Mis dedos se desplazan por las teclas frías de un viejo piano. La música que transmite estas se me vuelve un eco ahogado en mi llanto. Me es imposible olvidar tu rostro bajo la luna llena, aquel día donde tus mentiras se hicieron sombra bajo un árbol de cerezo.

Una, dos, tres lágrimas caen al compás de una melodía melancólica, como aquella vez donde se grabó el epitafio. Rotundo dolor acosa mi subconsciente lastimado ya que mi nota favorita fue desintegrada en el silencio de una noche sombría y despiadada.

Nuestra canción danza sobre el recuerdo atascado en el futuro. Nuestro amor desmoronado sufre mientras es quemado por tu muerte. Nuestra promesa nunca se cumplió porque nunca volviste.

Mentiste diciendo que no estabas enferma, que tus desmayos eran producto del cansancio y ocultaste la sangre que brotaba de tu cuerpo. Me engañaste y ahora sufro porque no te veo.

Llanto acumulado en mi pecho y el sonido que se disipa en el dolor de mi alma fría y trémula. Mi piano no suena, se mantiene pausado en el tiempo de tu velorio, reconstruyendo una y otra vez aquel recuerdo.

A pesar de ello, sigues siendo mi nota favorita...

Fin.