Capítulo diecisiete: Efímero

(Narra Jack / Cuarenta minutos antes)

No sé cómo es que mi padre puede confiar en un agente Sombra, mucho menos un adulto. Es cierto que siempre ha habido traidores entre ellos que nos informan sobre cargamentos o se rinden, pero terminan muertos muy pronto como para llegar a conocerlos. Una cosa es hacer tratos pequeños y otra muy diferente es llevarlos a la base y hacerlos parte de las estrategias. Son asesinos, incapaces de no lastimar a las personas. Cada uno con el que me he topado es naturalmente cruel, no les importa el daño que puedan causar mientras consigan su objetivo... que usualmente implica de cualquier modo lastimar a otros. Sus acciones y palabras siempre son hirientes, su falta de empatía hace imposible encontrar algo positivo en ellos. Despreciables es una manera amable para describirlos. Son escoria y dudo que alguien que ha estado tanto tiempo con ellos tenga la capacidad de cambiar.

Después de conocer a Anderson no quise tener con él ninguna conversación adicional, pero tuve que prometerle a mi padre que cuando estuviera listo me sentaría a escucharlo. Aunque lo haga, nada de lo que pueda decirme me hará confiar en él ni apoyar su plan de salvar a sus agentes en entrenamiento. Sería iluso creer que hay algo en ellos que valga la pena rescatar. Sé que va a traicionarnos, estoy seguro. No importa cuantas precauciones haya tomado mi padre, no podemos confiar en su palabra ni vigilarlo las veinticuatro horas del día si continúa atendiendo las ordenes de los Sombra.

A pesar de esto... si nos advierte que alguien puso en el refugió una bomba no voy a ignorarlo.

Al llegar, observo cómo los Silentes en turno ya han comenzado a evacuar el lugar. El mensaje que recibimos de Anderson fue corto, sin detalles acerca de cuánto tiempo disponemos antes de que se active el explosivo y es por eso que la prioridad son las personas. Debemos evacuar a todos y llevarlos hasta un lugar seguro para después dedicarnos a buscar el explosivo y tratar de desactivarlo sin que cause daños en la estructura. No sabemos el alcance que podría tener, tal vez destruya una habitación o derrumbe la construcción entera.

—Vine tan rápido como pude —les digo a Ian y a John que se aseguran de que haya suficiente transporte para sacar a todos del perímetro de seguridad—. ¿Por qué hay tan pocas personas afuera?

—Los más viejos obstruyen el paso para las personas que se alojan en el segundo y tercer piso —informa John—. Las escaleras no son lo suficientemente anchas, se supone que Lucy lo está resolviendo.

Entro al lugar tan rápido como la multitud me lo permite hasta encontrar a Lucy en medio del caos. Las personas están comenzando a entrar en pánico y la entrada del lugar, como bien lo advirtió John, está siendo obstruida. Si no agilizamos la evacuación pronto van a desesperarse e intentar pasar encima de los más viejos.

—Jack, por fin llegas —saluda Lucy.

—¿Por qué solo hay una puerta abierta? —pregunto.

—Es la ruta más corta al estacionamiento.

—Y no servirá de nada si intentan que todos salgan por aquí. Yo me encargo de los ancianos, necesito que guíen al resto por la salida trasera, están lo suficientemente sanos para correr si es necesario. Niños primero.

Coloco mis manos alrededor de mi boca y hablo lo más fuerte que puedo para dar instrucciones a los Silentes. Designo personal de apoyo para los ancianos y conseguimos despejar el espacio suficiente como para que las personas de los pisos superiores avancen con Lucy por el costado. Me aseguro de que todos conserven la calma, pues por la premura de la evacuación comenzaba a correr el rumor de que los estábamos echando de vuelta a la calle. Pido a todos que les aseguren que esto es puramente por su seguridad y que pasarán la noche en un lugar abrigado. Por lo estresante que comenzaba a resultar la situación para ellos, hay personas hiperventilándose o con riego de sufrir un infarto.

—¡Jack, Jack! —La voz de Oliver suena entre la multitud.

—Hola, enano —contesto, pero no puedo prestarle demasiada atención ahora—. Ve afuera con los demás, allá te darán instrucciones.

—No, quiero a ayudar. Puedo hacerlo.

—Oliver, este no es un buen momento. De verdad tienes que ir afuera.

—En el cuarto que está al fondo de la cocina guardan sillas de ruedas, podrían ser útiles para que los ancianos avancen más rápido —sugiere y lo cierto es que tiene razón. Tomo un respiro y me agacho a su altura.

—Es una idea estupenda, iré por ellas. ¿Dónde están los demás? —pregunto, haciendo referencia al resto de los niños que son huérfanos y seguramente no tienen a alguien que los esté guiando en medio del caos.

—La mayoría no quiere salir del cuarto, están asustados.

—Bien, ¿quieres ayudar? Reúnelos, como siempre lo haces para que juguemos. Haz que todos salgan de aquí, ¿está bien? Ian y John los verán afuera, yo te alcanzaré después.

—¡Sí, señor!

La evacuación se vuelve cada vez más desesperada a medida que los minutos pasan, pues el tiempo es un lujo del que no disponemos. Cada segundo dentro del edificio se siente como jugar a la ruleta rusa, en cualquier momento podríamos salir volando en pedazos. La amenaza pende sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles. Las personas se apiñan en las salidas, luchando por abrirse paso hacia la seguridad, mientras mis compañeros hacen todo en su poder para mantener el control.

Pido a dos Silentes que me acompañen hasta el cuarto del que Oliver habló. Con ayuda de las sillas de ruedas es sencillo ayudar a los ancianos que tienen dificultades para caminar. Con eso, finalmente conseguimos que las personas comiencen a evacuar de manera fluida y puedo volver al exterior para asegurarme de que el abordo al transporte sea igual de efectivo.

Mientras dirijo a las personas no puedo evitar cuestionarme por qué carajos alguien pondría una bomba en este lugar. Mi padre ha hecho hasta lo imposible para que el refugio no esté vinculado a ninguna cuenta importante, su nombre no aparece en las escrituras de la propiedad. Colocar el explosivo sería sencillo, recibimos diariamente a decenas de personas que vienen a pedir ayuda. No es difícil entrar al recinto, pero el cómo supieron de él y el por qué querrían atacarlo simplemente no me hace sentido. No tenemos armas aquí ni hay nada que pueda interesarle a los Sombra.

Me tranquilizo al ver varias camionetas comenzar a alejarse de la zona con personas a bordo. A pesar de que aún quedan refugiados en el edificio, calculo que en unos minutos todos estarán afuera. La adrenalina comienza a abandonar mi cuerpo, pero es justo cuando me estoy relajando que escucho un estallido repentino y penetrante. Es un golpe seco y agudo que rompe la calma que tanto trabajo nos costó conseguir. Es un sonido corto pero intenso que parece llenar el espacio con su fuerza. Un disparo que desata nuevamente el caos entre las personas.

Les ordeno que se agachen, cubriéndose con las manos por si hay un ataque repentino, pero no todos me obedecen; comienzan a dispersarse. Me pongo alerta, esperando que lluevan más disparos, sin embargo, no sucede. Fue una descarga solitaria que lo único que consigue es confundirme aún más. Busco a mi alrededor tratando de encontrar en dónde fue a parar la bala y al escuchar a los niños llorando no puedo más que esperar lo peor.

Me abro paso entre la multitud hasta llegar a ellos, que al verme tratan de abrazarme. Están aterrados, sus caras pálidas y los ojos bien abiertos. La mayoría tienen una expresión congelada en el terror y los ojos rojos por contener las lágrimas que solo se detienen por no alcanzar a procesar lo que ocurrió. Cuando puedo finalmente abrirme paso encuentro a John en el suelo al lado de Ian. El pavimento se mancha de rojo, al igual que sus manos y su ropa. Bush está temblando, jamás lo había visto perder el control de esta manera, pero al ver cómo Ian se ahoga con su sangre entre sus brazos entiendo por completo su reacción.

—El disparo vino del edificio —habla John furioso, entre lágrimas—. Iba a darme a mí, Ian se puso en medio. ¡El idiota se puso en medio!

El rostro de Ian pierde el color poco a poco, así como la capacidad de articular cualquier expresión. La bala alcanzó su cuello, la hemorragia es demasiado grande como para intentar darle atención médica. John trata desesperadamente de detenerla, pero él sabe tan bien como yo que es demasiado tarde. Lo escucho dar el grito más desgarrador que ha soltado en su vida mientras se derrumba con él, justo cuando Silverman pierde todo brillo en sus ojos. Quiero agacharme a su lado, pero en su lugar doy dos pasos hacia atrás sin alcanzar a comprender lo que veo. Mi mundo se torna silencioso mientras miro a mi alrededor, nada parece real excepto el terror en el rostro de los niños. Me centro en ellos, no pueden ver esto.

—Oliver —llamo, pues sé que es lo suficientemente fuerte como para ayudarme a guiarlos hasta las camionetas mientras que John y yo nos encargamos de esto. Lo busco entre cada niño, pero no lo encuentro—. Oliver, ¿dónde está Oliver?

—Volvió adentro por Dumbo —contesta Annia, una pequeña que nunca suelta su pequeño elefante de peluche—. Se me cayó cuando corría.

Trato de concentrarme para poder guiarlos yo hasta los autos, pero ni siquiera consigo pronunciar palabra cuando el suelo se sacude con una fuerza devastadora. Un estruendo ensordecedor abrumar todos mis sentidos, haciendo que el mundo entero tiemble con su poderío. La onda de choque, aunque es contenida por las paredes, se propaga desde el epicentro de la explosión y nos golpea. Los escombros salen disparados en todas direcciones, creando una lluvia de fragmentos afilados que impactan todo a su alcance. El aire se llena con el sonido ensordecedor de la destrucción, con el crujido de metal retorcido y el estruendo de los ladrillos y el concreto perdiendo su forma.

La estructura cede, cayéndose lentamente. Los muros se agrietan y se desmoronan, las vigas se retuercen y se doblan, el techo se desploma. El polvo y el humo llenan el aire, envolviendo todo en una nube oscura y asfixiante que dificulta la visibilidad hacia lo que antes era el refugio. No escucho más que el silencio agudo, apenas puedo respirar y por instinto me alejo tanto como me es posible. Cuando comienza a disiparse el escombro, puedo ver el edificio del que John dijo que provino el disparo.

Me llena la ira, la frustración y la impotencia. Si antes creía odiar a los sombra el sentimiento que crece en mi interior lo opaca por completo. Ignoro la sangre que corre por mi cara. Me importa poco la madera que se ha enterrado en mi costado y los rasguños alrededor de mi cuerpo. Quien sea que haya hecho esto tiene que pagar las consecuencias. Ignoro el hecho de que no traigo puesto mi uniforme, ese Sombra va a conocer mi rostro cuando le quite la vida.

Avanzo tan rápido como me es posible, no puede haberse ido aún. El lugar está desierto, con únicamente el esqueleto de metal y concreto que sostiene el edificio en proceso de construcción. Por lo solitario del lugar consigo escuchar el eco de los pasos por unos breves instantes, pretende huir. Intento localizar de dónde provienen, pero apenas me muevo ellos se detienen. Mi respiración se vuelve pesada, no tengo un arma para defenderme y mi única opción es salir victorioso o mi rostro estará en la memoria de esta escoria.

Pienso en usar las escaleras para revisar los niveles superiores, pero una bala cae en el suelo frente a mí. Me detengo de inmediato, pero noto que la marca en el cemento está a más de un metro de distancia de mis pies. El agente sombra que mandaron debe ser un principiante, pues tiene una pésima puntería. No pienso con claridad, mi visión no es clara y mi oído está dañado por la explosión. Aun así, cuando decido dar otro paso, escucho el arma cargarse para volver a abrir fuego. La bala vuelve a caer demasiado lejos y esta vez no me detiene.

Avanzo con paso decidido a pesar de los disparos. Mis pies son lentos, pero no van a detenerse. No hasta estar frente al asesino de Ian y tomar venganza en su nombre. Las descargas cada vez son más veloces, pero no más certeras. La oscuridad no me permite ver al sombra, pero la luz que produce la pólvora al encenderse me proporciona su ubicación exacta. Pretendo llegar hasta él cuando alguien me obliga a dejar las escaleras para resguardarme de las balas.

—¿¡Qué carajo haces!? —me grita John. Intento soltarme de su agarre, pero él me obliga a quedarme quieto al acorralarme contra la pared. Él apenas tiene unos rasguños, pero en sus manos aún está la sangre de nuestro amigo.

—¡Asesinó a Ian! —digo furioso.

—No tienes tu uniforme, no tienes armas y estás herido.

—Falló cada tiro, debe ser un principiante. —Trato de apartarlo nuevamente, pero no me lo permite.

—¡No pienso perder a otro amigo hoy!

Su voz carga impotencia y me hace entrar en razón. Sus ojos están rojos y su respiración acelerada. Su mirada se dirige nuevamente a sus manos ensangrentadas y amenaza con derrumbarse. Me cala la idea de dejar escapar al asesino de Ian, pero John es quien me necesita en este momento. Ambos nos rendimos, nos desplomamos. Le doy un abrazo en el que no puede contener un llanto desesperado.

—Ian se fue, Jack.

Hola, hola. 

Cada vez que llega el sábado me emociona publicar otro capítulo para ustedes. Originalmente la historia tenía 30 partes, pero a como van las cosas puedo adelantarles que seguramente contemos con algunos más. Hasta el momento tengo 25 terminados y, si acabo pronto, prometo comenzar a publicar dos por semana.

Por si alguien más tenía la duda, sí, también voy a reescribir el segundo libro porque sería una grosería dejarlos a la mitad. 

Gracias por estar aquí, tanto a las personas que están releyendo como a los que conocen a mis personajes por primera vez. 

 Nos leemos pronto.

—Nefelibata

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