído aquí en cuanto me quedé dormido.
Me incorporé de golpe. Busqué en la casa algún ruido, algún rastro de su presencia, pero no encontré más que el sonido de las lobas que limpiaban el hogar y, a lo lejos, el aroma de Luca acercándose.
Mi corazón latió con fuerza.
No me ha dejado de querer.
Se preocupa por mí.
Pero yo…
Debo seguir con mi plan.
Al menos hasta que Bella reaccione y me haga batalla.
Estoy seguro de que lo hará… si de verdad le importa Leo.
Este domingo sería demasiado largo para mi gusto, pero aprovecharía que mi Alfa no estaría para llevar a cabo mis planes y ayudarla, aunque eso significara desobedecer sus órdenes indirectas.
Después de todo, no lo había dicho con la voz Alfa.
Muy en el fondo, sabía que estaba cavando mi propia tumba.
Pero no podían matarme.
Soy importante para mi Alfa.
Podía intentar usar eso a mi favor… por un poquito más de tiempo.
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