Capítulo 15: Falta de suerte.

Pudo haber sido conveniente buscar a mi Alfa transformado en lobo, dejando a Slax correr libre con su lomo platino rubio entre los árboles. Pero no lo hice. No podía aparecer así en el Instituto de Forks, rodeado de humanos. Así que, con celos brotando por cada poro, seguí su rastro a través del bosque. Cincuenta minutos después, allí estaba. Recostada sobre una camioneta naranja, vieja y usada.

El alivio me golpeó de inmediato, aunque mi orgullo no tardó en intervenir.

«Compórtate, das pena, que pareces un perro domesticado», gruñó Slax, mi lobo interior, mientras aceleraba el paso.

Cuando llegué a ella, Yiara apareció poco después, sosteniendo el pote de helado. Su llegada me arrancó una sonrisa cordial; ella siempre sabía cómo devolver la calma.

—Acepta este helado y dame atención —dije, intentando que mi voz sonara casual.

Yiara se lo ofreció a Leo, pero esta ni siquiera lo miró. En su lugar, Yiara bufó con impaciencia y me lo devolvió de mala gana.

—No, gracias —respondió Leo, su voz cortante y firme como siempre.

Frustrado, probé con algo más infantil, algo que sabía podía funcionar.

—Yiin~ sé que me quieres. Mírameee, linda Alfa~ —dije con un tono meloso, esperando arrancarle al menos una sonrisa.

Pero Leo no apartaba la vista de un Jeep oscuro aparcado en el estacionamiento. El olor a vampiros inundó el aire, provocando que arrugara la nariz.

—Pero ¿qué es lo que tanto ves, joder? —pregunté, fingiendo torpeza para cubrir mi incomodidad.

—Vampiros animávoro. ¿Qué hacen aquí? —insistí, queriendo entender por qué el ambiente se sentía tan cargado.

—Fingir una vida normal —respondió Leo con frialdad, sin apartar la mirada del vehículo.

No pude evitar notar la tensión en su rostro, el rictus serio que rara vez veía en ella. Pero lo que realmente llamó mi atención fue el aroma de Luca Marchelo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando lo vi salir del instituto en compañía de una chica. Cabello castaño, piel pálida, ojos marrones… y un pésimo sentido del estilo. Isabella Swan.

Leo apenas disimuló la preocupación que cruzó su rostro al verla trastabillar, como si cualquier mínimo tropiezo fuera motivo de alerta. No necesitaba que dijera nada; el amor incondicional en sus ojos hablaba por sí solo.

—Con razón estás tan tensa. ¿Es amiga de los murciélagos? —pregunté, intentando aprovechar la distancia que aún separaba a Swan y Luca de la camioneta donde estábamos Leo y yo. Mi tono era casual, pero mi curiosidad era genuina. ¿Qué clase de lío se estaba formando aquí?

Leongina permaneció recostada sobre la parte trasera de la camioneta, sin mover un músculo para mirarme. Su indiferencia me estaba volviendo loco. Resoplé, tratando de mantener la compostura, y volví a insistir:

—Mira, sé que sigues molesta, pero el helado se va a derretir y...

Antes de que pudiera terminar, Leo me cortó con su voz calmada, pero cortante.

—No fue mi culpa. Sabías que ya estaba satisfecha. —Su cabello albino ondulaba suavemente con el viento, y su tono me dejó sin palabras. Ella suspiró y volvió a ignorarme.

A medida que Luca y la Luna se acercaban, su expresión tensa comenzó a relajarse, aunque no del todo. El aire entre nosotros estaba cargado de incomodidad, pero me rehusaba a dejar las cosas así.

—Por favor, Leo. No sigas molesta conmigo. No puedes... ser tan cruel conmigo. —Mi voz salió más dolida de lo que quería.

Ella tomó aire profundamente, y el severo rugido ahogado que escapó de su garganta me paralizó. Algo en el aroma de la castaña parecía estar desencadenando su rabia contenida. Sentí escalofríos, pero intenté mantenerme firme.

—¿Ah? ¿Decías...? —dijo Leo, finalmente dirigiendo su mirada hacia mí, aunque su tono era más desafiante que curioso.

—Me duele tu indiferencia. —Respondí, apretando el pote de helado con tanta fuerza que temí que se me cayera.

—Te lo has buscado. —Su respuesta fue un látigo directo a mi orgullo.

—Pero... —Intenté replicar, pero me cortó con un gesto antes de que pudiera seguir.

Antes de que el ambiente pudiera tensarse más, Luca llegó corriendo hacia Yiara, tomando a su mate en un beso apasionado que parecía sacado de una película. Esa muestra de cariño me recordó lo que yo anhelaba y no podía tener.

—Qué sorpresa verlos aquí. ¿Ha pasado algo, cariño? —preguntó Luca a Yiara, con un brillo de preocupación en los ojos.

—No te acuerdas que me enviaste un mensaje. Decías que Bella no estaba bien, y pues quería escapar de estos dos, pero no se pudo. —Yiara suspiró, evidentemente cansada.

—Ah, cierto, cierto. Perdón, cariño. A veces soy un desastre. —Luca sonrió incómodo antes de girarse hacia Leo. —Jefa, ¿a qué se debe la visita?

No pasé por alto cómo la joven castaña, Isabella Swan, se quedó mirándonos. O mejor dicho, se quedó mirándola a ella. Su expresión era la de alguien que acababa de ver un milagro. Era evidente que, para Bella, no había nadie más alrededor, y eso encendió algo en mí.

Los celos me empujaron a interceptar su vista, colocándome frente a Leo como un muro. No iba a permitir que otra persona la viera con esa adoración que me pertenecía a mí.

El rugido bajo de advertencia que salió de Leo me hizo temblar.

—Tks. Te voy a romper en tres si no sales ahora, Elay. —Su voz era fría y peligrosa.

Tragué saliva, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de mí, pero me negué a retroceder.

—No te atreverías. —Dije, intentando que mi voz no temblara, aunque mis manos temblorosas sujetaban el pote de helado.

—¿Quieres probar? —preguntó, su tono ronco y amenazador.

Cerré los ojos, resignado a recibir el golpe que sabía que venía, pero entonces una vocecita tímida interrumpió nuestro enfrentamiento.

El mundo pareció detenerse cuando la voz de Isabella Swan rompió el incómodo silencio que nos envolvía.

—Disculpen... ¿todo está bien? —preguntó, avanzando hacia nosotros con un paso vacilante, claramente confundida y, por lo que pude notar, algo asustada. Su mirada apenas se posó en mí antes de dirigirse a Leo. —Yo... Mmm... ¿Podrían quitarse del auto? Me gustaría retirarme a mi casa.

El ambiente gélido entre nosotros se quebró con el comentario de Luca, quien, al parecer, intentaba suavizar las cosas.

—Oh, cierto, debemos irnos o te desmayas en cualquier momento. —Su tono era despreocupado mientras ayudaba a Yiara a subir a la parte trasera de la camioneta. Luego se volvió hacia nosotros. —Yiara irá con nosotros, ¿ustedes también?

Mi atención volvió hacia Leo cuando ella, sin apartar la mirada de Bella, hizo una pregunta con un tono extraño, como si tratara de medir el terreno.

—¿Qué le sucede a la señorita Swan? —preguntó con una cortesía que rara vez le escuchaba, como si tratara de enmascarar algo más profundo.

—M-me llamo Bella. ¿Y tú? —respondió la humana con una voz temblorosa, probablemente sintiéndose intimidada por la presencia de Leo.

—Oh, Gina Ginonix. Un placer, señorita Swan. —Leo se presentó rápidamente, su voz sonaba tensa, incluso nerviosa.

No podía creer lo que estaba viendo. ¿Leo? ¿Nerviosa? Era una escena tan surrealista que no pude evitar sentir una mezcla de incredulidad y un retorcido deseo de ver hasta dónde podía llegar esto. Por supuesto, como siempre, mi manera de manejar las cosas fue meterme en problemas.

Sin pensarlo dos veces, me incliné hacia Leo y, frente a las narices de Bella, le robé un beso directo. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Sabía que estaba jugando con fuego y que las consecuencias serían brutales, pero lo hice de todos modos.

Cuando me separé, sonreí infantilmente hacia Bella, quien me miraba con una mezcla de envidia, furia y algo que no logré descifrar del todo.

—Y yo soy Elay, su pareja. Un placer, Bella. —Agregué con descaro, acariciándome el cabello como si nada hubiera pasado.

No fue difícil captar el reflejo de mis palabras en sus ojos castaños: celos, enojo y algo más oscuro que parecía querer consumirme. Por un momento pensé que se lanzaría contra mí, pero no, el verdadero peligro no venía de ella. Lo sentí a mis espaldas, helado, severo, casi mortal.

Miré de reojo a Leo, y su expresión me dejó claro que ya estaba cavando mi tumba. Tragué saliva, y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

«Ay mamá, si hoy sigo en pie… te prometo lavar los trastes cuando te vea», pensé mientras intentaba encontrar una salida a mi estupidez.

La voz de Bella me devolvió al presente.

—Vámonos. —Su tono era firme, casi impaciente.

—¿Eh? Pero… —Luca intentó interceder, pero Bella no le dio tiempo.

Subió rápidamente a la camioneta, mientras Luca, algo desconcertado, tomó su lugar en el asiento del piloto. Yo intenté mantenerme lo más lejos posible de Leo, pero ella no me dejó escapar. Con un empujón brusco, me hizo a un lado de la camioneta, y aunque mi instinto me pedía retroceder más, me obligué a quedarme quieto, observando cómo su mirada nerviosa se posaba en Bella.

Tomó el helado de mis manos antes de acercarse un poco más a la humana.

—¿Qué pasa? —preguntó Bella, claramente confundida por el repentino cambio de actitud de Leo.

Leo respiró hondo y habló rápidamente, como si tratara de suavizar el daño causado.

—Perdona al idiota este, en compensación, por favor acepta mi oferta de paz. El helado es de cielo y menta. De verdad, el beso no es nad—...

Pero Bella la interrumpió, su voz cargada de vergüenza y un intento de mantenerse tranquila.

—Tranquila, ni yo sé por qué me molesto. No te conozco, no eres nada mío.

Esa última frase flotó en el aire, dejando una sensación incómoda que ninguno de nosotros supo cómo romper.

Todo se fue al carajo más rápido de lo que pensé. 

«Uff, eso debió dolerle al Alfa», ironizó Slax, mi lobo interno, mientras su risa resonaba en mi mente como un eco molesto. 

Mi plan de provocarla, de encender algo en la humana, había fracasado estrepitosamente. 

«¡Leo me va a matar!», gemí internamente, horrorizado, mientras observaba el caos que había provocado. 

El rostro de Leo, tan lleno de amargura y dolor, me golpeó más fuerte de lo que esperaba. Soltó un quejido sofocado, y en ese instante su desesperación me pareció tan propia como si fuera mía. El aire se volvió pesado, y todo lo que podía sentir era el desastre que acababa de crear. 

—A-acepta, por favor, el helado. Son tus favoritas. —La voz de Leo salió en un tartamudeo que nunca antes había escuchado. 

El nerviosismo y el arrepentimiento en sus palabras eran casi palpables. 

—¿C-cómo...? —preguntó Bella, confundida, mientras sus ojos se llenaban de incertidumbre. 

—Leona te lo envía. —La respuesta de Leo me desconcertó aún más. 

«¿Leona? ¿Quién demonios es esa?», pensé, pero no era el momento de preguntar. El nombre parecía importante para Bella, porque su reacción fue inmediata. 

—¡¿Qué?! ¿Sabes dónde está? Yo... —Su ansiedad era tan evidente que casi daba pena verla así. 

Antes de que pudiera moverse, Luca cerró las puertas de la camioneta con el seguro, dejando claro que no tenía intención de dejar que Bella se descontrolara más. El Alfa y él parecían decididos a mantenerla ahí, preocupados por su salud más que por cualquier otra cosa. 

Y entonces sucedió. 

—Quítate, maldito. —gruñó Leo, su voz teñida de una oscuridad que solo su lobo monstruoso podía traer a la superficie. 

No tuve tiempo de reaccionar antes de que su furia me alcanzara. Un segundo después, estaba en el suelo, mi cuerpo dolido por su falta de cuidado, pero lo que realmente me lastimó fue verla alejarse. 

Leo desapareció entre la espesura del bosque, dejando tras de sí un silencio que pesaba como una losa. 

—La cagaste, mocoso. —La voz de Yiara me alcanzó, cargada de una mezcla de burla y verdad que no necesitaba escuchar. 

Ni siquiera me molesté en responder. Sabía que tenía razón. Había arruinado todo, otra vez. Mis celos hacia Bella, esa futura Luna que nunca quise aceptar, habían sido mi perdición. 

Pero no podía dejarlo así. No podía permitir que la distancia entre Leo y yo se hiciera aún más grande. Mi hermosa schöne fiore merecía algo mejor que este caos que le traje. 

Sin pensarlo dos veces, corrí tras ella, el corazón martillando en mi pecho con cada paso. No sabía qué diría, ni cómo arreglaría esto, pero una cosa era segura: no iba a dejar que todo terminara aquí. 

Porque, aunque mis impulsos y mis celos me habían traicionado, todo lo que hice fue con la intención de ayudarla. Solo que, como siempre, mi suerte nunca estaba de mi lado. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top