Capítulo Dieciséis: Grietas
El vacío me golpea como un puño en el pecho, el aire helado choca contra mi cara y el viento ensordecedor me ahoga. No puedo girar la cabeza para saber si el resto del equipo ha saltado a tiempo, pero sí estoy segura de que nadie debió preocuparse por encontrar a Tobby antes de hacerlo. No sé si es más grande el nudo en mi estómago por la caída o el de mi garganta por la impotencia que siento en estos momentos. Lo dejé, abandoné a mi compañero cuando él ha sido la única criatura que se mantuvo a mi lado durante toda su vida.
Debí esforzarme más, debí intentar con más ganas el ponerme de pie para llegar hasta él. Yo tenía que estar a su lado para evitar los golpes de las maletas, para resguardarlo debajo de uno de los asientos mientras el ataque pasaba. Es completamente mi culpa y ahora, por ese error, estoy sola.
El tirón del paracaídas al abrirse nos sacude en el aire, regresándome de golpe a la realidad al recordarme que debo estar alerta. Debajo de nosotros solo hay grandes copas de árboles para recibirnos y, aunque Jack trata de planear hasta un lugar seguro, es imposible evitar el impacto con las ramas. Siento los rasguños sobre mi piel como navajas hasta que la tela se atora en una de las extremidades del tronco, dejándonos colgados a unos metros del suelo.
—Carajo —se queja Jack con dolor a mis espaldas—. ¿Estás bien?
—Podría estar mejor —respondo, mientras nos mecemos como piñatas.
La respiración agitada de ambos se mezcla con el sonido de la naturaleza. El ambiente es pesado, cargado con la humedad del lugar. Todo a mi alrededor es un caos verde de hojas que cubre cada rincón. No veo más que un laberinto de vida salvaje, no hay caminos ni señales de civilización. Dudo que encontremos a una persona en varios cientos de kilómetros.
Veo una rama no tan alejada de nosotros que puede ayudarnos, fuerte y resistente. Si consigo alcanzarla tal vez pueda bajar ayudándome del resto de ellas. Trato de estirarme hasta alcanzarla, pero no lo consigo por mi cuenta. Apenas trato de moverme lo que sea que nos sostiene comienza a crujir.
—¡No hagas eso! —exclama Mathews al sentir como descendemos de golpe un par de centímetros. El suelo es un espejismo de hojas y sombras que en definitiva no van a amortiguar nuestra caída.
—¿¡Tienes alguna mejor idea!? —Él gruñe, consciente de nuestras limitadas opciones—. Necesito tu ayuda para tomar impulso.
Jack visualiza la rama que quiero alcanzar y, para liberar un poco de peso, suelta las mochilas de supervivencia que logró tomar. El sonido de ellas chocando contra el suelo es la señal para que los dos nos movamos al mismo tiempo. Nos cuesta un par de intentos en los que la amenaza de caer está presente, pero con su ayuda consigo que mi mano se envuelva alrededor de la madera. Hago un esfuerzo sobrehumano para jalarnos hasta que él también logra sostenerse del tronco. Cuando lo hace y nota que estamos a salvo, libera mi arnés y se deshace del paracaídas.
—¿Ves? —digo, aún con la respiración agitada—. No estuvo tan mal.
El alivio no dura demasiado pues, cuando Mathews está a punto de admitir que mi idea fue buena, la rama en la que apoyo mis pies se quiebra y la sorpresa no me deja reaccionar a tiempo. Jack trata de alcanzarme y, de hecho, lo consigue. Su mano atrapa mi brazo, pero para lo único que eso sirve es para arrastrarlo conmigo al suelo. En unos cuantos segundos descendemos y nos damos un fuerte golpe contra la tierra.
—¿Decías? —reclama, pero no puedo contestarle. El aire en mis pulmones ha desaparecido por el impacto y ambos tenemos que permanecer recostados unos momentos para recuperarnos.
Si de mí dependiera me quedaría aquí el resto del día. He recibido tantos golpes hoy que probablemente mañana todo mi cuerpo se ponga morado. Cierro los ojos unos segundos, pero el sonido de una serpiente cascabel a mi lado me hace dar un buen brinco para alejarme de ella antes de que me considere peligrosa. Una de sus mordidas sin el antídoto adecuado nos pondría en grave peligro.
Jack también se pone de pie, examinando como yo el lugar. Estamos rodeados de montañas y árboles de pino, sin señales que puedan ayudarnos a ubicarnos. Escucho el constante flujo de agua no muy lejos, el canto de las aves y el movimiento de la fauna. No sé cuánto tiempo dormí antes de caer y no sé qué cambios hizo Roland en la ruta para poder esquivar los misiles. Solo puedo asumir por la flora y fauna que conseguimos llegar a México, aterrizando en alguna parte de la Sierra Madre Occidental.
Paula, Roland y John no deben estar muy lejos. Si todos siguiéramos el humo que ha dejado nuestro avión al caer podríamos reunirnos, pero no es una idea sensata hacerlo. Brian lanzó esos misiles, sabe que estamos aquí y está buscándonos. Este es su territorio, estoy segura de que debió haberlo estudiado y ya debe tener a cientos de agentes en movimiento que no tardarán en rodearnos. Necesitamos alejarnos tan pronto como sea posible de este lugar, lo sé por el sonido de los helicópteros que comienzan a acercarse.
—Hay que irnos —habla Jack, tomando una de las maletas y pasándome la otra.
No hay tiempo de detenerse a pensar en otra cosa que no sea huir, alejándonos tanto como nos es posible del lugar en donde caímos. El paracaídas atorado entre las ramas delatará el inicio del perímetro en el que nos buscarán, por lo que nos conviene alargarlo tanto como podamos. Nuestros pies no pierden el ritmo por varias horas, alternando entre caminatas y trotes según nuestros cuerpos lo piden. La falta de músculos comienza a cobrarme factura, mis piernas reciben pequeñas descargas eléctricas que advierten que están a punto de colapsar, pero no puedo escucharlas; no cuando necesitamos encontrar un lugar seguro.
Necesito convencer a mi mente de no escuchar a mi cuerpo, sin embargo, en estos momentos es realmente difícil. Al notar mi fatiga, Jack opta por cargar él ambas mochilas para poder seguir adelante. Me avergüenzo, pero no puedo negarme cuando frente a mí se extiende la pendiente de una colina.
La situación empeora cuando siento caer sobre mí pequeñas gotas de lluvia que poco a poco ganan fuerza. La llovizna pronto se convierte en una tormenta y, aunque eso servirá para borrar nuestras huellas y recolectar un poco de agua sin necesidad de acercarnos al río, es desafortunado.
La tierra se vuelve resbaladiza, avanzar es cada vez más complicado y, por la posición del sol, no nos queda mucho tiempo antes de quedarnos sin luz. Buscamos un refugio, el cual afortunadamente logramos encontrar entre los matorrales. Una cueva pequeña con suficiente inclinación para que el agua no pase más allá de la entrada es más de lo que podemos desear ahora. Apartamos los arbustos para conseguir entrar, espantando a dos murciélagos pequeños que salen volando al decidir que no quieren compartir el espacio con nosotros.
El interior de la cueva es húmedo y frío por las grietas que dejan pasar las corrientes de aire. El olor a tierra mojada es intenso, con un ligero toque mineral debido a la roca. Las paredes y el suelo son resbaladizos, pero sigue siendo mucho mejor que estar allá afuera. Por el reducido tamaño del lugar no me preocupan los depredadores grandes, sin embargo, nuestra compañía serán los insectos, unos cuantos roedores y alguno que otro anfibio. Sé que Jack no va a estar feliz con la idea de dormir rodeado de arañas.
La tormenta enfurece, con truenos y relámpagos interrumpiendo el goteo constante del agua que se cuela en algunas partes del techo. La madera que salimos a recolectar está demasiado mojada como para usarla y el sol está a punto de esconderse por completo. Jack no consigue encender el fuego para hacer una fogata y calentarnos. Estoy temblando, la ropa mojada junto con la corriente de aire son una tortura. Mathews comienza a frustrarse y sé que está a punto de llegar a su límite cuando sus movimientos pierden firmeza.
—Intenta tallarlo —sugiero.
Tomo una de las mochilas de supervivencia para esculcar entre las armas. Encuentro un cuchillo lo suficientemente afilado como para tallar y me acerco a Jack para pedirle el pedazo de madera que tiene en la mano. En cuanto me lo da, uso la navaja para rasparlo una y otra vez, consiguiendo pequeñas virutas resinosas que con algo de suerte nos facilitaran la tarea. Al lograr que una pequeña montañita se forme frente a nosotros, Mathews vuelve a intentar que la flama se quede encendida por más de un segundo. Un par de intentos más tarde, lo consigue.
—Qué lista —admite.
—Los Sombra teníamos varios talleres dentro de la organización —explico—, aunque supongo que Pau ya te contó al respecto.
—Creo que alguna vez lo mencionó.
—Cuando decidí que iba a desertar tomé un par de talleres de supervivencia al exterior, y vaya que me sirvieron. La naturaleza fue mi refugio durante los primeros meses luego de... ya sabes.
No quiero que las cosas se vuelvan incómodas, no cuando su única opción de compañía durante los próximos días soy yo. Decido que es mejor interrumpirme, tratando de restarle importancia y dejando de hablar antes de arruinarlo.
Jack asiente, sacando de las mochilas comida deshidratada que nos ayudará a recuperar la energía después de la larga caminata de hoy. Mientras él la prepara calentando agua y vertiéndola en las bolsas, realizo el inventario para saber con qué contamos. Tenemos alimento para unos seis días si logramos racionar correctamente los paquetes. El agua embotellada será suficiente para pasar la noche, luego de eso las pastillas purificadoras nos serán útiles cuando llenemos las cantimploras. Hay linternas, cuerdas y un par extra de cuchillos que serán de mucha ayuda. Empacaron un botiquín de primeros auxilios con lo esencial, un saco de dormir ligero para cada uno y unas chamarras que en estos momentos realmente agradezco.
Le ofrezco a Jack una de las chamarras que encuentro. La acepta de inmediato, quitándose la playera mojada para cubrirse con la tela seca. Yo hago lo mismo con la mía y, aunque el frío sigue estando presente, al menos dejo de temblar.
—Gracias —digo, tomando la bolsa con la comida ya hidratada que me ofrece. Hago una mueca cuando lo pruebo, la consistencia no es para nada agradable.
—¿Qué? —pregunta divertido al verme, leyendo la etiqueta de lo que acaba de prepararme—. ¿No te agrada tu... pasta boloñesa?
—Prefiero por mucho tu risotto —respondo, recordando una de sus especialidades que preparó para mí en una cena—. Tus habilidades culinarias se han deteriorado.
Una de las comisuras de sus labios se eleva para formar una media sonrisa, pero noto un atisbo de tristeza en su mirada.
—El chili no es mejor, si eso te consuela.
En realidad, su porción se ve peor que la mía. Sé que me dio el que le pareció que podría saber mejor, lo cual me hace sentir un pequeño alivio. Sigue conservando esa parte amable que tanto lo caracteriza y que tanto me gusta de él.
Hago mi mejor esfuerzo por comer y no desperdiciar nada, pero me cuesta demasiado trabajo tragar. Revuelvo la pasta en el interior de la bolsa una y otra vez sin demasiado apetito hasta que pierde calor. La adrenalina desaparece de mi cuerpo, las consecuencias de los golpes comienzan a hacerse presentes y, con los músculos fríos, todo empieza a doler. Mi piel se vuelve incómoda, pesada. Mi cabeza se transforma en una prisión al comenzar a ser consciente de la posición en la que estamos.
—¿Quieres terminarte el mío...? —pregunto, después de un rato en silencio.
—Sé que no es la mejor cena, Smith, pero no podemos darnos el lujo de despreciarla.
—Necesitas más que yo, con lo que comí es suficiente.
Dejo el paquete cerca de él con poco menos de la mitad del contenido. Meto una de las gomas de mascar en mi boca para limpiar un poco mis dientes y me deshago del pantalón mojado para poder meterme en el saco de dormir. La tela guarda un poco de calor, pero no es suficiente. Me coloco tan cerca como puedo de la llama de la fogata, buscando que esta contrarreste la fría humedad del lugar. No tengo sueño, sin embargo, en definitiva necesito unos momentos para recuperarme.
Cierro los ojos, pero me mantengo atenta a mi alrededor; no porque crea que Mathews pueda pensar en hacerme daño, simplemente es un viejo hábito que probablemente nunca pueda quitarme. Trato de ignorar el dolor que se extiende en mis músculos, sin embargo, cada posición es más incómoda que la anterior. Aunque sé que me espera una noche de insomnio, me consuela que al menos podré vigilar que nada ni nadie nos encuentre.
Escucho los movimientos de Jack cerca de mi. El sonido del saco de dormir extendiéndose lo percibo más cerca de lo que esperaba, pero no hay demasiados espacios en donde el agua no se cuele desde el techo. Manteniéndome en calma, trato de no reaccionar irracionalmente al hecho de que vaya a dormir a mi lado nuevamente. Únicamente separados por unos cuantos centímetros, incluso puedo sentir el reconfortante calor de su cuerpo emanando a mi lado. Me mantengo inmóvil e inexpresiva, y no es hasta que siento su mano tocar mi hombro que abro un ojo.
Sin preguntarme, pero tampoco simulando una orden, me ofrece una pastilla para el dolor junto con nuestro escaso suministro de agua. No quiero tomar la medicina, podríamos necesitarla después y usarla ahora sería un desperdicio. He lidiado con cosas peores, sé que puedo soportar esto.
—Tienes moretones en todo el cuerpo —señala.
Aunque intento no darle muchas vueltas al asunto, la idea de que su prudencia al apartar la mirada cuando me cambiaba no fue tan estricta como quiso aparentar, crece con cada segundo.
—Que la herida de tu frente no se haya vuelto a abrir es un milagro. Si no descansas hoy solo nos retrasarás mañana.
Esa es su nueva costumbre: hacer un gesto amable y luego justificarlo con falso desinterés. No baja la guardia, al menos ya no lo hace conmigo. Construyó un muro gigante para que nadie entrara, pero parece que sigue teniendo esa obligación interior de cuidar a cualquiera que se cruce en su camino; es desafortunado para él que yo vuelva a presentarme ahí. Decido no discutir ya que el día ha sido bastante agobiante por sí solo, por lo que tomo la pastilla y me la paso sin rechistar.
Me coloco de lado, dándole la espalda y contrayendo mis rodillas hasta mi pecho. Conforme la pastilla surte efecto, mi cerebro ya no puede centrarse en el dolor físico. En mi garganta se vuelve a formar ese incómodo nudo. Si de por si la comida liofilizada es difícil de digerir, esto no lo hace más sencillo. Una lágrima se me escapa, pero me apresuro a limpiarla. ¿Es ridículo llorar por mi perro cuando Jack ha perdido al hombre que lo crió y se mantiene en una pieza? Solo sé que el dolor que siento es muy real y me quema por dentro. Tobby era lo más cercano que tenía a una familia.
Uso mi pulgar para retirar un par más de lágrimas, las cuales cada vez son más gordas y frecuentes. Por más que me esfuerzo, no consigo contenerlas. Hace mucho que ya no me es sencillo hacerlo. Aprieto mis labios con fuerza, tratando de hacer el menor ruido posible para no incomodar a Jack. Contraigo cada músculo de mi cara y sostengo mis propias manos con ansiedad, rogando no llamar la atención de Mathews, quien seguramente la está pasando mucho peor que yo.
—Ya no tienes que hacer eso —menciona y yo me obligo a tomar aire para poder contestar, tratando de que mi voz suene normal.
—¿Hacer qué?
—Obligarte a no llorar.
—Es un viejo hábito —respondo, pero la voz se me quiebra.
—Pues cámbialo.
Lo dice como si esa idea no se me hubiera ocurrido antes, como si fuera una opción lógica y una tarea sencilla. Sé que Alí ya no está vivo, tengo claro que Ortega no va a encerrarme en sus salones y también soy consciente de que una lágrima ya no pone en riesgo mi vida. Sin embargo, hay momentos en que esas ideas aún causan un corto circuito dentro de mí. Mi cerebro no alcanza a comprender por completo que ya no debe preocuparse por eso, tal vez por el hecho de que nunca he dejado de estar en peligro.
En su momento no le di importancia. De hecho, ni siquiera notaba el daño que me estaban haciendo. Realmente me jodieron, no hay otra palabra para describirlo. Odio tenerme compasión, pero cuando miro a mi yo del pasado no puedo más que desear ayudarme. Detesto sentirme débil, sin embargo, con cada día que pasa tengo menos fuerza. Ser vulnerable nunca ha sido lo mío, no se me ha permitido bajar la guardia... excepto cuando Jack estaba presente.
Con él podía ser un tanto más transparente, un poco más sensible. A su lado no necesitaba cubrir mi espalda, porque confiaba en que él lo haría por mí. Me enseñó a sentir, si es que eso de alguna manera puede hacerse. Esos escasos meses, en efímeros momentos, me sentía segura. Un sentimiento similar se expande como un leve calor en mi pecho al sentir cómo su mano se coloca en mi hombro para luego subir y bajar con calma por mi brazo, echando abajo la barrera invisible que había construido para respetar su espacio personal.
No está cuidándome, solo me hace saber que está conmigo. Me acompaña y de alguna manera yo también a él, pues alcanzo a notar que su respiración tampoco está en calma. Tomo su mano, no para indicarle que se detenga, sino para pedirle que no lo haga. Nuestros corazones están rotos, y las grietas que se formaron están dejando un espacio para que el otro entre... al menos por un momento.
—Siento lo de tu padre —digo, pues antes lo único que pude hacer fue huir—. Era un buen hombre.
—Sí, lo era —responde sin soltarme—. Puede que Tobby esté bien, Roland o Paula pudieron sacarlo.
—No me gusta tener esperanza. —Él parece comprenderlo.
—Lo lamento, solo pensé en saltar —suspira, y yo no puedo creer que me esté pidiendo perdón—. Te vi sin paracaídas, y sin intención de ponerte uno.
—No te atrevas a disculparte.
—Caí en cuenta de lo que había hecho hasta que estuvimos en el aire.
—Jack —interrumpo—. No puedes pedirme disculpas por esto, no cuando yo...
No consigo articular las palabras. La voz se me corta siempre que recuerdo el momento en que tiré del gatillo. La imagen de la bala atravesando la garganta de Silverman es una pesadilla, al igual que la manera en la que John se derrumbó a su lado. Las pocas conversaciones que tuve con Ian, en las que siempre fue amable y gentil conmigo, son un constante recuerdo del monstruo que soy. Su muerte marcó el inicio para comprender todo el daño que estaba causando, para darme cuenta de la clase de organización en la que crecí y lo alterada que estaba mi realidad.
Jack no sigue hablando, pero tampoco se aparta. De hecho, no sé en qué momento su cuerpo se acerca tanto al mío. Siento su pecho pegado a mi espalda y su respiración rozando mi cabello. Antes solo me tocaba con las yemas de sus dedos, pero ahora su brazo está alrededor de mi cintura. Me quedo inmóvil, temiendo que cualquier movimiento en falso le devuelva el buen juicio y decida alejarse.
—¿Por qué visitabas albergues? —pregunta, cuando la llama de la fogata comienza a perder fuerza y la tormenta se calma un poco.
—¿Qué...?
—Cuando te estábamos buscando —explica—, en el informe se mencionó que era común encontrarte como voluntaria en albergues.
—La comida era gratis —respondo instintivamente, aunque sé que esa respuesta no es del todo sincera. Lo cierto es que intentaba no tomar nada, excepto cuando realmente lo necesitaba. Supongo que no tiene caso ocultarle a él la respuesta correcta—. Y era mi intento de compensar las cosas.
—¿Compensar? —suspiro.
—¿Recuerdas al profesor Hammet?
—¿El loco de filosofía? —Me río asintiendo.
—Me prestó varios libros que me ayudaron —explico—. Nunca obtuve una respuesta acerca de si podía compensar mis acciones o no, pero la conclusión fue que la mejor forma de intentarlo era ser una mejor persona a partir de que fui consciente de lo que había hecho. No tenía mucha idea de por dónde empezar... así que decidí ir a donde tú irías.
—Me alegra haber ayudado —responde, y siento cómo se forma una sonrisa en su cara—. ¿Qué más pasó contigo en estos años?
—Es una historia larga.
—No es como que no tengamos tiempo. —Es cierto, solo que no sé muy bien por dónde empezar—. Si no quieres no tienes que decírmelo.
—Sí quiero.
Pienso en mi recuerdo más lejano, en qué fue lo primero que hice una vez que estuve sola. Las memorias son un tanto borrosas, sin embargo, voy tan atrás como lo permite mi mente y no omito ningún detalle.
Hola, hola.
Antes que todo, feliz año nuevo. Las fiestas me han tenido ocupada, pero sigo tratando de avanzar tanto como puedo en esta misión. El destino en el que caían en la versión anterior de la historia era muy distinto, pero espero que también disfruten este. ¿Será momento de que April y Jack comiencen a superar el pasado? Más importante que eso, ¿conseguirán hacerlo?
Nos leemos pronto.
—Nefelibata.
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