Capítulo treinta y cuatro: Desafortunada colaboración

Tengo problemas para controlar el jet, pues era Brian quien usualmente hacía de piloto mientras que yo era su apoyo. Pensar en él no me permite concentrarme del todo, y tengo que cerrar los ojos unos momentos para no distraerme con una alucinación de Zeta a mi lado que me reclama por estar traicionando a los nuestros. Saberlo muerto me pesa, y aunque no tuve el valor de verlo abatido en el suelo, la imagen de su cuerpo sobre un charco de sangre no deja de invadir mi mente junto con el sonido del disparo. De verdad esperaba hacerlo cambiar de opinión; deseaba con todas mis fuerzas tener su apoyo en esta nueva misión. ¿Qué pude haber hecho para que las cosas hubieran resultado diferentes?

A pesar de la tormenta mental, consigo por fin poner en el aire esta maldita cosa y programar la ruta adecuada. Me concentro tanto como puedo, pues debo asegurarme de mantener un perfil bajo para no ser atacados. En un enfrentamiento aéreo no tenemos las mejores probabilidades de salir victoriosos conmigo al mando. Voy tan rápido como me lo permite la máquina, consciente de que el tiempo apremia. Ali tiene más de una hora de ventaja; sin embargo, un ataque requiere movilizar a demasiados agentes. Su traslado será lento, pero me atrevería a decir que sacrificará algo de discreción con tal de poder destruir a los Silentes lo antes posible. Solo espero que Mark consiga contenerlos.

Me sobresalto cuando Jack se sienta a mi lado, en el asiento del copiloto. Se limita a revisar que todos los controles estén en orden y a asegurarse de que realmente sepa manejar la nave. Lleva puesto uno de nuestros uniformes, y aunque por breves instantes cruza mi mente el pensamiento de que lo luce bastante bien, es evidente lo incómodo que está con él. Aceptó usarlo únicamente porque sabe que es la forma más fácil de entrar. A pesar de que la mayoría de los agentes estarán en Santa Mónica, es seguro que nos encontraremos con varios guardias.

—¿Cuánto falta? —pregunta.

—Como una hora.

Jack asiente, frustrado por saber que no puede hacer más que esperar mientras la incertidumbre de si su gente ya está debatiéndose entre la vida y la muerte lo carcome por dentro.

—Cuando lleguemos, te harás pasar por Zeta. Así conocen a Brian —explico, intentando evadir otro silencio incómodo—. La noticia de su muerte aún no debe llegar a la base. Su complexión es similar; nadie notará la diferencia mientras no te quites el pasamontañas.

—¿Sí eran amigos o era otra mentira? —cuestiona y yo lo miro.

—Crecimos juntos. Lo que dije era cierto, él era como mi hermano.

—¿Y aun así lo mataste? —tuerzo la boca. Supongo que haber asesinado a alguien a quien aseguro haber considerado mi familia no mejora la situación.

—Cuando lo vi apuntándome solo podía pensar en que, si me disparaba, no sería capaz de poner al resto de mis amigos a salvo.

Jack me analiza, dudo que esa afirmación lo convenza de que no soy tan despiadada como ahora lo cree.

—No intento justificarme, es solo que... sigo asimilándolo.

—Siento tu pérdida —dice aun serio, ofreciéndome sus condolencias aun en esta situación.

—Gracias... —contesto un tanto sorprendida, aunque no del todo. Jack siempre ha sido empático, pero no sabía que esa virtud superaba incluso a su furia. Supongo que algo de sinceridad ayudaría a que este viaje no sea tan tenso, una buena forma de demostrarle que no todo fue un engaño—. Lo que te conté acerca de mi madre también es cierto. Bueno, algo así. Yo sí creía que había muerto en un accidente, pero hace unas semanas me enteré de que en realidad la asesinaron, al igual que a mi padre... el verdadero.

—¿Y el hombre de anoche?

—Su nombre es Alí, es el director de la organización. Es como tu padre, pero para los Sombra... aunque mucho menos amable. Tampoco fue del todo mentira decir que era mi tutor; él fue quien me crio.

—No debió ser una infancia muy feliz —concluye—. Te veías aterrada cuando notaste que estaba en la puerta.

—Nuestra relación decayó exponencialmente durante la misión.

—¿Ah sí? —cuestiona Paula, irrumpiendo también en la cabina e interrumpiendo mi mal intento de remediar mi relación con Jack—. Hasta donde me quedé, eras su favorita. Anderson siempre dejó muy en claro que tú no eras una opción para salvar porque eras prácticamente una copia del mismísimo Alí. Por eso iba a dispararte la noche de la fiesta, y porque creí que ibas a matar a John. Sin rencores por eso, ¿cierto?

—Ninguno —aseguro—, solo hacías tu trabajo.

—Vale, entonces supongo que ahora somos un equipo.

—No somos un equipo —aclara Jack.

—¿Cómo le llamarías a esto?

—Una desafortunada colaboración. —Paula sonríe ante ese apodo.

Mi aterrizaje no es muy limpio; sin embargo, consigo regresarnos a tierra firme en una pieza, lo que, al menos para mí, ya es todo un logro. Como es claro, pronto los guardias de seguridad que se quedaron en la base se alertan por nuestro aterrizaje. Se supone que cada agente está en camino a atacar la instalación militar de los Silentes; no tiene sentido que un jet vuele en la dirección contraria. Por esto, cuando bajamos, hay al menos cinco armas de fuego apuntándonos a la cabeza.

—Identifíquense —ordena uno de ellos.

—Agente A y agente Z —digo—. Tenemos un traidor para Ortega.

Amarramos las manos de Paula y la amordazamos, pero no parecía suficientemente convincente. Para hacer creíble la historia, insistió en que le diera un fuerte puñetazo que le partió el labio y otro en el ojo que soportó bastante bien; es una Sombra, después de todo. Jack la sostiene de manera firme. No sé bien si es un buen actor o si el rencor es genuino. Sea cual sea el motivo, el porte que presenta nos hace ganar puntos. Yo, por otro lado, cuento con aún tener el respeto de las personas por aquí. Dado que el reto de Brian para convertirse en Sombra era asesinarme, y esa tarea debía permanecer en secreto hasta ser concretada o fallada, los agentes que no frecuenten a Ali deben seguir creyendo que soy su favorita. Sé que es así cuando me quito el pasamontañas y todos bajan las armas, poniéndose de inmediato muy firmes por temor a hacer algo que me ofenda.

—Yo llevaré a la prisionera —ofrece el chico e intenta coger el brazo de Paula, pero Jack da un paso al frente para impedírselo. No va a permitir que le quiten su llave de entrada tan fácilmente y, para nuestra suerte, coincide con algo que habría hecho Brian. Nunca le gustó que tocaran sus cosas.

—Te recomiendo quitar tus putas manos de mi paquete, diez —amenazo, asegurándome de recalcar su nivel para que tenga muy presente que soy su superior y que no debe cuestionarme—. ¿Por qué crees que dejaría algo tan delicado como esto bajo tu supervisión? Después de todo, si te dejaron aquí debe ser porque simplemente no das el ancho para pelear en Santa Mónica.

—Le ofrezco mis disculpas, agente A —dice de inmediato, con un dejo de temor en sus ojos por las represalias que Ali pudiera tomar si yo así lo deseo.

Sí, al menos por aquí aún me tienen un poco de respeto.

Paso a un lado del agente, chocando su hombro con el mío para apartarlo de mi camino y sin siquiera preocuparme por dirigirle la mirada. Aunque mi mal temperamento ahora puedo controlarlo, es muy importante hacerle honor a la reputación que me precede. Ablandarme definitivamente no es una opción en estos instantes; tratarlo con la mínima decencia humana levantaría sospechas. Manteniendo una postura firme, los guardias se apartan para que pueda escanear mis datos biométricos. Jack, con la excusa de no soltar a la prisionera, accede con mis permisos.

Observo a Mathews tenso, como si acabara de entrar a una casa de terror. No está asustado, pero se mantiene atento. Sé que los vellos en su nuca se erizan en el momento en que las puertas se cierran a nuestras espaldas. Debe sentir como si en cualquier instante un fantasma fuera a saltarle en la espalda para atacarlo, como cuando estuvimos en ese escape room... excepto que esta vez el peligro es real y no nos libraremos de él con un arma de juguete. Examina cada detalle y memoriza el camino que tomamos hasta el ascensor en caso de necesitar escapar por su cuenta.

—Será mejor darnos prisa —advierte Paula—. Este idiota acaba de delatarnos.

—¿Disculpa? —cuestiona Jack, ofendido.

—Le agradeciste al guardia —explico, consiente de que nos ha expuesto.

—Solo hice un gesto con la cabeza. Creí que, de no hacerlo, resultaría extraño.

—Lo que es extraño aquí es la amabilidad. Harías bien en recordarlo si nos topamos con alguien más.

Cuando descendemos suficientes pisos, conseguimos llegar hasta el laboratorio de Ortega, donde deberían estar resguardadas las incubadoras que debemos destruir. Dependiendo de qué tan observador sea ese nivel diez, contamos con entre diez y veinte minutos antes de que la alerta de actividad sospechosa le haga saber a Ali que estoy en la base y dé la orden de cortar mi cabeza. Él debe estar cerca, en este mismo edificio, pero cuento con que esté más concentrado en liderar el ataque a distancia que en revisar las cámaras de seguridad. Topárnoslo de frente es una opción muy poco factible, pues se mueve siempre entre los pasillos traseros.

—¿Qué se supone que es este lugar? —pregunta Jack, desconcertado ante la gran cantidad de aparatos.

—Nuestro campo de juegos —responde Paula con sarcasmo y procede a buscar las incubadoras en alguno de los cuartos. Cuando estamos aquí abajo, usualmente no tenemos mucho tiempo para inspeccionar; nos concentramos únicamente en soportar el dolor.

—Es una cámara de tortura —señala.

—¿Ustedes no tienen una?

—Es el departamento de Coerción Mental y Conductual —explico, también buscando—. Aquí nos entrenan.

Nos detenemos al escuchar ruido proveniente de uno de los almacenes. Desenfundo el arma y quito el seguro por mera precaución, pues solo Ortega estaría aquí abajo en estas circunstancias. Ese idiota tiene muy mala condición y es demasiado viejo como para representar una amenaza. Su sadismo e ideas retorcidas no son peligrosas si no estamos atados, sometidos u obligados a no defendernos. De hecho, ahora que ninguna regla puede importarme menos, se me ocurren unas cuantas formas de vengarme por todos los años que utilizó su ventaja para herirme; para herirnos a todos.

Los tres nos acercamos con cautela, sin molestarnos en escondernos. La puerta se abre mientras el doctor tararea una melodía alegre, pero se detiene en seco y deja caer las cajas que carga en el momento en que nos reconoce. Sus ojos se abren de par en par detrás de esos redondos y pequeños lentes que utiliza casi en la punta de la nariz, alternando su mirada entre sus opciones de escape sin encontrar ninguna plausible. Sabiéndose acorralado, no tiene más opción que levantar las manos.

—Agentes —pronuncia temeroso, consciente de su desafortunada posición—. Me... me sorprende verlas aún vivas a ambas. Y veo que han traído un invitado.

—Carajo, qué feliz me va a hacer matar a este imbécil —exclama Paula cargando su arma, pero la detengo—. Ay, por favor, no me digas que ahora vas a ablandarte.

—Claro que no, es solo que nos sirve más vivo —digo—. Conoce la ubicación de las incubadoras.

—Es más tonta de lo que creí si piensa que le temo más a usted que a nuestro superior, agente A —asegura el viejo.

—Él no está aquí —señala Jack—, nosotros sí, y con armas apuntando a su cabeza.

—Silente ignorante —escupe con asco—. ¿Realmente piensas que una bala es menos piadosa que lo que él llegaría a hacerme?

—No va a hablar —asegura Paula, y temo estar de acuerdo con ella—. Tardaremos menos si buscamos por nuestra cuenta.

—Sus huellas son de utilidad, cuenta con más permisos que nosotras —digo—. ¿Quieres cortarle tú las manos o lo hago yo?

—Para mí sería todo un honor.

Mi sugerencia a ella le parece normal y a mí incluso me resulta obvio amputar sus extremidades como respuesta a un futuro problema. De hecho, también consideraría llevar su cabeza por si el lector requiere que escaneemos su ojo. Jack, por otro lado, parece querer ocultar la sorpresa ante una sugerencia que para él habría sido su última alternativa. A diferencia de nosotras, habría matado al hombre antes de comenzar a descuartizarlo, pero Paula y yo encontramos cierto placer en verlo sufrir. ¿Cómo no hacerlo? Después de todo el daño que soportamos por su culpa, esto no me parece ni de cerca suficiente. Sin embargo, percibo la poca esperanza que Mathews aún tenía en mí esfumarse de sus ojos, lo que provoca que por escasos instantes me sienta avergonzada y baje la guardia, desviando la mirada de mi objetivo. Un error que sé de inmediato que nos costará caro.

Paula guarda el arma con la confianza de que nosotros cubrimos su espalda y camina con paso firme hasta Ortega, entusiasmada por poder usar el equipo del doctor en su contra. Se debate entre elegir una sierra, una cortadora o una guillotina. Él, al notar que mi atención y la de Jack no están sobre sus movimientos, aprovecha para alcanzar una repisa cercana y tomar un frasco que contiene un líquido verde. Nuestra compañera aún no está lo suficientemente cerca como para someterlo, pero sí lo está para que él le tire el químico encima.

El líquido alcanza su uniforme y parte de su rostro; un humo se desprende al hacer contacto y ella emite un grito ahogado por el dolor. Jack se acerca a ayudarla como un reflejo, pero al no saber qué contenía el frasco, no sabe cómo limpiarla sin dañarla más. Yo detono el arma, pero Ortega se libra milagrosamente del disparo, consiguiendo activar el sistema de alarmas y encerrarse en un cuarto.

—Hay que salir de aquí —advierto apenas escucho la alarma y veo las luces de las sirenas iluminar la habitación.

Jack y yo tratamos de guiar a Paula hasta la salida, ya que su visión está afectada. El sistema de emergencia se activa, comenzando a resguardar el laboratorio en una especie de caja fuerte de la cual nos será imposible escapar si no cruzamos a tiempo. Los pasos de Paula no son firmes; el dolor la consume mientras escucho cómo el gas anestésico se libera en la habitación. No vamos a lograrlo, al menos no juntos.

La puerta desciende, amenazando con atraparnos como ratones en trampas. Me obligo a tomar el único camino que me mantendrá con vida y empujo a Jack junto con Paula tan fuerte como me es posible, lejos de la salida. La expresión de Paula es de dolor; el golpe y el químico no le permitirán levantarse. Jack también se queja; lo he tomado desprevenido, pero su expresión de rabia muestra que esperaba que lo traicionara en algún punto.

No pierdo más el tiempo y ruedo por el suelo, consiguiendo pasar por el espacio que aún queda entre el metal y el suelo. Las ventanas me permiten observar a los ahora prisioneros, contemplando cómo, gracias al gas que llena la habitación, pierden el conocimiento. 

¡Hola, hola!

Les agradezco muchísimo por su paciencia, tuve demasiado trabajo estas últimas semanas y no me fue posible escribir hasta ahora. Espero que disfruten el capítulo y muy pronto les traeré el final definitivo. 

Nos leemos pronto.

—Nefelibata

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top