Capítulo dos: A La Vista

—Tengo la dirección del departamento en donde se quedó la última semana, estoy segura de que regresó ahí para tomar sus cosas. Se los juro es un basurero —habla Aria en nuestro oído a través del auricular—. El edificio es viejo, está junto a un desguace, cobran apenas setenta euros el mes. Ugh, me da comezón solo de imaginarlo. ¿Saben lo que yo haría? Pintaría las paredes, colgaría cuadros, pondría unas lindas cortinas y con luces de navidad decoraría la....

No lo consigo, me quito el auricular y acto seguido Paula hace lo mismo. La hemos escuchado durante dos horas, tiempo en que la información relevante se perdió entre el palabrerío de las mil ideas que tiene por segundo. Es realmente irritante, su aguda voz definitivamente no es lo que necesito en este momento.

Paula maneja a toda velocidad por la carretera mientras yo soy su copiloto. John aprovecha el traslado para dormir un rato en la parte trasera del auto, pues el vuelo lo dejó exhausto. Sé que es una estupidez, pero sostengo entre mis dedos el brazalete que April me regaló hace años, preguntándome por qué carajo lo conservé en primer lugar. Lo presioné cuando salimos de la base de California, pero la señal no fue recibida. Gracias a las fotografías, noté que ella tampoco lo lleva puesto... y no esperaba que fuera de otra forma.

—¿Qué es eso? —pregunta Paula con curiosidad y yo de inmediato guardo la pulsera en mi bolsillo.

—Nada que importe. —Ella asiente, manteniendo la mirada en el camino. Noto cómo se debate entre si hacer la misma maldita pregunta que todo el mundo o no.

—¿Quieres hablarlo?

—No —corto seco por milésima vez ante la propuesta. Paula me lo concede, pero echa un vistazo al retrovisor para asegurarse de que John realmente esté dormido antes de seguir.

—La historia acerca de que escapó se mantiene igual, ¿cierto?

—¿Escuchaste la conversación que tuvo con mi padre? —contesto con sarcasmo, pues ella estuvo presente cuando Bush objetó histéricamente a la idea de traerla de regreso. Solo cuando se aceptaron sus condiciones accedió a buscar su ayuda para la misión—. Claro que se mantiene igual.

Por fin llegamos al conjunto de departamentos que Aria nos indicó. No exageró al decir que es un basurero. El edificio prácticamente se está cayendo, al techo le faltan algunos pedazos y en apenas unos minutos ya vi a dos ratas bastante gordas escabullirse. Nos acercamos a lo que pretende ser la recepción, una vieja mesa de madera en donde encontramos a una señora mayor disfrutando de un cigarrillo mientras lee la biblia. No puedo decir si la fuerte tos es debido al tabaco o si está enferma, pero procuramos mantener la distancia. No es hasta que Paula toca la campanilla frente a ella que sus ojos se dirigen a nosotros.

—Hay una gasolinera a un par de kilómetros, podéis repostar ahí.

—¿Disculpe? —Habla John confundido.

—Estáis perdidos, ¿no es así?

—Solo queremos saber si ha visto a esta persona —explica Paula, extendiéndole una fotografía de April. La señora acomoda sus lentes mientras examina la imagen.

—No, no me suena —miente, de forma poco convincente. Entorno los ojos y alcanzo la cartera en mi bolsillo, obligándome a dejar un par de billetes frente a ella.

—¿Podría echarle otro vistazo, por favor? —pido. La señora toma los billetes con una gran sonrisa y los guarda en su brasier, causando que John haga una mueca de asco.

—Esa chica rara y su perro llegaron hace un par de semanas. Me pagaron la renta de un mes y apenas sale de la habitación. Están en el tercer piso, en la 304 con...

John no espera a escuchar más información, sus pasos se dirigen de inmediato a las escaleras del lugar. Dejo otro par de billetes frente a la mujer como disculpa y nos apresuramos a alcanzar a Bush. A pesar de que prometió ser profesional en el reclutamiento de April, no puedo confiar en que no se le echará encima apenas la vea. Estoy seguro de que querrá someterla a la fuerza, lo cual dudo que nos beneficie considerando que venimos a pedir su ayuda.

Paula le grita a John que se detenga, pero no escucha razón. Sus pies parecen apenas tocar los escalones por la velocidad en que los recorre. Trato de seguirle el paso, pero no lo consigo. Él llega antes que yo a la puerta de la habitación 304, toma la perilla y la abre de golpe; acto del cual se arrepiente de inmediato.

April podrá ser muchas cosas, pero no es idiota. Me queda claro que sigue siendo una agente entrenada que sabe muy bien cómo cuidarse la espalda, la prueba está en que ha sobrevivido todos estos años por su cuenta y en el mecanismo que se activa cuando John invade su habitación. Un cuchillo sale disparado hacia él, enterrándose en su brazo gracias a que consiguió reaccionar a tiempo para moverse. Bush se queja, maldiciendo un millón de veces.

—¡Esa maldita perra! —exclama furioso, mientras Paula se acerca a él preocupada para revisar la herida

—Ya está, apenas alcanzó a hacerte daño —regaña ella mientras examina la herida y retira la nota que está clavada en el filo—. Creo que nos dejó un mensaje.

Paula me extiende la hoja que ahora está manchada de sangre. Se lee en letras grandes y trazos desesperados un "DEJA DE SEGUIRME, HIJO DE PUTA". El mensaje no es para nosotros, es para quien sea que también la esté buscando. Si realmente se trata de Ali, debe estar aterrada.

Con cautela, doy un paso al interior de la habitación en donde afortunadamente no hay más trampas. La cama es apenas un colchón sucio en el suelo y hay una cubeta debajo de una gotera bastante grande. No hay muebles para esculcar en los cajones, ni rastro de nada que nos sea útil para encontrar alguna pista además de los frascos con medicinas que decido guardar. Me asomo por la ventana solo para encontrarme con el peligroso camino que siguió para bajar del edificio, notando que las huellas de lodo ya no están frescas. Carajo, debió irse de aquí hace horas.

—¿Hola? ¿Por qué nadie me escucha? ¿Hoooola? —Escucho lejana una voz irritante, recordando que Aria sigue en la línea y colocando de nuevo el audífono en mi oreja.

—April no está en el edificio —informo, mientras que Paula y John también recuerdan a nuestra compañera.

—Dhu, eso ya lo sé. Y si ustedes hubieran conservado puestos los malditos auriculares lo habrían sabido hace ya un rato. Roland la encontró en el centro de la ciudad, pero es muy tarde; la perdimos de nuevo. ¿Pueden mantenerse dentro del canal, por favor?

—Solo si haces tu trabajo y lo usas para cosas importantes —reclama John, por lo que ella se ofende y corta de inmediato la comunicación. Suelto un suspiro frustrado y le reclamo a John con la mirada.

—Oye, no lo mires así —habla Paula, poniéndose de su lado—. Ya estamos grandecitos como para estas idioteces.

—Me da igual si es de los nuevos reclutas, tiene que aprender cómo funcionan las cosas en la base —secunda John.

Una hora y media más tarde, nos encontramos cerca del centro de la ciudad, esperando indicaciones por si Roland consigue encontrar nuevamente a nuestro objetivo. Decidimos matar el tiempo dentro de un centro comercial, en donde hay suficiente gente como para no llamar la atención y que John calme su mal humor con comida. Su cuarta hamburguesa la devora como si nada, mientras se debate si debería o no pedir una quinta. Paula y él discuten acerca de eso, sin embargo, no prestó atención a su conversación. Me incomoda estar en este lugar expuesto.

Acepté estar en la zona de comida rápida solo con la condición de encontrar un lugar en donde mi espalda tocara la pared y nadie pudiera tomarme por sorpresa. Miro con detenimiento a cada persona que se sienta cerca de nosotros, examino a los que dicen ser padres de familia y me pongo alerta hasta estar seguro de que lo que buscan dentro de las pañaleras son realmente mamilas con leche. Vigilo que nadie nos observe, considerando peligroso a cada empleado de cada tienda. Detesto la sensación de estar en peligro y tener que mantener una alerta constante, pero no ha sido de otra forma en los últimos años. Antes disfrutaba de pasar mi tiempo libre en lugares como este, pero ahora simplemente no lo soporto.

—Sí, definitivamente iré por otra. Me la merezco —concluye John después de un rato—. ¿Les traigo algo más?

—Solo otra botella de agua —pido y él se aleja.

Paula mantiene su mirada fija en mí, pero optó por ignorarla mientras continúo vigilando. No es hasta que me da un montón nuevo de servilletas que noto que he destrozado en cientos de pedazos las que yo antes había agarrado. Como ya no tenía nada más para entretener mis dedos, comencé con ese molesto hábito de rasgar la cutícula en cada uno de ellos. Pongo a un lado el papel, restándole importancia y tomando nuevamente el control de mi cuerpo.

—Y... —comienza a decir—. ¿Qué tal las sesiones con la doctora Martínez?

—Te dije que no quiero hablar de eso, Pau —sentencio, pero percibo que esta vez ella no tiene la intención de ceder.

—Levanté una queja sobre esta misión —admite y yo la miro—, sobre ti participando.

—¿Por qué carajo hiciste eso?

—Porque soy tu amiga y estoy preocupada por ti.

—Soy perfectamente capaz de concluir esta misión.

—Sí, dile eso a las servilletas. —Paula se mantiene seria, al igual que yo—. Me importa un carajo cuánto quieras aparentar, es evidente que no eres lo suficientemente fuerte para esto.

—No deberías hacer ese tipo de acusaciones a la ligera.

—Mark dijo que mantenerte alejado de esto sería un error, pero accedió a que tus sesiones con la terapeuta sean al menos una vez por semana.

—¿Me estás jodiendo?

—Jack, entiende que lo hago solo porque...

Me molesta esa noticia, y realmente estoy preparado para discutir con ella por entrometerse en lo que no le concierne, sin embargo, su voz pierde sentido cuando veo a un chico con gorra azul acercarse a nosotros. Me cercioro, no pretendo causar una escena innecesaria en medio de un lugar tan público, pero no hay duda de que sus pasos se dirigen hacia nosotros. Su mano se coloca en su espalda y es ahí cuando no puedo quedarme más tiempo sentado.

Me pongo de pie impulsándome con mis manos sobre la mesa, y le hago frente antes de que consiga alcanzar a Paula. Estoy preparado para luchar con él de ser necesario, pero el miedo en su mirada me detiene. Su mano sigue su camino, mostrándome únicamente el folleto de una campaña de vacunación que se está llevando a cabo por toda España. El logo del papel coincide con el de su gorra, pero ni siquiera con eso consigo bajar la guardia. Permanezco cerca de él, pidiéndole sin palabras que se aleje.

—Lo siento —dice el chico, ofreciéndome el folleto y levantando las manos—. No quería acercarme a su novia, lo juro.

—A veces puede ser algo sobreprotector —excusa Paula por mí, siguiéndole el juego y tomando el folleto.

—Hoy es el último día que ofrecen las vacunas en este centro —explica—. Deberían aprovechar, son gratis y los casos de gripe han aumentado en el país.

—Lo tendremos en cuenta —contesta Paula nuevamente, tomándome del brazo para que retroceda.

El chico me examina una última vez, pero finalmente toma la decisión sensata de alejarse de nosotros. No quito mi mirada de él hasta que esta lo suficientemente lejos, desgraciadamente hablando con un policía acerca de mí. Paula también lo observa y tira de mi brazo nuevamente, regañándome por llamar la atención.

—Justo por esto es que no creo que estés en condiciones de atender la misión —reclama y yo suelto un suspiro.

—Iré a caminar, solo necesito un poco de aire. Si Aria llama volveré de inmediato.

—¿Quieres que vaya contigo? —niego.

—Quédate con John, yo estaré bien.

Comienzo a caminar entre la gente, un tanto menos paranoico que antes. Paula está equivocada, soy lo suficientemente capaz de manejar esta situación de una manera puramente profesional. ¿Por qué carajo tuvo que hablar con mi padre? Una sesión de terapia al mes ya es bastante mala para mí, tener que tomarlas una vez a la semana será una completa pesadilla y una perdida de tiempo. Tengo demasiadas cosas importantes que atender antes que...

Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando siento cómo se abalanzan en mi contra y un disparo se detona. Pronto, se escuchan gritos y las personas comienzan a correr sin control por la plaza. Me preparo para pelear, pero al ver a John completamente pálido sobre mí me relajo.

—¿Estás bien? —pregunta, revisando impaciente que la bala no me haya alcanzado—. La mira estaba en tu cabeza.

Miro a mi alrededor, tratando de encontrar al responsable de tirar del gatillo, pero encuentro algo mucho más interesante que eso. Cuatro patas peludas se mezclan entre la multitud y, en el tobillo de la persona que va junto a ellas, observo una pulsera similar a la mía. Soy consciente de que puede haber un millón de ellas, pero cuando presiono la que está en mi bolsillo y esta se ilumina no me queda ninguna duda de que es ella.

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