Capítulo 13: Entre el dolor y la Redención.

Ese miércoles a diez de la mañana finalmente logré levantarme de la cama y llegar a la ducha, pero cada movimiento era un tormento. Mi cuerpo se quejaba con cada paso, como si me recordara el precio de la noche anterior. Aunque mi orientación sexual siempre había estado dirigida hacia mi propio género, nunca imaginé que eso me preparara para algo tan intenso como lo que significaba tener una relación física con un Alfa como Leongina, mi soulmate.

Leongina no era un Alfa común. Era hermafrodita, lo que implicaba que se satisfacía a través de ambos órganos reproductores. Sus necesidades eran más demandantes que cualquiera de las experiencias que había tenido antes, ya fuera en España o Alemania. Si un omega como yo solía encontrar satisfacción con dos orgasmos como máximo, ella me había llevado a seis. Seis. Mi cuerpo estaba completamente saciado, agotado, incapaz de dar o recibir nada más.

El agua de la ducha fue un suplicio. Cada gota parecía amplificar la sensibilidad de mi piel, reviviendo imágenes de la noche anterior que no podía evitar. Me caí al suelo cuando mis piernas se negaron a sostenerme, jadeando, nervioso y humillado por mi propia fragilidad. Fue tan vergonzoso que tuve que aceptar la ayuda de Tyron, un omega de confianza.

Tyron era joven, no más de 19 años. Su delicadeza y atención fueron evidentes desde el principio, aunque la pena era mutua. Él sabía por qué estaba ahí, y yo también. Ambos compartíamos la incomodidad de la situación: yo, por sentirme un inútil incapaz de asearme solo; y él, por tener que asistir al omega del Elegido, al que claramente habían tratado como "cajón que no cierra".

—¿Estás bien, Elay? —preguntó, su voz baja, mientras aplicaba un ungüento en las zonas más sensibles.

—Lo estaré... gracias, Tyron —respondí con una mezcla de gratitud y vergüenza.

Él me dedicó una sonrisa comprensiva antes de marcharse. Nadie hablaría de esto fuera de las cuatro paredes del baño. Era un pacto tácito en la manada, reforzado por el carácter fuerte y de "poca cuerda" de Leongina. Nadie quería estar en su lista negra.

Cuando quedé solo, reflexioné sobre la dinámica de todo esto. Leo lideraba su manada con una mezcla de respeto y miedo. Su poder, su autoridad, no eran casuales. Todo en ella parecía vinculado a Maxam, el "lobo monstruoso" del que tanto había oído hablar en susurros y rumores. Comprendí que mi rebeldía de juventud, mi decisión de alejarme de ella, había alimentado parte de ese monstruo. El peso de mi culpa era insoportable.

A pesar del dolor físico, no podía ignorar lo que vendría después. Esa tarde, conocería a Bella, su Luna. Solo el pensamiento me hacía sentir pequeño. Había sido un iluso al pensar que todavía tenía algún lugar especial en la vida de Leongina.

Al salir del baño, Leo ya estaba lista. Se había arreglado, había ordenado el desayuno, y comimos en un silencio incómodo. Cada segundo de ese silencio era como un puñal, no por la falta de palabras, sino porque no podía mirarla a los ojos sin sentirme asqueado de mí mismo.

—Elay. —Su voz cortó el aire como un cuchillo. Firme, seca, clara.

Me enderecé al instante, como si un reflejo automático me obligara a enfrentarme a lo que fuera que estuviera por decir.

—¿Sí? —respondí, tímido, casi temeroso.

—Ya no somos los niños de antes. Hemos crecido y ahora hay grandes diferencias entre nosotros. Sé que lo has notado, desde que llegaste a mi despacho... hasta hace unas horas. —Su tono era neutral, pero la carga emocional detrás de esas palabras era inconfundible.

Cada palabra era un peso adicional sobre mi pecho. Asentí, tratando de mantenerme firme.

—Sí, lo tengo muy claro. —Mi voz salió amarga, reflejando mi propia frustración.

—Lo que pasó entre nosotros no se repetirá. —Su mirada era seria, inquebrantable. —Eres mi soulmate, pero mi Luna es mi prioridad. Aunque quisiera decirte lo mismo a ti, pero... —Vaciló, como si buscara las palabras.

—No necesitas decirlo, Leo. Yo lo sé. Te ignoré, hice mi vida sin pensar en ti, prioricé mis deseos. No merezco ser tu prioridad. —Mis propias palabras me dolieron más de lo que esperaba.

Ella respiró hondo, como si mi confesión fuera una confirmación de lo que ya sabía.

—Bien. Ante la sociedad externa, seguirás siendo mi omega soulmate. Pero una vez encuentres a tu mate, tu destino, ya no estarás bajo mi protección. Si realmente vale la pena, lucharás por mantener al menos una conexión mínima conmigo para sobrevivir dentro de esta sociedad. Pero mi manada ya sabe que tiene Luna. —Su frialdad era brutal, pero también honesta. —Estas son las consecuencias de tus actos, Elay.

Tomé un sorbo de café, mirando al vacío. Había sido un tonto al pensar que el cariño y la calidez que había sentido horas antes significaban algo más. Era un castigo, y me lo merecía.

—Lucharé por seguir siendo al menos tu amigo, Leo. —Las palabras me costaron, pero eran sinceras.

Un destello de diversión cruzó por sus ojos.

—No esperaba menos de ti. —Su respuesta fue tan ambigua que no supe si tomarla como un halago o una ofensa.

—Oye, no sé si eso fue un cumplido o un insulto. —Intenté protestar, confundido.

Ella simplemente se encogió de hombros, como si no fuera su problema. Y aunque doliera, al menos sabía que me daba una oportunidad de seguir siendo parte de su vida, aunque fuera en un lugar secundario.

Ese día le pedí permiso para permanecer a su lado un poco más. Aún no podía caminar por mi cuenta, y ella, en su responsabilidad, accedió. Me cargó sobre sus hombros, como si fuera un mono bebé, mientras nos dirigíamos a su despacho. El aroma mentolado que emanaba me adormeció sin darme cuenta. Era como un bálsamo, un acto de cuidado disfrazado de indiferencia.

Con ese gesto, mi hermosa Alfa soulmate, mi schöne fiore, me demostró que, a pesar de todo, aún le importaba.

[...]

La superficie bajo mi cuerpo era pequeña y blanda. Lo supe apenas Leo me dejó ahí. No tenía claro dónde estábamos, pero los aromas no mentían: podía percibir la esencia del Alfa Rock y del Beta Jonas. Mi cuerpo, sin embargo, no respondía. Apenas pude hacer una mueca de molestia al sentir que me faltaba la calidez reconfortante de Leo. Escuchaba murmullos, pero no tenía la fuerza para salir del estado de somnolencia que me envolvía.

—Buenas tardes, Alfa Leongina —la voz del Alfa Rock se alzó respetuosa, con ese acento de Murcia, España, que era tan característico de él.

¿Tan rápido había pasado la hora? ¿Cuánto tiempo había dormido? Mi mente iba a mil por hora, intentando reconstruir los eventos. El desgaste fogoso en la mansión del Alfa... ¿fue real o un sueño?

—Buenas tardes, Alfa Rock —respondió Leo, con esa voz cordial y firme que la caracterizaba—. Ve a descansar, Fénix.

—Pero… —comenzó a replicar el Beta Jonas, pero Leo lo interrumpió sin titubear.

—Es una orden —dijo con un tono sombrío, claro, el tono de un Alfa líder.

Esa voz oscura y determinante me erizó cada vello del cuerpo. Un escalofrío recorrió mi piel, aunque mi cuerpo permanecía inmóvil. El gruñido de resistencia de Jonas no se hizo esperar, pero no duró mucho.

—Alfa, todo tiene una explicación —insistió Jonas, evadiendo la orden tácita.

—Me parece bien que te preocupes y que haya una explicación justa, pero quiero que sea dicha más tarde. Ve con la señorita Luana, tú también debes descansar —Leo había bajado el tono, siendo más renuente pero aún firme.

¿Luana? ¿Será ese el nombre de la mate de Jonas? ¿Por qué todos parecían tener pareja menos yo? Me deprimí y me encogí aún más en la superficie cómoda donde Leo me había dejado. Al menos ahí podía seguir descansando.

La puerta se cerró, y supe que Leo había dejado fuera del despacho a su propio Beta. Era claro que, detrás de su actitud apática, seguía velando por la salud de los suyos. El silencio que siguió fue extraño, como si ambos Alfas se hubieran sentado a charlar en las sillas del escritorio.

—Supongo que ya no volverá conmigo a España, ¿no? —preguntó el Alfa Rock.

Por mí, claro. ¿A quién más se refería? Me hice el dormido aún más, intentando no sentir vergüenza por mi falta de dominio y fortaleza como omega.

—Supones bien —respondió Leo, y el aroma de café achocolatado, quizás capuchino, llenó el despacho.

Pude sentir las miradas de ambos dirigidas hacia mí, pero me mantuve inmóvil, intentando aparentar sueño profundo.

—Elay, en estos tiempos, ha aprendido a ser un buen Beta a través del cargo Delta provisional, pero sé que no necesitas más Betas; ya tienes suficientes —dijo el Alfa Rock, primero con tono informativo, pero luego más cauteloso—. Me gustaría que, de vez en cuando, fueras a casa.

—Lo haría si pudiera, pero ahora no es buen tiempo. Tal vez más adelante —respondió Leo con un aire de evasión.

—Ya veo. Entonces es cierto que ya la has encontrado —comentó Rock con curiosidad—. ¿Es por ella que "los has llamado"?

¿A quiénes llamó? ¿Por qué no los menciona? Nada tenía sentido. Esto era lo que otros llamaban "sentirse como un mal tercio".

—Sí, no creo que llegue a la edad adulta sin saber de nuestra naturaleza. Quiero poder evitar un caos con esos ancianos —dijo Leo con voz aireada.

¿Ancianos? ¿Consejo? Jamás había visto que Leo confiara en otros licántropos mayores. Ella siempre actuaba bajo sus propios medios, a pesar del peso de ser la Leyenda, el Elegido para proteger nuestra paz entre humanos y sobrenaturales. Aunque seguía sin comprender cómo encajaba en todo esto su condición de criatura hermafrodita.

Me perdí en mis pensamientos hasta que escuché que empezaron a hablar de vampiros. ¿Vampiros? ¿Convivían con humanos? Los vampiros que conocía eran crueles y poco sociables.

Ya no pude más. Me removí en el sofá y rompí el silencio incómodo entre ambos Alfas.

—Leo, necesito ir al jacuzzi, joder, estoy súper tieso —dije, intentando no sonar demasiado patético.

—No creo que pueda llevarte, chico. —La voz profunda y varonil del Alfa Rock resonó en mis oídos, y no pude evitar sentir una punzada de irritación mezclada con vergüenza.

Abrí los ojos lentamente, aún adormilado, y me encontré con su figura imponente. Mi primera reacción fue pura incomodidad; era como si mi debilidad estuviera escrita en mi rostro. No era solo el dolor en mis caderas lo que me hacía sentir vulnerable, sino la sensación de ser observado y juzgado. El Alfa Rock siempre encontraba maneras de menospreciarme, de recordarme mis errores del pasado. Cada vez que estaba cerca de él, sentía que debía probar que era más que un omega débil. Pero esta vez, no tenía fuerzas. Leo me había dejado completamente anulado la noche anterior.

Decidí esconder mi humillación tras una máscara de inocencia y torpeza.

—¿Eh? ¿Q-qué hace aquí? —pregunté, tratando de sonar confuso, como si acabara de despertar del todo.

Rock soltó una risa seca y burlona, esa que siempre lograba ponerme los nervios de punta.

—¿Ya hasta olvidaste nuestro trato? —su tono era condescendiente, como siempre, pero pronto su atención se desvió hacia Leo—. A la próxima no lo deje tocar tanta pared, se queda más idiota, Alfa Leongina.

El comentario me hizo hervir por dentro, pero no pude reunir el valor para replicar. En lugar de eso, dirigí mi atención hacia Leo, esperando que ella dijera algo. Su reacción fue sutil, pero contundente: levantó una ceja en señal de advertencia. Era su manera de decir que Rock se estaba pasando, aunque no le dedicó palabras al respecto.

El tiempo pareció congelarse. Fueron diez minutos de silencio, aunque para mí se sintieron como una eternidad. Finalmente, reuní el coraje para levantarme. Fingí que mis movimientos eran firmes, que tenía estabilidad y fuerza, aunque mi cuerpo traicionaba mis esfuerzos. Cada paso hacia el Alfa Rock era un desafío.

—Estoy bien —murmuré, casi como una súplica para que nadie comentara mi estado.

Sin embargo, la tensión en el ambiente era palpable. No importaba cuánto intentara mantener la compostura, sabía que Rock lo notaría. Y así fue.

La chispa de burla en sus ojos fue suficiente para que todo mi autocontrol se desmoronara. Una pequeña discusión comenzó entre nosotros. Yo, con palabras tensas y torpes, tratando de defender mi orgullo. Él, con su actitud arrogante y sus comentarios afilados, disfrutando de mi frustración.

Por un momento, fue como si Leo no estuviera allí. La discusión se convirtió en un duelo verbal entre el Alfa Rock y yo, donde yo era la manzana de la discordia, el punto débil que lo irritaba.

Intenté no pensar en cómo debía de verme a los ojos de Leo. Después de todo, ella siempre había sido mi apoyo, mi fortaleza, pero ahora ni siquiera tenía la fuerza para mirarla directamente. En ese momento, lo único que me importaba era demostrarle a Rock, aunque fuera por un instante, que no era tan débil como él pensaba.

—En fin, demasiada testosterona. Iremos a cenar donde siempre va Charlie, necesito una buena ración de hamburguesa. —dijo Leongina con un tono despreocupado mientras terminaba de firmar unos papeles. Los colocó dentro de un sobre, y para mi sorpresa, este se incineró en el aire con un simple gesto de su mano. El acto de magia fue tan natural como respirar para ella, pero para mí siempre era impactante verlo.

—¿Ah? / ¿Pero qué dices? —preguntamos Rock y yo al unísono, ambos desconcertados, rompiendo nuestra discusión al instante.

Leongina nos ignoró con la misma tranquilidad con la que había hablado antes. Se levantó de su asiento, alisó su ropa con calma y caminó hacia la puerta, dejando tras de sí un aire de autoridad innegable.

—Vamos, hombres, no tengo tanto tiempo que perder. Ya saben que la noche es joven, pero ustedes están en mi manada, así que mi tiempo libre para ustedes es limitado. —dijo, con un tono que parecía amable pero que claramente era una orden disfrazada.

Ambos nos quedamos quietos por un segundo, mirándola mientras salía al patio. Fue entonces cuando la vimos entrar en su pequeño Jeep gris plateado, un vehículo que siempre me pareció demasiado modesto para alguien con su posición, pero que reflejaba su peculiaridad.

Rock y yo nos apresuramos, casi como un par de adolescentes obedeciendo a un adulto que no querían contrariar. No era necesario que lo dijera explícitamente: sabíamos que el buen humor de Leongina no duraba mucho, y cuando se desvanecía, enfrentarse a su enojo no era algo que quisieras experimentar.

El instinto de seguirla, de mantenernos en su buena gracia, era tan fuerte como la propia atracción gravitatoria. Subimos al Jeep en silencio, cada uno ocupando su lugar, mientras Leongina encendía el motor con una ligera sonrisa en el rostro. La noche apenas comenzaba, pero bajo su liderazgo, cualquier cosa podía pasar.

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